viernes, 30 de marzo de 2018

El fútbol, es ¿Un negocio vulgar y silvestre? o ¿una fábrica de trucos manejada por sus dueños?, yo soy de los que creen que puede ser eso, pero es también mucho más que eso, como fiesta de los ojos que lo miran y como alegría del cuerpo que lo juega (Eduardo Galeano)

En 70 días, con el comienzo del mundial de Rusia, el fútbol casi que  pasará a ser el centro del mundo, los partidos atraparán a miles de hinchas que poco les importa el deporte durante el año. Sea como negocio, sea como anestésico social, como pasión o bien como enamorado del juego, la mundialitis llegará, aún contra la voluntad de muchos a nuestras vidas. Con seguridad, no pasará desapercibido.

Para intentar comprender qué el fútbol abarca mucho más que “ 22 locos corriendo atrás de una pelota, la jueza y académica costarricense brinda en este artículo su mirada sobre el deporte, tomando como partida textos de Eduardo Galeano, lo analiza en tres dimensiones, desde el juego “puro”, como fenómeno socio político y desde la psicología de masas .
Eduardo Galeano bautizó con el metafórico título:  El Fútbol a Sol y Sombra, uno de sus libros. Empecé su lectura porque sentí curiosidad  por ese fenómeno de masas que es el fútbol: un deporte capaz de desatar los más grandes entusiasmos. Me pareció que esa obra sería una buena fuente de iniciación, entre otras razones, porque ya había leído magníficos artículos y libros del mismo autor, entre ellos, el irónico y subversivo: Patas arriba. La escuela del mundo al revés .

Además, todavía recuerdo vívidamente la formidable conferencia que hace años ofreció Galeano en el repleto auditorio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica, donde expuso sus puntos de vista sobre el capitalismo salvaje, la educación, la igualdad de oportunidades y otros temas sensibles para el Mundo contemporáneo. Me llamaba la atención encontrar a un profundo estudioso, como Galeano, asumiendo el arduo trabajo de escribir un libro sobre fútbol. Pero rápidamente tomé conciencia de que aquello, lejos de ser una molesta tarea, fue en realidad un enorme placer. De hecho, luego me enteré que ya en 1968 el mismo autor había publicado: Su majestad el fútbol. Obra en la que selecciona los comentarios de escritores como Mario Benedetti, Albert Camus, Horacio Quiroga y otras personas amantes del también llamado: deporte rey. En síntesis, tenía buenas razones para suponer que: El Fútbol a sol y sombra, podía iniciarme en el conocimiento del más globalizado de los deportes. Y no exagero al decir que su lectura me brindó muchas páginas de  intenso placer literario.

