sábado, 30 de diciembre de 2017

El amor de Alberto Migré, exportó identidad, sentó las bases de una industria de los sentimientos que se volvió global

Lo llamaron "el señor éxito", "el padre de la lágrima" y "el autor del amor". Escribió más de 700 títulos sin más colaboradores que su máquina Remington. Sus telenovelas fueron una verdadera factoría de galanes, parejas románticas y canciones inolvidables. Durante cuatro décadas tuvo en sus manos las emociones domésticas de las tardes y las noches. Con Rolando Rivas taxista, la ficción más recordada de la televisión argentina, conquistó al público masculino y marcó un nuevo estándar en el modo de producir y mirar tv. Se atrevió a plantear un final infeliz en Piel Naranja en vísperas de la dictadura de 1976 e impuso una palabra guaraní -"rojaiju"- en el lenguaje amoroso de los años 70'. Ultimo representante de la telenovela de autor, Alberto Migré sentó las bases de una industria de los sentimientos que se volvió global.

En Migré, maestro de las telenovelas que revolucionó la educación sentimental de un país (Sudamericana), Liliana Viola, construye una biografía a la medida de su personaje donde cada secreto revelado abre las puertas de un secreto mayor. Actores y actrices, directores, admiradores y amigos íntimos aportan testimonios desopilantes y conmovedores para el retrato del hombre que patentó un modo de amar alternativo a la vida real y supo denunciar como ninguno la influencia nefasta del machismo en las relaciones humanas y el factor melodrama en los rencores que signan la política argentina.
A comienzos de los 70 llegó a “Rey Midas de la Televisión” porque lo que tocaba se volvía pico de rating. De un actor de reparto hizo un galán. De dos, la pareja del año. De Chopin, un hit para tararear pensando en alguien. Cuando sus personajes leyeron en voz alta poemas de Pablo Neruda, fragmentos de El Principito o los versos de una completa desconocida llamada Julia Prilutzky Farny, las librerías agotaron ejemplares en menos de una semana y las editoriales salvaron la liquidación de un año entero. Instaló un latiguillo para fanfarronear en familia —“mamita sabe”— e impuso una palabra guaraní en el vocabulario argentino del flirteo: en 1975, el año de Piel naranja, los amantes se declaraban o jugaban a declararse, diciéndose Rojaijú.

El fenómeno no se agotó aquel año. Medio siglo después, la pregunta por Alberto Migré sigue provocando una respuesta idéntica incluso entre quienes no lo miraban: “Rolando Rivas. ¡Taxista! paraba el país”. Síntesis de lo que fue un flechazo histórico pero también de un país que “se paraba” en sentidos opuestos según quién lo estuviera juzgando. ¿Se levantaba o se paralizaba la Argentina? A pocos meses del regreso de Perón desde el exilio y cuatro años antes del 24 marzo de 1976, Rolando Rivas fue la representación de una tregua social que duró lo que dura un capítulo, celebración y fracaso de una boda entre contrarios —hombres y mujeres incluidos— que por una vez en la vida miraron juntos la novela.

Hoy, como parte del curso para obtener la licencia en el sindicato de taxistas de Buenos Aires, transmiten escenas de la telenovela, “para que sepamos qué nos puede deparar la calle”, arriesgan los principiantes. “Para ver si levantamos la mística del oficio”, reconocen los veteranos.

La protagonista de la tira, Soledad Silveyra, interviene en la polémica sobre la irrupción de la empresa Uber en el mercado tachero con un tweet que se vuelve trending topic: “Perdoname, Rolo, pero me voy con Uber”. Todo el país entiende el chiste y los choferes reaccionan indignados con quien consideran “su novia” desde hace casi cincuenta años. Entonces con un segundo tweet, la actriz actualiza el espíritu caprichoso de su personaje Mónica Helguera Paz y genera un segundo trending topic: “¡No, perdón! ¡Jamás mi Rolo! ¡Siempre con ustedes!”.

