domingo, 27 de diciembre de 2020

De trabajar en el ferrocarril y manejar un taxi a transformarse en ícono de Rosario Central y dirigirlo en 7 etapas: la historia de Don Ángel Tulio Zof

Marcador de punta izquierdo como futbolista, jugó en Argentina, México, Canadá y Estados Unidos, pero no temió volver a su trabajo como ajustador mecánico o subirse a un taxi cuando colgó los botines. Sin embargo, una casualidad lo sentó en el banco de suplentes. Y pasó a la historia como un verdadero maestro, con huella más profunda en el corazón de los Canallas. Ángel Tulio Zof, fallecido hace seis años, fue acaso el mejor director técnico de la historia de Rosario Central, en el que jugó en los años cincuenta y dirigió en siete etapas distintas, y con el que obtuvo tres campeonatos, además de apagarle incendios haciéndose cargo de los distintos planteles, ya siendo muy veterano, en momentos muy complicados. Zof terminó siendo un personaje que excedió el marco de un jugador o entrenador y en 2005 fue nombrado “Ciudadano Ilustre” de Rosario, ciudad en la que estuvo vinculado también a su trabajo como ajustador mecánico en los ferrocarriles, y hasta manejó un taxi cuando regresó de su etapa final de futbolista en Norteamérica. Nació el 8 de julio de 1928 en Rosario en el seno de una familia humilde y trabajadora. Sus padres, Antonio Zof y María Boemo, eran inmigrantes italianos de la región del Friuli, y le transmitieron la cultura del trabajo y, como buenos campesinos, los pies en la tierra. Zof comenzó a jugar al fútbol en el club Gath y Cháves del barrio rosarino de La República y a los 17 años pasó a formar parte de las divisiones inferiores de Rosario Central, aunque su debut en Primera (ante Newell’s Old Boys, en 1950) se demoró cinco años porque, en esos tiempos, la formación era fija y su ídolo, Alfredo Fogel, no salía nunca hasta que con el paso del tiempo se fue generando el espacio. Por las mañanas seguía trabajando en los ferrocarriles como varios de sus compañeros. Cuando por fin arregló un sueldo cuando comenzó a alternar en la Primera, volvió eufórico a su casa porque lo que cobraría representaba mucho más que lo que percibía por el otro trabajo, hasta que le advirtieron que la paga era simplemente el básico que cobraban los futbolistas. Además de Fogel (al que reemplazó como marcador de punta izquierdo) cumplió el sueño de jugar con otros de sus ídolos y a quien siempre mencionaba, el “Torito” Waldino Aguirre. En el torneo de ese año, 1950, Rosario Central descendió de categoría debido a que tuvo que sufrir el éxodo de muchos de sus jugadores, pero en 1951 consiguió regresar a la máxima categoría con bastante comodidad. aunque tuvo continuidad como titular recién en 1953. Guillermo Ferretti, autor del libro “Ángel Canalla” y con “cientos de cafés” tomados en su casa durante una década, servidos por su esposa Norma (que decía que recordar cuestiones de fútbol le daba vida) indica que Zof siempre se caracterizó por su caballerosidad y buen comportamiento. Para su publicación, su ex compañero Federico Vairo (luego destacado jugador de River y de la selección argentina) le contó que siempre bromeaba con el partido que jugó ante River en el Monumental y en el que Zof tuvo que marcar a Enrique Omar Sívori, quien le dio un paseo justo cuando lo estaban observando dirigentes italianos que se lo llevaron a la Juventus. “Gracias a mí, River completó la herradura de su estadio”, solía decir, con ironía. Vairo relató que en uno de los goles, Sívori la empujó y con la cancha embarrada, él se tiró en la línea y no la pudo sacar y a los segundos, vio cómo Zof le daba la mano al goleador adversario para felicitarlo por el gol, con toda la bronca: “Al final yo me embarraba todo para que luego él saludara efusivamente a quien nos marcó el gol. Siempre fue así”. 