domingo, 31 de mayo de 2020

Mundial 78 "El fútbol ha sido un conducto para que con todo esto vuelva a empezar la grandeza argentina( Vicealmirante Lacoste, presidente del Ente Autárquico Mundial 78)

  El deporte siempre estuvo en el centro de la mirada del poder dictatorial. Más o menos en simultáneo con la decisión de que el 24 de Marzo el día del golpe, se dejara transmitir Argentina –Polonia, el Ejército y la Marina abrieron su disputa sobre quién se quedaría con el acontecimiento cumbre que aguardaba a la Argentina que se venía: el Mundial 78. El resultado de esa disputa no se publicó, señalaba Ariel Scher en 2005.


  Es que el total de lo gastado en refacciones de estadios, acondicionamientos, derechos de tv, radio , así como la lavada de cara realizada por la agencia de comunicación Burston Marsteller y demás erogaciones para un evento internacional llevado a cabo bajo el régimen genocida del Proceso de Reorganización Nacional es impreciso porque el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), la oficina creada para la organización del Mundial 78, no dio jamás a conocer sus números finales


  Según Scher, observadores de la época certifican que la Marina, liderada por Eduardo Massera, ganó la batalla y tuvo el manejo político de un campeonato con gastos proyectados por 70 millones de dólares y erogaciones finales que orillaron los 700.



  Para el periodista de Clarín, docente y autor de libros que vinculan al juego con la sociedad, algo quedó en claro, los jugadores, tal como se cansan de repetirlo, no fueron cómplices en el horror: “No hubo ni un modo de jugar ni tampoco futbolistas asociados a las concepciones del poder, el Mundial 78 se convirtió en un hecho emblemático de los tiempos oscuros”.


  Para que nada quede librado al azar y no trasciendan las aberraciones, además de la consultora de prensa y medios nacionales , sumaron a quienes fueron sus aliados de peso en el exterior :el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, vino para la fase final del campeonato y distribuyó elogios hasta afirmar que "este país tiene un gran futuro a todo nivel" y Joao Havelange, el brasileño que presidió la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol (FIFA) durante 28 años, no se quedó muy atrás. "Por fin el mundo pudo ver la verdadera imagen de la Argentina", exaltó.


  El 25 de junio, la Selección Argentina ganó el Mundial al vencer a Holanda por 3 a 1. El éxito permitió que las voces del Régimen transparentaran su visión del Mundial. "Debemos seguir jugando el gran partido del proceso nacional, en el cual el triunfo final va a depender no sólo del Gobierno, sino del esfuerzo y participación de cada uno de los argentinos", sostuvo el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, quien no precisó con qué jugada del "gran partido" volvió gigante la deuda externa amasada durante su gestión. Aún más elocuente fue el marino Carlos Lacoste, vicepresidente del EAM 78 y "hombre fuerte" del fútbol en esas jornadas: "El fútbol ha sido un conducto para que con todo esto vuelva a empezar la grandeza argentina". Y el propio Videla hizo su parte en un nuevo discurso por cadena nacional: "Argentinos: hemos sido capaces de vencer a la insidia y al escepticismo. Seamos ahora también capaces, con la ayuda de Dios, de impulsar a la Nación en pos de sus objetivos permanentes". Videla no aclaraba cuáles eran esos objetivos permanentes, claro está que los objetivos del mundial, fueron una continuación de la política genocida: campos de concentración, tortura , desapariciones, es decir restricción de los derechos individuales y colectivos de la población , que el Mundial no tapó.

  El doble discurso de la moral creado por los militares, todavía espanta, aseguraba Scher: el Mundial de la memoria dolorosa fue inaugurado bajo "el signo de la paz" por el dictador Jorge Videla.En junio de 1978 cuando un sol mínimo entibiaba el estadio de River y el planeta entero esperaba que en la Argentina, tierra de fútbol y tierra de horrores, se pusiera a dar vueltas la pelota, ese país en el que caben todos los países. Videla exponía duro, fuerte, pronunciando un discurso estudiadísimo frente al más universal de los escenarios. "Aún es posible en nuestros días la convivencia en la unidad y en la diversidad", dijo también, erguido en el palco y de cara al césped, el jefe de un Estado que, precisamente, empezaba a ser célebre en el mundo por haber llevado adelante un proceso genocida para edificar unidades presuntas y cerrar cualquier diversidad. Un rato después, Videla ya no hablaba pero su impronta, como la de la lógica sojuzgante del Gobierno militar, controlaba todo. Eso sí: la pelota rodaba La más brutal de las brutales dictaduras argentinas decidió casi desde el primer minuto de su imperio que el deporte jugara para su equipo. Lo quiso usar e, inclusive, trató de construirlo a su manera.

Fuente:
Revista Canto Maestro nº 11,.Ctera Marzo 2005




sábado, 30 de mayo de 2020

Belgrano ve la educación como el origen de todo progreso social, de toda regeneración moral y de toda reconstrucción económica (Gagliano,2011)


  En sus escritos, Manuel Belgrano alienta la imperiosidad de la educación, no se conformó con los conocimientos académicos de la universidad española, tutelada por la censura siempre presente de la Inquisición y las fuertes tradiciones del monopolio eclesiástico. Intentó y logró acceder a la lectura de libros prohibidos y, con la dispensa del papa Pío VI, pudo leer con fruición los famosos libros interdictos que eran los de la Ilustración francesa –Montesquieu, Rousseau, señala  Rafael Gagliano en Escritos sobre educación de Manuel Belgrano.

En ese sentido, añade el intelectual  que Belgrano recibió y fue influenciado por las ideas de la Iglesia, pero se alejó del dogmatismo viviendo de manera sencilla “ Podría decirse que la educación de Belgrano recurrió a una triple apropiación de la cultura de su tiempo que lo constituyó como un liberal ecléctico de personalidad polifacética, tensionada entre épocas. Como formación de base sostuvo firmemente la tradición aristotélica tomista, con una fuerte inclinación por el culto mariano de vida piadosa y austera. Belgrano siempre se sostuvo como un católico sincero –filántropo y devocional–, pero no de sensibilidad barroca, aliada a las prácticas externas del culto, afín a supersticiones y milagrerías”

Además, buscó abrirse a otras ciencias :” Se  sumergió en los estudios modernos de su época, tanto en la solicitud y el aprendizaje de los idiomas vivos como en el de las ciencias de la experimentación, en las trayectorias iniciadas por los trabajos de Galileo y Newton: la Física comenzaba a ponderarse como el campo legítimo de los estudios sobre la realidad material del mundo sensible”.  Por último, también accedió a lo que en su época estaba vedado, en síntesis unió lo tradicional, lo moderno y lo prohibido que conformaron al al intelectual, funcionario de la administración colonial y político-militar revolucionario que fue Belgrano a lo largo de los diferentes períodos de su vida pública", añade Gagliano .