Cuanta más gloria alcanzó, más títulos le fueron concedidos: lo nombraron “Fábrica de Engendros”, “El Empalagoso”, “El Amanerado” y “El Insufrible Migré”. Las revistas Satiricón y Humor lo eligieron como un blanco indiscutido, representante de una población devaluada por femenina o afeminada. Ni kitsch, ni camp, ni pop. Para las inteligencias críticas de los 70 Migré siempre fue, sencillamente, cursi. Para el público que lo devoraba, para los actores y actrices que su pluma lanzó a la fama, también. Biógrafos de Victoria Ocampo señalan su excentricidad destacando que no se perdía por nada un capítulo de Rolando Rivas y que, además, lo confesaba en público. Biógrafos de Cristina Kirchner señalan ese mismo fervor como una prueba suficiente de una personalidad básica y falta de inteligencia crítica. El gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba reconoce haberle hecho ensayar a su candidato presidencial el beso que su esposa le estampa en momentos clave, y admite que está calcado de los besos de novela.

Cursi es una categoría barrial más que académica, más cercana al insulto que a la descripción, pero a su vez inequívoca en su carácter local: solo se puede ser cursi en castellano y no cualquiera, mucho menos si se lo propone. El español Ramón Gómez de la Serna escribe un ensayo fundamental, Lo cursi, no casualmente durante su exilio en la Argentina y por los mismos años 40 en que el adolescente Alberto Migré se nutre de cursilería escuchando radioteatros junto a su madre en el comedor de la casona de Flores.

Si los argentinos de entonces iban al cine a aprender a ser argentinos, en los 70 se sentarán frente al televisor como ante un espejo que los deforme. Pero habrá que reconocer que cuando Alberto Migré “paraba el país” con sus historias románticas, lo cursi ocupaba un porcentaje mucho más alto en la vida cotidiana que lo que ese mismo público estaba dispuesto a admitir. Entre dos taxis, los pasajeros elegían el que tuviera más fileteados, banderitas y chirimbolos. El amor al vehículo expresado en adornos transmitía una confianza equiparable a la que en el siglo XXI genera la señal de radio iluminada en el techo del vehículo.

¿Y los colectivos? Tenían montado un camarín alrededor del asiento del chofer. Nadie se reía de esa puesta en escena entre el boliche y el burdel que venía con volante nacarado, palanca de cambios decorada como una vedette y un gran espejo tallado con corazones y nombres propios. Las paredes en las casas de clase media se empapelaban con paisajes barilochenses o cataratas. Las adolescentes aprendían a sufrir leyendo los Cuentos para Verónica de Poldy Bird y a descubrir si eran felices o celosas, inseguras o infieles, completando los test de las revistas Vosotras, Nocturno o Para Ti. En los restaurantes, el plato estrella era una versión libre de un clásico americano —Maryland Chicken— al que doña Petrona C. de Gandulfo le había agregado, para darle más lustre, arvejas, crema de choclo, banana frita y morrón. ¿Algo cursi de postre? El Don Pedro, un menjunje que se pretendía sofisticado porque venía en vaso de whisky y mezclaba helado de crema con alcohol nacional. Para beber: vino de mesa Crespi, que con el aviso de los escarpines donde la esposa le anunciaba al marido la llegada de un misterioso invitado, abrió en 1974 todo un rumbo publicitario en modo sentimental. Mientras la mujer tomaba su copita de vino —porque entonces las embarazadas podían beber y fumar con moderación— y el marido tomaba conciencia de que iban a tener su primer bebé, se escuchaba el tema “Pasan cosas lindas” interpretado por Alain Debray, responsable a su vez de las cortinas más recordadas de las más recordadas telenovelas de Migré.

Lo cursi, aun entendido como amenaza al buen gusto y a la razón, transmitía una promesa de ingenuidad, de que esa embriaguez declamatoria entregada a los brazos del poema malo o de las lágrimas en el teléfono, le concediera al mundo cada vez más ajeno, una dimensión humana e íntima. El éxito de Rolando Rivas probablemente resida en esa ilusión de bondad, torpe y heroica, frente a una avanzada moralista que ya desde los tiempos de Onganía venía designando a la fuerza lo correcto, lo normal, el buen gusto y las buenas costumbres.

“¿Acaso el amor no es cursi y cuando no resulta sospechoso?” Migré se defendía en las entrevistas tirando la piedra del amor romántico a sus espectadoras: “¿Sabés qué pasa? Ese amor que la gente busca en las novelas, es imposible de por sí. El secreto del melodrama está en las proporciones. Lo cursi empalaga, pero a medida exacta hace suspirar”.

