sábado, 27 de marzo de 2021

Iom Ha Shoá Ve ha Gbura Día del Holocausto y el Heroísmo” Son recuerdos y padecimientos fuertes, pero me tengo que mostrar fuerte, porque mi final es de vida, no de muerte” (Sara Rus)

Al llegar Iom Ha Shoá Ve ha Gbura el Día del Holocausto y el Heroismo, Sara Rus, sobreviviente de la Shoá, aparece como una voz a tener en cuenta, por un lado por escaparle al nazismo y el segundo porque Daniel, su hijo, fue secuestrado y desaparecido por los militares argentinos ( el comportamiento de los nazis y el Proceso argentino fue similar: campo de concentración, torturas , salvajismo ante hombres y mujeres, mesianismo y no dejar rastro de los muertos.En el caso de los militares fueron tirados al mar, en el caso de los nazis, cremados en hornos). Sara Recuerda que gracias a la Fundación Spielberg rompió su silencio y pudo contar su historia, rompió el frecuente silencio de los sobrevivientes. "Fue cuando vino Spielberg a hacer entrevistas. Los que sobrevivieron no hablaban porque sentían culpa de estar vivos. De que hubieran matado a todas sus familias mientras ellos estaban aquí o pudieron escapar". Sobreviviente del ghetto de Lodz, cuando se construyó, Sara tenía 12 años. Sabía del hitlerismo, porque tenía parientes alemanes judíos que habían tenido que emigrar a Polonia cuando el Führer llegó al poder. "Vivían cerca de nosotros, mi madre les ayudó a instalarse. Desgraciadamente, luego tuvieron que mudarse al ghetto como todos nosotros”. Se organizó en un barrio bastante humilde, seguramente sacaron a los polacos y los mandaron a la ciudad. Los alemanes entraban a las casas a robar, y los agarraban afuera, les cortaban las barbas y las patillas largas, los hacían ponerse de rodillas. No podíamos caminar por las veredas con las estrellas de David y cintos en los brazos, amarillos, sólo por la calle", rememora. Al principio hubo un poco de enseñanza particular a falta de escuelas, pero después ya no, desapareció todo, según Sara. Se armaron fábricas donde todo el mundo tenía que trabajar. "Empezamos a sufrir hambre de manera terrible. Teníamos talonarios para recibir comida a cambio del trabajo. Me tocó una fábrica de sombreritos de niños que se enviaban a Alemania. Tenía 13 años, pero trabajaba doble, para cubrir a mi mamá que estaba muy débil y enferma", relata."Vivíamos apretujados en el ghetto. Cada familia, amontonada en una pieza. Traían gente de las provincias", recuerda. La mayor de las ilusiones de Sara llegó en el peor momento. "Yo siempre quise un hermano. Mi mamá quedó embarazada en el '39, pero el bebé precioso, que nació en el ghetto, murió de desnutrición. El segundo, lo mataron los alemanes. Y ya no hubo más hermanitos", murmura Sara bajando la vista. Admite que "censura" sus recuerdos cuando los transmite. "No cuento tanto porque no quiero hacer sufrir. Venían camiones al ghetto y se llevaban niños del lado de sus padres y a las mujeres que tenían mal aspecto y estaban flacas también. Los alemanes elegían en el patio. Por eso vestíamos a mi mamá con varios abrigos para que aparentara que era más gorda y la pintábamos para que tuviera más color en la cara. Sara fue obligada a subir con sus padres a un convoy de vagones para animales. "Había mucha gente, pero no conocíamos a nadie. Pusieron un balde para que hiciéramos nuestras necesidades, en frente de todos. Después, llegamos a Birkenau, al lado de Auschwitz. No nos tatuaban, porque nuestro destino era la muerte", sentencia Sara. "Yo tenía un anillito de oro que me había regalado un amigo del ghetto. Lo escondí en la boca, pero mi mamá se dio cuenta y me lo hizo escupir. '¡Tiren todo!', era la orden de los alemanes. Tuvimos que dejar todo lo que traíamos y quedarnos solamente con la ropa", describe. La selección de los prisioneros por parte de los nazis separaba a las mujeres sanas y fuertes de las frágiles. Sara quedó de un lado y su madre del otro, y se desesperó. Encaró a un alemán, "un gordo con un rebenque", que le dijo: "¿Cómo te atrevés a acercarte?". Ella, en alemán, le reclamó: "Me quitaste a mi mamá, y yo quiero estar con ella", arriesgándose a ser ella la incluida en la fila de las debilitadas. Pero el hombre se sorprendió de que hablara en su idioma."Toda mi familia lo habla", alegó ella, y así consiguió que le permitieran salvar a su mamá y llevarla a su lado". ¿Cómo era la vida allí? -Muy difícil. Mi madre, que finalmente había tenido un varoncito, no podía trabajar, entonces tuve que salir en su lugar para que pudiera alimentar al bebé. Trabajaba en una fábrica, donde casualmente se confeccionaban sombreros para niños. A aquel que tenía un trabajo le daban un certificado para recibir pan y verduras, todo en porciones muy reducidas. Desgraciadamente, mi hermanito vivió sólo tres meses porque no tenía la alimentación suficiente. La vida en el gueto no fue nada fácil. Los alemanes entraban en los edificios y hacían ´selecciones´ sacaban a las mujeres con los chicos -o los dejaban sin los padres- y los tiraban en camiones. Fue una cosa muy terrible lo que han hecho. Siempre digo que tuve infancia, pero no adolescencia. En medio de tanta crueldad, nació una historia de amor que cambiaría la vida de Sara para siempre. “Mi padre conoció a un joven en el gueto y un domingo lo llevó a casa -recuerda, y ya se le ilumina la cara-. En esa época yo tendría 15 años y él 26, pero lo miraba demasiado. Y me enamoré…”. Ese muchacho apuesto se llamaba Bernardo Rus, quien un día de 1943 le preguntó a la familia de Sara a dónde le gustaría migrar en caso de sobrevivir a la guerra. “Tengo una hermano en Argentina, seguramente vamos a tratar de ir para allá, pero quién sabe en qué año será”, planteó Carola, la madre de ella. Inmediatamente, Bernardo pidió una libretita y anotó una fecha en una de sus páginas: 5/5/1945. “Ese día nos vamos a encontrar en Buenos Aires en el Edificio Kavanagh”, le prometió a Sara, haciendo gala de su romanticismo y sus conocimientos sobre nuestra ciudad, que había adquirido través de la lectura. Pero en 1944 nos tocó a nosotros y fuimos desalojados del gueto, por lo que perdimos contacto con él -evoca-. Prepárense y agarren sus cosas, porque nos vamos a los trenes, nos decían los alemanes”. -¿Sabían a dónde los estaban llevando? -No teníamos idea. Íbamos todos apretados en un mismo vagón, hombres, mujeres y niños, hasta que aparecimos en Birkenau, el campo de concentración que le seguía a Auschwitz y era aún más terrible. Era un campo de exterminio, directamente. -¿Qué recuerda de ese momento? -Nos hicieron bajar a los empujones y nos pusieron en filas. Ahí ya perdimos a mi padre y nunca más lo volvimos a ver. Después también me separaron de mi madre y quedé sola, con personas que no conocía. Para pedir ayuda me acerqué a un soldado alemán de la SS, gordo y con un rebenque, que estaba repartiendo a la gente. “¿Cómo te atreves a ponerte frente a mí?”, me dijo y yo, bastante atrevida, le respondí en alemán: “¡Vos me sacaste a mi mamá!”