1955 fue su último año en Rosario Central. Se destacaba por su muy buen estado físico y por ser derecho, pese a que jugaba como marcador de punta izquierda. En 1956 pasó a Huracán, dirigido por Adolfo Pedernera, pero sólo jugó 11 partidos por las permanentes medidas de protesta de los jugadores ante la falta de pago del club, y en 1957 fue capitán en Quilmes, en la Primera B, y peleó el ascenso pero no pudo conseguirlo. Con 29 años, pensó en dejar el fútbol pero un empresario, Héctor Almide, se lo llevó a México con otro ex compañero de Rosario Central, Roberto Appicciafuocco, con quien abriría una exitosa parrilla, “El Gaucho”. Fue por un par de meses al Oro de Guadalajara y luego, al Atlético Celaya, pero el equipo descendió y en 1961 firmó para el Morelia. De allí se fue a Canadá, donde vivió nuevas experiencias: le tocó marcar a Stanley Mattews (quien fue nombrado sir, fue el primer Balón de Oro europeo en 1956 y el jugador que se retiró más tarde en el profesionalismo, a los 50 años), debido a que la liga permitía que jugadores de otros torneos se anotaran en sus vacaciones; y ejerció como DT por primera vez, en Toronto, con jugadores yugoslavos, húngaros e italianos, con los que no compartía idiomas y utilizaba una mesa de billar con pelotas de papel y chapitas y si le entendían, levantaban el pulgar. Tras ser subcampeón de la liga, se trasladó a los Estados Unidos para jugar en los Philadelphia Ukranians y luego se mudó a Nueva Jersey para jugar en el Hakoaj de Nueva York mientras empezó a trabajar también en la General Motors y fue parte del primer partido televisado en la historia del soccer. Sin embargo, cuando ya parecía instalado en los Estados Unidos, decidió retornar a la Argentina en 1963 luego de sufrir algunos problemas con el nacimiento de una de sus hijas. Regresó entonces como ajustador mecánico a los ferrocarriles y al mismo tiempo, manejaba un taxi, alejado completamente del fútbol. Sin embargo, con el taxi comenzó a llevar a algunos ex jugadores de Rosario Central que viajaban a Bigand para jugar en el Independiente de esta localidad y cuando el equipo se quedó sin DT, estos jugadores hablaron de él en el club y terminó arreglando para quedarse con el puesto aunque con una condición: “Quiero que los pibes coman bien y de ser posible, que aquel que esté estudiando lo siga haciendo. Ya veremos cómo hacemos con los trabajos que tienen. Me interesa eso y que sean educados, buena gente. A algunos los conozco. Si se da eso, agarro”. Zof terminó ganando la Copa de Oro (hoy Copa Santa Fe) en la final ante Unión y así llegó a ser conocido y terminó siendo contratado por Newell’s Old Boys, aunque él se enteró por los diarios y por sus compañeros del ferrocarril a la mañana siguiente, cuando la decisión se había tomado la noche anterior. “Guardé el diario, me puse el mameluco lleno de grasa, agarré las herramientas y empecé a trabajar. Al rato se aglomeraron todos los obreros. Me preguntaban quién era ese Zof. No creían que era yo”, relató 40 años más tarde y remató con las palabras de “aliento” de uno de sus compañeros de trabajo: “Dos partidos y te rajan”. Pero dirigió tres años a Newell’s. Luego siguió en Los Andes, con el que le ganó a River en un recordado partido en el Monumental en 1968, y ganó el Torneo Reclasificación en 1969 hasta que Rosario Central lo contrató a mediados de 1970, reemplazando en el cargo nada menos que a Sívori para el Nacional, en el que llegó a jugar la final ante Boca y cayó 2-1 tras ir en ventaja 1-0 en el Monumental, aunque logró clasificarse para la Copa Libertadores. Aquel equipo que perdió ante Boca en la final del Nacional de 1970 fue la base para el que sería campeón nacional 1971 dirigido por Ángel Labruna (quien lo admiraba, al punto de que una vez, ya fallecido, su mujer lo fue a esperar a la puerta de salida de un vestuario para comentarle cuánto lo respetaba su marido) y luego, con Carlos Griguol, en 1973. En 1971, luego de renunciar, pasó a Atlanta, amenazado por el descenso, pero pudo salvarlo. Volvió por segunda vez a Rosario Central en 1972 y renunció cuando el Huracán de Menotti le ganó 5-0 como visitante en el Metropolitano 1973 y se fue a Atlético Ledesma de Jujuy para 1974 y en cinco años, logró clasificarlo tres veces para los Nacionales (1976, 1977 y 1978) y descubrió a dos juveniles como Héctor Chazarreta y el salteño Humberto “Coya” Gutiérrez. Tras su paso por el norte argentino, volvió a Rosario Central para su tercera etapa en 1979, en reemplazo de Griguol, y su inicio no pudo ser mejor en el Metropolitano: cinco triunfos consecutivos