¿Cómo consiguió la medida exacta? ¿Es acaso esa medida lo que lo vuelve un autor popular?

Toda una zona de la cultura pop argentina lleva su marca y si se mira bien, Alberto Migré está prácticamente en todas las fotos. En el primer Festival Buenos Aires de la Canción (1967) es el molesto integrante del jurado que pelea a muerte por “Quiero llenarme de ti”, tema interpretado por un hasta esa noche desconocido Sandro a punto de ser descartado por “demasiado grasa”. La película La Mary le debe su sopor de barrio a las conversaciones entre Daniel Tinayre y su asesor en las sombras que reaparece en los primeros planos de Leonardo Favio y en su particular casting de actores —Juan José Camero, Rodolfo Bebán y el pequeño Marcelo Marcote—, robados deliberadamente a la telenovela. Manuel Puig lo reivindica cada vez que puede —“tengo el temor de que las formas cultas del arte hayan ejercido una grave represión, y que haya oportunidades fascinantes dentro de las expresiones condenadas y descartadas”— y el director Alberto Ure no solo se nutre de sus actores en una operación similar a la de Favio, dirige él mismo alguna telenovela, sino que es uno de los primeros en alertar sobre una crítica haragana que lo desprecia sin mirar.

El amor de Migré, además, genera divisas y exporta identidad. Mientras la Argentina apostaba a la virilidad del acero con sus automóviles y sus electrodomésticos, una generación pionera de libretistas sentaba las bases de toda la industria del lado débil, tan latina y millonaria como tabú. Según un estudio de la BBC, dos mil millones de personas (un tercio de la población mundial) consumen telenovelas made in Latinoamérica todos los días. Muchos de los países que hoy lideran ese mercado se iniciaron tomando como modelo el savoir-faire argentino. Su título El 0597 está ocupado se considera la primera telenovela colombiana, mientras que la misma historia titulada 2-5499 ocupado, en 1963, inaugura en Brasil el formato de la telenovela diaria y en horario vespertino. Ambas están basadas en un radioteatro de Migré, 0597 da ocupado, la historia de la joven encerrada en un reformatorio que gracias a un desperfecto telefónico conoce a su galán y lo conquista con su voz. Justamente la misma trama que le dará su último gran éxito, Una voz en el teléfono (1991), inmortalizada en la cortina musical de Paz Martínez, que sigue funcionando como señuelo y sinopsis: “Hoy no me llamó,/ qué pasará, por qué esta vez no me llamó./ Estoy pendiente del teléfono y no…/ Esto me empieza a preocupar./ ¿Qué le sucedió?/ Tal vez no pudo escapar de la prisión./ Hay un misterio que le apresa el corazón/ y no la deja respirar.../ Hay una lágrima sobre el teléfono”.

Lo cursi alcanza su apogeo televisivo en la década de 1970 y comienza a declinar en torno de una fecha clave, el 7 de diciembre de 1989, con el debut de Los Simpson, la serie de dibujitos para toda la familia que deja instalada la ironía como método de lectura de la realidad, un nuevo estilo de televisión que perfila a un espectador de sonrisa ladeada y que sin necesidad de haber ido a ninguna parte, siempre está de vuelta. En los años 90 se suma el avance de las productoras independientes, el abandono por parte de los canales de la producción de contenidos, el fin de la telenovela de autor y, paradójicamente, una tendencia en la academia y la crítica hacia la legitimación del género. Fin del reinado Migré, lluvia de reconocimientos tardíos y culposos. Le otorgan dos premios Martín Fierro a la trayectoria repetidos en menos de cinco años, en 2001 lo nombran ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y en 2004 lo eligen presidente de Argentores. Tercera calamidad: tendencia en baja del amor romántico en la bolsa de expectativas de la vida real. Las telenovelas nacionales giran hacia la parodia —en las sagas de Enrique Torres resurge una Andrea del Boca capaz de reírse de sí misma y con Resistiré (2003) de Gustavo Belatti y Mario Segade, queda demostrado hasta qué punto explotaron los límites en el nuevo pacto con los nuevos espectadores—.

