sábado, 30 de junio de 2018

En "Vida de Perro", Verbitsky, fija su posición frente a la discusión sobre la violencia de Montoneros, la corrupción kirchnerista, Bergoglio, el peronismo y Macri, hasta Clarín y Página/12

La noche en que Macri venció a Scioli en la segunda vuelta de las presidenciales, Diego Sztulwark le escribió a Horacio Verbitsky para insistirle en que era el momento de encarar un libro de balances. No de inventario de lo mal hecho, no de pase de facturas o de revisión frívola del pasado. De balances políticos. Vida de perro es ese libro. Más de medio siglo de historia argentina desde la mirada de un personaje memorioso, selectivo, intolerante a la ambigüedad y a la estupidez, celoso de su trabajo. Un viajero político en el tiempo. De militante en las FAP a presidente del CELS. Crítico y autocrítico, pero no arrepentido ni nostálgico.

Y es a la vez un libro de conversaciones entre personas de distintas generaciones y posiciones ideológicas. Diego Sztulwark, interesado en el pensamiento político y la tradición de las izquierdas, pregunta sin pelos en la lengua porque quiere entender cómo llegamos al gobierno de Cambiemos, porque quiere reemplazar el “misterio” Verbitsky por el “método” Verbitsky, aprovechar su mirada sistemática y documentada sobre el presente para relanzar la investigación y la lucha política sobre bases más vitales, menos engañosas. Juntos recorren los años en que Verbitsky fue militante en Montoneros, el tiempo de la clandestinidad, sus posiciones frente a la discusión sobre la violencia revolucionaria, frente a la corrupción kirchnerista, sus críticas a la izquierda trotskista, su lectura –a contrapelo de tantos– de Bergoglio, del peronismo y de Macri, su trayectoria periodística, desde la prensa militante en los setenta hasta Clarín, Página/12 y El Cohete a la Luna.


En el curso de una conversación honesta y sin desperdicio, que los habilita a discrepar y a hablar sin tabúes, fluyen las anécdotas que cruzan vida-política-oficio, la tensión constante entre pragmatismo y principismo. Un Verbitsky desconocido y sorprendente. Un libro central para los tiempos que vienen.

Fuente: Verbitsky, H y Sztulwark, D ( 2018):"Vida de perro , balance político de un país intenso, del 55 a macri", Siglo XXI Editores de Argentina


Existen razones razones para la esperanza la legitimidad y efectividad de los derechos humanos de cara al futuros posible en el futuro, gracias al compromiso y las luchas constantes de quienes buscan hacer de este un mundo más igualitario (Kathryn Sikkink, reconocida especialista en el tema)

¿Los derechos humanos funcionan? Aunque resulte sorprendente, vale la pena hacerse la pregunta. Más allá de los reconocimientos formales y las declaraciones grandilocuentes sobre su importancia, ¿el derecho internacional de los derechos humanos, sus instituciones y movimientos han producido un cambio positivo en el mundo? La sola existencia hoy de la cárcel de Guantánamo, de conflictos armados con bombardeos a civiles y torturas, de regímenes autoritarios y de represión a minorías parece indicar, según críticos más o menos pesimistas –muchos de ellos académicos y políticos, pero también activistas–, que asistimos a un retroceso en la materia.

Kathryn Sikkink, reconocida especialista en el tema, se hace eco de este debate para plantear que, pese a lo que muchos ven como un saldo negativo, la ampliación del alcance de los derechos humanos a escala global ha sido permanente en las últimas décadas. Así, a partir de un exhaustivo recorrido por la segunda mitad del siglo XX, y repasando los supuestos teóricos y metodológicos de las voces más destacadas, la autora demuestra el impacto positivo del derecho internacional y la incidencia fundamental de las organizaciones de la sociedad civil en ese proceso. Sikkink deconstruye la idea de que los derechos humanos surgieron como una iniciativa de las regiones más poderosas que irradió luego hacia los países del Sur Global (tanto líderes como activistas de América Latina fueron, de hecho, los primeros en invocar la necesidad de suscribir a tratados que protegieran los derechos humanos). También, con datos estadísticos rigurosos, que los errores y sesgos al cuantificar el progreso de esos derechos llevan a conclusiones equivocadas: las cifras actuales indican que disminuyeron distintas formas de violencia mientras se incrementó notablemente el acceso a la salud y a la educación, entre otros.

Las razones para la esperanza que este libro postula no surgen, así, de un optimismo acrítico; son resultado más bien de un análisis muy documentado sobre avances y retrocesos que dan forma a “una esperanza razonada, bien informada y paciente”, y que nos llevarán sin duda a reconocer lo que ha pasado en la historia y lo que es posible en el futuro, gracias al compromiso y las luchas constantes de quienes buscan hacer de este un mundo más igualitario.
Sikkink, K ( 2018) Razones para la esperanza, la legitimidad y efectividad de los derechos humanos de cara al futuro, Siglo XXI Editores de Argentina.




viernes, 22 de junio de 2018

El 9 De Julio fue un laboratorio sobre los orígenes de la Argentina, su mayor logro, fue la consagración de una voluntad de establecer un Estado independiente

El Congreso de Tucumán , el 9 de Julio de 1816, hace 202 años se declaró la Independencia “de las Provincias Unidas en Sud América” . es decir no se logró la Independencia , tal como nos fue enseñado en los manuales escolares , si , se dio uno de los primeros pasos hacia la libertad y la autodeterminación. Después vinieron marchas y contramarchas, avances y retrocesos, una marca registrada del país que entonces aún no era la Argentina y que por momentos parece conservar la frustración de una obra siempre en construcción.


En ese marco , en 2016, con los festejos del bicentenario, reconocidos académicos como los historiadores Alberto Lettieri, Marcela Ternavasio Gabriel Entin y el antropólogo Alejandro Grimson, debatieron la temática


Lettieri—doctor en Historia, docente titular de la UBA e investigador del Conicet— explicaba “en 1816 el concepto de independencia era fragmentario y fundamentalmente político. Para el segmento de la elite comercial de Buenos Aires liderado por el protounitarismo, se trataba, ante todo, de una independencia política respecto de España. Para el protofederalismo, en cambio, de una independencia política a secas, y para los antiguos territorios virreinales, también de una independencia política de Buenos Aires y, en muchos casos, sobre todo en las provincias del NOA, las aristocracias mantenían expectativas de restauración de la hegemonía española”.


Por su parte, Alejandro Grimson —antropólogo, docente en la Universidad de San Martín, y exdecano en su Instituto de Altos Estudios Sociales, señalaba “la independencia de 1816 no debe menospreciarse. Fue un logro importante que en gran medida se perdió por las guerras civiles. Fue la asunción de los destinos del país por gente nacida en estas tierras. Todos los aciertos y errores posteriores fueron argentinos. Sí, continuaron siempre las presiones. Pero siempre hubo tensiones argentinas donde esas presiones se jugaron y se resolvieron. Hoy, pienso que el concepto cambió: necesitamos autonomía”.


A su turno, Marcela Ternavasio —doctora en Historia por la UBA, docente de la Unversidad Nacional de Rosario, manifestóa que "aquella Declaración “como todo texto icónico se impone por lo que dice, por sus palabras, por la ruptura que establece con el pasado y por las promesas que ilumina para el futuro”. Pero también por sus enigmas, que “no derivan tanto de lo que el documento dice, sino de lo que calla”. Y grafica la idea con una carta de José de San Martín dirigida al diputado por Mendoza Tomás Godoy Cruz, en la que valora el texto aunque expresa que “solo hubiera deseado que al mismo tiempo hubiera hecho una pequeña exposición de los justos motivos que tenemos los americanos para tal proceder”.


Gabriel Entin —doctor en Historia y magíster en Estudios Políticos por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París e investigador del Conicet-, por su parte describe el momento de la Independencia como “un laboratorio sobre los orígenes de la Argentina”, cuyo principal documento “desafía el ingenio: más que certezas, plantea enigmas y dilemas. ¿Quién se independizó? ¿Cuál es la relación con la revolución? ¿Por qué se declaró la Independencia?”.


-Se tenía conciencia en su época de los alcances de esa Declaración? ¿O se la veía como un escalón hacia la verdadera independencia, incluida la económica? Para Lettieri, “el concepto de independencia económica no aparecerá hasta mediados del siglo XIX. Hasta entonces, nociones tales como independencia o soberanía solo tenían una matriz política. De todos modos, la proclama de Tucumán hace alusión a lo que por entonces se denominaba ‘gobierno de lo propio’, pero no definía una forma de gobierno, lo que dejaba pendiente según se resolviera el equilibrio de poder interno, la lucha armada y la redefinición del mapa político europeo. La dinámica política de los territorios coloniales, o en vías de descolonización, es siempre muy sensible a lo que suceda en su antiguo eje político”.


Los progresos y derrumbes institucionales, políticos, económicos y sociales de estos dos siglos de nación independiente conforman un inventario diverso, que puede funcionar como obstáculo para el análisis sobre logros obtenidos y deudas impagas. Aunque, como señala Grimson, “los argentinos creen que ellos han tenido la historia más trágica del planeta, pero eso es solo un narcisismo ignorante. La Argentina es un país con graves problemas y grandes logros. Entre sus deudas las principales es no definir un perfil productivo, no lograr una inclusión social de toda la población, no aceptar su compleja diversidad cultural, no consolidar una vida democrática transparente”.


Desde su rol de historiador, Lettieri opina que “el logro principal fue, sin dudas, la consagración de una voluntad de establecer un Estado independiente, ya anticipada por la Asamblea del Año XIII y el Congreso de Arroyo de la China, en 1815. Sus debilidades provienen, ante todo, de la debilidad de la situación económica legada por la etapa colonial, la fragmentación del mercado interno, el retroceso económico que significó la guerra continuada, y la conciencia —a veces exacerbada— de la elite comercial porteña, de que solo habría futuro a condición de celebrar un pacto neocolonial con Gran Bretaña. Esto lo concretará Rivadavia en 1824, con la suscripción del empréstito Baring Brothers, y la firma del Pacto de Amistad a principios de 1825, en el que Gran Bretaña reconoce la independencia política del Río de la Plata luego de haber acordado la dependencia económica. Por más que Rosas, y un siglo después el peronismo, trataron de deshacer esta vinculación colonial, no solo comercial sino también —y fundamentalmente— cultural, la generación de una nueva matriz democrática, pluralista y soberana en todos sus niveles constituye aún una asignatura pendiente”.


Fuente: Revista Cabal
Bicentenario de la Declaración de la IndependenciaDos siglos de logros y algunas deudas impagas

jueves, 21 de junio de 2018

CON EL ATENTADO A LA AMIA, EL ESTADO ARGENTINO, NOS ABRIÓ LA PUERTA DE INGRESO A SU GUARIDA MAS PERFECTA, EL LABERINTO DE LA IMPUNIDAD (MEMORIA ACTIVA, 2008)

Plaza Lavalle, a metros del Palacio de Tribunales, fue el primer centro de reunión de los Familiares y amigos afectados por el atentado a la AMIA producido el 18 de Julio de 1994, desde aquel momento los reclamos son repetidos: el pedido de Justicia, el cese de la impunidad a autores materiales del hecho, como así a sus cerebros y a quienes se encargaron de modo intencional de tapar la investigación. Hay que hurgar en el archivo para demostrar que a casi 25 años y , aunque hayan pasado seis presidentes la esperanza se diluye , en los medios de comunicación la masacre del 18 de Julio ocupa pocas líneas ,al igual que en la televisión, la radio y en los nuevos medios, en soledad, solos familiares y allegados, aun con sus diferencias y posturas ideológicas opuestas siguen firmes, si bien, como escribí antes, con menos fuerzas, con mayor molestia hacia gobernantes y adalides que se prometen y no cumplen .

