En el año 2000, Raúl Alfonsín,
llevaba más de diez años fuera de la presidencia, también su sucesor, Carlos
Menem, que le había abierto las puertas al salvajismo de mercado, había dejado
la primera magistratura con huellas que
marcarían la vida Argentina hasta hoy: altos porcentajes de pobreza, indigencia
y un Estado que repercutieron en áreas sensibles como la educación, el Estado
le había soltado la mano a las clases media, media –baja y baja, desentendiendose de brindar servicios básicos como agua, gas, luz y teléfonos que pasaron a
manos privadas con empresas cuyo único fin era el rédito. En Argentina
gobernaba De la Rúa que lejos de cambiar el modelo que le precedió, lo
profundizó, primero con hombres propios y después con el “padre” del desquicio,
Domingo Cavallo.
Raúl Alfonsín, llamaba a los
argentinos a participar, entendía que de permanecer inmovilizados, ganaría el
más fuerte “La ingobernabilidad surge de los intentos por
mantener el control sobre pueblos y lugares que se encuentran marginados para
participar en las decisiones que determinan sus vidas cotidianas. Tanto
ciudadanos como países se vuelven "ingobernables" cuando se
consideran instrumentos pasivos de las decisiones que toma una élite cerrada
que gobierna transformándolos en una "masa" muda.
Sus críticas al neo liberalismo y el
salvajismo las expresaba, indicando que Los
individuos libres -ciudadanos libres, Estados libres- son los verdaderos
protagonistas de la ingobernabilidad. Sin una responsabilidad plena e igual, no
puede haber gobernabilidad duradera. Eso es los que los fundamentalistas del
mercado, los asesores financieros y los tecnócratas no logran entender. No se
puede excluir a países, ciudadanos, usuarios, consumidores, productores,
trabajadores, empresarios y profesionistas de la toma de decisiones que tienen
consecuencias sustanciales sobre sus vidas y sobre sus metas, e incluso sobre
los valores mismos de la sociedad”.
Alfonsín, en cuya presidencia la palabra
libertad volvió a escucharse, pedía que se aplique la ley con igualdad “En los Estados individuales, la protección del débil se logra con la
aplicación igualitaria de las leyes. Pero para crear un orden internacional
basado en la ley, y no en la fuerza -ahora que la fuerza económica ha
desplazado al poderío militar-, es necesario reforzar el multilateralismo y
extenderlo no sólo al campo económico, sino también al político”.
Nuevamente, criticando al neo
liberalismo que ya había ingresado con su voracidad , Alfonsín, reclamaba
equidad, equilibrio y cooperación:” “Cualquier programa que se base en el
egoísmo y la injusticia generará necesariamente fuertes corrientes de
disolución social y de inestabilidad. El gran reto es aumentar la igualdad y,
para ello, el Estado, que la globalización afirma haber derrocado, es vital.
Sólo el Estado puede establecer impuestos progresivos, regulaciones adecuadas
sobre los servicios públicos privatizados, apoyo para las pequeñas y medianas
empresas, mayor eficiencia en el gasto público y una mejoría sustancial en los
sistemas educativos y de salud. Es la obligación innegable del Estado
garantizar los beneficios de la seguridad social a todos los habitantes de un
país.
Para ello, subrayaba, debía existir:”
voluntad común para fijar las reglas del juego de acuerdo con los intereses de
la región entera. Sólo una cooperación de ese tipo puede garantizar una
base política sólida para la integración”, es decir llamaba a materializar
el Mercosur, mercado del que había sido uno de sus gestores junto a Brasil,
Uruguay.
Contrariando a las ideas
corporativistas de las grandes empresas (que junto a otros sectores habían
colaborado abiertamente en su caída), sostenía, Raúl Alfonsín “Todo el mundo
acepta que el mercado necesita reglas para evitar deformaciones como los
monopolios y los oligopolios. Pero el monopolio de la riqueza es igual de
pernicioso. El Estado no debe abandonar su papel redistribuidor; tampoco puede
dejar en manos del mercado sus tareas de desarrollo. De hecho, una vivienda y
una educación de calidad, las pensiones y el seguro para el desempleo, un
sistema de salud moderno y servicios sociales familiares no deben ser los
frutos de una democracia establecida, sino las condiciones para la
consolidación y la supervivencia de la democracia.
Fuente : Alfonsín, Raúl “La revuelta de los Estados”, El País ( España, 5 de Octubre de 2000)
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