Desde el inicio el autor confiesa ser un auténtico ‘mendigo del buen fútbol’ de ésos que van  por el Mundo suplicando en los estadios: “Una linda jugadita, por el amor de Dios”,  y cuando el milagro se concreta lo agradece sin que le importe un rábano el nombre del club, o del país, que se lo obsequia. Actitud que, en mi criterio, sería importante fomentar tanto en las viejas como en las nuevas generaciones. Porque nos ayudaría a metabolizar la violencia y la ciega locura de los fanatismos nacionalistas que, como sabemos, también han sido exacerbados a través del fútbol que, a pesar de ser el más democratizador de los deportes, también muestra deplorables actos de intolerancia.
A continuación rescato algunos ejemplos de los citados por Galeano. Como aquel sucedido en 1964 en la capital de Perú, cuando un árbitro anuló un gol en un partido contra Argentina, lo que llevó a los aficionados a protestar con acciones violentas, que fueron reprimidas por la policía, lo que a su vez provocó una estampida contra las puertas cerradas del estadio y el lamentable resultado de más de trescientos muertos: “Esa noche un gentío protestó en las calles de Lima: la manifestación protestó contra el árbitro, no contra la policía”…¡¿Protestaron contra el árbitro y no contra la policía?!… así como lo estás leyendo.
Otro caso de fanática barbarie tuvo lugar dieciocho años antes: en 1942, mientras Ucrania se encontraba ocupada por los nazis. Relata Galeano que los jugadores del Dínamo de Kiev “…cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Les habían advertido: –Si ganan, mueren. Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.”
En ese estimulante libro abundan las evidencias de que el más popular de los deportes ha sido una cuestión de Estado para Hitler, Mussolini, Franco y demás dictadores que lo han utilizado en beneficio de innobles causas. Lo mismo ha sucedido en muchas de las actuaciones de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), y de las empresas  capitalistas que convierten a los jugadores en anuncios ambulantes y que terminan siendo las grandes ganadoras; entre ellas, esa aberración moderna que Galeano llama la ‘telecracia’, ilustrada con anécdotas como ésta:
“En el Mundial del 86, Valdano, Maradona y otros jugadores protestaron porque los principales partidos se jugaban al mediodía, bajo un sol que freía lo que tocaba. El mediodía de México, anochecer de Europa, era el horario que convenía a la televisión europea. El arquero alemán Harald Schumacher, contó lo que ocurría: –Sudo. Tengo la garganta seca. La hierba está como la mierda seca: dura, extraña, hostil. El sol cae a pique sobre el estadio y estalla sobre nuestras cabezas. No proyectamos sombras. Dicen que esto es bueno para la televisión.” Ante la más que justa protesta de los jugadores, el Presidente de la FIFA resolvió el molesto asunto sentenciando: “–Que jueguen y se callen la boca.
Esa respuesta me dejó sin palabras. Sirva este momento de silencio para que tu sensibilidad e imaginación saquen sus propias conclusiones de semejante actitud. ¿Otra anécdota que ilustra las sombras del fútbol? Aquí va: cuando terminó el Mundial de 1994, el césped del Estadio de Los Ángeles se vendió en pedazos… ¡a veinte dólares la porción!.
Ese libro recopila muchas historias donde es sencillo observar que la explotación capitalista del fútbol condena lo inútil porque no es rentable y elimina lo bello de jugar con espontaneidad, como jugamos en la niñez, porque la industria profesional busca sólo la eficiencia, la velocidad y la fuerza; renunciando a la alegría, la fantasía y la osadía.
Pese a todo, Galeano –que se declaró ‘fútbol-adicto’ y que en cada Campeonato Mundial colocaba en la puerta de su casa un rótulo con la frase ‘cerrado por fútbol’, para dedicase por entero a disfrutar de los partidos–, también escribió: “Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.”
¡Libertad, libertad!, al pronunciar y repetir esa palabra se me ocurre pensar que por ahí viene todo ese asunto de la entusiasta dedicación  al fútbol: de la sensación de libertad que viven sus amantes durante la celebración de esa “gran misa pagana, que tan distintos lenguajes es capaz de hablar y tan universales pasiones puede desatar”. Porque, en el estadio… “Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpentinas y el papel picado: la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades… Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos.”
Me valgo de las anteriores palabras de Eduardo Galeano para introducir, aunque sea brevemente, el importante tema de la conformación de masas.  Me parece que ese asunto fue muy bien explicado por Sigmund Freud en: Psicología de las masas y análisis del yo(Obras Completas, tomo III, Madrid, 1981), donde  expone que las masas festivas generalmente provocan en sus participantes  un estado de regresión que asemeja a la horda primitiva.  En palabras de Freud:
“La psicología de dichas masas, según nos es conocida por las descripciones repetidamente mencionadas –la desaparición de la personalidad individual consciente, la orientación de los pensamientos y los sentimientos en un mismo sentido, el predominio de la afectividad y de la vida psíquica inconsciente, la tendencia a la realización inmediata de las intenciones que puedan surgir–, toda esta psicología, repetimos, corresponde a un estado de regresión a una actividad anímica primitiva, tal y como la atribuiríamos a la horda prehistórica.”