Por otro lado, siempre según Gagliano en : “En sus Memorias del Consulado Belgrano postula una sociedad de individuos desprendidos de una organización fundada en fueros, privilegios y prerrogativas. Confiar en una sociedad de individuos y no en una comunidad de corporaciones demandaba inteligencia y comprensión de los propios intereses de los sujetos, inscriptos en horizontes de aprendizaje. Asume actitudes exigentes en el pasaje intergeneracional de los saberes del trabajo, pero enfatiza siempre el carácter social de los conocimientos públicos: «[…] obligar a los maestros a que hayan de tener indispensablemente, uno o dos muchachos a quienes deberán enseñar el arte u oficio que ejercen; al contrario está en razón en que de algún modo retribuyan los beneficios que deben a la sociedad, y consiguen al mismo tiempo la utilidad, así en el servicio inmediato que pueden reportar de los muchachos, como en las obras que ejecutarán uno o dos años antes de salir de su poder». Es decir buscaba que nadie quede afuera de la educación e instaba a los docentes a formar otros, a fin de lograr pasaje intergeneracional.

Cuando Belgrano piensa la educación postula instituciones –colegios, escuelas, academias– y lo hace también desde lugares de la cultura pública –circulación de ideas en el periodismo, traducciones, libros, bibliotecas, tertulias y vida social–. Sin pretenderlo intencionalmente se diluyen las fronteras que forjan las nuevas ciencias del ciudadano: los que estudian son los que trabajan y los que trabajan son los que estudian.

Como pedagogo criollo Belgrano sostiene con fuerza política la educabilidad de todos los hombres y mujeres americanos, en su singularidad específica e identidades concretas –como labradores, como jornaleros, como artesanos, como huérfanos– y establece la educación como el origen de todo progreso social, de toda regeneración moral y de toda reconstrucción económica.
La construcción de escuelas como ámbitos de educación , haciendo hincapié en la moral su utilidad al  Estado y por consiguiente a toda la población “Debemos tratar de atender a una necesidad tan urgente, como en la que estamos de establecimientos de enseñanza, para cooperar con las ideas de nuestro sabio gobierno a la propagación de los conocimientos, y formar el hombre moral, al menos con aquellas nociones más generales y precisas con que en adelante pueda ser útil al Estado, y seguir a mayores fomentos en ramas tan preciosas”.
Sin quedarse en la simple dialéctica, ampliaba su idea de cómo desarrollarla , apelaba a que educadores y funcionarios de diferentes áreas se comprometan seriamente en su edificación:  “El modo de atenderla es muy sencillo y poco costoso, y para verificarlo nada más se necesita que el que los cabildos, los jueces comisionados, y los curas de todas las parroquias tomen con empeño un asunto de tanta consideración, persuadidos de que la enseñanza es una de sus primeras obligaciones para prevenir la miseria y la ociosidad y que de no cumplir con un deber tan santo faltan a todos los derechos, y se hacen reos ante Dios y ante la sociedad”.

A la Iglesia, que tanto conocía por su práctica así como a su educación  los instaba a que sean portadores a partir de su influencia para que los padres comprendan  la vitalidad de la educación desde niños :” Prediquen los párrocos acerca del deber de la enseñanza a los hijos; estimulen a los padres para que les den tan arreglada dirección, valiéndose de los medios que proporciona su influencia en los espíritus; franqueen sus iglesias para los exámenes públicos, en particular de la doctrina cristiana, y de las obligaciones del ciudadano, a cuyo efecto podría trabajarse un catecismo por alguno de nuestros sabios; distingan en público a los niños más aplicados, sin excepción, y estamos ciertos de que muy pronto se conocerán los efectos benéficos de la práctica de estas ideas que nada cuestan, y valen más que todos los intereses que deben repartirse con este intento”.
Estaba a favor de que los docentes tengan un sueldo digno, eso sí, les pedía que estén a la altura de las circunstancias y persistan:”  Basta con que los maestros sean virtuosos, y puedan con su ejemplo dar lecciones prácticas a la niñez y juventud y dirigirlos por el camino de la santa religión y del honor y pudiendo enseñar a leer bien, poco importa que su forma de letra no sea de lo mejor, suficiente es con que se pueda entender”.
Convencidos de la necesidad de separar de nosotros males tan graves por medio de los establecimientos de educación, adoptemos los arbitrios propuestos u otros que se juzguen más fáciles y muy pronto veremos cambiar el aspecto moral y físico de la patria

Fuente: Gagliano, R ( 2011)  Escritos sobre educación: selección de textos , Belgrano, Manuel , UNIPE , Buenos Aires.

martes, 19 de mayo de 2020

Ringo Bonavena es una figura increíble, que resiste a los años, un tipo de un barrio de tangueros que hoy es recordado por los metaleros, y que a partir de la transmisión de padres a hijos, logró que el “aguante Bonavena”, continúe vigente, sea algo de los pibes.” ( Ezequiel Fernández Moores, 2016)


 Al cumplirse 44 años de su asesinato, vale el recordar la figura  de Oscar “Rigo” Bopvanena , que era una  fija para el show,  no solamente por su verborragia, si no también porque en el mundo de los pesos pesados , mayoritariamente negros, él era la "esperanza blanca".
Muchos de los que lo conocieron, lo describieron como un "nene grande", para el periodista Ezequiel Fernández: “Bonavena no era simplemente un boxeador”el autor de "Diganme Ringo”, la biografía de Oscar Natalio Bonavena

  A pesar de pasar una buena parte de su carrera en Estados Unidos y peleó no solamente con Muhammad Alí, sino también con Joe Frazier o con George Chuvalo “Ringo no fue campeón mundial, su estilo carecía de sutilezas, perdió sus peleas más recordadas y, muchas veces, fue más hábil con la lengua que los puños. Sin embargo, su nombre tiene una estatura mítica que acaso ninguno de los grandes campeones mundiales del boxeo argentino alcanza a igualar, tanto por su vida extravagante como por su violenta muerte en los días de plomo de 1976.

  Boxeador, cantante, modelo, showman, personaje y comparsa del jet-set, Bonavena fue ante todo un producto inventado por sí mismo”, expresa Fernández Moores en un pasaje de la obra, donde con su estilo inconfundible recorre la vida “del peso pesado de pies planos que irritó y fascinó por igual a las masas con sus triunfos deportivos, sus declaraciones extraboxísticas y su voz aflautada cantando el Pío Pío”.