y once invicto. Conocedor a fondo de los jugadores técnicos, trajo desde Ledesma a Miguel Bacas, a Chazarreta y a Rubén Díaz, y también sumó a juveniles de las divisiones inferiores como Edgardo Bauza, Oscar Craiyacich, Juan Calos Ghielmetti, que se sumaron a Félix Orte, Guillermo Trama y el lateral Jorge García. Ese equipo, llamado “La Sinfónica”, fue semifinalista de los dos torneos del año, ambos ganados por River. Al año siguiente, en 1980, fue campeón Nacional en la final ante el Racing de Córdoba de su admirado Alfio Basile, ya con la incorporación del veterano goleador Víctor Marchetti, y los juveniles Daniel Sperandío y Daniel Teglia. Dirigió a Rosario Central hasta 1982 y en 1983 se incorporó a Platense con ex jugadores de Rosario Central como Ramón Bóveda, Roberto Cabral e “Hijitus” Gomez, y en 1984 volvió a Ledesma y lo clasifico para otro Nacional. En la temporada 1986/87 volvió para su quinta etapa en Rosario Central, que acababa de ascender desde el Nacional B con Pedro Marchetta como entrenador. Contaba con jugadores de buen pie como Roberto Gasparini, Osvaldo Escudero, Fernando Lanzidei, y Alejandro Lanari en el arco, más jóvenes como Hernán Díaz, Ariel Cuffaro Russo, Jorge Balbis y Adelqui Cornaglia. Terminó siendo campeón en su primera temporada en la máxima categoría, superando a Newell’s por un punto y se mantuvo en el cargo hasta 1990, cuando ya el equipo no pudo recuperar el nivel por la venta de su gran figura, Omar Palma, a River Plate. Como tantas otras veces, Zof promovió entonces otra camada de juveniles como Juan Pizzi, José Chamot, David Bisconti y Alberto Boggio. Se fue en la temporada 1990/91 pero volvió cuatro meses más tarde reemplazando a Carlos Aimar y hasta 1992, que se fue a San Martín de Tucumán, en su sexta etapa. Su séptimo ciclo comenzó a mediados de 1995 reemplazando a Marchetta y con el equipo ya clasificado para la Copa Conmebol, con jugadores como Cristian “Kily” González, Darío Scotto y Roberto “Nuno” Molina y se reforzó con Eduardo Coudet, el peruano Percy Olivares y especialmente, desde Gimnasia, con el uruguayo Rubén “Polillita” Da Silva, un expreso pedido suyo a la dirigencia. Y como tantas otras veces, apeló a los juveniles como Roberto Bonano, Martín Cardetti, Horacio “Petaco” Carbonari y Federico Lussenhof. Llegó a la final ante Atlético Mineiro, en la que perdió 4-0 en Belo Horizonte y ganó 4-0 y por penales en la vuelta en Rosario, consiguiendo así su tercer título de auriazul. Dirigió al equipo hasta 1997, cuando se retiró. Fue a las divisiones inferiores, aunque cada tanto tuvo que hacerse cargo del plantel profesional como en el Apertura 2004 y Clausura 2005, acompañado de Cuffaro Russo, y consiguió clasificar al equipo para la Copa Sudamericana 2005 y la Libertadores 2006, apagando otro incendio cuando ya era “Don Ángel” o “El Viejo”. Allí volvió a anunciar su retiro. Allí fue convocado por Jorge Bernardo Griffa para su fundación para trabajar en asesoramiento y capacitación con profesores y futbolistas de su club y estuvo un año pero tuvo que dejar por problemas de salud. Es el que más partidos dirigió a Rosario Central en el profesionalismo (608) y el más ganador, con 3 títulos (1980, 1986/87 y la Copa Conmebol 1995). “Cuando comencé era muy exigente. Ponía multas por llegar tarde, por insultar, por todo. Creía que hacía bien porque imponía disciplina. En una oportunidad llegué y escuché la vocecita de uno de los muchachos que decía ‘ahí vienen esos hijos de…'. Ahí recapacité y pensé ‘tiene razón. Si trabajo con ellos, tengo que ser un compañero más’. Cometí muchos errores, pero con el tiempo aprendí y no multé más a nadie”, reconoció una vez. Falleció el 26 de noviembre de 2014 y al año siguiente, Rosario Central bautizó con su nombre a la Ciudad Deportiva de Granadero Baigorria, y el Ministerio de Educación lo calificó como “Maestro de la Vida”. “¿Cuál es la clave del éxito? El buen jugador de fútbol. Por ahí se habla del DT, pero no, es el jugador. Si yo no elijo bien, si sólo pienso en defender para tratar de zafar, nunca voy a tener posibilidades de salir campeón ni de estar peleando arriba”, solía sostener aunque, al contrario de lo que parecía, la mayoría