En Mayo de 2003, bajo la presidencia de Eduardo Duhalde y con Néstor Kirchner ya electo, el filósofo Tomas Abraham, .denunciaba a la Justicia Argentina por no cumplir con su deber, aunque lamentaba que el comportamiento era repetido. “La conducta de la justicia argentina ya ni siquiera es materia de discusión”, sostenía. Abraham, alegaba que el atentado a la AMIA ya no era solamente la explosión, el atentado , pasaba a ser, según sus palabras el “Crimen colectivo de la AMIA” que funcionaba como un ejemplo, un testimonio de la denegación de Justicia, un mal hábito de los jueces y abogados responsables de investigar y condenar a quienes desde las altas esferas del país, se habían encargado que la denegación de justicia sea una realidad:” Nueve años de encubrimiento dan testimonio de esto”. Abraham añadió a la cancillería argentina como otro de los que obstruyeron desde su lugar el crimen “ La irresponsabilidad de la política exterior argentina, su aventurerismo, la desorganización del sistema de seguridad paralelo a su corrupción estructural, son responsables de los crímenes de hace 10 años.”, decía sin medias tintas.

Por su parte, el 18 de Julio de 2008, al cumplirse 14 años del atentado-masacre de Pasteur 633, desde Memoria Activa, ejemplificaban el trato recibido y los caminos equivocados que les habían hecho tomar con un “laberinto”Un laberinto es “Un lugar formado por calles, caminos, encrucijadas, del que es muy difícil encontrar la salida, después de 14 años somos casi expertos en recorrer laberintos y sin embargo todavía no encontramos la salida”, deploraba.

El recorrido por el laberinto comenzó el 18 de julio de 1994 y fue de manera brutal, ya que “no sólo arrancaban partes de nuestras vidas de una de las formas más violentas y terribles que pueda imaginar la mente humana”, decía refiriéndose al atentado ocurrido a las 9:53 de una mañana con cielo plomizo, sino que además el “Estado Argentino” nos abría la puerta de ingreso a su guarida más perfecta, el laberinto de la impunidad”, delataba.

Las peripecias y obstrucciones fueron muchas, para que el laberinto siga sin salida:” Un laberinto de papeles y palabras. Un laberinto de discursos y denuncias, un laberinto oscuro, lleno de calles y puertas espurias que se fueron cerrando una a una frente a nuestras narices”.


Todo había sido pergeñado, no había casualidad en el tejido del laberinto: “ninguna calle ni encrucijada de este laberinto fue creada al azar, cada una de ellas fue una construcción, pensada, planeada y organizada por cada uno de los constructores: empezando por los sucesivos gobiernos de turno, y terminando con todas las instancias gubernamentales y comunitarias que se replican mágicamente a imagen y semejanza de ellos.

Como un espejo de la actuación de la justicia en los casos de corrupción que, a pesar de tenerse pruebas se dilatan en el tiempo hasta expirar los plazos legales y quedar sin condena y casi olvidada en la sociedad:” Cambian los estilos, los grados de participación… pero el laberinto de la impunidad sigue en construcción”

El laberinto comenzaba con Menem, que dio la orden de que no se investigara a Kanoore Edul y la consiguiente pista siria , allí se construyó la entrada al laberinto. Anzorreguy, Galeano, y el ex comisario Palacios, para ejecutar la orden de Menem, comenzaron la construcción de sus primeras calles.No podían sostenerlo solos, el mundo los estaba mirando. Y entonces necesitaron conseguir cómplices para inventar culpables a través de la pista de los policías bonaerenses, para cerrar la causa AMIA.

Para poder hacerlo era necesaria la participación en el complot de los ex fiscales Mullen y Barbaccia, de los secretarios del Juzgado de Galeano, Spina, Velazco y De Gamas, de la Comisión Bicameral, del ex presidente de la DAIA Rubén Beraja, y de Telleldín, quien ya se encontraba preso por ser el último poseedor de la trafic que explotara en la AMIA.
El Juicio oral que se realizó desbarató esta “mentira oficial”.
La sentencia del tribunal dejó en claro que los policías no eran culpables de haber participado en la masacre en la AMIA. Pero aún no sabíamos por qué necesitaron construir la historia oficial.
Hoy, 14 años después, tenemos más en claro que el gobierno de Menem y sus cómplices tejieron esa mentira con el fin de cerrar la investigación de la conexión local.
El juicio oral contra los encubridores, que el juez Lijo debe elevar lo antes posible, deberá sacar a la luz cómo se tejieron estas complicidades.

Los gobiernos subsiguientes de De la Rúa y Duhalde sostuvieron la mentira  para continuar con la impunidad.
El gobierno de Néstor Kirchner asumió inicialmente un compromiso con la causa AMIA reconociendo la responsabilidad del Estado Argentino por la falta de seguridad y por la denegación de justicia.

Para nosotros la responsabilidad del Estado no termina en el reconocimiento. El Estado debe cumplir con los compromisos internacionales que asumió ante la OEA, debe cumplir con los compromisos ante nosotros, debe plasmarse día a día en cada acción del actual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en cada mensaje, hasta que la causa AMIA quede esclarecida, hasta que los asesinos intelectuales y materiales y todos los cómplices y encubridores vayan a la cárcel.

Lamentablemente este laberinto tiene muchas puertas de entrada y seguimos sin vislumbrar alguna puerta de salida.
Hoy, a 14 años, no hay un solo preso por el asesinato de 85 personas.
Hoy, a 14 años, no hay un solo preso por aquellos que quedaron heridos.
Hoy, a 14 años, no hay un solo preso por el encubrimiento que posibilitó no llegar a la verdad ni a la justicia.

Con un dejo de esperanza , aseguraban :”Estamos aquí porque aún creemos,, y por más que tejan y tejan los hilos de la impunidad vamos a estar ahí, en la vereda de enfrente, trabajando por la justicia.

Hoy intentamos recrear en esta plaza un laberinto, uno que aún no tiene salidas, pero nunca se sabe, la vida es versátil y la impunidad no siempre triunfa.

Para cerrar, reiteraban la idea de los “constructores de la impunidad” que necesitaron de una guarida, un refugio, alguien que los ampare, los encontraron en las altas esferas del país , de la justicia y de personas que por su lugar debían defender la causa y fueron quienes “brindaron sobre los escombros, por dentro de y por eso crearon el laberinto, para que nada ni nadie los alcance.
Lo de ellos es guarida, y lo nuestro es esta plaza. Lo de ellos es guarida y lo nuestro es búsqueda, búsqueda de verdad y de justicia, porque sólo con verdad y justicia se podrá destruir el laberinto.


Fuentes:
Acto en Plaza Lavalle, discurso de Tomas Abraham19 de mayo de 2003 –

Acto por los 14 años del atentado, discurso de Memoria activa 2008



sábado, 16 de junio de 2018

Belgrano y la creación de la bandera poseen un valor adicional , en tanto la Bandera no es sólo el paño que identifica a un país, sino fundamentalmente el símbolo que congrega a un pueblo y que expresa un proyecto futuro basado en ideales y sueños de defensa de la educación

¿Cuál es el sentido de recordar a Manuel Belgrano, casi a doscientos  años de su muerte, producida el 20 de junio de 1820?

Se lo recuerda a Belgrano, sobre todo, por la creación de nuestra bandera. Sin embargo, su figura y la a creación de la bandera. cobran un por el sentido político, en tanto la Bandera no sólo como el paño
que identifica a un país, sino fundamentalmente como el símbolo que
congrega a un pueblo, que expresa proyecto, ideales, sueños, futuro", observaban desde SUTEBA.
 Manuel Belgrano, fue además funcionario público, desde cuyo rol defendió al  país planteando que si nuestra patria quería salir adelante necesitaba desarrollar su autonomía económica, industrial y política.
Durante los años del Consulado, luchó por llevar adelante la independencia económica y luego consolidar , la independencia política.sostenidos  con la convicción de aportar desde la educación pública a la transformación de la injusta realidad social de nuestro pueblo", apuntaban desde el gremio docente.

Manuel Belgrano se preocupó por fomentar la agricultura, la industria y el comercio,tendiendo al desarrollo económico, sin descuidar el aspecto social "Para lograr un bienestar, no sólo material sino también a nivel humano, es necesario fomentar la educación, en los diferentes niveles", subrayaba en sus escritos.
Su profundo idealismo, hace que se sensibilice frente a la situación de los habitantes de la campaña:“…Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas, a donde puedan los pobres mandar sus hijos, sin tener que pagar cosa alguna por su
instrucción; allí se les podrán dictar buenas máximas, e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria”.


Belgrano propone que los niños aprendan las primeras letras, conocimientos matemáticos básicos junto con el catecismo, para luego serr admitidos por los Maestros menestrales, quienes les enseñarían su oficio, teniendo éstos la obligación de mandarlos a la Escuela de dibujo.

El cuidado de las escuelas gratuitas debía confiarse “a aquellos hombres y mujeres que, por oposición, hubiesen mostrado su habilidad y cuya conducta fuese de público y notorio irreprensible”. El Consulado debía velar sobre “las operaciones de maestros y maestras”,comisionando a tal efecto a dos consiliarios.


Otro punto de importancia era el de la distribución de los establecimientos. Belgrano manifestaba lo siguiente; “Estas escuelasdebían ponerse con distinción de barrios, y debían promoverse en todas
las ciudades, villas y lugares que están sujetas a nuestra jurisdicción, comisionando para ello a los diputados, y pidiendo auxilio al excelentísimo señor virrey, a fin de que comunicase sus
órdenes para que todos los gobernadores y demás jefes cooperasen a estos establecimientos tan útiles”.

Para finalizar, sus ideas tomadas por Suteba, lo enaltecen "Sus valores deben ser rescatados hoy no nos pueden pasar con la convicción de aportar desde la educación a la transformación de la realidad
social de nuestro pueblo.

Fuentes: Belgrano y la Lucha por la Libertad ( Suteba, s/f)

Historia de la educación argentina, 1 de Marzo 2011
https://histeducarg.wordpress.com/segundaetapa/belgrano-y-la-educacion/

jueves, 14 de junio de 2018

Los gobiernos saben de la repercusión social que tiene el fútbol, lo usan como instrumento en nuestra contra para darnos una buena dosis de anestesia cada vez que las cosas se ponen feas, logran así su objetivo :que la gente se olvide de los problemas y al día siguiente sólo hablen del partido ( 2014)

El artículo retrata el clima de época de España en 2014, a días de comenzar el Mundial de fútbol de Brasil y anticipándose a la Liga de su país, por su contenido , las mismas situaciones y preguntas se pueden trasladar a la Argentina ¿Porque hay tanto fútbol en la televisión desde hace unos cuantos años?.

