Sin embargo, como escriben Hugo Gambini y Ariel Kocik en "Las traiciones de Perón", sacado a la luz recientemente por Sudamericana "Perón usó a sus amigos, parejas, familiares, aliados, colaboradores y seguidores para luego engañarlos sistemáticamente cuando dejaban de servir a sus ambiciones políticas.
Adempas detrás de la reivindicación al trabajador, al deportista, detrás de la Fundación de asistencia social como lo fue la Fundación Eva Perón, se esconde otra historia, de métodos non- sanctos . Del mismo modo, atravesar la biografía de Perón siguiendo el hilo de sus traiciones es un recorrido que a muchos puede resultarles perturbador.
Para nosotros, enfatizan sus autores, obedece a la necesidad de narrar aquello que está oculto porque nadie se anima a descubrirlo. Atreverse a revisar lo siniestro del poder peronista, proyectado por su máximo líder, es un desafío frente a la fantasía política y los símbolos engañosos. También es un modo de desmitificar el uso de la palabra “traición” en manos del peronismo original, que sirvió para justificar el autoritarismo, la cárcel y la tortura. Investigando, advertimos que los crímenes de Perón no tenían nombre, porque nadie se atrevía a mencionarlos. La obra se inicia con la cronología del ascenso de Perón, continúa con capítulos temáticos, dedicados a sus dos primeros gobiernos, y luego retoma la línea de tiempo del exilio, el regreso y la herencia del líder.
Gambini y Kocik, se proponen narrar los engaños reveladores de la vida de una persona y de la vida política de un movimiento que pretendió abarcarlo todo, primero como nación en armas (la doctrina militar del caudillo) y luego como estado sindical corporativo, con masas unificadas bajo una mística oficial. A partir del manejo de los recursos del país, Perón se convirtió en el líder con más atribuciones que cualquier otro presidente hasta entonces, según él mismo se definió. Llegó un momento en que a él se subordinaban desde los jueces de la nación hasta los maestros de las escuelas, que eran obligados a sembrar su doctrina.
El peronismo no inventó el fascismo criollo, que ya tenía adeptos en el Río de la Plata. Pero muchos observadores de países como Brasil y Chile lo consideraron la expresión de ese fenómeno en Sudamérica, con una faceta usuraria por explotar las necesidades de los vecinos, usando el cereal como elemento extorsivo en tiempos de hambre. Perón se ganó el rechazo de los dirigentes democráticos de América Latina y por eso, cuando fue derrocado, no logró asilo firme en ninguna nación que no estuviera gobernada por un dictador.
En el plano interno, el proyecto de Perón surgió de un golpe militar en 1943, utilizó las formas de la democracia en 1946, construyó una escena ficticia de felicidad social, y detrás de ella causó más víctimas fatales en la clase obrera que varias dictaduras, como demostramos en Crímenes y mentiras. Las prácticas oscuras de Perón (Sudamericana, 2017). Aunque la aplicación de su doctrina fue cambiante, Perón mantuvo las promesas de justicia social en el centro de su discurso, y palabras como lealtad y traición son parte del vocabulario peronista. Para ver qué hay detrás de ellas, debemos bucear un poco en los orígenes.
Perón conocía el mundo de la conspiración desde el golpe de 1930, experiencia que le fue útil en la toma del poder en 1943 (luego de servir esos años al régimen oligárquico). Entonces, además de mentirles a los sectores democráticos con la promesa de sanear las instituciones, engañó a su círculo militar íntimo, que fue barrido de escena cuando cuestionó su ambición personal y objetó imposiciones como la traicionera delación entre pares, que violaba códigos de honor y lealtad. Perón creía que no alcanzaba con tomar el poder: había que construirlo, y para ello explotó la inteligencia militar, la inserción sindical y la comunicación popular.
Aunque sembró flores en todos los campos, adulando a imperialistas y a nacionalistas, a nazis y a judíos, a obreros y a empresarios, a radicales y a conservadores, la marca de origen era la conspiración militar, que condujo al golpe de 1930, y la admiración sincera por el fascismo, que lo entusiasmó cuando fue enviado a Europa en 1939, mientras se prefiguraba el estallido de una nueva Guerra (Alemania ya se había anexado Austria y ocupado Checoslovaquia). Perón dijo que Mussolini era un artista, y él mismo vio al peronismo como una obra de arte. Acaso lo fuera, en el sentido escenográfico.
Jorge Luis Borges decía que hay una historia del peronismo de índole criminal (torturas y crímenes), y otra relacionada con el montaje escénico, que ha resultado la más divulgada y cautivante. Casualmente Perón decía que no había leído a Borges, y que los cuentos los hacía él mismo.
La propaganda del peronismo original, los contradictorios testimonios de Perón y una gran variedad de novelas, películas y relatos posteriores alimentaron la mitología más allá del contraste documental y de la búsqueda objetiva.
En nuestro caso, no solo hay que captar el clima de época de las historias que se narran. También el contexto del siglo veintiuno, donde nos paramos para comprender el mito de Perón y analizar sus traiciones. La historia que investigamos no es la que siempre se contó. La imagen que muchos tienen del jefe justicialista difiere de lo que contaron peronistas traicionados por él a uno de los autores de este libro y de aquello que revelan documentos ocultos por décadas y que hemos investigado. Perón es un símbolo adaptado a la época que lo lee y que lo narra, y la construcción que se hace de él nunca es demasiado fiel al personaje que nació en Roque Pérez, en la pampa bonaerense, a fines del siglo diecinueve, y que se formó en el sindicato militar germano, como él definió al ejército. Hasta el año, el día, la tierra y la casa en que nació han quedado detrás del montaje. La memoria peronista es traicionera porque existe miedo de investigar la verdad.