de sus indicaciones previas a los partidos, aunque sencillas, eran sobre la defensa porque creía que arriba había que darles libertades a los atacantes y no casualmente él mismo había sido defensor. Ferretti, su biógrafo, lo califica como “un tipo simple, sencillo, al que le gustaba poner el inodoro en el baño y la heladera en la cocina”. “A los 30 años tenía proyectos largos. ¿Y ahora qué puedo tener? Hay que ser inteligente y tener siempre inquietudes. Me levanto todos los días pensando qué puedo hacer. Si pensara ‘las sé todas’, entonces me estancaría y perdería. No me doy cuenta de la edad que tengo”, le dijo a la revista “El Gráfico” a los 76 años. Quien lo definió con su clásico sentido del humor fue otro centralista, el fallecido Roberto Fontanarrosa, en su libro “No te vayas campeón” (2000): “Una vez más, el viejo Zof había conseguido lo que logran esas amas de casa que, con dos pesos, mandan a los chicos a la escuela, les compran delantales, pagan la luz, pagan el gas, compran la comida y todavía se arreglan para que les sobren unos centavos para hacerle un regalo a alguna vecina”. Levinsky, Sergio, INFOBAE ( Argentina), 26 de Diciembre de 2020

Esperanza, creatividad, voluntad y paciencia, entre los valores y aprendizajes que el 2020 dejó a los argentinos

A través de una curiosa campaña, Santander intervino temporalmente las marquesinas de varias sucursales del país con juegos de palabras que reconocen el esfuerzo -y algunos aprendizajes- que dejó este particular año. Sin lugar a duda, el 2020 estuvo marcado por los distintos desafíos y aprendizajes. Para ponerlos en foco, Santander desarrolló una campaña que destaca todo lo que este año atípico deja en el camino. ¿Cómo lo hizo? Interviniendo las marquesinas en diversas sucursales del país. “Aprendizajes” se llama la iniciativa del banco que propone recuperar aquellos valores que los argentinos tuvieron durante el año; un 2020 en el que el coronavirus transformó la vida de todos. Por ello, más de 50 sucursales de Santander en todo el país intervinieron su marca dando lugar a juegos de palabras con cuatro variantes, según la sucursal: “Santacreatividad”, “Santapaciencia”, “Santavoluntad” y “Santaesperanza”. Silvia Tenazinha, gerente principal de Banca Comercial de Santander, dijo: “Durante este año tuvimos grandes enseñanzas y desarrollamos algunas fortalezas, alineadas a nuestros valores. Esto es lo que busca poner de manifiesto la nueva campaña”. “Este año fue de grandes desafíos. Eso sacó lo mejor de nosotros”, agregó Gabriela Balestrieri, gerente de Marketing. “La solidaridad, la empatía, la tolerancia son valores que los argentinos tenemos desde siempre, pero con todo esto que pasó quedaron más a la vista, y eso es lo que quisimos comunicar con la campaña”. Adriana Alesina, gerente de Comunicación Masiva y a Clientes, habló sobre la decisión desafiante de cambiar las marquesinas: “Cambiar el logo de nuestra marca no es algo menor, pero sentimos que había que reconocer el enorme esfuerzo que hicimos todos, destacar lo positivo. Este fue un año en el todos nos ayudamos entre nosotros; por eso quisimos cerrarlo haciendo este reconocimiento a las personas”. El mensaje principal de la organización es “Queremos ayudarte”, por eso, invita a cerrar el año rescatando valores como la empatía, la solidaridad, el impulso de ayudar al otro e, incluso, ese diferencial tan argentino que permite salir adelante en las situaciones más adversas: la creatividad. La intervención de las marquesinas de las sucursales consiste en que se puedan observar estas virtudes junto a la marca Santander, que explica las razones detrás de la elección de cada palabra: Santacreatividad: “Porque entre todos inventamos soluciones a problemas que nunca habíamos imaginado antes”. Santapaciencia: “Porque nos adaptamos rápidamente a nuevas formas de hacer las cosas”. Santaesperanza: “Porque seguimos mirando al horizonte confiando en un futuro mejor”. Santavoluntad: “Porque elegimos seguir adelante más allá de las dificultades”. Se cierra un 2020 duro, lleno de obstáculos. Pero, también, un año lleno de aprendizajes: Santander eligió rescatar los aspectos positivos que permitieron enfrentar los desafíos. Esperanza, creatividad, voluntad y paciencia, entre los valores y aprendizajes que el 2020 dejó a los argentinos, INFOBAE, 20 de Diciembre de 2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