¡La respuesta es muy fácil!,contestando con signos de admiración :"  El fútbol es un termómetro social, que sirve para evaluar el estado de agitación del pueblo, y que el gobierno usa como arma para calmar los ánimos de la sociedad!". Si bien, un buen arma para calmar los ánimos de la sociedad!". Si bien, un buen resultado un garantiza el cambio de humor social  ni un aval mayor para el gobierno, si es fácilmente comprobable el rol anestésico del
fútbol y los negocios que se generan a su alrededor , tal como lo expresa el portal español : Estamos en la ruina, y miles de familias hoy día no tienen ningún ingreso, o con algún miembro desocupado y
cargados de cantidad de facturas  pagar, pero una cosa es cierta aunque nos cueste reconocerlo: ¡Dinero para fútbol y bares ( como sinónimo de boliche),  siempre hay!. ( nuevamente los signos de admiración le otorgan una carga adicional.

Los negocios que el fútbol genera, lo que mueve el fútbol, no son un tema menor:, al igual que lo que acaece en nuestros días, el sitio criticaba los excesivos gastos de los clubes y los avales que recibían para seguir gastando sin pagar sus deudas y sin que se los intime ,o mejor dicho como desde el gobierno hacían la vista gorda:" No importan las deudas que tengan los clubes de fútbol. Hacienda y los bancos hacen la vista gorda con todos ellos para que paguen poco a poco". El motivo era claro, señalaban " Lo importante es que el show siga
funcionando"

Otros ítem  se sumaban al despilfarro las exhorbitantes cifras que se pagaban por los pases de los jugadores "Tampoco importan las estratosféricas cantidades de dinero que se mueven por fichajes, publicidad, televisiones y demás merchandising", más aún el fútbol a la utilización de los jugadores y las cifras que se gastaban en pases,
denunciaban en España era similar a la trata de esclavos" Los jugadores se convierten en esclavos y son solo mercancía que se utiliza para que este circo siga jugando el papel que tiene asignado en la sociedad".

Observaban y criticaban la ceguera que producía el fútbol "La gente, se  vuelve loca y no atiende a razones cuando hay fútbol en la tele. Se olvidan de todos los problemas, acontecimientos que suceden en la vida
diaria, por muy graves que sean. Lo importante es ver el partido en la tele, o ir al estadio si hay dinero.


Agregaba ": Hay gente que estando desocupada y no cobrando ninguna prestación, se gasta miles de pesos ( o euros en el original) en el abono de temporada de su equipo de fútbol. De modo similar, si se trataba de verlo por televisión  y había que pagar un abono, se pagaba sin protestar  con tal de ver el fútbol." Recortamos de cualquier otra cosa, pero para el fútbol siempre hay dinero", criticaban.

Concluían con un diagnóstico que si bien es conocido, bien vale repetirlo ( en Argentina lo hicieron militares y también democráticos aún  opuestos políticamente

Los gobiernos  sabiendo la gran repercusión social que tiene el fútbol, lo usan  como instrumento en nuestra contra para darnos  una buena dosis de anestesia cada vez que las cosas se ponen
feas. El objetivo es que la gente se olvide de los problemas reales
que están a su alrededor. De que al día siguiente, todo el mundo esté
hablando del partido de anoche".

La anestesia, "teniendo a la gente adormilada con el gran espectáculo
mediático", como lo llama el portal ,se consigue el objetivo
principal, evitar que la gente se organice para cambiar las cosas
malas que suceden en la sociedad del día a día, el fútbol lo puede:
"Se evitan manifestaciones, revueltas sociales y que la gente piense
en cómo solucionar este gran problema en el que nos han metido. Y si
no se evitan, por lo menos se minimizan bastante. Así es como
consiguen tener a una población sumisa y capaz de aceptar cualquier
cosa con tal de subsistir.

Finalizaba intentando hacer ver a la gente que se saque las anteojeras
"Es muy difícil hacer ver a la gente que la están manipulando para que
no reaccione ante tantas injusticias y abusos por parte de los que
gobiernan.¡Solo cuando la gente se dé cuenta, de que poniendo más
interés y esfuerzo en intentar cambiar lo que está mal, y no viendo
tanto fútbol, entonces habremos conseguido ganar la autentica Copa del
Mundo!
Fútbol. Anestesia para la Sociedad

Publicado en 20/06/2014

https://yanomiramoselcielo.wordpress.com/2014/06/20/futbol-anestesia-para-la-sociedad/

martes, 12 de junio de 2018

Alejandro Burzaco, el exCEO de Torneos , el gran arrepentido de la mafia del fútbol revela en un libro detalles de los sobornos y la ligazón con las empresas off shore que se usaron para transferir dinero negro a manos Grondona y otros dirigentes argentinos.

El escándalo de corrupción más grande de la historia del fútbol tiene un arrepentido argentino. Se llama Alejandro Burzaco. Fue CEO de Torneos y amasó una pequeña fortuna. Julio Humberto Grondona lo trató como a un hijo. Su hermano es un alto funcionario del gobierno de Cambiemos. Consiguió escapar a la gran redada que el FBI les tendió a los principales dirigentes de la FIFA en Zúrich. Se mantuvo prófugo de la justicia estadounidense. Negoció su entrega. Y luego de cerrar su trato judicial, admitió haber repartido más de 150 millones de dólares en coimas. Burzaco entregó información y datos suficientes como para que la causa explotara y salpicara a funcionarios y empresarios de todo el continente. El FIFAgate cambió la historia del fútbol. Y la declaración de Burzaco puso en jaque al negocio. El gran arrepentido de la mafia del fútbol revela detalles jamás contados de los sobornos pero también bucea en el oscuro mundo de las empresas off shore que se usaron para transferir dinero negro a manos de Julio Grondona y otros dirigentes argentinos. Facundo Pastor, en su doble rol de periodista y abogado, escribió
El Gran Arrepentido De La Mafia Del Fútbol ( Margen del Mundo), un libro notable, con excelente información y con un relato cinematográfico que quita la respiración.

Vicente López no fue solo la voz poética del himno nacional argentino, también fue un patriota sincero, lejos de ambiciones personales, convencido de que la naciente nación Argentina lo necesitaba en tiempo y sacrificio



En esta obra extraordinaria, sin duda la biografía más completa sobre Vicente López jamás escrita, Pablo Emilio Palermo exhuma los valores, las pasiones y los sacrificios de un hombre que representó con su vida la historia de la República naciente.

Hijo del siglo dieciocho como Belgrano y San Martín, auténtico patriota, Vicente López destaca en las páginas de la historia argentina como el autor de la letra del Himno Nacional. Sin embargo, no fue solo la voz poética de una época y una nación. Por más de cuarenta años fue también funcionario público: miembro del Cabildo de Buenos Aires, se desempeñó después como diputado en la Asamblea del año XIII, ocupó los cargos de ministro nacional y provincial, fue presidente provisorio de la República y miembro del Poder Judicial, y gobernó la provincia de Buenos Aires. En los relatos que circularon sobre su vida, por lo general sostenidos por la canción patria como eje, sus muchos años al servicio del país quedaron bajo un telón de silencio.

Los padres de nuestra nacionalidad han demostrado su gloria en sucesivas acciones, muchas de ellas envueltas en el más alto heroísmo. Combates, batallas, augustas creaciones o instituciones debidas a su genio guardan su arrojo o sus tareas. De ellos mucho se ha hablado y ensayado. Manuel Belgrano mandó hacer la bandera blanca y celeste y venció en Tucumán y Salta. José de San Martín elevó su sable victorioso en San Lorenzo, Chacabuco y Maipú, pero también cruzó los Andes y forjó la independencia de Chile y Perú. Mariano Moreno fue numen de Mayo, vibración de la Junta de 1810 y conocido periodista en el alba argentina.

Hijo del siglo XVIII como los anteriores, don Vicente López ocupa su sitial de prócer por su acción más conocida: haber legado a la Nación unos versos que aún hoy, a más de dos siglos de distancia creadora, continúan diciéndose con la más sentida emoción: “Oíd, mortales, el grito sagrado”. A su genio se debe la Marcha patriótica de las Provincias Unidas, hoy Himno Nacional Argentino.

Sin embargo, López fue mucho más que el “hijo predilecto de las Musas Argentinas”, como exageró en su admiración Esteban Echeverría. En la narración de su historia, por lo general estructurada —casi exclusivamente— en torno a la creación de los famosos versos a la patria, sus muchos años al servicio del país quedaron bajo el telón del silencio secular. Vicente López, quien rara vez utilizó su apellido materno —Planes— en sus papeles públicos y privados, vivió setenta y dos años. Por más de cuarenta fue funcionario público: integrante de las expediciones patrias al Norte, miembro del Cabildo porteño, diputado a la Asamblea General Constituyente de 1813, ministro nacional y provincial, constituyente en 1826, presidente provisorio de la República, miembro del Poder Judicial, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Sólo se llamó a silencio tras la revolución encabezada por Juan Lavalle en 1828: colaborador y amigo del gobernador Dorrego, como había sido, temió por su vida y la de su familia y decidió pasar algunos meses de 1829 en el refugio seguro de la Banda Oriental.

Aquella dilatada carrera lo reveló como un patriota sincero, lejos de ambiciones personales, convencido de que el país naciente lo necesitaba en tiempo y sacrificio. Intelectual de valía, traductor y amante del latín, Vicente se obligó más de una vez a dejar los placeres de la lectura y escritura para aceptar uno u otro cargo. “Siento la mayor responsabilidad cuando se me obliga a llevar los puestos políticos, para los cuales siempre he conocido que no tengo el genio y las disposiciones que da la naturaleza”, dijo en 1832, cuando ya había transitado la mitad del camino de su vida; esa vida que, según Ricardo Levene, había estado “colmada de trabajo y de lucha”.

Las próximas páginas pretenden narrar la vida de un hombre probo, de un hombre al que Ramón J. Cárcano definió como “historia viviente de la República”. Su larga actuación judicial en tiempos de Rosas resultó comentada y enjuiciada, máxime sabiendo que su hijo Vicente Fidel permaneció en doloroso exilio mientras él ocupaba lugares de confianza en la administración federal. Es probable que el temor haya dominado al doctor López, pero también es justo entender su convencimiento frente a un gobierno fuerte y victorioso. Terminadas en desgracia las administraciones de Rivadavia y Manuel Dorrego, condenada la sublevación de Juan Lavalle, López observó que el Restaurador de las Leyes bien podía enfrentar con éxito toda tentativa de “anarquía” o desgobierno, fantasma siempre amenazante desde los orígenes mismos de la nacionalidad.

A partir de 1840, las vidas de Vicente López y de su hijo se unen hasta casi hacerse un único plano. Comenzaba el largo exilio del vástago y la vital correspondencia entre ambos pretendía confundir la ausencia con el relato de sucedidos personales y culturales. “Tres personas que estábamos tan ligadas hace poco, tu madre y yo, que nos sobresaltábamos tanto, si tardabas por las noches en volver a la casa paterna, ahora vivimos los dos en tal separación de ti, que más parece que has muerto para nosotros”. Mínimas noticias, opiniones sobre autores y libros, recomendaciones, súplicas y reproches, tejían la amarga separación que se prolongó hasta la muerte del mismo López padre.

Alentados por las palabras del ilustre Juan María Gutiérrez: “El que narrase la vida tan llena y completa de este varón benemérito, haría a la vez la historia laboriosa de nuestra patria desde los primeros años de este siglo”, es decir del siglo XIX, nos hemos lanzado a la tarea biográfica que aquí se inicia. Y como el Himno Nacional hubo de adquirir historia propia, desprendimiento majestuoso del poeta y del músico que le dieron vida, va inclusa, en un último capítulo, la narración de pretendidas reformas y citas de leyes y decretos que normaron su ejecución y canto.