. Él no podía creer que yo supiera hablar alemán y me preguntó cómo lo hacía. “Es que en mi casa todos hablamos alemán”, le expliqué. “¿Ah, sí? ¿Cuál es tu madre? Andá a buscarla”, me respondió, para mi sorpresa. Finalmente, pude encontrar a mi mamá y la llevé al lado mío. Como te podrás imaginar, fue como una salvación. Mi papá, lamentablemente, nunca apareció ni tuve noticias de él. -¿Cómo siguió la historia? -Nos llevaron a controlar nuestros cuerpos. Primero nos sacaron toda la ropa y quedamos directamente desnudas. Había hombres y mujeres nazis mirando a ver si teníamos algún defecto corporal. A algunas quién sabe a dónde las separaban; eso no lo podíamos ver. A mí me abrieron las trenzas del pelo, que en esa época usaba, y una alemana le dijo a la otra: “¿A ver qué encontramos en su pelo?”. Si veían un piojo significaba mi muerte, pero por suerte no encontraron nada. Me cortaron el pelo muy cortito y a los empujones me llevaron a un lugar todo lleno de vapor, con todas personas peladas y desnudas. Yo no reconocía a mi madre y empecé a gritar por ella. Junto a la entrada del lugar había sentada una mujer pelada y desnuda, a la que le pregunté si la había visto. “¡Soy yo tu mamá!”, me dijo. No la había reconocido… Lloramos y nos abrazamos de la alegría de estar nuevamente juntas. -Increíble. Fue una segunda salvación en tan sólo unas horas. ¿Qué ocurrió luego? -Los alemanes nos sacaron de ese lugar y se hicieron un show con nosotras: tiraban vestidos cortos para las más altas y largos para las más chiquititas, como yo. “Pobres de ustedes si se cambian la ropa”, nos amenazaban. Después nos ubicaron en galpones, que únicamente tenían el piso de cemento y un camino en el medio, donde había una mujer que dirigía cada sector y nos trataba muy mal. Si por las noches apenas le murmuraba a mi madre, ya nos echaba baldazos de agua fría. Nosotras estábamos con un vestidito y nada más debajo. Con el frío que hacía… ¿Cómo hicieron para sobrevivir? -Tuvimos la suerte de salvarnos de las “selecciones”. Cuando nos hacían formar, contaban las primeras filas de personas y sacaban algunas, que desaparecían y nunca volvían. Nosotras siempre preguntábamos qué pasaba con esa gente, a dónde la llevaban, porque no teníamos ni idea. Convivíamos mirando quién estaba y quién desaparecía. Afortunadamente, nos tocó vivir poco tiempo allí, porque fuimos trasladadas a una fábrica de aviones en Alemania, donde trabajábamos como obreras pero ya tratadas más humanamente. A mí me dieron un tapadito con forro y cuellito de piel y a mi madre también la vistieron. Recuerdo que una vez me caí y tuve un terrible accidente. Como no podía estar parada, me llevaron a pelar papas a la cocina y yo me guardaba algunas en el tapado para poder alimentar a mis compañeras. Allí trabajamos unos cuantos meses pero, al igual que en Birkenau, el que no se portaba bien sufría palizas y malos tratos. Tampoco había demasiada comida, todo estaba racionado. Lo que uno podía llegar a guardarse, como un pedacito de pan, te lo robaba otra persona. Cuando uno tiene hambre, hace cualquier cosa. El derrotero de Sara y su madre no terminaría allí: a principios de 1945 fueron trasladadas a Mauthausen, campo de concentración en Austria, donde se encontraron con “un cuadro de situación terrible: “Había un galpón enorme con gente tirada, que ya no sabías si estaba viva o muerta. Ya antes de llegar, durante el camino en el vagón, mi madre no podía caminar ni levantar los pies y creíamos que había muerto. Las alemanas querían separarme de ella para finalmente matarla y yo les dije: Primero a mí y después a ella. En ese momento apareció una persona del ejército para ayudarnos y logré mover a mi madre, que empezó a abrir los ojos. En este campo estuvimos unos días, tiradas en los suelos, con miedo hasta de tomar un poco de agua porque se decía que nos querían envenenar”. Es en este punto de la historia donde el destino mete la cola y ocurre una increíble coincidencia: el 5/5/1945, día en que Bernardo prometió a Sara encontrarse en Buenos Aires, la joven y su madre fueron liberadas de Mauthausen por los soldados norteamericanos. Luego de seis años, la guerra, finalmente, estaba por terminar: “Unos días antes, los alemanes nos habían dicho: Parece que los salvadores se están acercando. ¿Quién quiere venir con nosotros? Te podrás imaginar que nadie se fue con ellos…”. -Cuánto cinismo. ¿Qué imágenes conserva de la llegada de los americanos? -Lloraban todos, desde los grandes oficiales hasta los soldados, por lo triste del escenario. Nosotros estábamos sin fuerzas, prácticamente: ya no podíamos movernos. Ellos empezaron a levantarnos y trajeron hasta instrumentos de radiografía para revisarnos. Decían que, al ponernos al sol, podían ver nuestros huesos. En ese momento, con 17 años, yo pesaba 26 kilos y mi madre 28. Lo más notable fue que ella se repuso antes, mientras que yo no podía caminar ni me entraba la comida. Aunque tuve suerte, porque otros empezaban a comer rápido, se empachaban y morían. Después de la guerra, imagináte… Sara estuvo varios meses con suero y, según dice, pudo “volver a vivir”: “Me empezó a crecer el pelo y de a poco aparentaba ser una jovencita muy bonita. Después mi madre consiguió dos ollas -que todavía conservo- y pude reponerme gracias a la comida que me preparaba. Para colmo, llegó una carta de Bernardo desde Polonia, diciendo que se había enterado de que estábamos vivas. Yo no lo podía creer: pensaba que había muerto”. Finalmente, en el 46, se reencontraron en la ciudad polaca de Katowice, donde él estaba trabajando como investigador: “Fue un momento muy emotivo, como te podrás imaginar: no podíamos ni hablar. Después volvimos a Lodz y nos casamos, pero tuvimos que escapar a Alemania porque querían matar a mi esposo por ser judío. Desgraciadamente seguía habiendo antisemitismo, más aún porque él había recibido un puesto importante de los rusos, que gobernaban Polonia después de la guerra”. Sara conserva las ollas con las que su madre le cocinaba en Mauthausen, campo de concentración en Austria, hace más de 70 años. En 1948 decidieron abandonar el campo de refugiados de Berlín y reflotaron la idea de migrar a la Argentina, donde estaba viviendo un tío de Sara. Pero, como todo en su -corta- vida, la llegada a nuestras pampas tampoco le fue fácil. “Perón no dejaba entrar a los judíos pero sí a los alemanes, con todas su fortunas y objetos robados -recuerda, con un mezcla de bronca e ironía-. Fuimos primero a Paraguay y después cruzamos la frontera hasta llegar a Formosa, pero nos querían mandar de vuelta. Entonces mi esposo, que escribía muy bien, le hizo una carta en polaco a Eva Perón para pedir ayuda. Ella la tradujo y nos respondió: Quédense tranquilos, no tengan miedo: los vamos a dejar entrar. Yo les mando pases para los tres así pueden ingresar legalmente al país”. Así fue como llegaron a Villa Lynch, partido de San Martín, donde vivía parte de la familia de Sara. A los 21 años, la jovencita de Lodz parecía haber alcanzado cierto grado de estabilidad por primera vez en su vida. “Para nosotros era como tocar el