El combate de San Lorenzo del que el
último 3 de Febrero se cumplieron 106 AÑOS , quedó grabado en la memoria de
generaciones de alumnos argentinos a partir de la marcha homónima que honrío a José de San Martin y al heroísmo del
sargento Cabral, quien dio su vida para salvar a su jefe.
El 3 de Febrero de 1813 se
enfrentaron junto al Convento de San Carlos Borromeo en la actual
localidad santafesina en Argentina, las
fuerzas independentistas rioplatenses vencieron a las españolas (realistas).
Fue el único combate en territorio argentino que libraron tanto el Regimiento
de Granaderos a Caballo como su
creador, el entonces coronel José de San Martín.
Juan Parish Robertson, comerciante inglés,
fue testigo del combate de San Lorenzo, y el relato que escribió en Londres
constituye la fuente principal de las crónicas sobre dicha acción militar.
Robertson había salido de Buenos Aires llevando mercadería para vender en el
Paraguay, y en la posta de San Lorenzo se encontró casualmente con San Martín
y sus granaderos y en la noche del 2 de febrero de 1813., el Jefe militar lo
invitó a presenciar el combate que se libraría al día siguiente.
En el libro Letters
on Paraguay, publicado en Londres en 1834, Robertson ,testigo del
combate relató en colaboración con su hermano Guillermo los
vivido junto al futuro padre de la
patria y Libertador de Chile y Perú..” Por la tarde del quinto día llegamos a
la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo
nombre, construido sobre las riberas del Paraná, que allí son prodigiosamente
altas y empinadas. Allí nos informaron que se habían recibido órdenes de no
permitir a los pasajeros seguir desde aquel punto, no solamente porque era
inseguro a causa de la proximidad del enemigo, sino porque los caballos habían
sido requisados y puestos a disposición del Gobierno y listos para, al primer
aviso, ser internados o usados en servicio activo.
Yo había temido encontrar tal interrupción
a través de todo el camino, porque sabía que los marinos, en considerable
número, estaban en alguna parte del río, y cuando recordaba mi delincuencia en
burlar su bloqueo, ansiaba caer en manos de cualquiera menos en las suyas. Todo
lo que pude convenir con el maestro de postas fue que si los marinos
desembarcaban en la costa yo tendría dos caballos para mí y mi sirviente y
estaría en libertad de internarme con su familia a un sitio conocido por él,
donde el enemigo no podría seguirnos
. No dudé estar en manos de los marinos.
¿Quién está ahí?, dijo autoritariamente uno de ellos. Un viajero, contesté,
no queriendo señalarme inmediatamente como víctima confesando que era inglés. Apúrese,
dijo la misma voz y salga. En ese momento se acercó a la ventanilla una
persona cuyas facciones no podía distinguir en lo oscuro, pero cuya voz estaba
seguro de conocer, cuando dijo a los hombres: No sean groseros, no es enemigo,
sino, según el maestro de posta me informa, un caballero inglés en viaje al
Paraguay. Los hombres se retiraron y el oficial se aproximó más a la
ventanilla.
Confusamente pude entonces discernir sus
finas y prominentes facciones, sin embargo, combinando sus rasgos con el metal
de voz, dije: Seguramente usted es el coronel San Martín, y, si es así, aquí
está su amigo míster Robertson. El reconocimiento fue instantáneo, mutuo y
cordial, y él se regocijó con franca risa cuando le manifesté el miedo que
había tenido, confundiendo sus tropas con un cuerpo de marinos. El coronel
entonces me informó que el Gobierno tenía noticias seguras de que los marinos
españoles intentarían desembarcar esa misma mañana, para saquear el país
circunvecino y especialmente el convento de San Lorenzo. Agregó que para
impedirlo había sido destacado con ciento cincuenta Granaderos a caballo de su
Regimiento. Que había venido (andando principalmente de noche para no ser
observado) en tres noches desde Buenos Aires. Dijo estar seguro de que los
marinos no conocían su proximidad y que dentro de pocas horas esperaba entrar
en contacto con ellos. Son doble en número, añadió el valiente coronel,
pero por eso no creo que tengan a mejor parte de la jornada. Estoy seguro
que no, dije, y descendiendo sin dilación empecé con mi sirviente a buscar a
tientas vino con qué refrescar a mis muy bien venidos huéspedes.