Resumiendo las ideas desarrolladas por este autor: pese a todas las restricciones y privaciones que la sociedad le impone al Yo, gracias a la institución de las fiestas se abren espacios  periódicos en que los excesos y la violación de las prohibiciones se permiten. Esto resulta fundamental para entender la alegría que provocan dichas celebraciones:  “Las saturnales de los romanos y nuestro moderno carnaval coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de los primitivos, durante las cuales se entregan los individuos a orgías en las que violan los mandamientos más sagrados.”
Luego de estudiar a fondo: Psicología de las masas y análisis del yo, me resultó más sencillo detectar lo que tienen en común todas las fiestas, incluyendo las deportivas. Así que ya imaginarás la renovada complicidad de mi sonrisa cuando leí que para Galeano: “el gol es el orgasmo del fútbol” y mientras disfrutaba, hasta el fondo, con los entusiastas relatos de los de los goles más gloriosos. Citaré algunos que son buena muestra de intensidad literaria.
Inicio evocando el placer que sentí mientras gozaba la narración del llamado: ‘gol olímpico’, que sucede en un saque de esquina, cuando la pelota entra al arco sin que nadie la toque. Otro gol espectacular, que tuvo lugar en el Mundial de 1950 en un partido entre Brasil y Yugoslavia, fue el ‘gol bis’, que ejecutó Tomás Soares da Silva, mejor conocido como  Zizinho. Así de intenso lo narra Galeano:
“Este señor de la gracia del fútbol había convertido un gol de limpia manera y el juez lo había anulado injustamente. Entonces él lo repitió igualito, paso a paso. Zizinho entró al área por el mismo lugar, esquivó al mismo defensa yugoslavo con la misma delicadeza, escapando por la izquierda como había hecho antes, y clavó la pelota exactamente en el mismo ángulo. Después la pateó con furia, varias veces, contra la red. El árbitro comprendió que Zizinho era capaz de repetir aquel gol diez veces más, y no tuvo más remedio que aceptarlo.”
También aparece aquel gol increíble, pero cierto, que fue disparado por el arquero brasileño Haílton Corrêa de Arruda, más conocido como Manga, a quien Galeano observó, en vivo, en aquel estadio donde pateó la bola desde su portería y realizó un gol de arco a arco, sin intermediarios. ¿Imaginás la intensidad del momento?…¡yo también!
Otro gol que además de excepcional resultó muy divertido, sucedió en 1938, en la semifinal entre Italia y Brasil. Fue un penal que cobró Giuseppe Meazza, quien era considerado como el gran artillero de los penales del equipo italiano.  Le paso el balón literario a Galeano:
“Meazza tomó impulso, y en el preciso momento en que iba a asestar el golpe, se le cayó el pantalón. El público quedó estupefacto y el árbitro casi se tragó el pito. Pero Meazza, sin detenerse, atrapó el pantalón de un manotazo y venció al arquero desarmado por la risa. Ese fue el gol que lanzó a Italia a la final del campeonato.”
Ese gol, que despierta alegres carcajadas, me recuerda que para Galeano existieron tiempos mejores en la historia del fútbol: cuando aún tenía   esa magia del juego que se juega porque sí; y se anotaban goles en medio de malabares que provocaban la risa de los aficionados. Como los que hacía Manuel Francisco dos Santos –mundialmente conocido como Garrincha, que significa: pajarito inútil y feo–, de quien los médicos nunca creyeron que sería deportista: “…este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomielitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado.”  A pesar de todo,  Manuel Francisco dos Santos fue el mejor de los punteros en el Mundial de 1958 y en el de 1962 fue el mejor jugador. De él comenta Galeano:
“Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue más: él fue el hombre que dio más alegría en toda la historia del fútbol. Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo: la pelota, un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de la risa a la gente: él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella corría. En el camino los rivales se chocaban entre sí, se enredaban las piernas, se mareaban, caían sentados…”
Imagino el intenso júbilo que experimentó Galeano a lo largo de su vida. Primero como gosozo espectador de los memorables Campeonatos Mundiales. Luego, mientras escribía, disfrutando el poder de la intensidad mientras expresaba con palabras el placer de los momentos más orgásmicos en la historia del fútbol. Pero también comprendo y comparto la indignación que sintió ese amante del fútbol cuando fue testigo de las irracionalidades y fanáticas intolerancias que, desgraciadamente, también se agitan en esos Campeonatos. Precisamente porque Galeano tenía claro el panorama de las luces y sombras que se mezclan en el fútbol, ante la pregunta de si toda esta locura  no será digna de mejores causas, responde:
“¿Un negocio vulgar y silvestre? ¿Una fábrica de trucos manejada por sus dueños? Yo soy de los que creen que el fútbol puede ser eso, pero es también mucho más que eso, como fiesta de los ojos que lo miran y como alegría del cuerpo que lo juega. Un periodista preguntó a la teóloga alemana Dorothee Sölle: –¿Cómo explicaría usted a un niño qué es la felicidad?. –No se lo explicaría –respondió–, Le daría una pelota para que jugara. El fútbol profesional hace todo lo posible por castrar esa energía de felicidad, pero ella sobrevive a pesar de todos los pesares. Y por eso es que el fútbol no puede dejar de ser asombroso. Como dice mi amigo Ángel Ruocco, eso es lo mejor que tiene: su porfiada capacidad de sorpresa. Por más que los tecnócratas lo programen hasta el mínimo detalle, por mucho que los poderosos lo manipulen, el fútbol continúa queriendo ser el arte de lo imprevisto. Donde menos se espera salta lo imposible, el enano propina una lección al gigante y un negro esmirriado y chueco deja bobo al atleta esculpido en Grecia.”
Rodríguez Gonzalo, N El poder de la intensidad,  El País, Costa Rica,  2 de Marzo de 2017

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