cielo con las manos, pero en ese momento estaba deseando un hijo y no venía -grafica-. Consulté a un médico y me dijo que sí iba a poder, pero todavía me faltaba desarrollarme porque había quedado muy débil después de la guerra”. Con la ayuda de vitaminas y medicamentos, Sara cumplió su sueño y el 24 de julio de 1950 dio a luz a Daniel Lázaro. Cinco años después, la familia Rus se completaría con la llegada de la nena, Natalia. -¿Cómo fue la adaptación a nuestro país, habiendo venido de tan lejos? -Hablábamos en nuestro idioma, el idish, que todos los judíos conocen.Mi esposo empezó a leer y a escribir mucho con la ayuda de diccionarios y por suerte agarró la lengua castellana de una manera perfecta. Él se dedicó a la industria textil y yo me enfoqué en cuidar a Daniel, que desde la primaria se destacó como el mejor alumno y compañero. Ya de chiquito estaba enloquecido por la física y las ciencias y en la universidad se recibió de Físico Nuclear. Terminó trabajando en la Comisión Nacional de Energía Atómica, en Constituyentes y General Paz, hasta que el 15 de julio de 1977 fue secuestrado y desaparecido. Un año antes se había casado mi hija y él pudo estar. Bailó con su hermana y conmigo. Sara no puede contener la emoción y se quiebra. Luego suspira y va en busca de unas carilinas para secar las lágrimas. “Son recuerdos fuertes, pero cuando doy charlas y me tengo que mostrar frente a los chicos nunca lloro -aclara-. Mi final es de vida, no de muerte”. Fuente: Lewin. Miriam:” Sara Rus, la madre de Plaza de Mayo que sobrevivió en Auschwitz, Todo Noticias (TN ), Buenos Aires, 23 de Enero 2020, https://tn.com.ar/sociedad/sara-rus-la-madre-de-plaza-de-mayo-que-sobrevivio-en-auschwitz_1028073/

jueves, 25 de marzo de 2021

Perseguidos por Mussolini: tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948

Tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948 “de Eleonora María Smolensky y Vera Viegevani Jarach De reciente edición por parte de EDUVIM, la editorial de la Universidad de Villa María (Eduvim) es libro es insólito por su estructura. Las autoras recogieron, con un largo y paciente esfuerzo, tantos testimonios. Tantas voces para relataruna historia, la de los judíos italianos emigrados a la Argentina entre 1938 y 1948: la gran mayoría, antes de la guerra o en seguida después de su inicio, huyendo de la persecución racial; algunos apenas terminada la guerra, en búsqueda de una nueva patria, luego de haberse salvado milagrosamente de los campos de exterminio nazi. Existen cientos de análisis sobre la inmigración judeo-alemana y de Europa OrientaL hacia la Argentina luego de la Shoá, pero a más de 70 años de culminada la guerra, sobre los judíos perseguidos por Musssolini, son escasos. Por tal motivo es un libro es insólito por su estructura. Las autoras recogieron, con un largo y paciente esfuerzo, tantos testimonios. Tantas voces para relatar una historia, la de los judíos italianos emigrados a la Argentina entre 1938 y 1948: la gran mayoría, antes de la guerra o en seguida después de su inicio, huyendo de la persecución racial; algunos apenas terminada la guerra, en búsqueda de una nueva patria, luego de haberse salavado milagrosamente de los campos de exterminio nazi. En el cuadro de la inmensa tragedia del judaísmo europeo esta es, bien entendido, solo una pequeña historia. Creo poder decir que los acontecimientos que aquí se relatan se refieren a un pequeño grupo de judíos afortunados, particularmente afortunados: habiendo sido parte de aquel grupo, siempre tuve conciencia de ello. Nuestro núcleo familiar emigró de Italia a la Argentina en junio de 1942 (cumplí 16 años poco después de desembarcar en Buenos Aires), después de dos años de guerra, cuando ya se percibían los primeros indicios de la crisis del fascismo. De hecho, poco antes de nuestra partida, un colega boloñés de mi padre –abogado modenés judío y antifascista , también judío y antifascista (el abogado Jacchia, comandan te del cln1 de Bolonia durante la Resistencia y, como tal, arrestado. En la posguerra constituyó el núcleo del nuevo gobierno republicano y ultimado) le transmitió una discreta “avance” de Dino Grandi, quien deseaba “restablecer los contactos” con algunos representantes del viejo antifascismo emiliano. En julio del 43 nos dimos cuenta de que ese gesto del jefe del fascismo boloñés revelaba, con un año de anticiicipación, que pensaba someter a Mussolini al juicio del Gran Consejo que provocaría su caída. Debo decir, también, que cuando partimos no sabíamos nada de los campos de exterminio. Mi padre sabía solamente, a través de un cliente que tenía relaciones con Alemania y con los “ser vicios” italianos, que en Alemania estaba emergiendo una situación extremadamente peligrosa, más allá de cuanto se pudiera imaginar y de cuanto nosotros imagináramos. Así, nos contamos entre los últimos judíos italianos emigrados legalmente antes de la caída del fascismo (apenas un año después, muchos parientes y amigos se salvaron huyendo clandestinamente a Suiza) y antes de que se instaurara en Italia la férrea ley nazi y, en Italia del Norte, la República Social Italiana, que llevaron a la deportación en los campos de exterminio y a la muerte en las cámaras de gas a entre siete y ocho mil judíos italianos, cerca de la quinta parte del total. En efecto, fuimos judíos afortunados, como aquellos que antes de nosotros ya habían llegado a la Argentina, muchos ya en 1939, pocos meses después de la promulgación de las primeras leyes raciales, des pués de haber obtenido visas argentinas, en muchos casos corrompien do con dinero u objetos de valor a los cónsules de la Argentina en Italia. En nuestro caso, ya categóricamente excluida la posibilidad de obtener visas en Italia, la corrupción tuvo lugar en Buenos Aires, donde nos había precedido un miembro de la familia, y a un nivel mucho más alto. Hasta llegó a emitirse un decreto del Consejo de Ministros auto rizando nuestro ingreso: en él se afirmaba que este permiso extraordinario había sido concedido, nada menos, a pedido de Su Santidad Pío xii, a través del Arzobispo de La Plata, Cardenal Copello. Al menos en 2 Presidente de la Camera dei Fasci e delle Corporazioni y promotor del juicio a Mussolini.15 cuanto atañe a Su Santidad pienso que, en realidad, no estaba enterado de nada. Pero poco nos importaba: la inmensidad del precio pagado se justificaba por la inmensidad del peligro que habíamos evitado. La historia que aquí se cuenta es, por lo tanto, un episodio marginal de la gran tragedia del judaísmo europeo de nuestro tiempo. Las voces aquí escuchadas cuentan más bien una historia muy especial, una historia judía, italiana y argentina que ilumina de manera singular los tres lados de este triángulo. Resulta así un retrato complejo, muy pintoresco y por momentos también divertido, de un grupo social compuesto casi enteramente por miembros de una burguesía acomodada. Compren día, sobre todo, intelectuales y comerciantes, profesionales e industria les: una muestra representativa del judaísmo