  Fernández Moores, cuyo   su libro fue editado en 1992 y  reeditado en 2016, señaló : “ con esta obra sentí que estaba bien así, algo que creo se relaciona mucho con que mi mirada sobre el personaje no cambió, Ringo es para mí una figura increíble, que resiste a los años, un tipo de un barrio de tangueros que hoy es recordado por los metaleros, y que a partir de la transmisión de padres a hijos, logró que el “aguante Bonavena”, continúe vigente, sea algo de los pibes.”


  -¿Cómo presentarías sintéticamente a Ringo?

Una de las mejores definiciones sobre Ringo no es mía, sino de Martín Becerra, que alguna vez afirmó: “Bonavena fue mediático antes que se inventara esa palabra”. Era una persona terriblemente mediática, conocía el poder de los medios, y jugó mucho con eso, era mucho más que un boxeador. Veinte años atrás cuando escribí la obra, y hoy con esta reedición, sigue sorprendiéndome mucho su conciencia sobre el poder de los medios, en un momento donde eso no estaba para nada claro.

  -¿Además de su visión sobre el poder mediático qué otras cosas consideras centrales para que Ringo continúe siendo un ídolo popular?

Hay cosas que solo el tiempo ayuda a medir, porque, obviamente, hay muchos ídolos populares que han tenido reconocimientos muy fugaces, solo aquellos 15 minutos de fama de los que habla Andy Warhol. Si solo sos mediático, la cosa no funciona en el tiempo porque no se sostiene, pero Ringo sostenía todo en el ring, ganara o perdiera, dejaba todo ahí, tenía una enorme habilidad  para bancarse las piñas de tipos que posiblemente eran mejores que él. Era un guapo, y esa sensación prendió mucho en mucha gente.

Cuando Ringo muere se realiza un entierro popular y multitudinario, frente a eso, Rodolfo Terragno, en la revista Cuestionario, que ya estaba cerrando por el golpe, se preguntaba: ´¿tanto dejó este tipo, si finalmente, era simplemente un boxeador?´ Yo creo que Terragno ahí se quedó corto, porque Bonavena no era simplemente un boxeador, era algo más, por ese vínculo que logró  trazar con los medios y con la ciudad de Buenos Aires, un lazo  muy fuerte y muy intenso, que además él conocía muy bien.

- ¿Y más allá de los detalles de la crónica policial cómo analizas su final?

  Yo creo que el ocaso de su carrera, algo sobre lo que tenía plena conciencia, debe haber jugado algo, pero centralmente creo que el problema allí fue que Parque Patricios se le expandió al mundo, y él no estaba en Parque Patricios, estaba en Reno, en la casa de un mafioso vinculado a la prostitución y al juego, intentando seducir a su mujer.

  Bonavena , se sabe, murió, por meterse con Jos Conforte el dueño del más calificado prostíbulo del Estado de Nevada , disfrazado de Casino.  El estilo arquitectónico del "Mustang Ranch" era colonial mexicano de fuerte influencia prehispánica. Tenía 54 habitaciones de un lujo cuasi obsceno. 
  
  Dentro del edificio con galerías, mayólicas y altos arcos colombinos, vivían las 60 mujeres cuyos servicios "regulares" se pagaban cien dólares por un tiempo no superior a la media hora. Pero "la casa" también ofrecía " las famosas orgías romanas de Calígula" -el lujurioso y sanguinario Emperador de Roma-, cuyo costo ascendía a 500 dólares por huésped. Para entrar , cada persona debía demostrar a los corpulentos y severos porteros que llevaba consigo un mínimo de 200 dólares cash. Joe Conforte delatado por la corporación de sus más antiguos competidores había sido sentenciado a cinco años de prisión por querer sobornar a un fiscal cuando su prostíbulo era ilegal. Tras recuperar la libertad bajo fianza veintidós meses después , el negocio quedó a nombre de su esposa, la señora Sally Conforte. En esa transferencia de bienes figuraba también el contrato de Oscar Bonavena. Ringo junto a su amigo Julio Morales quien lo venía acompañando desde Buenos Aires, compraron un "trailer" por 12.500 dólares para vivir en lo que aquí se conoce como "camping" a unos cuatro kilómetros del Mustang Ranch.
  
  Bonavena realizó una sola pelea bajo la obligación de ese contrato: fue el 27 de Febrero de 1976 ante Billy Joiner, a quien desganadamente le ganó por puntos negándose a ponerlo nocaut. En nuestra última charla telefónica después del combate, Bonavena me confesó: "Esto es un circo, amigo. Alrededor del ring hay mesas con platos de faisanes trufados, champagne, putas hermosas vestidas de gala, millonarios con guardaespaldas, camareras prácticamente en bolas sirviendo, risotadas, todo el mundo fuma habanos , cigarrillos o marihuana… es una cagada, un desastre, ¿Quién puede pelear así? Ah,- recordó azorado- si sobre el ring haces algo que no les gusta te tiran con comida, con una pata de cordero . Pan y Circo, viejo. Yo aquí no peleo más…".
  
La frase :” Yo aquí no peleo más” no significó el total alejamiento de Conforte m ni tampoco romper el contrato, si acercarse a Sally, la esposa de Conforte , que al enterarse sobre el enojo  su amenaza de romper el contrato,  trató de calmarlo. Le regaló 7000 dólares de su bolsillo y le facilitó conseguir los documentos de identidad como residente definitivo de los Estados Unidos, algo muy difícil y valorado. Para ello lo hizo "casar" con una de sus chicas, Cheryl Anne Rebideaux de 24 años, apodada “Daysi; una de las prostiturtas del Mustang Ranch" que era  nada menos que la novia de William Ross Brymer, el guardaspaldas personal de Joe Conforte. Brymer había sido boxeador profesional, visitó levemente algunas prisiones por "amenazas a una mujer", "tenencia de narcóticos" y "asalto a mano armada". No veía del ojo derecho a raíz de un desprendimiento de retina, siempre estaba armado, odiaba a Ringo y una vez haciendo guantes quiso sobrepasarse hasta que Bonavena le metió un cross de izquierda y lo puso nocaut en el gimnasio. Esto naturalmente aumentó su rencor.