Palermo, Pablo Emilio ( 2018):"Vicente López, una biografía del autor del Himno Nacional Argentino" , Sudamericana,. Buenos Aires, Argentina.

Siento una voz interior que dice que tengo que seguir de cualquier forma, tratando de crear algo que trascienda el tiempo, porque es mi destino ( Marta Minujin)

Tres inviernos en París ( Reservoir books), dibuja a Marta Minujín con una luz asombrosamente real y humana, a la vez que presenta un testimonio maravilloso no sólo de su vida y su carrera, sino de toda una generación que, en los sesenta, revolucionó las normas sociales y estableció una contracultura.

Estos diarios muestran los inicios de la artista contemporánea más reconocida de la Argentina. Comienzan cuando cumple 18 años, en 1961, y decide probar suerte en París. Y finalizan cuando regresa a la Argentina en 1963, consagrada como una de las grandes promesas de su generación.

"Me siento como Alicia en el País de las Maravillas", escribe Marta Minujín en su diario cuando aterriza en París, el 5 de noviembre de 1961, a los 18 años. La capital francesa, en plena ebullición cultural, promete oportunidades que la gris Buenos Aires no ofrece.

Tras casarse en secreto con Bebe, su gran amor, Marta Minujín llega sola a Francia con una beca para estudiar. En cambio, se pasa los días creando, y por las noches deambula en bares como Le Dôme y La Coupole, en Montparnasse, donde conoce a toda la bohemia europea. La ciudad será testigo de su primer happening, La destrucción, y de la concepción de obras como La chambre d'amour.

En este diario, recientemente descubierto, Minujín recoge las primeras impresiones de París, de los barrios, de la gente. Por sus páginas desfilan personajes como Luis Felipe Noé, Alberto Greco, Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar. También retrata la angustia frente a la soledad, las constantes dudas sobre la relación con su marido -que la visita en París y le pide que se vuelva a la Argentina-, el frío del invierno, la mudanza de atelier en atelier (sin calefacción y a veces sin lugar donde bañarse), el trasfondo social de la guerra con Argelia, y la lucha por hacerse un nombre en el mundo del arte internacional.

«Siento que algún día daré algo como lo que pocos seres dan, siento una voz interior que dice que tengo que seguir de cualquier forma, tratando de crear algo que trascienda el tiempo, porque es mi destino.», escribía en 1961 de modo premonitorio creadora de obras como La Menesuda o El Partenón  de Libros con la que en 1983 visibilizó y  a la vez denunció la censura y quema de libros por parte de la dictadura 


Minujin, M. ( 2018)"Tres inviernos en París, diarios íntimos "( (1961-1964), Reservoir Books, Buenos Aires, Argentina.

domingo, 10 de junio de 2018

Durante la dictadura los clubes de fútbol fueron un microcosmos de la sociedad argentina, convivieron víctimas de la represión con un hijo de un genocida, hubo expresiones de conformismo, indiferencia, adaptación, adhesión al régimen imperante u oposición al mismo

"Clubes de Fútbol en tiempos de dictadura ( UNSAM), aborda la vida de los clubes de fútbol de la Argentina durante el Proceso Militar, desafiando la común perspectiva binaria y simplista de aquellos años. Las contribuciones a este tomo van más allá de los conceptos de víctimas y victimarios y revelan que la represión no es el elemento explicativo de todas las acciones o inacciones de los asociados en este oscuro período. El libro ofrece, por lo tanto, un lente adicional para analizar el mosaico de expresiones de conformismo, indiferencia, adaptación, adhesión al régimen imperante u oposición al mismo. Además de aportar a los estudios de la sociedad civil contemporánea, el texto contribuye a repensar los vínculos que los clubes establecieron con las autoridades políticas en diversas dimensiones, en el contexto de una larga tradición de complejas relaciones entre los clubes y el Estado.
Rein, entrevistado por Infobae , marcaba en la introducción del libro que es una rareza que en esta sociedad se investigó mucho sobre la dictadura militar, los hechos que ocurrieron, pero no se habló tanto de su relación con el fútbol y cómo impactaba en el mundo del fútbol. ¿Allí encontraron un hueco para estudiar desde otra óptica a la sociedad argentina?
— Exactamente. El único tema que sí se ha estudiado es el del Mundial 78, y el uso y abuso de este torneo por parte de los militares. Sin embargo, hasta ahora no ha habido ningún estudio sobre lo que pasaba dentro de los clubes, en la vida interna de los clubes de fútbol. Y hasta qué punto estaba influida por la represión estatal o si tenía la vida interna su propio ritmo como si no pasaba nada alrededor de los clubes.

— ¿Y no pasaba nada alrededor de los clubes o estaba marcado por lo que sucedía en la sociedad?
— ¿Estaba marcado? Sí, sin ninguna duda. Sin embargo, para mucha gente la vida siguió como si no pasara nada. En muchas entrevistas que hice, lo que me impresionó mucho es el tono nostálgico de mucha gente al hablar de los años 70 en el club, de las actividades en las que participaban. Dentro del club, muchas veces, gente de distintos matices políticos e ideológicos trabajaban juntos por la gloria de su querido club. Familias de víctimas estaban ahí codo a codo con victimarios. Socios militares, gente clave de la dictadura, durante los 90 minutos del partido, estaban ahí hinchando juntos como si no pasara nada.

Por su parte, Rodrigo Daskal, rescata declaraciones del Almirante Lacoste, cercano a Massera , virtual presidente del Ente Autártico Mundial 78 y vice-presidente de FIFA ( mantuvo su cargo aún después de la llegada de la democracia a la Argentina)

Estaba vinculado a River como socio e hincha, aunque nunca fue dirigente. Pero también aparece en otros clubes. Ahí da el salto a la FIFA, con lo cual es un militar que aprovecha el campo del fútbol para convertirse en un actor potente dentro de ese deporte .

"El fútbol es una empresa. Y que a los clubes hay que manejarlos así, como empresas, con las reglas del show. Que las obras van a valorizar el Monumental. Y que si los socios de River algún día quieren vender el club, a quien lo quiera comprar le costará diez veces más. Los dueños de River son los socios, pero como River es una empresa hay que manejarse bajo esos criterios. Porque el club tiene que ser rentable y eficiente", sostenía Lacoste reporteado por la Revista oficial del club en los años de plomo

-¿Cuál era el nivel de injerencia de los militares? ¿Cómo era la vida en el interior de ellos durante la dictadura?

Los clubes de fútbol fueron acaso de las pocas instituciones en las que se siguió votando. Con una vida política intensa. Y un primer dato en el libro es elocuente: la masa societaria de los clubes, cuenta Gruschetsky, alcanza su auge. Los clubes como refugio durante la dictadura. "Es un rol , apunta, también fue señalado en varios ámbitos para los clubes durante la crisis social y económica que atravesó la Argentina durante el 2001".

Lo muestra el caso de Atlanta, que desarrolla Raanan Rein. El club amplifica por esos años su vínculo con Villa Crespo. "Parece un microcosmos de la sociedad argentina, en el cual hubo de todo, desde víctimas de la represión hasta un hijo de un genocida, el presidente Roberto Viola", dice el historiador israelí. Y agrega que también aumenta su cantidad de socios: "En el clima de creciente violencia política, muchos padres del barrio preferían mandar a sus hijos a participar en actividades deportivas 'no peligrosas'".

Hubo una bandera de Montoneros en la hinchada de Huracán –el episodio termina con el asesinato de Gregorio Noya a manos de la Policía– y otra en un acto religioso en San Lorenzo con el reclamo de "Aparición con vida". Y la política interna de los clubes se movía. En Lanús, un presidente peronista (Lorenzo D'Angelo) tuvo que irse con el golpe. Lo reemplazó un empresario (Francisco Leiras). Pero tampoco se sostuvo. Esos giros, con un descenso a la Primera C, derivaron en la conformación de una unidad política que decantaría en la dirigencia elogiada los años siguientes por su gestión social.

"La dictadura no interviene a un club. Las que hay no son por motivos políticos generales sino por cuestiones puntuales. Son lógicas que conviven", explica Daskal, que en su artículo cuenta que en 1997, River, el club en el que pesaba Lacoste, expulsa como socios honorarios a Jorge Videla, Massera y Agosti. Era una herencia de los años de la dictadura y el Mundial.


Wall​, A​ :"La dictadura y el refugio de los clubes," Tiempo Argentino, 2 de Junio de 2018.

Gruschetsky, M​, Rein,R. y ​ Daskal, R ( 2018)Clubes de fútbol en tiempos de dictadura
​, Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires , Argentina.​ http://www.unsamedita.unsam.edu.ar/product/clubes-de-futbol-en-tiempos-de-dictadura/

​​ Tamagni, R, ​Los clubes de fútbol durante la dictadura en Argentina, bajo la óptica de Raanan Rein: "Convivían víctimas y victimarios codo a codo" , Infobae, 16 de Mayo de 2018​.

sábado, 9 de junio de 2018

A Alberto Guerchunoff , como cabal ciudadano del mundo, ninguna lucha política para lograr justicia le resultaba ajena, hijo del mundo judío de Europa Oriental, se desgarró presenciando desde lejos su destrucción y dedicó los últimos años de su vida a la creación de un hogar para alojar a los sobrevivientes de la catástrofe


En "La vocación desmesurada", una biografía de Alberto Gerchunoff ( Sudamericana), Mónica Szurmuk repone una presencia fundamental del mundo social, cultural y político del siglo XX, al tiempo que retrata una época de la intelectualidad argentina.


Su autora, doctora en Literatura Comparada por la Universidad de California y en la actualidad docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de San Martín. e investigadora independiente del CONICET . se focaliza en las que son sus áreas de interés : la relación entre la literatura y la sociedad, y las articulaciones entre poder, cultura letrada y modos de subalternidad, con foco en estudios de género, sexualidades, raza y etnicidad, casi todas presentes en Guerchunoff, cuya obra más reconocida, Los Gauchos Judíos, retrató las vivencias de los inmigrantes judíos llegados a partir de 1889 a las distintas colonias del interior del país y sus peripecias por poder integrarse al nuevo y desconocido mundos sin perder su identidad.


Szurmuk, entiende que Alberto Gerchunoff es mucho más que el autor de Los gauchos judíos, invita a no reducirlo a ese libro, dado que tuvo otras facetas también destacables: Periodista excesivo y escritor inagotable, es difícil encontrar un diario o una revista de la primera mitad del siglo XX donde su nombre no aparezca. Amigo de Lugones, Quiroga y Borges, publicó dieciocho libros y le habló al planeta entero desde lugares de la cultura argentina tan centrales y diversos como la Biblioteca Socialista de la calle México, la redacción de La Nación -que trajinó por más de treinta años- o su despacho en el diario El Mundo. Hijo menor de una familia de inmigrantes rusos con el ídish por única lengua, hizo suya la Ciudad de Buenos Aires y encarnó como ninguno toda una concepción vitalista de la cultura que, junto con la incansable lucha por dar un sentido ético a la palabra, se convirtió en su marca personal.

Basada en una exhaustiva investigación, esta biografía intelectual de Gerchunoff repone una presencia fundamental del mundo social, cultural y político del siglo pasado, al tiempo que retrata una época de la intelectualidad argentina.