italiano de la época que definiría único, aunque encontremos imágenes de aquel mundo en los libros de memorias de judíos italianos aparecidos en Italia en los últi mos años. Sociológicamente, esta muestra resulta inigualable por su complejidad y mucho más fiel al retrato completo que el episodio individual mejor narrado. No resulta fácil ordenar los diversos hilos de la narración que se entrecruzan a través de los testimonios recogidos. Surge así, una muestra variada y compleja del judaísmo italiano, conformado mayormente, como ya dije, por aquella burguesía culta y rica (para completar el cuadro del mundo judío de entonces faltaría la imagen del judaísmo popular del antiguo ghetto de Roma). Algunos entrevistados eran judíos observantes, la mayoría no lo era. Algunos se consideran “relativa mente religiosos” más por costumbre que por convicción; otros dicen provenir de una familia judía pero “históricamente atea”. Casi todos afirman, sin embargo, que a pesar del escaso respeto por las prácticas religiosas (hecho que algunos deploraban), se consideran orgullosa y decididamente judíos aunque encuentren difícil explicar la esencia de su judaísmo, fragmentado, por otra parte, en cien individualidadess diferentes. Se percibían diferentes de otros judíos, comenzando por aquellos encontrados en la Argentina, ya fueran asquenazi o sefarditas. Eran judíos italianos y muchos reconocían con particular orgullo la antigua presencia de su familia en Italia. Judíos declarados y orgullosos de serlo, entonces, pero también italianos declarados y orgullosos de serlo. Y más conscientes aun de su doble identidad en la Argentina, donde por su aspecto, apellidos y costumbres no aparecían como judíos sino simplemente como italianos ante el promedio de los argentinos, acostumbrados a identificar a los judíos con los “rusos”. Como judíos eran tan poco reconocibles como para ser aceptados, en algunos casos, en entidades deportivas que re chazaban a judíos: cuando se dieron cuenta, renunciaron indignados antes de ser expulsados. Nostálgicos todos de Italia, de sus elegantes departamentos milaneses, de sus hermosas casas sobre el Canal Grande o de sus palacios florentinos del Renacimiento; nostálgicos de las vacaciones en San Martino di Castrozza o Viareggio; nostálgicos y orgullosos de sus cátedras universitarias o de los altos cargos militares perdidos con las leyes raciales. Para todos ellos la persecución había sido una sorpresa candente. La Italia en que habían creído y que por generaciones habían considerado su patria, los había traicionado y el recuerdo de aquella traición seguía siendo la causa de un profundo dolor. Llama la atención que casi ninguno sintiera resentimiento hacia los italianos y que no pocos de ellos, terminada la guerra, regresaron a Italia: nos habíamos ido a causa del fascismo antisemita, muchos regresamos sin dudar a la Italia democrática (mi padre se las ingenió para regresar a Módena el 2 de junio del 46 y, antes aun de ir a casa, se detuvo en la sede electoral para depositar su voto en aquellas elecciones libres que había soñado durante veinte años). La identidad italiana era también compleja, modulada según cadencias regionales: uno de ellos se define “primero triestino, después italiano y después, judío”. Otro explica que en su familia todos conocían al menos cuatro o cinco idiomas pero en casa hablaban triestino. Aunque no me detenga en todos los temas de esta sinfonía a muchas voces, quiero señalar los pintorescos relatos de las travesías atlánticas, 17 a veces dramáticas como la del barco inglés (que llevaba a bordo personajes como Ortega y Gasset, el gran médico Voronoff y el rey de los armamentos, Fritz Mandel), perseguido en el Atlántico por el acorazado de bolsillo alemán Graf von Spee. Otros recuerdan que en los grandes barcos vestían de “smoking” blanco por la noche y participaban en los bailes y fiestas con el alma llena de incertidumbre acerca de lo que les aguardaba en el nuevo país. Una parte bastante grande de estos recuerdos atañe, obviamente, a la Argentina: una Argentina vista por algunos como la nueva patria, y por otros, los menos, como una sociedad curiosamente ajena. Casi todos, al comienzo, se sentían partícipes de una “emigración atípica”, para algunos una “emigración castigo”. No iban en busca de una mejor tierra y mejor trabajo sino de un refugio temporáneo para una permanencia que según muchos, al inicio, no debía durar demasiado. La impresión inicial de este “país de las maravillas” fue, sin embargo, muy grande: todos quedaron impactados por su riqueza, por la abundancia y el desperdicio de los alimentos, por la vastedad de los espacios natu rales, por la dimensión de metrópolis de Buenos Aires, más grande que cualquier gran ciudad italiana. Otras cosas los impactaron: la inesperada profundidad cultural, la mayor libertad de las mujeres, la mayor simplicidad y libertad de modos y costumbres, en fin, la “americanitud” de la Argentina. Y los sorprendió percibir, en algunos ambientes, un antisemitismo latente que nunca habían encontrado en Italia. La mayoría terminó definitivamente conquistada. La Argentina se constituyó así en la nueva patria sin que la antigua cayera en el olvido. (Yo “me sentí argentino” por primera vez en la cárcel de Villa Devoto, donde había sido encerrado junto con miles de estudiantes a causa de nuestro antiperonismo. En su argentinización tuvo gran peso la identidad de Buenos Aires, “coqueta y retozona, neurótica inconsciente, zalamera y risueña, trasnochada y rayada”, dirá el tango escrito por uno de ellos, “pobre ciudad toda gris, maquillada de rosa y carmín, disfrazada de Londres, Madrid y París… quiero estar en vos, morirme en mi rincón, Buenos Aires”.18 Aun para aquellos, y son casi todos, que recuerdan los años de Argentina como años no solo afortunados sino muy hermosos y felices (hasta que algunos fueron golpeados mortalmente por la locura de este siglo horrible que alcanzó también a la Argentina con la tragedia de los “desaparecidos”), el trauma de la emigración siguió pesando largo tiempo. “Yo siento –dice uno de estos judíos ítalo-argentinos– que la iniciación es una cosa eterna, que la separación es una cosa eterna, o sea, eterna hasta que vive uno. Y que, realmente, es un trauma tan grande que creo que tiñe todos los actos de la vida”. Una historia judía, entonces, una historia italiana, una historia argentina. De cualquier manera, una historia “diferente”, cualquiera sea el punto de referencia que se quiera elegir: Italia, Argentina, judaísmo. Judíos, pero diferentes; italianos, pero diferentes; argentinos, pero diferentes. Una historia diferente de personas diferentes de todos los otros y también entre sí. Una historia, podríamos decir también, de burgueses judíos cosmopolitas que siguen siendo, después de todo, un tipo humano ilustre y difundido aun hoy en el mundo, de Trieste a París, de Londres a Nueva York y aun a Tel Aviv: personajes desagradables para los “fundamentalistas” de cualquier índole pero que reclaman el derecho de ser ellos mismos, en toda su complejidad. No creo que podamos extraer otra moraleja más allá de la mutua reivindicación que surge de sus relatos y de sus vidas del derecho a ser exactamente eso: diferentes. Arrigo Levi 12 de noviembre de 1997 Eleonora María Smolensky y Vera Viegevani Jarach :"Tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948 ", Eduvim, Vila Marpia ( Córdoba, Argentina, 2018)