  El 21 de Mayo, comiendo con un amigo argentino, los matones de Conforte y Brynner , le dejaron una señal mafiosa que marcaría el fin de la vida  de Bonavena .
  El 22, Bonavena, apareció de nuevo por el Mustan Rannch.
-Eh,.. Oigan bien ustedes, estúpidos guardaespaldas de cuarta, voy a entrar de cualquier manera.- amenazó Ringo desde la calle frente a la puerta del "Mustang Ranch", sabiendo que alguien le apuntaba desde lo alto.
.  - Te conviene irte amigo.- le respondió John Coletti desde una amplia mirilla de la puerta principal.
No hubo tiempo para más. William Ross Brymer con una escopeta Remington 30-08 le disparó desde lo alto y una de las seis balas descargadas le atravesó el corazón.
Su cuerpo llegó a Buenos Aires , donde desde hacía 2 meses  gobernaba la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional , fue velado en el Luna Park, el ídolo aunó a 15 mil personas que al grito de “asesinos”, repudiaban a Conforte y sus secuaces , en contra del pensamiento de muchos que lo ligaron a Videla, Massera y Agosti, primeras caras visibles de los responsables del genocidio con la desaparición de treinta mil personas.
  El carisma de Bonavena tuvo su correlato tanto en su vida como en su muerte y velatorio, Fue carismático para derrotar a Alí en la dialéctica y hacerlo enojar cuando lo llamó “Clay”, fue carismático cuando usó la remera que decía “Las Malvinas son argentinas” y fue carismático cuando llenó el Luna cuando enfrentó a Peralta. Las 15 mil personas alabandolo, sumado a la hinchada de Huracán cantando “ somos del barrio de la quema, somos del barrio de Ringo Bonavena y una estatua que lo homenajea, en su barrio, Parque Patricios.

Fuentes:


Fernández Moores, E. ( 2016)“Bonavena no era simplemente un boxeador”, Revista Palabras, Buenos Aires

Cherquis Bialo E. ( 2019) A 43 años del día en el que la mafia del juego y la prostitución asesinó a Ringo Bonavena, Infobae, Buenos Aires.

domingo, 17 de mayo de 2020

La destitución de Illia y una “desobediencia debida en defensa de leyes que no se concretó ( 2016)


  El Dr. Arturo H. Illia fue derrocado la madrugada del 28 de junio de 1966 hace casi 45 años. El general Julio Alsogaray y un pelotón de la Policía Federal a las órdenes del coronel Luis Perlinger lo obligaron a abandonar la Casa Rosada.

  El sociólogo Gustavo Druetta, en un artículo publicado en 2016 , le agrega un componente desconocido, hubo un grupo de oficiales que intentó desobecer las ordenes  emitidas por a jerarquía del ejército y mantener Illia  comandando el país.
 
  Así lo expone Druetta :”Si una parte importante de los oficiales subalternos del Ejército se hubiese podido enterar de la actitud del teniente de Granaderos Aliberto Rodrigáñez Ricchier jefe de la guardia en Balcarce 50 desde el 27 de junio, dispuesto a defender al
presidente de la República y comandante en jefe de las FF.AA., y hubiesen imitado su ejemplo, la cadena de mandos se habría quebrado y el golpe hubiese fracasado”

  Según el relato de Druetta  dicho joven oficial comunicó al jefe de las tropas
desplegadas en la Plaza de Mayo que ordenara abrir fuego a su sección de treinta hombres –un sargento, un cabo 1ro.y 28 conscriptos- si intentaban penetrar por la fuerza en la sede gubernamental.
  
  Sorprendidos los altos mandos militares se comunicaron con el jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo coronel Marcelo Delía, pidiéndole que ordenara a su oficial desconocer el deber y la tradición de la escolta presidencial. Mientras Rodrigáñez, de 24 años, se aprestaba a combatir, su jefe Delía les contestaba a los generales que concurriría
a la defensa de la legalidad con todo el regimiento si se producía un enfrentamiento.

  Sin embargo.el teniente volvió a negarse a rendir ante una orden personal del general Alsogaray y sólo desistió cuando el propio Illía lo relevó de resistir.
 
  Retirado con el grado de coronel, su actitud valerosa remite a la famosa cuestión de la “obediencia debida”. Aquel jefe de la escolta presidencial eligió priorizar su misión en lugar de someterse a sus superiores golpistas, lo que suponía una fidelidad suprema a la
razón de ser de los granaderos y a las tradiciones sanmartinianas.

 El golpe del 66, fue el predecesor sor no solamente en el tiempo, sino también en las prácticas e ideología de la asonada del Proceso  de Reorganización Nacional,  no encontró ningún joven granadero que defendiera, con o sin el aval de su jefe de regimiento, a la presidenta y comandante en jefe, Isabel Martínez de Perón. El valor de la “desobediencia debida” en defensa de la Constitución había sucumbido a los desastres de la guerra civil, sustituida por la obediencia ciega en ambos lados de la contienda. Esa que una justicia
tuerta imputa a uno sólo de los contendientes.


 Druetta G.( 2016) “La caída de Illia, y el heroísmo constitucional,Clarín.,Buenos Aires.



El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda, sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas; entonces piensa que ya es hora de explicarles a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos (Fontanarrosa,describiendo con humor e ironía el segundo gol de Maradona a los ingleses)


El 22 de Junio de 1986, en marco del Mudial 86 se jugó  Argentina-Inglaterra, más allá de la política que se mezcló y amén de los relatos increíbles  que todavía perduran, el Negro Fontanarrosa, describió desde su pluma  y desde su pasión por el fútbol el segundo gol a Inglaterra, lo bautizó 10,6 segundos( lo que tardó Maradona con la pelota en el pie desde que recibió el pase de Enrique hasta la concreción de su obra majestuosa.

Menos de once segundos antes, cuando el jugador argentino recibe el pase de un compañero, el reloj en México marca las trece horas, doce minutos y veinte segundos. En la escena central hay también dos británicos y un hombre algo mayor, de origen tunecino. El deporte al que juegan, el fútbol, no es muy popular en Túnez. Por eso el africano parece el único que no está en actitud de alarma atlética.

Se llama Alí Bin Nasser y, mientras los otros corren, él camina despacio. Tiene cuarenta y dos años y está avergonzado: sabe que nunca más será llamado a arbitrar un partido oficial entre naciones.

Esa noche durmió con sofocones y soñó dos veces con el ridículo. En el primer sueño se torcía el tobillo y tenía que ser sustituido por el cuarto árbitro; en el sueño, el cuarto árbitro era su madre. En el segundo sueño saltaba al campo un espontáneo, le bajaba los pantalones y él quedaba con los genitales al aire frente a las televisiones del mundo.

Ahora el jugador argentino toca el balón con su pie izquierdo y lo aleja medio metro de la sombra. El calor supera los treinta grados y esa sombra, con forma de araña, es la única en muchos metros a la redonda.

Alrededor del campo, acaloradas, ciento quince mil personas siguen los movimientos del jugador pero solo dos, los más cercanos a la escena, pueden impedir el avance.