El Juicio de Nuremberg buscó que los nazis de rindieran cuentas por las atrocidades cometidas y de mostrar al mundo la realidad del régimen hitleriano, además fue un precedente a seguir si se volvían a producir calamidades humanas de naturaleza similar ( José Luis Pérez Triviño, 2015)

El juicio de Nuremberg es posiblemente el intento más desarrollado de respuesta jurídica a uno de los desafíos más terribles a que se haya enfrentado la humanidad. En este juicio se dilucidaba la suerte de los principales instigadores del nazismo, de los perpetradores del Holocausto, de los responsables del comienzo de la Segunda Guerra Mundial con toda su secuela de destrucción. Hay que recordar ciertos datos que dan cuenta de la magnitud de la responsabilidad de estas personas que fueron juzgadas en Nuremberg: como consecuencia del Holocausto se calcula que murieron más de seis millones de personas, y como resultado de la guerra murieron más de cuarenta millones. Los juicios de Nuremberg también son relevantes por su impacto en un asunto tan importante como el diseño normativo y judicial que establece la exigencia de responsabilidades jurídicas a los individuos y los estados que desencadenan una guerra, que llevan a cabo un genocidio o que cometen crímenes contra la humanidad. También los juicios de Nuremberg se han constituido en un referente ineludible cuando se trata de establecer tribunales internacionales en que se somete a juicio la responsabilidad por delitos internacionales. Después de la derrota final del Tercer Reich en 1945, algunos miembros del grupo dirigente nazi se habían escondido, otros habían huido y otros se suicidaron. Pero las potencias aliadas habían logrado encontrar, identificar y retener algunos de los principales dirigentes. La cuestión que se plantea- ba a los aliados era qué hacer. La respuesta, a pesar de las apariencias, no era fácil. Por una parte, no había precedentes históricos de enjuiciamientos a los responsables estatales de haber iniciado un conflicto bélico. Nunca hasta Nuremberg se había establecido un tribunal, unas normas, un procedimiento a través del cual se exigiesen responsabilidades jurídicas a individuos acusados de cometer crímenes tan aberrantes. La práctica habitual había oscilado entre el puro y a veces despiadado ejercicio de la revancha o la “justicia de los vencedores” y la inmunidad casi absoluta. En tal caso, al tomar conciencia de la magnitud de la mal- dad del régimen nazi algunos dirigentes de las potencias aliadas sugerían aplicar medidas “políticas” inminentes y taxati- vas que suponían ejecutar a los principales responsables del Tercer Reich. En palabras de uno de los abogados del equipo de la United Nations War Crimes Commision (UNWCC), Murray Bernays, esta medida se debía rechazar por el retroceso en el tiempo que significaría la ejecución de los criminales de guerra: “En tiempos del César, el enemigo se trataba como tal, es decir, se le esclavizaba o mataba sin contemplaciones. En tiempos de Napoleón se aplicaba el destierro y la prisión mediante lo que se llamaba ‘acción política’; hoy queremos imponer la muerte y sin duda eso es un retroceso y no un progreso”. Entre un extremo y el otro, finalmente en agosto de 1945 se tomó la decisión de celebrar un juicio que, además de rendir cuentas por las atrocidades cometidas y de mostrar a la opinión pública mundial la realidad del régimen hitleriano, también pudiese convertirse en un ejemplo a seguir si se volvían a producir calamidades humanas de naturaleza similar. Lo que se pretendió en Nuremberg era, según las palabras del fiscal norteamericano Robert Jackson, juzgar a las autoridades alemanas no por haber perdido la guerra, sino por haberla empezado. De esta manera, los juicios de Nuremberg se constituyeron en una semilla de la cual surgieron tribunales internacionales como el de Ruanda o el de la antigua Yugoslavia, y más recientemente el Tribunal Penal Internacional. La creación del tribunal y el desarrollo de los juicios