domingo, 21 de marzo de 2021

A 1 año de su partida : No creo que me recuerden dentro de un siglo pero sería grato que dentro del club, alguien pueda contarle a los hinchas quién fui yo, que sepan que fui un arquero a la medida de River ( Amadeo Carrizo)

Hace apenas un año, el 20 de Marzo de 2020, alos 93 años, falleció uno de los arqueros más emblemáticos del fútbol argentino. Supo defender el arco de la Selección y convertirse en ídolo de River, además de lograr ser respetado por todas las hinchadas, ésa virtud fue lograda gracias a su humildad , alejado de las polémicas y reconocimiento de ser quien marcó una época, adelantándose al fútbol actual. La pandemia y el fútbol suspendido impidió que se lo despida a cancha llena y ovacionado con el “Amadeo, Amadeo”. Una de las anécdotas que marca la huella que dejó Amadeo Carrizo en el fútbol ( y no solamente en River), la trae Sergio Levinsky en su artículo de despedida” Un veterano hincha de Boca, que se acerca a las nueve décadas de vida, confesó para este artículo que antes de los Superclásicos en los que atajaba Amadeo Carrizo para River me preguntaba cómo haríamos para meterle un gol, era prácticamente imposible”. Fue un profesional intachable y eso fue alabado en todo el arco futbolístico La frase del veterano hincha de Boca, resume buena parte de la destacada y larguísima carrera de Amadeo Raúl Carrizo Larretape, Debutó en River en 1945, a los 18 años, y jugó su último partido en 1968, con 42, una cifra legendaria que en buena parte se explica por sus magistrales dotes para el arco y porque se animó a hacer cosas que ningún guardameta había imaginado, al punto de convertirse en el primer arquero-jugador, saliendo de los tres palos y anticipándose a las jugadas, sintetiza Levinsky. Carrizo, para muchos el mejor arquero de la historia del fútbol argentino, (Eduardo Rafael en el Gráfico lo puso junto al “loco” Gatti; reconocido por ser el arquero más longevo en retirarse y haber jugado como arquero-jugador, sucesor de la línea de Amadeo; Fillol, arquero campeón del mundo en 1978, que transmitía seguridad, aunque con un estilo opuesto al de Gatti y Amadeo, solía jugar bajo los tres palos; Gualco , exarquero de San Lorenzo,Platense, Huracán y Ferro, en los comienzos del profesionalismo y Cozzi, exarquero de Ferro y la selección . Volviendo a Carrizo , sus momentos de gloria están ligados a “La Máquina’ de River de los años cuarenta hasta ‘La Maquinita’ de los ’50. pero también afrontó duras rachas como la de 11 de los 18 años sin títulos con la banda roja entre 1957 y 1968; o la tremenda goleada en contra ante Checoslovaquia en el Mundial de Suecia de 1958 (6-1) que le generó la salida del equipo nacional por varios años y una adversa reacción popular. Sin embargo, pudo tomarse revancha Fue dueño de la valla invicta de la selección argentina en la Copa de las Naciones de 1964. En su honor se celebra en Argentina el "Día del arquero". Nacido en Rufino, Santa Fe, el 12 de junio de 1926, Carrizo llegó a probarse en River tras más de 15 horas de viaje en un tren nocturno. En su bolso llevaba una carta dirigida a Carlos Peucelle, gloria del club de los años ’30 y detector de grandes talentos, firmada por Héctor Berra, atleta que había sido séptimo en salto en largo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932. Berra, también de Rufino, trabajaba en el Ferrocarril Pacífico (hoy San Martín) con el padre de Amadeo, Manuel Carrizo. Fue probado entre cientos de chicos y al final, Peucelle le dijo “bueno, pibe, mándele decir a su padre que se queda acá”, contaba Levinsky en Infobae hace un año. Debutó en River el 6 de mayo de 1945 a los 18 años, aunque se quedó con la titularidad en 1948, y vivió una seguidilla de títulos hasta 1957 (siete campeonatos argentinos), y luego, una dura época en la que su equipo merodeaba el primer lugar pero no pudo conseguirlo entre 1957 y 1968, cuando emigró al Club Millonarios de Bogotá hasta que se retiró en 1970. El distintivo de Carrizo es ser considerado un innovador total en la técnica del arquero. Fue el primero que se animó a salir jugando desde su área, o a tirarse a los pies de los rivales para quitarles la pelota, o a sacar laterales, o gambetear a los adversarios (al punto de que en aquel tiempo era tan desacostumbrado que se lo solían tomar como una burla), o a ser un defensor más a la hora de que su equipo atacara. “Yo fui un arquero que nació arquero, de esos que tienen habilidad de jugador de campo, de saber pegarle a la pelota, de gambetear, de cabecear. Pero para eso, hay que llevar al arco confianza, técnica, intuición para salir a cortar una jugada. Yo fui de esos arqueros que impiden la última instancia”, contaba. Agregaba casi como una reivindicación del puesto que en el potrero estaba reservado para el más “patadura “ o el “gordito” :”“Yo quise hacer que al arquero lo observaran más, que vieran que era importante, porque en él empieza la seguridad del equipo. El que sabe que tiene un buen arquero juega respaldado Otra extravagancia de Carrizo fue la de descolgar la pelota con una sola mano y detenerla con el pecho ( Gatti, exsuplente de Amnadeo en River, supo copiarlo y extender la práctica) por ejemplo También fue el primero en pararse delante de la barrera en los tiros libres. Fue el primero en usar guantes en 1957 al verlo al arquero italiano Giovanni Viola en un amistoso. Aunque otros dicen que todo comenzó cuando Lev Yashin, el célebre arquero ruso conocido como “La Araña Negra”, le regaló sus guantes en otro partido (Antonio Roma, arquero de Boca y de la selección argentina también comenzó a vestir de negro, imitando al soviético). Viola le comentó las ventajas de usar guantes: “Evitan los raspones de los tapones, se atenaza mejor la pelota y se siente menos el golpe en la mano”. Los estrenó en un partido contra Racing. Su porte, lo llevó a ser modelo y , cuando las botineras no existían, fue perseguido por las chicas, él se mangtuvo fiel a Lilia, su mujer con la que se casó hace más de 60 años. Ella suele decir que le tuvo mucha paciencia. “Hice cosas que no cualquiera porque de joven, las chicas suspiraban por él en la platea de River Ya era muy famoso y elogiado cuando se hizo mucho más fuerte la gran rivalidad con Boca exactamente el 31 de octubre de 1954 en el Monumental. River ganaba 3-0 con dos goles de Ángel Labruna y otro de Walter Gómez cuando en una jugada, Carrizo se le anticipó al delantero de Boca José “Pepino” Borello pero en lugar de despejar la pelota, lo esperó, enganchó y lo hizo pasar de largo. Cuando el atacante volvió para robarle la pelota, volvió a gambetearlo y le dio un pase a un