Escribe Szurmuk en el prologo, describiendo a Guerchunoff que transitó con lucidez , ambas sociedades, la Argentina y la "micro" sociedad judía, en las que dejó sus huellas:"En uno de los tantos barcos que arribaron a las costas argentinas a fines del siglo XIX, llegó Abraham ben Gershon Gerchunoff a Buenos Aires. Tenía siete años y era el menor en una familia que procedía de la Zona de Residencia del Imperio ruso y que hablaba ídish. En algún momento, quizá en el Hotel de Inmigrantes mismo, le cambiaron el nombre por Alberto Gerchunoff. Poco tiempo después, ya en el campo argentino, eligió el castellano como idioma propio.

De ahí en adelante —nuevo nombre, nueva lengua—, su vida se puede narrar sobre la base de logros: sobresalir en el colegio más prestigioso del país, publicar en el diario más moderno de América Latina antes de los dieciocho años, dirigir un diario antes de los veinte, escribir un best seller antes de los treinta, redactar cientos de artículos y decenas de libros, ser nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras, fundar el diario El Mundo y liderar la campaña latinoamericana de apoyo a la creación del Estado de Israel. También se puede narrar desde sus amigos y corresponsales, muchos de los cuales tuvieron más reconocimiento público que él: Jean Jaurès, Marcel Proust, Jorge Luis Borges, Ramón del Valle Inclán, Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Roberto J. Payró, Manuel Manucho Mujica Lainez, Waldo Frank, Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Stefan Zweig, Alfonsina Storni, Lisandro de la Torre, Pedro Henríquez Ureña, Arturo Alessandri, Rómulo Gallegos, Pablo Neruda, Marta Brunet. Los documentos sucesorios conservados en el Archivo Judicial situado en la Avenida de los Inmigrantes en la ciudad de Buenos Aires, muy cerca de donde desembarcó como niño ruso, dan cuenta del recorrido que fue su vida: no legó propiedades, pero sí muchísima obra, un inconmensurable aporte a la cultura repartido en libros, revistas y diarios, y en la batalla cotidiana por usar la palabra para mantener un sentido ético de la vida y apoyar las causas justas

En una sociedad como la de Buenos Aires, siempre atenta a la cultura francesa, Gerchunoff se declaró muy temprano apasionado lector de la literatura española. El Quijote fue su guía, su libro de cabecera, su espacio de sosiego. Quijotescamente se enroló en todas las luchas que consideró honradas: la independencia de Cuba, la Revolución rusa, la República Española, la independencia de la India, la creación del Estado de Israel. Criticó con encono el imperialismo norteamericano, la violencia contra los cristeros en México, la segregación en Estados Unidos, la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales, el fascismo y el nazismo. En uno de los tantos barcos que arribaron a las costas argentinas a fines del siglo XIX, llegó Abraham ben Gershon Gerchunoff a Buenos Aires. Tenía siete años y era el menor en una familia que procedía de la Zona de Residencia del Imperio ruso y que hablaba ídish. En algún momento, quizá en el Hotel de Inmigrantes mismo, le cambiaron el nombre por Alberto Gerchunoff. Poco tiempo después, ya en el campo argentino, eligió el castellano como idioma propio. De ahí en adelante —nuevo nombre, nueva lengua—, su vida se puede narrar sobre la base de logros: sobresalir en el colegio más prestigioso del país, publicar en el diario más moderno de América Latina antes de los dieciocho años, dirigir un diario antes de los veinte, escribir un best seller antes de los treinta, redactar cientos de artículos y decenas de libros, ser nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras, fundar el diario El Mundo y liderar la campaña latinoamericana de apoyo a la creación del Estado de Israel. También se puede narrar desde sus amigos y corresponsales, muchos de los cuales tuvieron más reconocimiento público que él: Jean Jaurès, Marcel Proust, Jorge Luis Borges, Ramón del Valle Inclán, Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Roberto J. Payró, Manuel Manucho Mujica Lainez, Waldo Frank, Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Stefan Zweig, Alfonsina Storni, Lisandro de la Torre, Pedro Henríquez Ureña, Arturo Alessandri, Rómulo Gallegos, Pablo Neruda, Marta Brunet. 

Los documentos sucesorios conservados en el Archivo Judicial situado en la Avenida de los Inmigrantes en la ciudad de Buenos Aires, muy cerca de donde desembarcó como niño ruso, dan cuenta del recorrido que fue su vida: no legó propiedades, pero sí muchísima obra, un inconmensurable aporte a la cultura repartido en libros, revistas y diarios, y en la batalla cotidiana por usar la palabra para mantener un sentido ético de la vida y apoyar las causas justas.
En una sociedad como la de Buenos Aires, siempre atenta a la cultura francesa, Gerchunoff se declaró muy temprano apasionado lector de la literatura española. El Quijote fue su guía, su libro de cabecera, su espacio de sosiego. Quijotescamente se enroló en todas las luchas que consideró honradas: la independencia de Cuba, la Revolución rusa, la República Española, la independencia de la India, la creación del Estado de Israel. Criticó con encono el imperialismo norteamericano, la violencia contra los cristeros en México, la segregación en Estados Unidos, la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales, el fascismo y el nazismo. Cabal ciudadano del mundo, ninguna lucha política para lograr justicia le resultaba ajena. Hijo del mundo judío de Europa Oriental, se desgarró presenciando desde lejos su destrucción y dedicó los últimos años de su vida a la creación de un hogar para alojar a los sobrevivientes de la catástrofe.

Es imposible recorrer los diarios y las revistas de la primera mitad del siglo XX sin toparse con su nombre. Gerchunoff se multiplicaba: viajaba por todo el continente dando conferencias o reportando lo que veía para los lectores de La Nación, cocinaba, leía, traducía, iba al teatro, al cine. Según Baldomero Sanín Cano, era un hombre que hablaba para unos pocos en Buenos Aires mientras lo escuchaba, complacido, el continente.1

Por su parte, Borges afirmaba que Gerchunoff siempre encontraba la palabra justa y que hablaba con la misma precisión con la que escribía.2

Como muchos de los niños judíos nacidos en el Imperio ruso hacia fines del siglo XIX, Gerchunoff hizo de América su casa. Antes de la adolescencia, se sacudió el pasado europeo y se metió de lleno en la vida argentina. Murió una tarde de marzo de 1950 en la ciudad de Buenos Aires, a pasos del diario La Nación, donde había trabajado durante más de cuarenta años y donde aún hoy se lo recuerda como uno de los reporteros más emblemáticos.

Como una figura internacional, surgió de un contexto despojado y pobrísimo, inimaginable para muchos de sus compañeros de redacción y lectores. Nacido a miles de kilómetros del país donde creció, su infancia estuvo marcada por los vaivenes y las privaciones de la migración y por el asesinato de su padre a pocos meses de desembarcar en Buenos Aires. A los trece años, cuando llegó a la capital desde las colonias agrícolas judías de la provincia de Entre Ríos, Gerchunoff ya parecía haberse creado una vida propia y diferente.

La de Gerchunoff es una historia netamente argentina. ...Es imposible recorrer los diarios y las revistas de la primera mitad del siglo XX sin toparse con su nombre. Gerchunoff se multiplicaba: viajaba por todo el continente dando conferencias o reportando lo que veía para los lectores de La Nación, cocinaba, leía, traducía, iba al teatro, al cine. Según Baldomero Sanín Cano, era un hombre que hablaba para unos pocos en Buenos Aires mientras lo escuchaba, complacido, el continente.

Por su parte, Borges afirmaba que Gerchunoff siempre encontraba la palabra justa y que hablaba con la misma precisión con la que escribía.

Como muchos de los niños judíos nacidos en el Imperio ruso hacia fines del siglo XIX, Gerchunoff hizo de América su casa. Antes de la adolescencia, se sacudió el pasado europeo y se metió de lleno en la vida argentina. Murió una tarde de marzo de 1950 en la ciudad de Buenos Aires, a pasos del diario La Nación, donde había trabajado durante más de cuarenta años y donde aún hoy se lo recuerda como uno de los reporteros más emblemáticos.

Como una figura internacional, surgió de un contexto despojado y pobrísimo, inimaginable para muchos de sus compañeros de redacción y lectores. Nacido a miles de kilómetros del país donde creció, su infancia estuvo marcada por los vaivenes y las privaciones de la migración y por el asesinato de su padre a pocos meses de desembarcar en Buenos Aires. A los trece años, cuando llegó a la capital desde las colonias agrícolas judías de la provincia de Entre Ríos, Gerchunoff ya parecía haberse creado una vida propia y diferente.

La de Gerchunoff es una historia netamente argentina. ...
Szurmuk ,Mónica ( 2018), "La vocación desmesurada , una biografía de Alberto Gerchunoff, Sudamericana, Buenos Aires.

jueves, 7 de junio de 2018

Si nos han contado la historia sin mujeres es porque nos han contado la mitad de la historia, es tiempo de completarla.

En la historia argentina contada por mujeres en su segundo tomo ( De la anarquía a la batalla de Pavón (1820-1861), retoman sus autoras Gabriela Margall y Gilda Manso, el motor que las impulsó a investigar la temática :"Este libro surge de una necesidad: restituir a las mujeres su papel protagónico en la historia. En estas páginas son ellas las que cuentan los hechos, marginadas y subodinadas en todos los ámbitos, también lo fueron a la hora de escribir acerca de los acontecimientos que dieron forma a la actual Argentina. Sin embargo, siempre "estuvieron ahí". Y dejaron su testimonio.
Este libro es el segundo tomo de La historia argentina contada por mujeres. Comienza con las consecuencias de la anarquía del año 1820, abarca la época rivadaviana y los años del rosismo y concluye en 1861, con la encrucijada tras la batalla de Pavón.

Como en el tomo anterior, , señalan las autoras, el objetivo central es ofrecer un espacio a las mujeres para que nos cuenten qué sucedió. En este caso, a lo largo de cincuenta años de guerras civiles durante los que el Virreinato del Río de la Plata dio origen a la República Argentina.

A diferencia del tomo anterior, donde las voces de las mujeres aparecían en su mayoría en contextos judiciales -y, llamativamente, en asuntos criminales que las tenían como víctimas o culpables-, ahora aparecen en cartas privadas y también en la prensa escrita, indicio de que la sociedad patriarcal comienza a ofrecerles la posibilidad de expresar sus ideas.

En general los libros de historia las mencionan como las "esposas de". Aquí reivindicamos su participación en los últimos momentos de la guerra de independencia, en las guerras civiles, en el exilio y en el ejercicio del poder. Actrices, guerreras, políticas, damas, escritoras, viajeras, amigas, esposas, madres, amantes e hijas nos cuentan la historia que protagonizaron, la historia que entenderemos a partir de sus palabras, sus motivos y sus emociones.

Observa Margall "Si hasta ahora hemos concebido y nos han enseñado una historia sin mujeres, hemos concebido y hemos aprendido la mitad de la historia".

Las autoras marcan pequeños avances con respecto a la etapa anterior en donde la voz de la mujer aparecía en su mayoría en contextos judiciales y, llamativamente, en asuntos criminales que las tenían como víctimas o culpables, esta vez aparece en cartas privadas y, en particular, en la prensa escrita. El periodismo adquiere un lugar de relevancia en las guerras civiles y en la expresión de ideas las mujeres no quedan al margen. La sociedad patriarcal les ofrece un lugar, pequeño e inestable, pero un lugar al fin, para que sus voces se hagan públicas, por supuesto, dentro de los límites aceptados.