Se llaman Peter: Raid uno, Beardsley el otro; nacieron en el norte de Inglaterra, uno en el cauce y el otro en la desembocadura del río Tyne; los dos tuvieron, pocos años antes, un hijo varón al que llamaron Peter; los dos se divorciaron de su primera mujer antes de viajar a México; y los dos están convencidos, a las trece horas, doce minutos y veintiún segundos, que será fácil quitarle el balón al jugador argentino porque lo ha recibido a contrarié y ellos son dos: uno por el frente y el otro por la espalda.

No saben que, una década después, Peter Raid hijo y Peter Beardsley hijo serán amigos, tendrán quince y dieciséis años y estarán bailando en una rave de Londres.

Un escocés de apellido O’Connor —que más tarde será guionista del cómico Sacha Baron Cohen— los reconocerá y, en medio de la danza, los esquivará con una finta y un regate. Lo hará una vez, dos veces, tres veces, imitando el pase de baile que ahora, diez años antes, le practica a sus padres el jugador argentino.

Raid hijo y Beardsley hijo no entenderán la broma, entonces otros participantes de la rave se sumarán a la burla de O’Connor y se formará un bucle de bailarines que, en forma de tren humano, esquivará a los muchachos en dos tiempos.

Peter Raid hijo será el primero en comprender la mofa, y se lo dirá a su amigo: «Es por el video de nuestros padres, el de México ochenta y seis».

Peter Beardsley hijo hará un gesto de humillación y los dos amigos escaparán de la fiesta perseguidos por decenas de muchachos que gritarán, a coro, el apellido del jugador que diez años antes, ahora mismo, se escapa de sus padres con un quiebre de cintura.

Muy pronto Raid padre y Beardsley padre dejarán de perseguir al jugador: será el trabajo de otros compañeros intentar detenerlo. Ellos ahora permanecen congelados en medio de una cinta que el tiempo convierte, a cámara lenta, de VHS a Youtube.

Ahora sus hijos tienen cinco y seis años y no recordarán haber visto en directo el primer regate del jugador, pero al comienzo de la adolescencia lo verán mil veces en video y dejarán de sentir respeto por sus padres.

Peter Raid y Peter Beardsley, inmóviles aún en el centro del campo, todavía no saben exactamente qué ha pasado en sus vidas para que todo se quiebre.

Raudo y con pasos cortos, el jugador argentino traslada la escena al terreno contrario. Solo ha tocado el balón tres veces en su propio campo: una para recibirlo y burlar al primer Peter, la segunda para pisarlo con suavidad y desacomodar al segundo Peter, y una tercera para alejar el balón hacia la línea divisoria.

Cuando la pelota cruza la línea de cal el jugador ha recorrido diez de los cincuenta y dos metros que recorrerá y ha dado once de los cuarenta y cuatro pasos que tendrá que dar.

A las las trece horas, doce minutos y veintitrés segundos del mediodía un rumor de asombro baja desde las gradas y las nalgas de los locutores de las radios se despegan de los asientos en las cabinas de transmisión: el hueco libre que acaba de encontrar el jugador por la banda derecha, después del regate doble y la zancada, hace que todo el mundo comprenda el peligro.

Todos menos Kenny Sansom, que aparece por detrás de los dos Peter y persigue al jugador con una parsimonia que parece de otro deporte. Sansom acompaña al jugador argentino sin desespero, como si llevara a un hijo pequeño a dar su primera vuelta en bicicleta.

«Parecía que estuvieras en un entrenamiento, joder», le dirá el entrenador Bobby Robson dos horas después, en los vestuarios. «Ese no eras tú», le dirá su medio hermano Allan un año más tarde, borrachos los dos, en un pub de Dublin.

Kenny Sansom rebobinará mil veces el video en el futuro. Verá su paso desganado, casi un trote, mientras el jugador se le escapa.

Comenzará, en noviembre de ese año, a tener problemas con el juego y el alcohol. En la prensa sensacionalista lo apodarán «White» Sansom, por su afición al vino blanco.

Su único amigo de las épocas doradas será Terry Butcher, quizá porque ambos compartirán el eje de un trauma idéntico.

Butcher es el que ahora, cuando los relatores de radio y los espectadores en las gradas todavía están poniéndose de pie, le tira una patada fallida al jugador que avanza por su banda. Sin saber que su apellido, en el idioma del rival, significa carnicero, Butcher perseguirá enloquecido al jugador y le tirará una segunda patada, esta vez con ánimo mortal, en el vértice del área pequeña.

Terry Butcher tampoco superará nunca el fantasma de esos diez segundos en el mediodía mexicano. «Al resto de mis compañeros los regateó una sola vez, pero a mí dos…, pequeño bastardo», le dirá a la prensa muchos años después, con los ojos vidriosos.

Kenny Sansom y Terry Butcher no regresarán a México jamás, ni siquiera a playas turísticas alejadas del Distrito Federal. En el futuro, sin hijos ni parejas estables, tendrán por afición (con casi sesenta años cada uno) juntarse a tomar whisky los jueves por la noche e inventar nuevos insultos contra el jugador argentino que ahora, sin marca, entra al área grande con el balón pegado a los pies.

Antes del inicio de la jugada, un hombre da un mal pase. Con ese error empieza la historia. Podría haber jugado hacia atrás o a su derecha, pero decide entregar el balón al jugador menos libre.

Ese hombre se llama Héctor Enrique y se queda inmóvil después del pase, con las manos en la cintura. Después de ese partido nunca podrá separarse del jugador, como si el hilo invisible del pase vertical se transformara, con el tiempo, en un campo magnético.

Enrique todavía no lo sabe, pero volverá a participar de un Mundial de fútbol, veinticuatro años después y en tierra sudafricana. Será parte del cuerpo técnico de un entrenador que, más gordo y más viejo, tendrá el mismo rostro del hombre joven que ahora corre en zigzag. Y acabará su carrera todavía más lejos, en los Emiratos Árabes, de nuevo a la derecha del jugador al que, hace dos segundos, le ha dado un pase a contrarié.

Durante muchas noches del futuro, en un país extraño donde las mujeres tienen que ir en el asiento trasero de los coches, Enrique pensará qué habría ocurrido si, en lugar de esa mala entrega, le hubiera cedido el balón a Jorge Burruchaga, su segunda opción.

Burruchaga es el que ahora corre en paralelo al jugador, por el centro del campo. Son las trece horas, doce minutos y veinticuatro segundos: está convencido de que el jugador le dará el pase antes de entrar al área, que únicamente le está quitando las marcas para dejarlo solo frente a los tres palos.

Burruchaga corre y mira al jugador; con el gesto corporal le dice «estoy libre por el medio» y mientras espera el pase en vano no sabe que un día, algunos años después, aceptará un soborno en la liga francesa y será castigado por la Federación Internacional. Otra entrega a destiempo. Pero él, congelado en el presente, todavía corre y espera la cesión que no llega nunca.