compañero. En aquel tiempo eso no era común y fue tomado como una burla. Lo que sucedió es que de muy joven, Carrizo jugaba de centrodelantero, lo que le permitía un buen manejo de pelota, recuerda Levinskky en una de las jugadas que traspusieron los tiempos. Y si a Borello lo gozó , a Paulo Valentim de Boca en los 60, lo padeció. En una anécdota conocida por la desfachaez de Rojitas, el “sufrimiento de Carrizo y la tragedia posterior en la puerta 12 sucedió en 1968, en su última temporada, en el Monumental, y en el momento de posar para las fotos antes de un Superclásico (el delantero xeneize Ángel Clemente Rojas le sacó su tradicional gorra, ante los festejos de la hinchada. Carrizo lo corrió por toda la cancha pero no pudo recuperarla. El partido finalizó 0-0 y en una jugada, el volante Norberto Madurga quedó solo frente a él, que con picardía levantó la mano y le dijo que le entregara la pelota porque estaba en fuera de juego. “El Muñeco” se la entregó mansamente cuando estaba habilitado. En ese mismo partido, sobre el final, y a modo de venganza por lo ocurrido con la gorra, Carrizo se sentó en el césped como burlándose de que Boca no merodeaba su arco. Levinsky califica la vuelta del Mundial de Suecia en 1958 como uno de los peores momentos que vivió Carrizo tras eliminación de la selección argentina en primera rueda de la competición, en especial, la derrota por 6-1 ante Checoslovaquia. Al regresar a Ezeiza, los jugadores fueron recibidos a monedazos y al arquero de River le incendiaron su automóvil por lo que decidió no regresar más al equipo nacional y en el siguiente Mundial de Chile 1962 fue reemplazado por Antonio Roma, de Boca. Sin embargo, lo convencieron para que regresara en la Copa de las Naciones de Brasil en 1964, en un cuadrangular con las poderosas selecciones de Inglaterra y Portugal (que serían grandes protagonistas del siguiente Mundial de 1966) y los locales. La selección argentina terminó siendo campeona, con el arco invicto, y en el último partido, Carrizo le contuvo un penal a Gerson, fue su revancha , demostrar que lo de Suecia fue un traspié, pero que sus cualidades seguían intactas. Tres años antes, el 14 de junio de 1961, River le ganó 3-2 al Real Madrid que un año antes había sido campeón de Europa con figuras como Di Stéfano, Gento o Puskás, y en la cena de camaradería, el presidente Santiago Bernabéu intentó convencerlo para que fuera a jugar con los blancos pero Antonio Vespucio Liberti, entonces presidente de River, respondió con firmeza que “de ninguna manera, Carrizo es hijo de River y de River no se va. No está a la venta”. Liberti y su ira lo hicieron cambiar de opinión después de la derrota contra Peñarol por la Copa Libertadores de 1966 .nRiver y Peñarol de Montevideo definían la Copa Libertadores de 1966 en un tercer partido en Chile luego de que cada uno ganara el suyo como local. Los argentinos se imponían 2-0 cuando Carrizo hizo una parada de pecho tras un cabezazo del peruano Joya, de Peñarol, y los jugadores uruguayos lo tomaron como una burla y fueron con todo a buscar el empate, lo consiguieron y ya en el alargue vencieron 4-2. Tras aquel partido ante Peñarol, Liberti, se olvidó de los momentos de gloria y todo lo que había dado Amadeo y ,lo críticó con dureza a Carrizo, dijo en la revista El Gráfico: “Yo quisiera saber cuándo nos ganó un partido de responsabilidad en los 20 años que lleva en el club”. Tras regresar de Chile, en el primer partido de River por el campeonato argentino, ante Banfield, los hinchas del Taladro largaron un gallo por su derrota ante Peñarol y quedó instituido el mote de gallinas. Durante sus 24 años (1945-1968) como arquero de River, Carrizo jugó nada menos que 520 partidos, además de otros 24 por Copa Libertadores y 20 con la camiseta argentina y con 42 años, en 1968, batió el récord de imbatibilidad con 769 minutos sin recibir goles hasta que el joven delantero de Vélez Sársfield, Carlos Bianchi, le puso fin a la racha. Play Carlos Bianchi recuerda el gol a Amadeo Carrizo Cuando Franco Armani batió su récord de imbatibilidad en River el 18 de agosto de 2018 (con 800 minutos sin goles en contra), Carrizo reaccionó con comicidad: “Yo ya inventé todo, no puede haber mejores. Ya está todo inventado en el puesto de arquero. Cada uno tiene su racha y después por ahí se le termina también pero ojalá no se le termine por mucho tiempo y que sea favorable para River. Realmente lo felicito. Me alegro mucho por él y por el club”. Su último partido en River fue el 22 de diciembre de 1968 cuando ingresó a los 20 minutos del segundo tiempo por Alfredo Gironacci, lesionado. Ese día, ante Vélez, River perdió las chances de ser campeón tras una polémica mano del defensor Luis Gallo que el árbitro Guillermo Nimo no vio. Ese penal acaso habría consagrado campeón a River tras 11 años sin conseguirlo. Pocos días después, fue convocado por el presidente, escribano Julian William Kent, en las antiguas oficinas del club en Suipacha, entre Tucumán y Lavalle. Kent venía con una noticia inesperada: River le daba el pase libre y le ofrecía un partido despedida. Muchos socios, enojados, rompieron su carnet y hasta llegaron a ofrecerle que la despedida fuera en cancha de Boca, pero Carrizo prefirió dilatar la decisión. En 1969 jugó dos partidos únicos con equipos peruanos. Uno con Alianza Lima ante el Dínamo de Moscú de Lev Yashin, y otro con Universitario de Deportes ante el Corinthians. Se retiró en 1970 en los Millonarios de Bogotá que años después, el 16 de diciembre de 2004, le organizó un partido homenaje en el que jugó contra River por la Copa “Amadeo Carrizo” y desde el 17 de agosto de 2008, el sector bajo de la platea General Belgrano del Monumental lleva su nombre. También recibió un homenaje en este estadio el 13 de abril de 2014, cuando minutos antes del River-Rafaela, salió a la cancha vestido de arquero junto a otros jóvenes vestidos como él. Amadeo Carrizo, uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol argentino, fue ovacionado en el Monumental, su casa, antes del partido entre River y Rafaela en 2014 (NA) La Federación Internacional de Historiadores del Fútbol (FFHS) lo eligió como el mejor arquero sudamericano del siglo XX y fue presidente honorario de River. Vivió sus últimos años en Villa Devoto y siempre sostuvo que el secreto para superar los 90 años de vida era el vino tinto. “Tengo problemitas en las piernas pero no puedo pedir más a esta edad. Ya estoy grande. Igual, ya me elegí el cajón. Es de color verde, como Quinquela Martín, que se pintó su propio cajón de verde”, bromeaba. “El problema es el alma ¡el alma-naque!”, decía. En 2011, un proyecto de ley del Senado quería instaurar el “Día del Arquero” en su homenaje, pero contrariamente a lo que se piensa, eso alegró a Carrizo, que no quería quedar pegado a esa efeméride. Cuando se le consultaba en estos años por la actualidad de los arqueros, solía ser muy crítico. “Muchos hoy juegan al bowling. Usan mucho darle la pelota al marcador de punta que está libre sin iniciar ningún