No tuve dificultad en persuadir al
coronel de que me permitiera acompañarlo hasta el convento. Recuerde
solamente, dijo, que no es su deber ni oficio pelear. Le daré un buen caballo
y si ve que la jornada se decide contra nosotros, aléjese lo más ligero
posible. Usted sabe que los marineros no son de a caballo. A este consejo
prometí sujetarme y, aceptando su delicada oferta de un caballo excelente y
estimando debidamente su consideración hacia mí, cabalgué al costado de San
Martín cuando marchaba al frente de sus hombres, en oscura y silenciosa falange.
Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de
la construcción, llegamos al Convento de San Lorenzo, que quedó interpuesto
entre el Paraná y las tropas de Buenos Aires y ocultos todos los movimientos a
las miradas del enemigo.
El coronel San Martín, acompañado por dos
o tres oficiales y por mí, ascendió al campanario del Convento y con ayuda de
un anteojo de noche y por una ventana trasera trató de darse cuenta de la
fuerza y movimientos del enemigo. Cada momento transcurrido daba prueba más
clara de su intención de desembarcar y tan pronto como aclaró el día percibimos
el afanoso embarcar de sus hombres en los botes de siete barcos que componían
su escuadrilla
Fue un momento de intensa ansiedad para
mí. San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un solo tiro. El
enemigo aparecía a mis pies seguramente a no más de cien yardas. Su bandera
flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en
un instante y a toda brida, los dos escuadrones desembocaron por atrás del
convento y flanqueando al enemigo por las dos alas, comenzaron con sus
lucientes sables la matanza que fue instantánea y espantosa Las tropas de San
Martín recibieron una descarga solamente, pero desatinada, del enemigo, porque,
cerca de él como estaba la caballería, sólo cinco hombres cayeron en la
embestida contra los marinos.
Todo lo demás fue derrota, estrago y
espanto entre aquel desdichado cuerpo. La persecución, la matanza, el triunfo
siguieron al asalto de las tropas de Buenos Aires. La suerte de la batalla, aun
para un ojo inexperto como el mío, no estuvo indecisa tres minutos. La carga
de los dos escuadrones instantáneamente rompió las filas enemigas y desde aquel
momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente, que
en un cuarto de hora el terreno estaba cubierto de muertos y heridos. Un
grupito de españoles había huido hasta el borde de la barranca y allí, viéndose
perseguidos por una docena de granaderos de San Martín, se precipitaron
barranca abajo y fueron aplastados en la caída. Fue en vano que el oficial a
cargo de la partida les pidiera se rindiesen para salvarse.
En tanto, Ignacio Martínez, investigador
del CONICET, analiza el suceso respondiendo a la pregunta ¿Qué fue lo que movilizó a San Martín a involucrarse en
esos combates en tierra americana?
-Llos valores que movían la
batalla no estaban condensados todavía en torno a un sentimiento nacional
argentino, ya que en 1810 esa nación como la conocemos hoy todavía no existía.
“Podríamos decir que en San Martín, como en muchos de los protagonistas de esos
sucesos, pueden haber confluido un sentimiento patriótico, que refería a la
patria chica, al lugar de origen y al mismo tiempo un sentimiento de identidad
americana”, señaló. “San Martín regresa por las ideas”, subrayó.
Martínez concluye:” fue una lucha por ideas de innovación, de formas de
entender y refundar la política, la sociedad y la economía que atravesaba de un
lado y del otro el Atlántico y la experiencia más fuerte en nuestro territorio
fue la guerra, que logró comprometer a toda la población. San Martín fue uno de
los grandes “ingenieros” de esa movilización, fue uno de los que trató de
organizar esa empresa gigantesca, la guerra revolucionaria, que movilizó
alrededor de 14.000 hombres, con todo lo que ello implicaba. Era un esfuerzo
que involucró a toda la población profundamente, y uno de los protagonistas de
todo eso, sin dudas, fue San Martín”, concluyó.
El arcón
de la historia “El combate de San Lorenzo relatado por un testigo ( 3/2/1813)
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