Días más tarde hará el gol decisivo de la final, pero el mundo solo tendrá ojos y memoria para otro gol. Año tras año, homenaje tras homenaje, el suyo no será el más admirado.

Una noche Burruchaga llamará por teléfono a Arabia Saudita para conversar con su amigo Héctor Enrique, y lamentará, un poco en broma, un poco en serio, aquel gol ajeno que opacó el decisivo de la final. Entonces Enrique verá por la ventana una tormenta de arena y, sin pretenderlo, lo hará sonreír. «No fue para tanto aquel gol», le dirá, «el pase se lo di yo, si no lo hacía era para matarlo».

Dentro del campo de juego el viento sopla a doce kilómetros por hora. Si hubiera soplado a sesenta kilómetros por hora, como ocurrió en la Ciudad de México seis días más tarde, quizás la jugada no hubiera acabado bien.

El avance parece veloz por ilusión óptica, pero el jugador regula el ritmo, frena y engaña. Hay una geometría secreta en la precisión de ese zigzag, un rigor que se hubiera roto con un cambio en el viento o con el reflejo de un reloj pulsera desde las gradas.

Terry Fenwick piensa en las variables del azar mientras se ducha cabizbajo tras la derrota. Sobre todo en una, la menos descabellada.

Antes del partido, Fenwick le aconsejó a su entrenador Bobby Robson que lo mejor sería hacerle, al jugador rival, un marcaje hombre a hombre. Bobby respondió que la marca sería zonal, como en los anteriores partidos.

¿Qué habría ocurrido si Robson le hacía caso?, se preguntará Terry Fenwick desnudo, en la soledad del vestuario, con el agua reventándole las sienes.

En este momento, a las trece horas, doce minutos y veintiséis segundos del mediodía, es él quien ve llegar al jugador con el balón dominado; es él quien cree que dará un pase al centro del área. Fenwick piensa igual que Burruchaga, apoya todo el cuerpo en su pierna derecha para evitar el pase y deja sin candado el flanco izquierdo. El jugador, con un pequeño salto, entra entonces por el hueco libre, pisa el área y encuentra los tres palos.

«Mierda», le dirá a la prensa Terry Fenwick en 1989, «arruinó mi carrera en cuatro segundos». Dos años después del exabrupto, en 1991, Fenwick pasará cuatro meses en prisión por conducir borracho. Dirá, a mediados de la década siguiente, que no le daría la mano al jugador argentino si lo volviera a ver.

En esas mismas fechas una de sus hijas cumplirá dieciocho años. Durante la fiesta, Terry Fenwick la encontrará besándose con un argentino en una playa de Trinidad. Reconocerá la identidad del muchacho por una camiseta celeste y blanca con el número diez en la espalda. Fenwick aún no lo sabe, pero en su vejez dirigirá un ignoto equipo llamado «San Juan Jabloteh» en Trinidad y Tobago, un país que nunca jugó un Mundial, pero que tiene playas.

Fenwick se emborrachará cada día en la arena de esas playas. La tarde del encuentro de su hija con el argentino querrá acercarse al chico para golpearlo. El argentino hará el gesto salir para la izquierda y escapará por la derecha. Fenwick, de nuevo, se comerá el amague.

Ocho pasos, de cuarenta y cuatro totales, dará el jugador dentro del área, y le bastarán para entender que el panorama no es favorable.

Hay un rival soplándole la nuca a su derecha, Terry Butcher; otro a su izquierda, Glenn Hoddle, le impide la cesión a Burruchaga; Fenwick se ha repuesto del amague y ahora cubre el posible pase atrás y, por delante, el portero Peter Shilton le cierra el primer palo.

El norte, el sur y el este están vedados para cualquier maniobra. Son las trece horas, doce minutos y veintisiete segundos del mediodía. Tres horas más en Buenos Aires. Seis horas más en Londres.

En cualquier ciudad del mundo, a cualquier hora del día o de la noche, intentar el disparo a puerta en medio de ese revoltijo de piernas es imposible, y el que mejor lo sabe es Jorge Valdano, que llega solo, muy solo, por la izquierda.

Nadie se percata de la existencia de Valdano, ni ahora en el área grande ni durante la escuela primaria, en el pueblo santafecino de Las Parejas.

Jorge Valdano se sentaba a leer novelas de Emilio Salgari mientras sus compañeros jugaban al fútbol en los recreos, arremolinados detrás de la pelota. El fútbol le parecía un juego básico a los nueve años, pero a los once ocurrió algo: entendió las reglas y supo, sin sorpresa, que los demás chicos no lo practicaban con inteligencia.

Empezó a jugar con ellos y, mientras el resto perseguía el balón sin estrategia, él se movía por los laterales buscando la geometría del deporte.

Y fue bueno. Integró dos clubes del pueblo y pronto lo llamaron de Rosario para las inferiores de Newell’s; debutó en primera antes de los dieciocho. A los veinte era campeón mundial juvenil en Toulon. A los veintidós ya había jugado en la selección absoluta.

Pero en esos años de vértigo nunca amó el juego por encima de todo. Si le daban a elegir entre un partido entre amigos o una buena novela, siempre elegía el libro.

Hasta ese momento de sus treinta años, Valdano no estaba seguro de haber elegido su verdadera vocación. Por eso ahora, que espera el pase, siente por fin que ese puede ser su destino, que quizá ha venido al mundo a tocar ese balón y colgarlo en la red.

Sabe que la única opción del jugador es el pase a la izquierda. No le queda otra salida. Mientras pisa el área piensa: «Si no me la da, largo todo y me hago escritor”.

Pero el jugador entra al área sin mirarlo. Tampoco Butcher, ni Fenwick, ni Hoddle, ni Shilton se enteran de su presencia. Ni siquiera el camarógrafo, que sigue la jugada en plano corto, lo distingue a tiempo.

En el video, Valdano es un fantasma que asoma el cuerpo completo recién cuando el balón está en el vértice del área pequeña. Jorge Valdano todavía no lo sabe, pero al final de ese torneo comenzará a escribir cuentos cortos.

No hay enemigo mayor para un atacante que el portero. El resto de los rivales puede usar la zancadilla rastrera o las rodillas para el golpe en el muslo. No importa, son armas lícitas en un deporte de hombres y el agredido puede devolver la acción en la siguiente jugada.

Pero el portero, el guardavallas, el goalkeeper, el arquero (como el de Lucifer, sus nombres son infinitos) puede tocar el balón con las manos.