¿Qué queda hoy de la factoría Migré? Una obra monumental que solo puede visitarse con los ojos cerrados. ¡Las telenovelas no se miran dos veces como las series descargables de la web! Fueron concebidas para devorarlas en su horario de emisión, participar de la ceremonia que incluía la posibilidad de perdérselas y la ansiedad por comentarlas al día siguiente. No había videocaseteras. No se podía rebobinar. No había post producción. Las copias de la mayoría de sus tiras se perdieron en alguna catástrofe o, sencillamente, porque los canales grababan programas nuevos encima de las cintas usadas.

Pero de pronto, ante un estímulo inesperado, alguna imagen de aquellas surge brusca y se desvanece en cuanto se intenta recordarla tal cual fue. Este documento público borroso protege a su autor de todo riesgo de canonización y forma una comunidad provisoria cuyos miembros se reconocen en el suspiro: “¡Ay! Cómo me gustó, cuánto sufrí”.

La biografía de Migré corre paralela a cada una de estas versiones individuales. Corre contrarreloj, hasta que no quede nadie, como Soledad Silveyra en la presentación de Pobre diabla, con vestido de fiesta y tacos altos sobre las vías del tren. Como Rolando por las calles de Boedo, primerísimo plano a sus pantalones color manteca, cuando Mónica Helguera Paz le deja sobre la cama una carta de despedida mientras las voces en off le taladran la psiquis con aquello de que “ella pudo dejar de quererte, ella pudo dejar de quererte, ella pudo dejar de quererte”.

Coherente con el género en que nació, como si no hubiera amado, ni traicionado, ni muerto, Migré es un secreto casi perfecto. Dicen que vivió toda su vida como una gran telenovela y que habría dejado un elenco de testigos dispuestos a cumplir con su palabra de llevarse a la tumba lo que saben. Hasta es posible conjeturar, teniendo en cuenta su condición de lector devoto de El retrato de Dorian Gray, que canjeó mojones de existencia con el diablo de su máquina Remington por las cinco tramas —no muchas más— que repite con importantísimas variantes en los setecientos libretos que registró.

“Hay gente que cuenta la vida de los demás. ¿Por qué extremo la toman? Seguramente oyeron de la vida de los demás lo que pudieron oír”. Migré citaba a Marcel Proust en ciertos casos, y en cuanto podía le escapaba a los periodistas “porque hasta el mejor intencionado termina distorsionándolo todo”.

Probablemente así sea: aunque cada hito o respiración estuvieran prolijamente documentados, la biografía será siempre la suma de todo lo que no se pudo oír. Y la vida de Alberto Migré nunca será esto. Porque esto es la búsqueda de un imposible, la caja negra de los años cursis y la memoria de una Argentina íntima que aprendió a besar por TV.

En una de las últimas entrevistas le preguntaron: “Si tuviera que escribir la novela de su vida, ¿por dónde empezaría?” Su respuesta, turba y guía la escritura de este libro: “La empezaría por el principio. Por las cosas que ya no tengo.

Fuente: Viola, L:" Migré, el maestro de las telenovelas que revolucionó la educación sentimental de un país", Sudamericana, 2017, Buenos Aires.
 https://www.megustaleer.com.ar/libro/migre/AR27296/fragmento/



En el principio no había un nombre excepto para los sobrevivientes, para ellos se había tratado de la destrucción, un paradígma íntimo buscando descifrar ese secreto llamado "Auschwitz"

En el principio no había un nombre excepto para los sobrevivientes, para ellos se había tratado de la" hurbn" (la destrucción); a partir de 1948, se generalizaron la palabra y el concepto “ genocidio”; en las décadas de 1970 y 1980, “holocausto” (“sacrificio por el fuego”) y, debatiendo con esta palabra, shoá (catástrofe). Así, Annette Wieviorka recorre las maneras de nombrar lo indecible, desplegando los acentos de los estudios sobre la Shoá en el capítulo inicial que llama “Comprender, testimoniar, escribir”. Y es un buen comienzo para introducir este libro que propone revisar las nuevas contribuciones sobre el tema", sintetiza Patricia Funes en el prólogo a "Nuevas perspectivas sobre la Shoá ",  compilado por Jablonka y Wieviorka y publicado por  la Universidad Nacional de Quilmes.