peligro hacia el arco contrario y trae peligro al propio. Es una costumbre que no me agrada y ya vi muchos goles así. No lo veo provechoso”. En cambio, recomendaba para un arquero “saberle pegar tres dedos, de costado, y que la pelota viaje 80 metros a la cabeza de un compañero. De esta forma, no hay peligro de gol en el arco propio. Un buen saque de arco pasa por arriba de 10 o 12 jugadores. Con Ermindo Onega, Luis Cubilla o Juan Carlos Lallana hicimos muchos goles de saque de arco. Eso es lo que interesa”. “Cambió todo, hasta la pelota. En la época de Bernabé Ferreyra se jugaba con una número cuatro, pero lo único que no cambió fue la medida del arco. Siempre midió 7,32 por 2,44 metros. Allí el guardavallas tiene su responsabilidad. Probablemente, la mayor de todas. Lo que nunca entendí es el por qué de esas medidas tan extrañas. ¿Por qué no hicieron medidas redondas?”, decía entre carcajadas. Carrizo la tenía clara: “El Mono Navarro Montoya era un fenómeno. De gran juego y anticipo. Un arquero moderno que no vivía debajo del travesaño. Otros que me gustaban eran Angel David Comizzo y Nery Pumpido porque sabían anticipar el juego”. ¿Y Hugo Orlando Gatti? Ese nombre siempre le hizo fruncir el ceño a Carrizo. Fueron compañeros en River entre 1964 y 1968 y el “Loco” dice haber aprendido mucho de su “maestro” pero que luego “el alumno superó al maestro”. Carrizo nunca quiso continuar la polémica y efectivamente, Gatti se retiró en Boca a los 44 años y se caracterizó por salir aún más afuera de su arco. “Sería un necio si no dijera que aprendí cosas de Amadeo, pero Amadeo también aprendió cosas de mí aunque no lo dice”, suele decir. Carrizo llegó a admitir que la final de la Copa Libertadores que River le ganó a Boca fue “la emoción más grande de mi vida” y que “Boca es un grande y hay que reconocerlo. Se ganó categóricamente bien, no se ganó de casualidad”. Y cuando le preguntaron cómo le pudo haber ido en un mano a mano con Lionel Messi tras haber enfrentado a Di Stéfano o Pelé, aceptó que “habría sido complicado por su habilidad y agilidad mental y física que tiene. Con él, no hay arquero que se resista”. Carrizo se dio el lujo de actuar en la película ‘Cinco grandes y una chica’, dirigida en 1950 por Augusto César Vatteone, y le dedicaron dos tangos, ‘Tarzán Carrizo’ de Leopoldo Díaz Vélez, con la orquesta de Armando Pontier y cantado por Alberto Podestá, y ‘El gran Amadeo’ de Eduardo Luis Ciancio y música de Pedro Bustos. “No creo que me recuerden dentro de un siglo pero sería grato que dentro del club, alguien pueda contarle a los hinchas quién fui yo, que sepan que fui un arquero a la medida de River”, era la módica pretensión de Carrizo, para el futuro, como si fuera fácil olvidarlo. Fuente: Sergio Levinsky¸ Murió Amadeo Carrizo, INFOBAE, 20 de Marzo de 2020

jueves, 18 de marzo de 2021

Alfonsín Creía en una política de valores porque política y moral no podían disociarse en el Estado Legítimo y despreciaba la política de trueque de favores e intereses, que alimentan aún hoy la corrupción sistémica que padecemos ( Liliana De Riz, 2021)

En el marco de la Cátedra Libre "Democracia y Estado de Derecho "Dr. Raúl R. Alfonsín", y para la conferencia Investigar a Alfonsín, la profesora Liliana De Riz disertó sobre la relación entre el expresidente y la disciplina. Agradecemos el permiso para transcribir sus palabras. Agradezco la invitación. Es para mi gran honor participar de este encuentro que evoca a Raúl Alfonsín. Cuando se vuelve la mirada hacia el proyecto y hacia la acción política de este protagonista principal de la transición democrática en nuestro país y, cuando este ejercicio es hecho con la perspectiva que da el paso del tiempo ya transcurridas cuatro décadas, su figura crece. Raúl Alfonsín nos devolvió la esperanza y nos señaló la necesidad de la tolerancia para convivir en paz, libertad y democracia. Cuando hay esperanzas en el futuro y hay tolerancia, no hay lugar para los populismos del color que fueren.Avanzo de entrada esta idea que entiendo es central para comprender la envergadura de la contribución hecha por Alfonsín a la sociedad argentina, al Derecho, a la teoría y a la ciencia política.Raúl Alfonsín corrió la frontera de lo posible con la fuerza de su coraje cívico y la responsabilidad de su liderazgo, un liderazgo que supo convencer y enamorar a la mayoría de los argentinos, despertar la razón y la emoción, y hacerlo en el difícil ejercicio democrático y bajo las condiciones internas y externas más adversas imaginables. La transición llegó con la crisis de la deuda y nos encontró aislados del mundo. Su liderazgo fue un liderazgo de reforma y de convergencia que supo interpretar y dar forma al estado de ánimo de la sociedad.Los tiempos de la abundancia son un formidable instrumento para consolidar liderazgos, Alfonsín tuvo que actuar en una economía destruida, tuvo que resistir asonadas militares y paros sindicales, y no faltó el ataque de una guerrilla rezagada; tuvo que lidiar con la hiperinflación, y tramitar su renuncia anticipada, pagó el costo político, pero hubo alternancia. Hasta entonces, la alternancia era una utopía.Dicho esto, quiero señalar algunos aspectos que hacen a la singularidad de su legado, y en particular, destacar que las reformas político-institucionales, muchas plasmadas en la Constitución de 1994 fueron un laboratorio político. Esas reformas, las proyectadas en el Consejo de la Consolidación de la Democracia y las finalmente incorporadas a la Constitución del 1994, encarnaron sus valores y sus ideas y también su juicio práctico: desde el semipresidencialismo como forma de gobierno que terminó acordado como un presidencialismo atenuado, la elección directa del presidente, la reducción del mandato a cuatro años, el ballotaje (pieza clave para anudar coaliciones hoy que la fragmentación de los partidos hace necesarias y pueden ser un recurso valioso para enfrentar los peligros del autoritarismo), la jerarquía constitucional de los partidos políticos (para Alfonsín, los protagonistas principales del pluralismo, aunque no únicos pues la civilidad era el nuevo actor al que supo dar vida. La revisión del federalismo, clave de bóveda del sistema político argentino, también estuvo en la agenda de entonces.Supo inspirar un ánimo reformista y encontrar los procedimientos para lograr los fines que proponía: ése es el rol de la ciencia política atenta a perfeccionar las instituciones de la democracia porque las democracias son perfectibles.Democracia participativa, modernización, solidaridad fueron sus metas... todo un programa inspirado en la socialdemocracia al estilo europeo, pero bajo las condiciones más adversas imaginables.Alfred Stepan, Norberto Bobbio o Robert Dahl fueron, entre otros maestros prestigiosos, invitados a participar en el diálogo en el ámbito del Consejo para la Consolidación de la Democracia. Ese diálogo que contó con la clarividencia de Carlos Nino y que ayudó a dar forma a las ideas de Raúl Alfonsín.Para de los de mi generación, Raúl Alfonsín