El portero es una anomalía, una excepción capaz de deshacer con las manos las mejores acrobacias que otros hombres hacen con los pies. Y hasta ese día ningún futbolista de campo había logrado devolver esa afrenta en un Mundial.

Por eso ahora, cuando el jugador pisa el área y mira a los ojos al portero Peter Shilton (camisa gris, guantes blancos), entiende el odio en la mirada del inglés.

Media hora antes el argentino había vengado a todos los atacantes de la historia del fútbol: había convertido un gol con la mano. La palma del atacante había llegado antes que el puño del guardameta. En el reglamento del fútbol esa acción está vedada, pero en las reglas de otro juego, más inhumano que el fútbol, se había hecho justicia.

Por eso en este momento culminante de la historia, a las trece horas, doce minutos y veintinueve segundos, Peter Shilton sabe que puede vengar la venganza. Sabe muy bien que está en sus manos desbaratar el mejor gol de todos los tiempos. Necesita hacerlo, además, para volver a su país como un héroe.

Shilton había nacido en Leicester, treinta y seis años antes de aquel mediodía mexicano. Ya era una leyenda viva, no le hacía falta llegar a su primer y tardío Mundial para demostrarlo.

Aún no lo sabe, pero jugará como profesional hasta los cuarenta y ocho años. Protagonizará en el futuro muchas paradas inolvidables que, sumadas a las del pasado, lo convertirán en el mejor goalkeeper inglés.

Sin embargo (y esto tampoco lo sabe) en el futuro existirá una enciclopedia, más famosa que la Britannica, que dirá sobre él:

«Shilton, Peter: guardameta ingles que recibió, el mismo día, los goles conocidos como ‘la mano de Dios’ y el ‘del Siglo’».

Ese será su karma y es mejor que no lo sepa, porque todavía sigue mirando a los ojos al jugador argentino que se acerca, y tapa su palo izquierdo como le enseñaron sus maestros.

Cree que Terry Butcher puede llegar a tiempo con la patada final. «Quizá sea córner», piensa. «Quizá pueda sacar el balón con la yema de los dedos».

Tampoco sabe que dos años más tarde se publicará en Gran Bretaña un videojuego con su nombre, titulado «Peter Shilton’s Handball», ni que sus hijos lo jugarán, a escondidas, en las vacaciones de 1992.

Mejor que no conozca el futuro ahora, porque debe decidir, ya mismo, cuál será el siguiente movimiento del jugador. Y lo decide: Shilton se juega a la izquierda, se tira al suelo y espera el zurdazo cruzado. El argentino, que sí conoce el futuro, elige seguir por la derecha.

Antes de tocar por última vez el balón con su pie izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que ha dejado atrás a Peter Shilton; ve que Jorge Valdano arrastra la marca de Terry Fenwick; ve que Peter Raid, Peter Beardsley y Glenn Hoddle han quedado en el camino; ve a Terry Butcher que se arroja a sus pies con los botines de punta; ve a Jorge Burruchaga que frena su carrera con resignación; ve a Héctor Enrique, todavía clavado en la mitad del campo, que cierra el puño de la mano derecha; ve a su entrenador que salta del banquillo como expulsado por un resorte y al otro entrenador, el rival, que baja la mirada para no ver el final del avance; ve a un hombre pelirrojo con una pipa humeante en la primera bandeja de las gradas; ve la línea de cal de la portería contraria y recuerda el rostro del empleado que, durante el entretiempo, la repasó con un rodillo; ve nítidamente a su hermano el Turco que, con siete años, le echa en cara un error que cometió en Wembley en un jugada parecida, ve los labios sucios de dulce de leche de su hermano cuando dice:

«La próxima vez no le pegues cruzado, boludito, mejor amagále al arquero y seguí por la derecha».

Ve el rostro de su hermano con la luz de la cocina donde ocurrió la escena, ve la picardía con que lo miraba; ve, detrás del arco, un cartel que dice Seiko en letras blancas sobre fondo rojo; ve las uñas pintadas de verde de su primera novia, el día que la conoció, y ve a esa misma chica, ya mujer, amamantando a una niña; ve una pelota desinflada y se ve a él mismo, con nueve años, que intenta dominarla; ve a su madre y a su padre que arrastran, con esfuerzo, un enorme bidón de kerosén por una calle de tierra en la que ha llovido; ve una taquilla, en un vestuario de La Paternal, que lleva su nombre y su apellido en letras flamantes, ve su orgullo adolescente al leer por primera vez su nombre y su apellido en la taquilla; ve un estadio, sus tablones de madera, y ve también que un día el estadio entero, y no solo la taquilla, llevará su nombre.

El jugador argentino ha controlado el aire de sus pulmones durante nueve segundos, y ahora está a punto de soltar todo el aire de un soplido.

Al revés que todos los rivales y compañeros que ha dejado atrás, él puede respirar con su pierna izquierda, y también puede intuir el futuro mientras avanza con el balón en los pies.

Ve, antes de tiempo, que Shilton se arrojará a la derecha; ve la intención segadora de Terry Butcher a sus espaldas, se ve a él mismo, muchos años más tarde, con un nieto en los brazos, visitando la entrada del Estadio Azteca donde se levanta una estatua de bronce sin nombre: solo un jugador joven con el pecho inflado, un balón en los pies y una fecha grabada en la base: 22 de junio de 1986; ve una rave en Londres donde dos chicos de quince años escapan de una multitud que se burla; ve un departamento en penumbras donde solo hay una mesa, dos amigos y un espejo sobre la mesa; ve a una muchacha en una playa del trópico que se deja besar por un chico que lleva puesta una camiseta argentina; ve un enjambre de periodistas y fotógrafos a la salida de todos los aeropuertos, de todas las terminales, de todos los estadios y de todos los centros comerciales del mundo; ve a un niño embobado con un videojuego en la ciudad de Leicester, mientras su hermano vigila por la ventana que no aparezca el padre; ve el cadáver de un hombre viejo que ha muerto en Ginebra ocho días antes de ese mediodía, un hombre que también ha visto todas las cosas del mundo en un único instante.

Ve Fiorito de día; ve Nápoles de tarde; ve Barcelona de noche.

Ve el estadio de Boca a reventar y él está en el medio del campo pero no lleva un balón en los pies, sino un micrófono en la mano; ve a un anciano en el aeropuerto de Cartago, que espera a su hijo en el último vuelo desde México, para abrazarlo y consolarlo; ve un tobillo inflamado; ve a una enfermera de la Cruz Roja, regordeta y sonriente; ve todos los goles que ha hecho y los que hará; ve todos los goles que ha gritado y los que gritará en su vida entera; se ve, con cincuenta y tres años, mirando desde el palco la final del mundo en el estadio Maracaná; ve el día que verá a su madre por última vez; ve la noche en que verá por última vez a su padre; ve crecer a todos los hijos de sus hijos; ve los dolores de parto de una mujer que está a punto de parir un niño zurdo en Rosario, un año y dos días más tarde de ese mediodía mexicano; ve un espacio mínimo, imposible, entre el poste derecho y el botín de Terry Butcher.