no fue un camino fácil. Era un desafío abordar problemas hasta el momento nunca previstos y sus impulsores toparon con obstáculos jurídicos y políticos poderosos. Al fin y al cabo, los hechos que se trataba de juzgar no tenían comparación y el derecho histórico de aquel momento no estaba preparado para enfrentarse a ellos. Al acabar la Segunda Guerra Mundial el reto fue ver qué se podía hacer con los criminales nazis, cómo establecer un castigo que se adecuase a la magnitud de sus crímenes, pero sin salir de los márgenes jurídicos para entrar en las consideraciones emotivas que obviamente podían ser perturbadas y acabar en pura revancha al enfrentarse a unos hechos tan aberrantes como los que se trataba de evaluar y castigar. El reto principal era ver qué soluciones podía y debía dar la comunidad internacional, por una parte en atención al castigo de los culpables y por otro lado, como prevención para que hechos semejantes no volviesen a suceder. Otro interrogante era saber cómo reaccionaría Alemania ante tantos de sus propios ciudadanos gravemente manchados por la implicación que habían tenido en el Tercer Reich. El análisis del desarrollo del juicio así como también los problemas jurídicos y su valor de precedente en el derecho internacional constituyen el objeto de este libro. Pero para fi- nalizar esta introducción, señalaremos una circunstancia que en ocasiones es ignorada o por lo menos poco conocida y es que, en realidad, aunque se suele hablar en singular del tribunal o juicio de Nurembeg, lo cierto es que no hubo un único juicio de Nuremberg, sino varios. En el conocido como juicio principal, que es el objeto central de este trabajo, se juzgó al grupo principal de dirigentes del Tercer Reich, aquellos que por su posición o por su celebridad encarnaban los peores rasgos del nazismo y fueron los principales responsables de sus decisiones más terribles. Pero también se acusó y se juzgó en juicios posteriores a un conjunto muy variado de personalidades, desde juristas, médicos y empresarios hasta ciudadanos alemanes que habían delatado a vecinos judíos o que ha- bían participado en los Einsatzgruppen (los equipos móviles de matanzas de las SS). Y finalmente, se llevaron a cabo juicios en cada zona de las potencias aliadas (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS), así como también en los países ocupados por los nazis donde se habían cometido delitos y donde se había podido capturar a los autores. Pérez Triviño,José Luis (2015), Editorial UOC, España

domingo, 6 de diciembre de 2020

A Maradona siempre será mejor recordarlo por esos goles de felicidad popular , antes también que por la imagen dolorosa de los últimos años ( Ezequiel Fernández Moores, 2020)

Ni siquiera muerto Diego Maradona tuvo paz. Se manchó algo más que la pelota. Unos cientos, barras incluidas, para arruinar la despedida multitudinaria, de los miles que fueron a la Plaza para el saludo final, que se apostaron al costado de la Autopista para el cortejo o que siguieron por TV la ceremonia, solo convencidos de que Diego había muerto una vez que vieron ese cajón cubierto por banderas, flores y camisetas. Agravaron el cuadro la organización insólita, la locura colectiva y la represión que alguien deberá explicar. No Diego. Esta vez, seguro, él no tuvo nada que ver. Estaba dentro de un cajón que debió ser removido de urgencia para salvarlo del caos. La despedida ofreció abrazos conmovedores entre hinchas de Boca y River, pero se precisaba algo más para contener a la multitud. Era algo acaso tan previsible como este final doloroso de Diego. Su muerte fue noticia inesperada el miércoles al mediodía, pero jamás sorprendente. En el primer momento, los canales deportivos que siempre compitieron por decirlo primero demoraron la noticia. Los colegas que eran más cercanos, los que siempre pujaron por las primicias sobre el crack, no sabían cómo decirlo. No querían decirlo. Uno de ellos recibió en su celular la confirmación de un familiar llorando. Tampoco le sirvió. Fueron minutos increíbles. De todos modos, sus caras serias y las medias palabras eran la confirmación. "Murió Diego". Algunos diarios publicaron el obituario de inmediato. Tan previsible