dio sentido al regreso tras el tiempo del exilio. Los ochenta fue un tiempo en que las ideas orientaban la política y los intelectuales encontraban su lugar abandonando una tradición antiestatalista para incorporarse a la experiencia alfonsinista.Sorprende mirado desde el presente. Alfonsín se relacionó con los intelectuales y no era esa la tradición del peronismo. Y la novedad, asesoraban sobre políticas concretas. Alfonsín estaba en el mundo, atento a sus cambios y a las ideas de su tiempo. Supo armar un gabinete más allá del tronco partidario convencido de la necesidad de incorporar a quienes podían hacerlo mejor. Creía en una política de valores porque política y moral no podían disociarse en el Estado Legítimo. Despreciaba la política de trueque de favores e intereses, que alimentan aún hoy la corrupción sistémica que padecemos.Lo encontré en México en ocasión de un viaje que hizo hacia mediados de los años setenta con Germán López, y me sorprendió su inteligencia, sus muchas lecturas, las preguntas que se hacía y las respuestas que daba... era una rara avis. Lo reencontré poco después en París y allí tuvo una incesante actividad de contacto con los principales líderes de entonces... ya Jorge Sabato decía de él cuando era asiduo concurrente a seminarios del CISEA, “llegará a presidente...”.Cuando en 1996 me tocó comentar su libro Democracia y Consenso, presentado en el emblemático Paraninfo de Santa Fe, subrayé la importancia de sus memorias ya que nos dan la posibilidad de conocer cómo vivió los hechos y por qué tomó las decisiones que tomó. Raymond Aron aconsejaba ponerse en el lugar de los que gobiernan y preguntarse qué hubiera hecho yo. Alfonsín nos cuenta cómo y porqué hizo lo que hizo y ese es el rol precioso de sus memorias, conocer cómo el protagonista central vivió los hechos. También señalé entonces que él fue el depositario de las esperanzas y las frustraciones de los argentinos. “Con la democracia se come, se cura, se educa”, proclamaba y ése era su ideal. Las esperanzas incumplidas de la democracia realmente existente, las que siempre lamentó Bobbio, fueron las frustraciones de los argentinos depositadas en su persona. Pero Raúl Alfonsín supo interpretar el clima de ideas de su tiempo: la esperanza democrática más allá de las dificultades, nos llevaría a buen puerto. Había una luz al final del túnel. El futuro no era pura amenaza. Su legado alcanza a nuestro países vecinos. Ricardo Lagos reconoce cuánto le debe la transición chilena al proyecto y a la acción de Raúl AlfonsínDemocracia o dictadura era la antinomia que reorganizó el arco político de entonces: “Muchos no saben lo que es vivir bajo el imperio de la constitución y la ley, pero sí saben qué es vivir fuera del marco de la constitución y la ley”, decía Raúl Alfonsín. Y la democracia se fue instalando en la práctica, desde voto, las movilizaciones de los ciudadanos, el uso del espacio público.La democracia no es la panacea, sin los militares había que iniciar el trabajoso ejercicio para lograrlo, pero la democracia es reformista, es perfectible, es un modo de vida que se nutre de metas a lograr y peligros a conculcar. Alfonsín recogía la visión de Tocqueville sobre la democracia.Sin embargo, fue su política de derechos humanos, la que más caracterizó la ruptura con el pasado de impunidad. Valorada en todo el mundo, hubo aquí un presidente que decidió negarla y decirnos que nada había sido hecho hasta su llegada... comenzó entonces un tiempo de mentiras.Una consideración final: tengo para mí que los argentinos hemos contraído una enorme deuda con Raúl Alfonsín porque más allá de consideraciones puntuales, nos devolvió la esperanza, la convivencia republicana, pluralista y fundada en los derechos humanosY para concluir, una consideración personal: fue para mí un político excepcional que me ayudó a tener esperanzas y a saber que siempre es posible correr la frontera de lo posible con el poder de la libertad y el coraje cívico. Siempre es útil recordar, como decía Raúl Alfonsín, para que la memoria no se olvide. Fuente : De Riz, Liliana: "Alfonsín y la Ciencia Política" , Nuevos Papeles, 18 de Marzo de 2021 https://www.nuevospapeles.com/nota/alfonsin-y-la-ciencia-politica

domingo, 14 de marzo de 2021

Día del Trabajador:" El Primero de Mayo evoca la lucha por los derechos y la libertad. a no ser simplemente una herramienta de trabajo, sino a ser un vector fundamental de la economía” ( Finquelievich y Cutuli)

El Día del Trabajador suele ser vivido como una conmemoración de los Mártires de Chicago de 1886 y de tantos otros que lucharon por los derechos de las clases trabajadoras en el mundo. Las investigadoras del CONICET Susana Finquelievich y Romina Cutuli opinan en torno a esta fecha para no olvidar el pasado, repensar el presente y mirar el futuro. “El Día del Trabajador nos remite a un debate fundamental de los Estudios del Trabajo”, afirma Culuti quien desde su formación en Historia se desempeña en este campo de estudios en el Centro de Investigaciones Económicas y Sociales de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). “Pienso en la reducción del tiempo de trabajo y en una cuestión vital del movimiento de trabajadores: la disputa por la distribución de las ganancias socialmente producidas”. Por su parte, Finquelievich manifiesta: “El Primero de Mayo me evoca la lucha por los derechos y la libertad. Los derechos en cuanto a salarios e ingresos, a la participación en las ganancias, a no ser simplemente una herramienta de trabajo, sino a ser un vector fundamental de la economía”. Finquelievich es la directora del Programa de Investigaciones sobre la Sociedad de la Información del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Si bien su formación inicial es en arquitectura y urbanismo, su interés por la relación entre las ciudades y la tecnología informática la llevó a tratar de comprender la economía y las relaciones sociales que se establecen en la sociedad urbana. “En nuestro instituto estudiamos la economía que se viene, o que ya se vino, en la ‘Sociedad del Conocimiento’ por la gran influencia de la tecnología informática”. En este campo de estudios, la cuestión del trabajo es uno de los ejes vertebrales: “Actualmente, estamos viviendo la llamada ‘Cuarta Revolución Industrial’, es decir, una aceleración de la informática y las telecomunicaciones, de la robótica y las biotecnologías, la impresión 3D, la inteligencia artificial, el Big Data. En este panorama, se abren nuevos trabajos y aparecen nuevos tipos de trabajadores que no eran previsibles hace unos treinta años; surgen nuevas profesiones y nuevos modos de procesar la información que eran inimaginables. Estos nuevos trabajadores tienen y tendrán también obligaciones y derechos”, señala Finquelievich S. y Cutuli R.Día del trabajador:"El trabajo en tiempos de cuarentena , reflexiones en un 1ero. de Mayo marcado por una pandemia y un futuro incierto. 1 de Mayo de 2020, Santa Fé ( Argentina) https://santafe.conicet.gov.ar/primero-mayo-en-tiempos-de-cuarentena/