Una producción que se pregunta por el cómo y el por qué, por la vida cotidiana en los guetos, por las oscuras burocracias locales y las no menos oscuras complicidades y responsabilidades de aquellos que asintieron o participaron (por acción u omisión) en el exterminio. Trabajos que analizan las tensiones, complementariedades y diálogos entre memoria e historia. También, abordan los arraigos documentales y los caminos metodológicos de las investigaciones: los testimonios, los archivos de los perpetradores y de las víctimas, la reconstrucción cuantitativa y la biografía, la monumentalidad de los 17 millones de documentos del Archivo de Bad Arolsen y el paradigma indiciario, íntimo, de unos abuelos que no se conocieron, en la búsqueda por descifrar “ese secreto llamado Auschwitz”.

En el primer ensayo Wieviorka señala los momentos y las formas que describió la toma de conciencia colectiva sobre la Shoá desde el proceso a Eichmann hasta el denominado “boom de la memoria” hacia las décadas de 1980 y 1990 y sus giros en este siglo, acompañando ese tránsito no lineal con los temas y los énfasis de su estudio, dominantemente en la historiografía francesa, de franceses (nacidos o nacionalizados como tales), o sobre la Francia de Vichy.

La escritura de la historia está en sí misma transida de temporalidades. Wieviorka lo señala y explica. Por ejemplo: el desfasado y por mucho tiempo paralelo estudio de la solución final y el de las víctimas, que surgió contemporáneamente a los hechos y que tardó varias décadas en instalarse en la academia. En la estela de las obras pioneras de Léon Poliakov y Raul Hilberg sobre la solución final, se desarrollaron en Francia las indagaciones acerca de la responsabilidad y los mecanismos del Estado francés en la implementación de las políticas antisemitas que llevaron a la Shoá. Estudios deudores del Centro de Documentación Judía Contemporánea, con nuevas preguntas ancladas en la anteriores y otras surgidas al compás de las algo reticentes políticas de apertura de los archivos oficiales hasta finales de la década de 1990. 

Los primeros historiadores de las víctimas lo fueron en primera persona en los guetos y campos de concentración. Aquellos que dejaron voluntaria y laboriosamente –en el límite de su existencia amenazada–, huellas, vestigios, rastros para testimoniar el horror. Wieviorka concentra esas experiencias en la obra del activista, intelectual e historiador de la cultura popular yiddish en los años veinte, Emanuel Ringelblum. Revisa su tenaz y excepcional creación de una célula clandestina (Oneg Shabbat), destinada a la recolección de entrevistas, escritos, fotografías, resabios materiales cotidianos de la vida en el gueto de Varsovia para escribir su historia hasta que la deportación a Treblinka impuso la perentoriedad de salvar y esconder, aún a riesgo de sus vidas, ese material, fragmentariamente encontrado al fin de la guerra. Desde los relatos de testigos del juicio a Eichmann se desarrolló a finales de la década de 1970 la era de los grandes testimonios. Wiewiorka (incluyendo la importancia de esas voces en sus investigaciones) recorre el valor histórico y ético de la recuperación de testimonios, las publicaciones y su difusión en distintos países de Europa. La autora reflexiona acerca del canon y las jerarquías de esas dos historias paralelas: la primera, aparecía “digna de los estudios superiores”, ya que tenía por objeto el estudio de la “máquina de muerte” (agregaríamos también el estatalismo que anegaba la disciplina histórica tradicional); la segunda, la de las víctimas, con su inequí- voca marca comunitaria, sensible, y con el mandato indeleble de no olvidar, que apenas si era considerada “Historia”. Wieviorka encuentra en la obra de tres décadas de Saul Friedlander la convergencia virtuosa entre ambas maneras de reconstruir y pensar el pasado de la Shoá, que marcaron una profunda renovación de temas, de conceptos, incluso de maneras de escribir la Historia. 