que lo tenían preparado desde antes. Tal vez, Diego estaba muerto el día de su cumpleaños número 60, cuando fue a la cancha de Gimnasia. Aseguran que él mismo pidió ir. Si había que morir que fuera allí. Dentro de una cancha. Caminó como pudo. Al cronista le pidieron que ni siquiera le acercara un micrófono. Duró dos minutos sentado en su puesto de DT. La televisión, que siempre le puso un micrófono hasta dentro de las amígdalas, evitó ese día mostrar la salida. No fue así en los días siguientes, cuando un canal de noticias filmó clandestinamente el traspaso en camilla a la ambulancia en La Plata o cuando un portal puso un drone para mostrarlo dentro de Nordelta. Esa terminó siendo su última imagen vivo. La selfie indigna de la funeraria no cuenta. Si Diego hubiese decidido recuperarse en paz, no se lo hubiésemos permitido. La violencia tiene distintas caras. Cuando fue el último cumpleaños, y otra vez la televisión repitió su enésima maratón de goles, hazañas y frases, pensé si no había llegado la hora de darle algo de paz al mito. Imposible. Diego no era el único adicto. Era el adicto más famoso. Y sus contradicciones podían ser las de todos. Pero las suyas, claro, eran tapa de diario. Diego era el más amado, pero pedía todavía más amor. Más amor como remedio. Más amor como veneno. Cuesta admitirlo. Cuesta aceptar que el ídolo que dio pura felicidad no lograra él ser feliz. No es el primer caso. Siempre será más fácil hablar de los entornos. Afirmar que "ahora deberán dar explicaciones". Los demonios íntimos y autodestructivos del ídolo, más complejos, suelen tener menos rating. Reducir el fenómeno Maradona a su condición de futbolista genial, aún al mejor de todos los tiempos, es otra simplificación. Por supuesto que la pelota fue clave. Maradona es el fútbol. Pero no es la única explicación. "Nadie defendió a Nápoles como él", escribió Il Mattino, en una ciudad que también lo despidió ayer "con un aplauso jamás escuchado en la historia" de una ciudad que también lo amó hasta asfixiarlo. "La venganza del mezzogiorno", lo despidió el presidente francés Emmanuel Macron. Su funeral, es cierto, gozó de privilegios inéditos en tiempos de pandemia. Es Maradona. Y el fútbol tampoco fue lo único para explicar el fenómeno porque Fiorito, claro, fue siempre memoria. "Resentimiento con memoria de clase". Hay millones de Fiorito en el mundo. Y Diego, contradictorio, sí, jamás olvidó el origen. Fue coherencia pura. "Te atravesaba un río Diego", escribió Graciela Cabezón Cámara un texto hermoso en Anfibia. "El río de los artistas grandes, el de los que no se ahorran nada, el de los que se brindan hasta romperse, el de los que pueden crear una fiesta del pueblo porque son el pueblo". Y por eso la fiesta y el delirio. Porque "a los pueblos no nos gusta la austeridad". Escuché estas horas homenajes de gente que, antes de la muerte, expresaban puro desagrado a los modos del crack. Cabezón Cámara agradece en cambio al "cebollita que venció a la gravedad". Al astronauta del pueblo que fue de Fiorito a la Luna. O "en manos de Dios", como tituló un diario inglés. Un forista le respondió: "Prefiero creer que está trabajando duro, organizando a los ángeles". La TV, claro, vuelve a repetir los goles mágicos del artista guerrero. Otros seguirán lucrando con las miserias. Al cadáver de "Panamá" Al Brown, uno de los boxeadores más fabulosos de todos los tiempos, opiómano, homosexual y negro, muerto de tuberculosis en el Harlem en 1951, lo pasearon desconocidos por los bares para seguir ganando unos pesos. Por eso, aunque los repitan hasta el hartazgo, aunque inviten a "la jodida tentación de dormir el sueño de la eterna nostalgia", siempre será mejor recordarlo por esos goles de felicidad popular antes también que por la imagen dolorosa de los últimos años. La de ese último ingreso a la cancha sin poder caminar ni hablar, hinchado por tantos excesos acumulados. "Lástima nadie, maestro", gritaría igual Diego. Pienso en nuestro fútbol castigado. Y en el país difícil. Y en un viejo grafiti de Carlos Gardel en el barrio del Abasto y en el Morocho que pedía "No me lloren, crezcan". Por: Ezequiel Fernández Moores, La Nación, 27 de Noviembre de 2020