La tensión entre lo público y lo privado recorre este libro. Algunas mujeres optan por el anonimato. Otras, por la clara expresión de sus ideas e incluso por ser protagonistas de la esfera pública, reservada a los hombres. Unas dejan su impronta en la actividad política y firman con nombre y apellido: Mariquita Sánchez, Encarnación Ezcurra. Otras eligen ocultar su nombre detrás de un seudónimo. Pero más allá de cualquier opción, en el periodo 1820-1861 las mujeres se apropian de la palabra escrita. Por esta razón, la mayor parte de los textos que utilizamos para contar la historia de este periodo proviene de mujeres con una formación intelectual y una participación política considerable. Es decir, mujeres educadas, de sectores medios y altos.

En esta segunda parte, continúan los testimonios que muestran a la mujer como sujeto y protagonista de la historia, para que ellas nos cuenten qué sucedía. Nuevamente, la búsqueda y selección de esos materiales debieron enfrentar la dificultad de que la historiografía no siempre haya visto a la mujer de esa manera.

En contraposición al primer libro, aparecen novedades. Este tomo no abarca siglos sino décadas: los cincuenta años de guerras civiles en los antiguos territorios del Virreinato del Río de la Plata, que recién a mitad del siglo XIX tuvieron como desenlace la conformación de la República Argentina.

Si 1820, donde culmina la primera parte de la investigación la voz de la mujer aparecía en su mayoría en contextos judiciales y, llamativamente, en asuntos criminales que las tenían como víctimas o culpables, esta vez aparece en cartas privadas y, en particular, en la prensa escrita. El periodismo adquiere un lugar de relevancia en las guerras civiles y en la expresión de ideas las mujeres no quedan al margen. La sociedad patriarcal les ofrece un lugar, pequeño e inestable, pero un lugar al fin, para que sus voces se hagan públicas, por supuesto, dentro de los límites aceptados.

La tensión entre lo público y lo privado recorre este libro. Algunas mujeres optan por el anonimato. Otras, por la clara expresión de sus ideas e incluso por ser protagonistas de la esfera pública, reservada a los hombres. Unas dejan su impronta en la actividad política y firman con nombre y apellido: Mariquita Sánchez, Encarnación Ezcurra. Otras eligen ocultar su nombre detrás de un seudónimo. Pero más allá de cualquier opción, en el periodo 1820-1861 las mujeres se apropian de la palabra escrita. Por esta razón, la mayor parte de los textos que utilizamos para contar la historia de este periodo proviene de mujeres con una formación intelectual y una participación política considerable. Es decir, mujeres educadas, de sectores medios y altos.

En general, los libros de historia las mencionan como las “esposas de”. En este libro reivindicamos su actuación individual, no las vemos en un rol pasivo sino como protagonistas activas de la historia: en los últimos momentos de la guerra de independencia, en las guerras civiles, en el exilio y en el ejercicio del poder. Actrices, guerreras, políticas, damas, escritoras, viajeras, esposas, madres, amantes, hijas y amigas nos cuentan la historia que protagonizaron, la historia que entenderemos a partir de sus palabras, sus motivos y sus emociones.

Buscamos incorporar voces de todas las provincias que conformarían la República Argentina, e incluso sumamos a dos extranjeras. A lo largo del libro las fronteras territoriales se vuelven móviles y difusas porque los conflictos armados impulsan alianzas entre provincias, países de América del Sur y países europeos. La inestabilidad —que se manifiesta en lo político pero también en lo económico, lo social e incluso en lo territorial— es la marca del periodo.

El libro comienza con el final de la guerra de independencia y las consecuencias de la anarquía del año 1820, y en cada capítulo analiza un texto dicho o escrito por una voz femenina. Nos detenemos en los cambios producidos durante la época rivadaviana y en la importancia que esa época tuvo para la mujer como protagonista de la historia. Continuamos con los años del rosismo y el papel de las mujeres en la lucha entre unitarios y federales. Terminamos con la encrucijada que queda tras la batalla de Caseros y la incertidumbre ante la imposibilidad de la unificación las provincias.

Seguramente quedarán huecos por llenar pero entendemos este libro como un punto de partida para encontrar una nueva forma de hacer historia, de restituir a la mujer ese protagonismo que le fue arrebatado a través de una operación historiográfica.

Finalmente , recalcan intencionalmente, si nos han contado la historia sin mujeres es porque nos han contado la mitad de la historia. Es tiempo de completarla.

Margali, M y Manso, G :"La historia argentina contada por mujeres( de la anarquía a la batalla de Pavón (1820-1861) Ediciones B, Buenos Aires, 2018"

miércoles, 6 de junio de 2018

Para analizar el Mundial 78 resulta insuficiente emparentarlo con el Proceso, las incidencias futbolistas, las cuestiones políticas, el sufrimiento de los perseguidos, el fenómeno social y el contexto cultural se entrecruzan permanentemente en un juego de equilibrios, concordancias y contradicciones, alegrías y dolores

78. Historia oral del Mundial ( Sudamericana), reconstruye a través de más de 150 entrevistas, de los testimonios de sus protagonistas y un monumental trabajo de archivo, toma forma un relato en el que se conjugan el recuerdo de la aventura deportiva con la revisión de uno de los momentos más oscuros de la historia de la Argentina.


Su autor, Matías Bauso, explica que 78. Historia oral del Mundial , tiene tres grandes ejes: el contexto político, la historia futbolística y el ciclo (de César Luis) Menotti desde 1974 hasta la final con Holanda, pero también intenta ser un fresco de la vida cotidiana" en tiempos de dictadura, explicó el autor.


Busso marca el significado del Mundial 78 y en su vida y su experiencia personal : "Salvando las enormes distancias, el Gauchito del Mundial 78 siempre fue para mí lo que la magdalena para Proust. Mi infancia, mi hermano dibujando el primer gol de Kempes la mañana antes de la final, la primera vez que vi llorar a mi papá, los abrazos de mi abuelo luego de cada gol, mi mamá abrigándonos antes de los partidos, la primera gran alegría futbolística (una de las pocas: soy de Racing)".


Ya màs grande en edad ( tenìa 7 cuando se jugò el torneo) y màs lecturas, esa imagen mítica y cristalizada comenzó a resquebrajarse. El brillo de aquellas victorias se fue apagando. El contexto en el que se había disputado el torneo se fue imponiendo. La que yo había vivido como una hazaña futbolística quedó opacada por las sospechas y los crímenes. La dictadura y sus atrocidades tomaron toda la narrativa del Mundial. Pero así como es inválida una lectura que prescinda del Proceso, lo mismo sucede con una que subsuma todo a su presencia. La intención de este texto es recuperar esos días de junio, entender la manera en que se vivieron, comprender el modo en que sucedieron los hechos, qué sentían y pensaban los protagonistas, políticos y público en general, analizando la mayoría de los factores posibles.


Este libro nació siendo algo que pronto dejó de ser: una historia oral de los campeones del mundo del 78. Apenas me sumergí en la historia, se impuso una obviedad. Es imposible contar el Mundial solo desde su aspecto futbolístico. El contexto político y el intentar realizar un fresco de la sociedad de esos días conforman un entramado indisoluble con el hecho deportivo. Conviven de esta manera la decisión de la Junta de continuar con la organización, la situación de los detenidos-desaparecidos, los intentos por desplazar a Menotti, la dificultad para comprar las entradas, las Madres de Plaza de Mayo, la convocatoria de Alonso, el nacionalismo rampante, los partidos en pantalla gigante y a color, los goles de Kempes, el frío y la erradicación de las villas. Estos elementos se entremezclan y brindan una visión tridimensional de ese tiempo.


Sorprende que todavía no hubieran tenido su estudio profundo algunos de los aspectos que se pretenden contar. Dos de ellos son la historia de ese equipo desde la asunción de Menotti hasta la final con Holanda, de cómo el técnico forjó ese plantel y de las luchas que debió afrontar para configurar la estructura de la Selección moderna; el otro, la historia de la organización de un campeonato que desde su designación pasó por las manos de siete gobiernos distintos, varias comisiones organizadoras, postergaciones, incertidumbre y múltiples confirmaciones.

En los recuerdos, en las rememoraciones actuales el hecho deportivo y el fenómeno social están atravesados por el contexto político. Siempre, el Mundial fue un estado de excepción. Los de junio del 78 no fueron los días habituales de la dictadura. Se siguió viviendo bajo las mismas reglas generales (estado de sitio, restricciones a las libertades, censura, temor, similar ritmo de desapariciones que los meses previos), pero esos veinticinco días no se parecieron en nada a los casi tres mil restantes.


Se hace imposible explicar el Mundial sin la dictadura pero, también está claro, que es imposible explicarlo solo desde la dictadura.

Un dato suele pasar inadvertido. La sede fue otorgada al país a mediados de la década de 1960. Luego de México 70 comenzaron los movimientos para organizarlo, pero hasta 1975 no superaron la categoría de intentos. Sin embargo, todos los gobiernos desde 1966 en adelante mostraron interés en recibir el campeonato y procuraron obtener una ventaja de cada movimiento realizado. Por una cuestión coyuntural, el gobierno de Isabel Perón fue el que puso en marcha (luego de dilaciones prolongadas y variados ardides) las primeras obras. El torneo cayó en manos de José López Rega, que puso a Pedro Eladio Vázquez, secretario de Deportes que respondía directamente a él, a cargo de la organización. Cada movimiento del gobierno peronista con relación al Mundial, aún los menos fructíferos —que fueron la mayoría—, estuvo dirigido a mejorar su posición frente a la opinión pública. Muchas veces recurriendo a las mentiras, asegurando que se había obtenido aval de la FIFA o que las obras estaban en un estado más avanzado del que en realidad se encontraban. Se modificó el logo diseñado en 1973 por el que finalmente se utilizó (al que en un juego de matrioshkas que parecía infinito el gobierno militar también trató de modificar), que remedaba los dos brazos en alto de Perón sosteniendo una pelota. El Mundial peronista remitía a la Argentina Potencia pero, como se disponía de poco efectivo y organización, todo era precario y provisorio.


El esquema se repetía, casi como en loop. Se designaba una comisión organizadora local, visitas del Comité Ejecutivo de FIFA, promesas de funcionarios argentinos, las obras que no empezaban nunca, anuncio de nuevas licitaciones, se prescindía del Comité Organizador, se designaba uno nuevo, otra visita de FIFA, más promesas de funcionarios argentinos, alguna maqueta, ninguna obra, reunión de la FIFA en algún lugar exótico, incertidumbre, reuniones, promesas, una nueva confirmación de la sede.


Los militares recibieron y continuaron con una organización que pasó por siete presidencias anteriores, de Arturo Illia a Isabel Perón. Todas las que estuvieron desde 1970 en adelante declararon el tema como prioritario. Casi nada se hizo hasta fines de 1975. Y muy poco estaba hecho a fines de marzo del 76. El EAM 78 tomó a su cargo la organización, dejando a la AFA en un lugar meramente protocolar, y en tiempo récord puso en marcha y terminó las obras más importantes. Su capacidad logística, debe ser dicho, fue excelente. Cuando muchos observadores extranjeros estaban preocupados por los tiempos escasos, los argentinos sorprendieron y culminaron todos los estadios, el centro de televisión color y mejoraron las telecomunicaciones. El costo de estas obras urgidas fue demencialmente alto. Se gastaron alrededor de 700 millones de dólares de la época. Solo para tener una referencia: cuatro años después, España siendo anfitrión de 24 equipos (ocho más que en el 78) y con 17 estadios en 14 ciudades (solo construyó uno nuevo pero los otros 16 tuvieron importantes remodelaciones) gastó 150 millones de dólares. Esa sola diferencia de dinero utilizado y que nunca haya habido rendición de cuentas de los gastos del EAM 78 hablan de las irregularidades en todo el trabajo de organización e infraestructura.