Cierra los ojos. Se deja caer hacia adelante, con el cuerpo inclinado, y se hace silencio en todo el mundo.

El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos.

jueves, 7 de mayo de 2020

La Revolución de Mayo no marcó el nacimiento de la Nación Argentina, no marcó la consumación de un proyecto revolucionario previamente elaborado, y no marcó tampoco el momento del logro de la independencia ( Jorge Myers, 2009)

  ¿Fue la revolución de mayo una verdadera revolución?, se preguntaba en 2009 Liliana , Aguia, rompiendo con los moldes canónicos que desde la escuela fueron enseñados “el 25 de Mayo fue la revolución que cortó los lazos con España y comenzó con el proceso que culminaría con la independencia en 1816".


Afirmaba entonces que La investigación histórica reciente acuerda que Mayo no es la respuesta política de una nación originaria que encuentra la coyuntura para cortar los lazos coloniales.

Se basaba en las investigaciones de José C. Chiaramonte que señalaba :"El 25 de mayo de 1810 no marcó la irrupción en la historia de una nacionalidad argentina preexistente, en busca de su organización como Estado".

Proseguía rompiendo los moldes enseñados y aprendidos durante décadas: Dado que el 25 de Mayo y la revolución era “Un mito derivado de la preocupación por fortalecer el sentimiento nacional y apoyado en el principio de las nacionalidades –inexistente en tiempos de las independencias- según el cual las naciones contemporáneas habrían surgido de nacionalidades previas, algo también ajeno a los casos de la mayoría y más importantes naciones de Europa y América.


Explicaba apoyada en el escrito  artículo de  Chiaramonte que sostenía que “La nación es producto y no causa de mayo por lo tanto los proyectos de organización nacional no se basaron en sentimientos de identidad sino en prácticas contractuales".


Otro destacado historiador Jorge Myers, en la misma línea de Chiaramonte y Aguia agrega, “La Revolución de Mayo no marcó el nacimiento de la Nación Argentina, no marcó la consumación de un proyecto revolucionario previamente elaborado, y no marcó tampoco el momento del logro de la independencia”, en ese sentido marca la instancia de ruptura :” por primera vez, un gobierno formado por criollos toma el poder de lo que, mucho más tarde, pasaría a llamarse República Argentina. Y si bien inicialmente no tenía un proyecto de independencia, su valor radica en señalar el fin del antiguo régimen en estas tierras.


Apoyándose en el relato que Halperin Donghi hace de los días de mayo, enfatizando el papel de las milicias al sostener que termina la resistencia de los miembros del cabildo a cambiar sustancialmente los integrantes de la junta del 24 , cuando se amenaza con abrir los cuarteles y en ese caso la ciudad sufriría lo que se ha intentado evitar”.


Afirma:No hay duda de que la amenaza de usar la fuerza de las milicias fue el elemento decisivo ¿Basta esto para negar el carácter popular de la revolución que comenzaba y asimilarla entonces a las revoluciones militares que no iban a escasear en el futuro?



La conclusión de los historiadores, no parece demasiado evidente: la transformación de las milicias en un ejército regular, con oficialidad profesionalizada, es un proceso que está apenas comenzando, y por el momento los cuerpos milicianos son, más bien que un elemento autónomo en el conflicto, la expresión armada de cierto sector urbano que sin duda los excede. ¿Este sector puede ser llamado popular? .He aquí una pregunta que quienes han negado tajantemente el carácter popular de la Revolución de Mayo han omitido formularse, y acaso sea necesario imitar su prudencia. No es dudoso en todo caso que ese sector hallaba más fácil que su rival encontrar eco en la población urbana en su conjunto: que su consolidación y su emergencia como aspirante al poder
había aislado de ella a los grupos más limitados que tenían su destino
ligado al viejo orden. Señalado esto, no se ha resuelto por cierto el problema del carácter de la revolución, que no es idéntico al del porcentaje de la población de Buenos Aires que participó en la jornada del 25: es la concreta política del poder revolucionario la que puede dar la clave para resolverlo.

Sobre estos Waldo Ansaldi se preguntaba sobre la relación revolución/democracia. “Hay dos conceptos que aparecieron con el proceso de las revoluciones de independencia y que surgieron fuertemente unidos: democracia y revolución. Estas dos palabras fueron la apelación de los grupos criollos que aspiraban a ser dirigentes de las colonias que estaban independizando. Si inicialmente estos conceptos aparecieron unidos, en muy poco tiempo se disociaron.


“Con ello se perdió, acentúa Ansaldi, en primer lugar, la idea de revolución, que fue casi inmediatamente reemplazada por la idea –y la demanda- de orden. En segundo lugar, se perdió la apelación a la democracia como tipo de régimen político para constituir en nuestras sociedades. En cada uno de los países latinoamericanos, hubo un desplazamiento de una petición de principios de revolución y democracia a una petición en la cual la consigna principal era la de un orden centralizado. Este cambio se expresó de diferentes maneras en cada una de nuestras sociedades, pero en todos los casos la disputa por la constitución de un nuevo orden político se resolvió con la constitución de un orden excluyente. Con todo, más tarde o más temprano, en todos los países de la región estos procesos tuvieron finalmente desenlaces no revolucionarios y fueron exitosamente redireccionados por los sectores conservadores, quienes se limitaron a llevar adelante transformaciones fundamentales en las estructuras del Estado y no en las de la sociedad.

Las revoluciones de independencia fueron entonces revoluciones políticas que devinieron revoluciones pasivas dependientes, así el Congreso de Tucumán que declaró la Independencia el 9 de julio de 1816 muy pronto, a menos de un mes de iniciadas las sesiones, decretó el “fin de la Revolución, principio del orden”.


El Congreso de Tucumán era expresión de un cambio político en la correlación de fuerzas de la fase inicial de las revoluciones de independencia. Hacia 1820, en toda la región la revolución había pasado a ser sinónimo de violencia y anarquía, y contra ella se erigían las pretensiones de orden..


Aguiar, Liliana ( 2009) ¿Fue la revolución de mayo una verdadera revolución?, Universidad de Córdoba, Argentina.


http://bicentenario.unc.edu.ar/bicentenario-escuelas/foros/el-bicentenario-de-la-revolucion-de-mayo.-algunos