En su obra La Alemania nazi y los judíos 1998-2008 acuña el concepto de “antisemitismo redentor”, ese antisemitismo que, desde un código cultural preexistente, se deslizó hacia una política de exterminio. Y para explicarlo apela al análisis del engranaje sistemático de las muertes masivas y a la vida en los guetos y campos de exterminio, a las vivencias y experiencias de las víctimas, recomponiendo así las piezas de un rompecabezas que aspira a una historia integral, despojada de colocaciones jerárquicas, explicativa y comprensiva, de una excepcional escritura, obra maestra que según la autora marcó profundamente la historiografía posterior. Una historiografía deudora de la segunda y de la tercera generación, heredera a la vez que más emancipada del peso y los pesares de las precedentes, que sin embargo puso el acento en la orfandad y las ausencias. Una generación cultural y biológica que además contaba con la apertura y desclasificación de archivos, con las posibilidades tecnológicas de su acceso a distancia y del posible contacto con aquellas “voces que nos vienen del pasado”. Investigaciones que recuperan una individuación en nombre propio sobre el friso de las investigaciones generales. “De esta manera, y tal como lo había reivindicado Friedlander, el historiador ya no teme sumergirse en la historia familiar y asumir, desde ese marco de intelección, la impronta de su subjetividad.” La historia había golpeado a las familias, “creando un masa de huérfanos sin consuelo que ahora empezaban a buscar a sus padres y abuelos” de quienes no tenían ningún recuerdo y de quienes habían quedado pocos o ningún retazo.

Fuente :Nuevas perspectivas sobre la Shoá, Jablonka I. Wieviorka, A. 1a ed. - Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2017.http://www.unq.edu.ar/advf/documentos/59ea4a9e5062b.pdf

martes, 5 de diciembre de 2017

¡Cómo puede el argentino creer todavía que el mundial 78 lo ganamos por los militares!, a medida que pasa el tiempo me molesta que se siga pensando que fue así ( Mario Kempes)


Mario Alberto Kempes, alias el “Matador”, decidió contar su versión de una historia que se jugó dentro y fuera de la cancha y que, después de cuarenta años, todavía genera polémicas, lo hizo con el periodista Luciano Wernicke y editado por Planeta.

Máxima estrella y goleador de la selección argentina campeón del mundo de fútbol en 1978, decidió contar su versión de una historia que se jugó dentro y fuera de la cancha y que, después de cuarenta años, todavía genera polémicas.

¿Fue Argentina un justo campeón?
¿Cómo le ganó a Perú por 6 a 0?
¿Los futbolistas fueron usados por la sangrienta dictadura militar para distraer al pueblo en medio de una represión despiadada?

Kempes, un héroe olvidado o poco valorado en la medida de su enorme legado deportivo, desnuda también en esta autobiografía las sensaciones de un hombre que defendió la camiseta nacional en otro Mundial marcado a fuego por un conflicto nefasto: la guerra de Malvinas.
Además, el “Matador” –hoy comentarista estrella de la cadena deportiva ESPN de Estados Unidos-- repasa su extensa carrera futbolística, a lo largo de la cual vistió las camisetas de Instituto de Córdoba, Rosario Central, Valencia, River Plate y hasta un club de fútbol-sala, y su trayectoria nómade como técnico en Bolivia, Venezuela, España, Italia y destinos tan exóticos como Albania e Indonesia.

No tiene perdón

“No sé en qué momento los militares puedan haber gastado dinero para comprar un partido. Nuestro triunfo no fue un triunfo de la política, fue un triunfo deportivo. ¡Cómo puede el argentino creer todavía que ese mundial lo ganamos por los militares! Nosotros estábamos en la concentración de José C Paz custodiados por los militares como estaban custodiadas todas las selecciones. Hoy vas a un mundial y cualquier selección tiene su custodia por temas de seguridad que le pone el país organizador. Gente te cuidaba mejor que tu mamá o tu papá. A medida que pasa el tiempo me molesta que el argentino siga pensando que eso fue así, no es que me duele. Ahora, eso sí, la estrellita que está en la camiseta de la selección argentina, esa no me la quita nadie. Es un mito, una mentira que tiraron principalmente los que perdieron. Se ve que a muchos argentinos les dolió, pero que culpa tenemos nosotros. Éramos muchachos que dejamos todo adentro de la cancha y que teníamos la ilusión de jugar un mundial en casa, y si le podíamos sacar una sonrisa a los que la pasaban mal, mejor todavía. Pero de ahí a que pongan en duda lo que hicimos adentro de la cancha, eso no tiene perdón.”