El Mundial era un innegable anhelo popular que concretaron los militares. Afirmación incómoda pero cierta. Lo que los motivó no fue cumplir un deseo postergado a la población. Los comandantes y el resto de los funcionarios de primera línea respondían que organizar el Mundial era “una decisión política”. La apuesta inicial del Proceso estaba centrada en una impecable organización, en el orden y la buena conducta de los ciudadanos. Proyectar una buena imagen al exterior. Hacía allí se dirigían las machacantes campañas públicas y las alocuciones de los periodistas afines. A pesar del entusiasmo del público y de varios medios de comunicación, no había demasiados esperanzas en el éxito deportivo. Por eso desde los titulares de la prensa y las declaraciones de los comandantes se insistía con el “Argentina ya ganó” desde el mismo instante en que finalizó la ceremonia inaugural. Los antecedentes argentinos en los mundiales anteriores no alimentaban la ilusión. Cuando el campeonato fue avanzando, los triunfos llegaron y las manifestaciones eran cada vez más populosas, los militares ampliaron su ambición y vieron como posible y deseable que Argentina fuera campeón del mundo.


Los mismos que pusieron toda su energía en tratar de aprovechar políticamente el Mundial fueron los que dos décadas antes habían criticado el uso que el peronismo había hecho de los primeros Juegos Panamericanos o que intentaron empañar las trayectorias de glorias olímpicas de la talla de Pascual Pérez o Delfo Cabrera. El manejo demagógico del deporte, a priori, era algo que los militares deseaban evitar. No solo eso, en realidad, querían alejarse de todo lo que pudiera asociarlos al peronismo. Gorilas por definición, orgullosamente gorilas, ante la primera posibilidad —la gran oportunidad— destinaron todos los recursos y energías en la organización del torneo, remedando y hasta superando las prácticas que criticaban.


Esa voluntad por alejarse del gobierno que habían derrocado incluía una aversión a las masas. En un ambiente represivo, que vivía en perpetuo estado de sitio, las manifestaciones no tenían lugar. Solo se juntaba mucha gente en espectáculos deportivos o musicales y con un gran control policial. Los festejos callejeros después de cada partido argentino sorprendieron. Fueron un efecto no calculado que habría causado pavor si hubiera entrado en las prevenciones de los militares. El efecto de esas manifestaciones espontáneas se fue multiplicando. Aun en la derrota con Italia la gente salió a las calles. Luego del partido con Perú y de la final, entre el sesenta y el setenta por ciento de la población salió a celebrar. Las manifestaciones más numerosas de la historia. Ese fenómeno no se dio solo en la capital, en la que las fotos del Obelisco desbordado ilustraban y contagiaban. En cada ciudad y en cada pueblo de la Argentina la gente salió a las calles en esa proporción. En el sur del país, las plazas se poblaron pese a los más de diez grados bajo cero de ese junio helado. Algunos han contado que luego de haber estado meses sin pisar las calles, escondidos, por el temor a ser secuestrados por algún grupo de tareas, salieron por primera vez la noche de los festejos del 6 a 0 frente a Perú.


El Proceso hasta junio del 78 era un régimen totalitario, represivo, que había llevado adelante una matanza clandestina y que gobernaba a masas silenciosas. El Mundial produjo un quiebre. Un elemento más se agregó y ya no salió del menú de la dictadura hasta después de la derrota bélica. Se podría afirmar que se trató del primer hecho fascista del Proceso: masas enfervorizadas en las calles y propaganda política. Esto podría ponerse en tela de juicio al sostener, con fundamento, que esas manifestaciones no expresaban una explícita adhesión al gobierno, sino que eran meras demostraciones festivas futbolísticas. Los elementos que terminan de configurar el hecho fascista son varios pero resaltan principalmente tres: el intento de aprovechamiento de la aparición de las masas movilizadas por el fútbol, el unanimismo y el nacionalismo rampante.


Por un lado, el ambiente de agobio y encierro que se vivía antes de junio del 78 contrasta con las celebraciones multitudinarias con un clima fraternal. Son varios los que sostienen que se trató de una brisa de aire fresco y libertad entre tanto agobio. Por el otro, el consenso absoluto, el unanimismo, la necesidad del pensamiento único, en el que los pocos que se animaban a expresar sus disidencias, las escasas personas que no compartían el entusiasmo, eran denostadas y convertidas en parias.


Es sencillo comprender por qué el Mundial, el que muchos sindican como el mejor momento de la dictadura, fue el peor para los que estaban sufriendo. Fue el momento en el que las esperanzas flaquearon. El tiempo pasaba, las ilusiones por encontrar vivos a los seres queridos se disipaban lenta y dolorosamente, la falta de noticias —el silencio oficial— laceraba, las masas salían a la calle, el gobierno recibía apoyos explícitos y tácitos y se envalentonaba. Las pocas que se animaban a expresar su dolor e indignación y a reclamar por la aparición de los desaparecidos, eran repudiadas por los ciudadanos y tildadas como “locas”.
en un tiempo más desquiciado todavía, llegó el Mundial. La ecuación solo podía tener un resultado: desquicio al cubo.

Las visiones que se centran en “la utilización política” menosprecian la importancia que tiene el fútbol en nuestra sociedad. Los gobiernos utilizan la organización de un evento de esta magnitud para mostrar su país, su obra. Todos intentan usufructuarlo. Eso es inherente a cada Mundial, a cada Juego Olímpico. La atracción del Mundial, ese conjuro que se despliega cada cuatro años, es poderosísima y no es el fruto de la construcción de ningún gobierno. Quienes no se sienten atraídos por el deporte, en ese mes sucumben al magnetismo de la pelota. El 78, entre otras cosas, fue el primer acercamiento masivo en el país de la mujer al fútbol.


Cada instancia del Mundial o cualquier factor que lo bordeó fue terreno propicio para la magnificación. Fue el reino de la hipérbole. Todo era “enorme”, “perfecto”, “inigualable”, “nunca visto”, “lo mejor del mundo”. La mejor fiesta inaugural de la historia, el césped más verde, iluminación incomparable, el mejor público del mundo. El complejo de inferioridad disfrazado de superioridad.


Sobre un importante aspecto del Mundial casi no se ha escrito. De manera llamativa, la primera Selección campeona del mundo no mereció ningún estudio profundo. Nunca se contó la historia de ese equipo. El ciclo de Menotti no tiene quién lo escriba. El aspecto político del Mundial se fagocitó a esos hombres y a ese plan que pergeñó el técnico en 1974 y que sostuvo laboriosamente hasta la final con Holanda.

En alguna oportunidad Norbert Elias describió de este modo a los alemanes de entreguerras: “A la sombra de un pasado prestigioso con un sentimiento de su propio valor que nadie en el mundo parece querer reconocer”. Esa definición hubiera podido aplicarse a la perfección al fútbol argentino de los años sesenta y principios de los setenta. En los analistas e hinchas argentinos (cuando se trata de la Selección, los primeros suelen contener a los segundos) convivían dos sentimientos que en ese caso se complementaban entre sí, se retroalimentaban: la sobreestimación de nuestras capacidades y el victimismo. Se prefería no ver las evidencias y recaer en un notable y extraño complejo de superioridad. Los eternos campeones morales.

Menotti no creía en el pensamiento mágico. Con un discurso que remitía a la tradición del fútbol argentino, que hacía base en ese concepto tan sagrado como indefinible, que era “La Nuestra”, el estilo histórico, algo etéreo, que había conocido su esplendor en la década del cuarenta, con ese discurso que aludía a la tradición, puso en marcha un plan moderno e inédito. Se suele reconocer que Menotti configuró la Selección Nacional moderna. Fue el primero en dejar sentada su importancia, en crear una estructura. Sin embargo, poco se recuerda lo que tuvo que luchar para que así fuera. Las discusiones, las deserciones de los jugadores, el éxodo de varios cracks, las presiones de los grandes, las amenazas de renuncias. Y los medios de comunicación y los directores técnicos que intentaron moverle el piso a lo largo de los cuatro años.

El trabajo de Menotti tiene un mérito extra. Creó esa estructura de la nada, sin modelos demasiado nítidos que emular y sin un apoyo irrestricto. Debió luchar por cada conquista organizativa, ser imaginativo, tomar ideas de diversas fuentes y adaptarlas al complicado medio local. En un país convulsionado, sin tradición en estructuras duraderas, con vaivenes políticos y económicos, con críticas de la prensa y del público, con un pasado carente de sucesos —a pesar de la extraña y larga convicción popular de que éramos los mejores del mundo— y que cargaba con el peso —y la ventaja— de ser local. Menotti debió atacar varios frentes simultáneos. Y los sorteó con éxito: crear los espacios, generar un calendario, armar un equipo, darle roce internacional, preparar físicamente a los jugadores —reducir la histórica brecha física con los europeos— y fortalecerlo anímicamente para sobrellevar las presiones.

La propuesta de un fútbol lírico generó ilusión pero pocas veces apareció en el campo de juego. En el Mundial, Argentina fue un equipo vertiginoso, escasamente menottista. Pero siempre noble, y con una búsqueda abierta del gol. El plantel estaba repleto de cracks. Al menos siete de esos jugadores merecen esa calificación: Fillol, Passarella, Kempes, Alonso, Houseman, Bertoni y Ortiz (en el plantel del 86 no había tantos fuera de serie y los que lo eran, como Borghi y Bochini, jugaron poco; claro que estaba Maradona). Y de jugadores extraordinarios como Valencia, Olguín, Luque, Ardiles, Gallego, Tarantini y varios más.

Se ha olvidado que el camino previo de este equipo no fue sereno. En muchos amistosos el equipo fue despedido con abucheos. En la Serie Internacional del 77 (clave para configurar el modelo competitivo del equipo) varios referentes fueron silbados por todo el estadio mientras la voz del estadio daba a conocer la formación del equipo. Cada triunfo no alcanzaba en sí mismo. Era un paso preparatorio para llegar a la gran cita. Pero cada derrota era un enorme retroceso. Casi como en el boxeo de los cincuenta: no bastaba con ganar, había que lucirse. Muchas veces las críticas arreciaron a pesar de triunfar (o al menos de no perder). Cada derrota hacía peligrar la continuidad de Menotti. Cada derrota conseguía que desde las tapas de diarios y revistas se propusieran jugadores que no estaban en el plantel. Los rumores corrían a gran velocidad. Los posibles sucesores se acicalaban para la foto. Los distintos medios reflejaban los diferentes intereses políticos y gustos futbolísticos.

Era otro tiempo. Los jugadores del exterior casi no eran considerados. La repatriación generaba resquemores y desconfianza. Para evitar eso, Menotti estableció una lista de intransferibles —tomando el modelo de Brasil, que llegó a tener 72 jugadores imposibilitados de ser transferidos al exterior—, medida que hoy sería imposible siquiera de pensar, no solo por cómo se modificó el mercado futbolístico, sino porque conculcaría todos los derechos laborales posibles.