Las corrientes de opiniones correctas, o sainetes de progresismo teatral, sobreactúan posturas políticas amoldadas a las modas culturales y los climas ideológicos, y parecen estar destinadas a lograr un certificado de buena conducta (algo que se usaba en la primera época de Perón para poder estudiar y salir del país). El mito de Perón genera “anticuerpos” frente a la verdad histórica. Por muchos años, costaba encontrar un profesor que supiera decir quién era Cipriano Reyes, autor del 17 de octubre, traicionado por su directo beneficiario, y otras verdades ocultas, como las torturas a funcionarios de Domingo A. Mercante, el “corazón” de Perón que fue desterrado del movimiento, o la suerte de Eduardo Seijo, dirigente de la Confederación General del Trabajo (CGT) deportado por Perón. La historia del peronismo, sin espejismos, puede ser la historia de la traición a los leales y el despojo a la clase obrera.
A quien tomó contacto con el mito escénico del peronismo le costará reconocerlo en el testimonio de los protagonistas directos, los alumnos de Perón traicionados y proscriptos por él y la historia criminal que existió debajo de la fachada. El hombre de las traiciones de palacio, el verdugo de sus propios camaradas, el Presidente que premió a los torturadores, el especulador con el hambre de otros países es irreconocible en el personaje que construyó la propaganda y alienta la fantasía. Hoy el símbolo de Perón está en oficinas de intelectuales y navega en el mundo de las redes sociales. Pero hay muchísima información oculta sobre las miserias de su sistema de poder.
En el origen del peronismo estaba casi todo lo traicionero, pero también lo enredador y tragicómico que se le conoció en épocas posteriores. Detrás de bambalinas, Perón preparó el asalto al poder en 1943. Desde el poder, montó la historia escénica, armó el guion y dirigió la obra, con una pulida técnica de propaganda. Nadie reparó en los crímenes, pocos recuerdan las grandes venganzas y traiciones.
La mentira fue un arma desde el golpe militar del 4 de junio de 1943, cuando la proclama golpista, cuya redacción Perón se atribuyó, prometió combatir la corrupción. Poco después el caudillo protegió a las empresas responsables de los negociados, disolvió la logia militar a la que había jurado lealtad y expulsó del gobierno a sus amigos nacionalistas, mientras negociaba con el radicalismo para hacerse de una estructura política. Protegió a jerarcas nazis, pero se quedó con las empresas alemanas aprovechando su debilidad después de la derrota en la guerra.
Con su proyecto social o corporativo, Perón se acercó a los sindicatos, aprovechó su apoyo, pero luego —convertido en Presidente— los reprimió, los intervino y proscribió al Partido Laborista que lo llevó al poder constitucional. Antes de subir a la cumbre prometió la reforma agraria, y una vez en el poder reprimió a los campesinos indígenas que reclamaron por su derecho a la tierra. También la legislación social tenía una contracara traicionera, que era la legislación represiva, que permitía ilegalizar las huelgas aduciendo razones de seguridad nacional.
La traición marcó al peronismo. Perón dramatizó su pelea con el embajador norteamericano Spruille Braden en 1945, pero secretamente intentó reconciliarse con él y reconstruyó las relaciones con los Estados Unidos luego de insultarlos, mientras las empeoraba con los países vecinos. Esto último ocurrió debido a su agresivo intento de dominar la región, con el cereal como arma extorsiva y sus agregados de la CGT como infiltradores de su doctrina, sin omitir las campañas difamatorias contra políticos liberales adversarios de Perón.
Tempranamente Perón afirmó que las revoluciones se comen a sus hijos. Usó la extorsión para quedarse con las radiodifusoras y las empresas periodísticas del país, incluso los diarios de simpatizantes que le dieron su apoyo. También se valió de su poder omnímodo para quedarse con los bienes de empresarios que eran sus amigos, como Alberto Dodero, magnate naviero cuya flota puso a su servicio.
El caudillo fue saltando vallas. La Corte Suprema, los medios de comunicación, el parlamento nacional quedaron bajo su control. Finalmente quebró el originario pacto de la nación, la Constitución de 1853 que había jurado al asumir su presidencia. La nueva Constitución de 1949, aunque muchos la elogian, convalidó la deportación de trabajadores y refrendó instrumentos de represión militar y policial. Un conductor que quiso fundar una fe nacional, y una justicia peronista, no podía sino traicionar a la república constitucional, un credo de libertad básico. Perón decía que la democracia de partidos políticos era una trampa para el peronismo, que según él era lo más sabio y lo más evolucionado, no asimilable a un partido clásico.
Perón también traicionó en familia: usó a su esposa Eva como domesticadora y figura amenazante frente a “los traidores” de adentro y de afuera. Le dio un rol estelar a su lado, pero también le negó la vicepresidencia de la Nación, y posteriormente defraudó a la familia Duarte, al quedarse con toda la herencia de Eva y los bienes de su fundación, en forma de despojo. Además, los Duarte afirmaron siempre que el hermano de Eva, Juancito, secretario de Perón, no se suicidó como sostiene el relato más tradicional, sino que lo mató el oscuro sistema de poder del caudillo, del que ellos también fueron actores, beneficiarios, verdugos y víctimas.
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