“Del campeón del 78, el muchacho de Bell Ville - Córdoba - al Mario de hoy no hay mucha diferencia, el pelo no se me ha acortado…simplemente se me ha caído (risas). No me voy a andar pintando el pelo, a la naturaleza hay que dejarla que siga su camino. Todos los Días camino una hora y media. Después de unos by pass y operación de la cadera no juego más. Hoy me gano la vida como comentarista. Trabajo con un equipo donde contamos lo que vemos, cada uno expresa su opinión, pero al fanático nunca le vas a ganar, nunca va a entender que su equipo jugó mal. Vine a Estados Unidos cuando mi hija mayor tenía 5 años y la menor unos meses. Mi esposa Julia (venezolana) se trasladó conmigo y nos adaptamos juntos. La vida del futbolista es muy linda, viajás por todo el mundo pero solo conociendo los aeropuertos, los hoteles y los estadios. En el ’78 el jugador podía caminar por la calle tranquilo, hoy hay tantos medios de comunicación que difunden tu imagen que para los grandes, es muy difícil llevar una vida tranquila. Sigo con la idea de ser técnico, aunque estoy bien haciendo un trabajo que disfruto mucho.”

Qué piensa de Messi

Messi no va a ser más o menos mejor jugador, después de todo lo que ha hecho si es que llega a ganar un mundial. Esta dentro de la mesa de los ‘jugadores extraterrestres’ y va a ser un indiscutido número uno aunque siempre va a estar sometido a la comparación con Diego: la gente dice "claro, es que Diego ganó un mundial". Y así somos los argentinos, imagínate que si ponen en duda el triunfo deportivo del Mundial ’78. Cuando viajaba a Barcelona como comentarista nos hemos cruzado, saludado y felicitado pero no tenemos contacto frecuente con Lionel.

Fuente: Kempes, Mario," El matador". mi autobiografía, Editorial Planeta (2017).
https://www.planetadelibros.com.ar/autor/mario-alberto-kempes/000047172

Mario Alberto Kempes: "Nunca jugamos para el gobierno militar", diario Perfil, 30 de Octubre de 2017 http://www.perfil.com/perfil-usa/mario-alberto-kempes-presenta-su-libro-desde-miami.phtml

viernes, 1 de diciembre de 2017

El" Nunca Más", es el único lema hoy en Argentina que, con dos palabras, resume un sentido sobre su pasado y su futuro (Dr..Emilio Crenzel, 2010)

A solo cinco días de su asunción, el 15 de Diciembre de 1983. Raúl Alfonsín dispuso por "Orden presidencial" procesar a los nueve integrantes de las tres primeras Juntas de Gobierno del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura que , tal como lo expresa el texto "el 24 de marzo de 1976 y los mandos orgánicos de las fuerzas armadas que se encontraban en funciones a esa fecha concibieron e instrumentaron un plan de operaciones contra la actividad subversiva y terrorista, basado en métodos y procedimientos manifiestamente ilegales". No se incluyó a cuarta  Junta, que es la que convocó a elecciones y traspasó el gobierno dando tránsito a la salida institucional. 

La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), estuvo conformada por treces personalidades destacadas el escritor Sábato, el jurista Ricardo Colombres, el ex rector de la UBA, Hilario Fernández Long; el cardiólogo René Favaloro, el científico Gregorio Klimovsky, el rabino Marshall Meyer, el obispo católico Jaime de Nevares, el obispo metodista Carlos Gattinoni, la periodista Magdalena Ruíz Guiñazú, el filósofo Eduardo Rabossi y los diputados radicales Santiago López, Horacio Huarte y Hugo Piucill​ ( el peronismo no envío representantes) con posterioridad  ​la Comisión plasmó su investigación en el Informe Nunca Más​.
Era la respuesta a la ley de autoamnistía o pacificación nacional con las cuales los militares se liberaban de culpa y cargo de las aberraciones cometidas y cuya derogación fuera la primera ley aprobada por el Congreso Argentino tras la restitución de la democracia. "Decláranse extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista o subversiva, desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982. Los beneficios otorgados por esta ley se extienden, asimismo, a todos los hechos de naturaleza penal realizados en ocasión o con motivo del desarrollo de acciones dirigidas a prevenir, conjurar o poner fin a las referidas actividades terroristas o subversivas, cualquiera hubiere sido su naturaleza o el bien jurídico lesionado. Los efectos de esta ley alcanzan a los autores, partícipes, instigadores, cómplices o encubridores y comprende a los delitos comunes conexos y a los delitos militares conexos", tal como indicara en forma textual la dictadura a cuya cabeza se hallaba Reynaldo Bignone,