Los jugadores de ese plantel —la mayoría junto con los campeones juveniles del 79 conformaron la Selección hasta 1982— fueron los primeros que dieron cuerpo a una categoría que hoy es usual: el jugador de Selección. Una categoría también creada por Menotti con sus exigencias de competencia permanente, con su búsqueda de jerarquía y el mantener a lo largo del tiempo a los mismos convocados.

Ante el cambio de centuria, el diario La Nación realizó una gran encuesta entre deportistas y especialistas para determinar cuáles habían sido los tres deportistas argentinos más destacados del siglo XX y cuáles los tres hechos deportivos más relevantes. En el primer puesto, con comodidad, quedó la conquista del título mundial de fútbol de 1978. Literalmente, parece un resultado de otro siglo. De repetirse esa encuesta en la actualidad, ese triunfo seguramente no estaría ni siquiera en el podio. Ha caído en el descrédito. La gran sombra de la dictadura tapó la gloria futbolística. En el medio, el partido frente a Perú, las sospechas, las denuncias. Los jugadores no consiguieron el prestigio y el reconocimiento que supusieron. 

Tuvieron que soportar, todos estos años, la falta de reconocimiento, el agravio, las imputaciones, el olvido. Les queda un consuelo nada menor: si hubieran perdido, todo habría sido mucho peor para ellos. Menotti con su alto perfil, sus disputas con el bilardismo —un enemigo posterior al Mundial— y sus opiniones contundentes fue quien siempre estuvo en la primera línea de combate, reclamando reconocimiento para sus jugadores. Tal vez la incomodidad que genera la figura de Menotti sea fruto de su propio accionar. De su discurso articulado y altisonante. De él se esperaban más cosas durante la dictadura a raíz de su declarado comunismo y de su capacidad intelectual. Ocupó un lugar central, privilegiado, usufructuó fama y notoriedad. Entonces, en las malas, cuando cambiaron los humores sociales, el sentido común de la época indicó que era quien debía pagar las culpas o dar mayores explicaciones. Sin embargo, su capacidad y su conocimiento futbolístico nunca fueron puestos en duda. Muchos periodistas que militaron su causa futbolística, que fueron abiertamente menottistas, se alejaron de él luego del 78. Tal vez fuera porque, como decía Elias Canetti, “el que tiene éxito ya solo escucha ovaciones, para lo demás es sordo”. Menotti encierra varias paradojas. Nombrado en democracia, quedó consignado como el “director técnico del Proceso”. En un país clausurado, en el que dominaban la represión y la censura, él trabajó con libertad. Sin embargo, es difícil encontrar declaraciones suyas de la época de la dictadura, sobre todo en los primeros años, que impliquen un aval al régimen. Se podría afirmar algo más. Siendo un personaje de altísima exposición, dejaba filtrar algunas verdades incómodas.


Los principales postulados sobre el Mundial 78 están fosilizados. Cada vez que algún intelectual, periodista o político se refiere al tema, lo hace con alguna de las frases que integran el blindado catálogo de lugares comunes con que se habla en la discusión pública del campeonato. Los análisis son impermeables a nuevos puntos de vista, a evidencia novedosa u olvidada. Es labor del investigador afrontar su tema con sinceridad, con curiosidad y sin prejuicios. El Mundial 78 impone una especie de trabajo arqueológico, un desafío. Se trata de una época distinta con costumbres diferentes pero no tanto. Esa similitudes dificultan el trabajo; la tentación es asociarlos y trasladar las visiones actuales a ese pasado. Esas pequeñas diferencias son las que alteran el equilibrio, las que permiten comprender algunas situaciones. Para conseguir entender lo que sucedió, hay que evitar los anacronismos, las analogías fáciles: suelen tranquilizar pero pocas veces dicen la verdad sobre el pasado.

Es imprescindible rescatar, encontrar las voces disonantes, los momentos agrios, las muertes, los asesinatos, las desapariciones y dolor. Pero no se puede reducir todo a eso. El clima general era otro. No sería concordante con lo que sucedió. Ni tampoco con la naturaleza del fútbol, que es popular, impactante, seductor, arbitrario e inesperado. Si bien es un lugar común, no deja de ser cierto: todo puede suceder en el fútbol. Cinco centímetros, a veces menos, hacen la diferencia. Escriben la historia. Y si no, que se lo digan a Rensenbrink, el protagonista del contrafáctico de nuestra historia moderna. La gran ucronía argentina: ¿qué hubiera pasado si esa última pelota hubiera entrado?.



Procuré ir tras testimonios, artículos y documentos que ampliaran la visión, que ayudaran a entender más sobre la cuestión. No quedar bajo ningún sesgo. De este modo se encuentran voces complementarias, contradictorias, adversas. También las que titubean, las que dudan. Una aclaración metodológica: a veces el tono de esas voces no es demasiado diferente entre sí; por exigencia de la claridad en la transcripción se empatan los registros. Lo que subsiste son los diferentes discursos, los conceptos divergentes, las experiencias disímiles.

En caso de ser leído, este libro está destinado más a ser discutido que a provocar adhesión total e inmediata. Eso es lo que se necesita tras años de pensamiento unívoco y poco tolerante.

Es un esfuerzo por comprender ese tiempo. Para ello es imprescindible entrar en la lógica de los que vivían en esa época. Así, estamos obligados a vislumbrar cuáles eran las opciones que tenían, pero principalmente cuáles eran las alternativas que veían.

Este trabajo no tiene la pretensión —o la ilusión— de lo definitivo. Es una pesquisa que intenta plantear cuál es el estado de situación en la actualidad, de explorar nuevos caminos y nuevas discusiones. Pretende abrir la conversación, favorecer a la comprensión de una época.

Se ha escrito poco sobre el Mundial. Los años setenta como categoría editorial han sido la más prolífica dentro de la no-ficción en las últimas dos décadas. Historias oficiales y revisionistas sobre cada aspecto, suceso y personaje de esa época. Pero el Mundial 78 quedó misteriosamente relegado. Como contracara, lo poco que se publicó sobre el tema es muy interesante. El terror y la gloria, de Vitagliano-Gilbert; La vergüenza de todos, de Pablo Llonto; Fuimos campeones, de Ricardo Gotta; un volumen de la colección que surgió del programa televisivo Yo fui testigo; los artículos que fue escribiendo Pablo Alabarces desde Fútbol y Patria en adelante y las investigaciones de Ezequiel Fernández Moores desde hace más de treinta y cinco años, el primero que investigó sobre el tema. Todos comparten una virtud: la nobleza. Son lúcidos y sinceros. Parten de lugares diferentes y analizan distintos matices del Mundial. Este libro, con gratitud hacia esas investigaciones que se animaron a pensar con honestidad y sin preconceptos, dialoga también con ellos, a veces asintiendo y otras contradiciendo lo escrito allí.

El Mundial como estigma. Como lo disfrutamos tanto, como se festejó de una manera desmesurada, ahora lo criticamos con furia, denostamos a los que participaron, negamos haber festejado. El Mundial como aberración. Nuestra sociedad no sabe de términos medios. Es una época en la que los prejuicios le ganan a la verdad histórica. Para muchos se trató del clímax del Proceso, y bajo ese prisma debe juzgárselo. Otros, en cambio, creen que fue el único momento de felicidad, un breve interregno de veinticinco días, en ocho años —del 74 al 82— de dolor, sangre, oscuridad y muerte.

El Mundial pasó de ser considerado la cumbre de nuestra historia futbolística a ser uno de los eventos infamantes de nuestra historia contemporánea. El recuerdo está mediado no solo por la distancia sino por la mirada que el presente tiene sobre los setenta. El tema genera incomodidad en sus protagonistas y testigos (¿el público fue protagonista de esta historia o mero testigo?). Al ser consultados, lo primero que surge es el aspecto político, posicionarse frente a la dictadura. Excusarse, el “yo no sabía nada”. Luego, lo demás. El otro movimiento frecuente es que el entrevistado tergiverse su propia actuación en ese tiempo, para mostrarse como un resistente, como alguien que se opuso a la dictadura con callada persistencia. Forzar un heroísmo inexistente, generado retrospectivamente. Hay varios ejemplos que lo grafican: la reciente y absurda historia del mozo que supuestamente “escondió” un mensaje en la pintura de la base de los postes, Tarantini saludando a Videla en el vestuario o la enorme dificultad que existe en encontrar a alguien que reconozca que salió a la calle a festejar los triunfos. Guillermo O’Donnell entrevistó a varias personas en 1978. Luego repitió las entrevistas en 1984. Las mismas personas, seis años más tarde, dieron respuestas totalmente diferentes: “Hemos reescrito las memorias individuales. Da mucha culpa la manera en que se actuó”, dijo O’Donnell. Tres décadas después, esa operación de reinvención del pasado se multiplicó.

En los últimos tiempos, cuando algún tema incomoda, se dice que es “complejo”. Con ese término se concluye la discusión, no hay argumentación. Paradójicamente, cuando se quiere sentar posición (en la discusión pública) se simplifican las cuestiones, aun a riesgo de resignar verdad histórica. A aquellos temas que se desean usufructuar se les retacean los detalles incómodos, los hechos contradictorios.

Se suelen mezclar los hechos del 78 con otros ocurridos en los años posteriores, en especial en 1979 (Ernestina Herrera de Noble en el palco del partido contra Resto del Mundo, Grondona, “Los argentinos somos derechos y humanos”, la burda manipulación de los festejos del Mundial Juvenil para opacar la larga fila de denunciantes ante la CIDH). Pero la situación, a pesar de haber transcurrido solo un año, es muy diferente. El Mundial 78 produjo un quiebre. Hasta ese momento, el fútbol era mirado con recelo. No era prestigioso, estaba relegado a las páginas de deportes. El fenómeno del 78 ocasionó que muchos percibieran el poder que tenía el fútbol como vehículo para transmitir un mensaje. Sin embargo, la gran diferencia es que en ningún otro caso se logró el mismo efecto dado que una explosión de esa naturaleza es imposible de reproducir artificialmente.

Emparentar al Mundial solo con el Proceso, extirpándole sus otros componentes, podría haber traído aparejado algún beneficio colateral. Hay quienes sostienen que el conocer la historia tiene efectos pedagógicos, que impide repetirla. Daría la impresión de que no sirvió como aprendizaje. Cada uno que tuvo que utilizar un hecho deportivo en su beneficio en las décadas siguientes, lo hizo sin ponerse colorado y destinando ingentes fondos públicos al efecto. Los gobiernos que vinieron después no dudaron en intentar valerse del fútbol para sus fines propagandísticos (la excepción sería Alfonsín y su elegante conducta en los festejos del Mundial 86). Aún está por verse qué beneficios consigue un gobierno con este tipo de conductas de dudosa eficacia.

Resulta insuficiente analizar alguna de las facetas de esos días de junio prescindiendo de las demás. Conforman un entramado. Las incidencias futbolísticas, las cuestiones políticas, el sufrimiento de los perseguidos, el fenómeno social y el contexto cultural se entrecruzan permanentemente. En ese juego de equilibrios, de concordancias y de contradicciones, de alegrías y dolores, de vida cotidiana y excepcionalidad —todo esto podía darse simultáneamente—, está la verdadera naturaleza del Mundial.

Fuente: : Bauso, M. "78, Historia oral del Mundial", 2018, Sudamericana, Buenos Aires, Argentina