​El investigador Emilio Crenzel en su trabajo "​Políticas de la memoria en Argentina. La historia del informe nunca más", enfatizó la importancia de aquel proceso histórico, piedra basal de la democracia argentina , aún con los debates y enormes divergencias que sigue suscitando.
Crenzel sostuvo :" El Nunca Más articuló las premisas forjadas por el gobierno de Alfonsín para pensar y juzgar la violencia política con esa narrativa humanitaria. Inscribió a los desaparecidos como sujetos de derecho sin presentar sus militancias, presentó las desapariciones como responsabilidad exclusiva de la dictadura y a la democracia como garantía de que el horror no se repita, cerrando las responsabilidades de la sociedad política y civil antes y después del golpe. Al presentar un relato integrado del sistema de desaparición, precisar su alcance nacional y su carácter sistemático, el Nunca Más enfrentó la negación dictatorial del crimen en la escena pública con una potencia inédita. La condición oficial de la CONADEP y el prestigio de sus integrantes, hizo creíble su relato y que su universo de lectores fuese masivo. 

La verdad que instauró el Nunca Más, en su primer gran ciclo de expansión editorial, estuvo modelada por y se articuló con la justicia mediante su uso y legitimación en el juicio a las Juntas el cual expandió su legitimidad en el país y en el exterior.
Así, el Nunca Más se conformó en la matriz de un nuevo régimen de memoria sobre ese pasado. Es decir, en el modo dominante con el cual se lo pensó, recordó y representó. La articulación del Nunca Más con metas jurídicas dispares enfrentó a los organismos de derechos humanos y al gobierno de Alfonsín quienes se disputaron su calidad de intérpretes de su contenido y afectó su derrotero editorial al sancionarse las leyes de impunidad y el Indulto. Tras él, los organismos imaginaron al Nunca Más como medio de denuncia del crimen y, además, de la declinación de la voluntad de justicia del Estado y de la dirigencia política.

​Desde 1995​ ( ya con los indultos menemistas decretados bajo el eufemismo de pacificación nacional)​el Nunca Más ingresó en un nuevo ciclo de difusión masiva al tornarse la transmisión del pasado a las nuevas generaciones una meta de múltiples actores. En ese contexto, dejó de ser medio de metas punitivas, adquirió la condición de vehículo de la memoria y, por ello, su interpretación política e histórica fue discutida. En ese proceso, fue reproducido literalmente y, a la vez, resignificado de forma ejemplar a partir de diversas lecturas sobre las violencias dictatoriales. 

Estos relatos introdujeron nuevos sentidos, incluso en abierta oposición a los del informe, al presentar la violencia estatal previa al golpe de Estado; explicar a las desapariciones como fruto de metas materiales o de los valores políticos y religiosos que el informe postuló violados por este crimen y al dejar de visualizar a la democracia como el orden político que aseguraba el lema. Pese a ello, estas intervenciones reprodujeron ciertas claves del informe, evitaron el examen histórico del pasado, cerraron la relación de la sociedad política y civil con el horror y la militancia política de los desaparecidos. Si los cambios que introdujeron estas intervenciones muestran la erosión del régimen de memoria fundado por el Nunca Más, las persistencias revelan las dificultades de la sociedad argentina para afirmar el carácter universal de los derechos humanos e inscribir este pasado en un relato histórico que incorpore a la política como atributo de sus protagonistas y razón de los desgarramientos. 

Los usos del Nunca Más, ilustran el reconocimiento público de su carácter canónico, mientras sus resignificaciones evidencian que no fue ajeno a los tiempos políticos de la memoria colectiva. Estos procesos, complejos y contradictorios, explican porque, Nunca Más, es el único lema hoy en Argentina que, con dos palabras, resume un sentido sobre su pasado y su futuro. Dicho esto, sin embargo, es posible preguntarse ¿Qué procesos colectivos conjura pero también que fantasmas recorren a la sociedad argentina que invoca y hace uso, una y otra vez, del Nunca Más?


Papeles del CEIC # 61, septiembre 2010.Emilio Crenzel Políticas de la memoria en Argentina. La historia del informe nunca más.