En 70 días, con el comienzo del mundial de
Rusia, el fútbol casi que pasará a ser el centro
del mundo, los partidos atraparán a miles de hinchas que poco les importa el
deporte durante el año. Sea como negocio, sea como anestésico social, como
pasión o bien como enamorado del juego, la mundialitis llegará, aún contra la
voluntad de muchos a nuestras vidas. Con seguridad, no pasará desapercibido.
Para intentar comprender qué el fútbol abarca mucho más que “ 22 locos corriendo atrás de una pelota, la jueza y académica costarricense brinda en este artículo su mirada sobre el deporte, tomando como partida textos de Eduardo Galeano, lo analiza en tres dimensiones, desde el juego “puro”, como fenómeno socio político y desde la psicología de masas .
Eduardo Galeano bautizó con el metafórico título: El
Fútbol a Sol y Sombra, uno de sus libros. Empecé su lectura
porque sentí curiosidad por ese fenómeno de masas que es el fútbol: un
deporte capaz de desatar los más grandes entusiasmos. Me pareció que esa obra
sería una buena fuente de iniciación, entre otras razones, porque ya había leído
magníficos artículos y libros del mismo autor, entre ellos, el irónico y
subversivo: Patas arriba. La escuela del
mundo al revés .
Además, todavía recuerdo vívidamente la formidable conferencia que
hace años ofreció Galeano en el repleto auditorio de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Costa Rica, donde expuso sus puntos de vista sobre el
capitalismo salvaje, la educación, la igualdad de oportunidades y otros temas
sensibles para el Mundo contemporáneo. Me llamaba la atención encontrar a un
profundo estudioso, como Galeano, asumiendo el arduo trabajo de escribir un
libro sobre fútbol. Pero rápidamente tomé conciencia de que aquello, lejos de
ser una molesta tarea, fue en realidad un enorme placer. De hecho, luego me
enteré que ya en 1968 el mismo autor había publicado: Su
majestad el fútbol. Obra en la que selecciona los comentarios de
escritores como Mario Benedetti, Albert Camus, Horacio Quiroga y otras personas
amantes del también llamado: deporte rey. En síntesis, tenía buenas razones
para suponer que: El Fútbol a sol y sombra, podía
iniciarme en el conocimiento del más globalizado de los deportes. Y no exagero
al decir que su lectura me brindó muchas páginas de intenso placer
literario.
Desde el inicio el autor confiesa ser un auténtico ‘mendigo del buen fútbol’ de ésos que van por el Mundo suplicando en los estadios: “Una linda jugadita, por el amor de Dios”, y cuando el milagro se concreta lo agradece sin que le importe un rábano el nombre del club, o del país, que se lo obsequia. Actitud que, en mi criterio, sería importante fomentar tanto en las viejas como en las nuevas generaciones. Porque nos ayudaría a metabolizar la violencia y la ciega locura de los fanatismos nacionalistas que, como sabemos, también han sido exacerbados a través del fútbol que, a pesar de ser el más democratizador de los deportes, también muestra deplorables actos de intolerancia.
A
continuación rescato algunos ejemplos de los citados por Galeano. Como aquel
sucedido en 1964 en la capital de Perú, cuando un árbitro anuló un gol en un
partido contra Argentina, lo que llevó a los aficionados a protestar con
acciones violentas, que fueron reprimidas por la policía, lo que a su vez
provocó una estampida contra las puertas cerradas del estadio y el lamentable
resultado de más de trescientos muertos: “Esa noche un gentío protestó en las
calles de Lima: la manifestación protestó contra el árbitro, no contra la
policía”…¡¿Protestaron contra el árbitro y no contra la policía?!… así como lo
estás leyendo.
Otro
caso de fanática barbarie tuvo lugar dieciocho años antes: en 1942, mientras
Ucrania se encontraba ocupada por los nazis. Relata Galeano que los jugadores
del Dínamo de Kiev “…cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler
en el estadio local. Les habían advertido: –Si ganan, mueren. Entraron
resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron
aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas
puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.”
En
ese estimulante libro abundan las evidencias de que el más popular de los
deportes ha sido una cuestión de Estado para Hitler, Mussolini, Franco y demás
dictadores que lo han utilizado en beneficio de innobles causas. Lo mismo ha
sucedido en muchas de las actuaciones de la Federación Internacional de Fútbol
Asociado (FIFA), y de las empresas capitalistas que convierten a los
jugadores en anuncios ambulantes y que terminan siendo las grandes ganadoras;
entre ellas, esa aberración moderna que Galeano llama la ‘telecracia’,
ilustrada con anécdotas como ésta:
“En
el Mundial del 86, Valdano, Maradona y otros jugadores protestaron porque los
principales partidos se jugaban al mediodía, bajo un sol que freía lo que
tocaba. El mediodía de México, anochecer de Europa, era el horario que convenía
a la televisión europea. El arquero alemán Harald Schumacher, contó lo que
ocurría: –Sudo. Tengo la garganta seca.
La hierba está como la mierda seca: dura, extraña, hostil. El sol cae a pique
sobre el estadio y estalla sobre nuestras cabezas. No proyectamos sombras.
Dicen que esto es bueno para la televisión.” Ante la más que justa
protesta de los jugadores, el Presidente de la FIFA resolvió el molesto asunto
sentenciando: “–Que jueguen y se callen la
boca.”
Esa
respuesta me dejó sin palabras. Sirva este momento de silencio para que tu
sensibilidad e imaginación saquen sus propias conclusiones de semejante actitud.
¿Otra anécdota que ilustra las sombras del fútbol? Aquí va: cuando terminó el
Mundial de 1994, el césped del Estadio de Los Ángeles se vendió en pedazos… ¡a
veinte dólares la porción!.
Ese
libro recopila muchas historias donde es sencillo observar que la explotación
capitalista del fútbol condena lo inútil porque no es rentable y elimina lo
bello de jugar con espontaneidad, como jugamos en la niñez, porque la industria
profesional busca sólo la eficiencia, la velocidad y la fuerza; renunciando a
la alegría, la fantasía y la osadía.
Pese
a todo, Galeano –que se declaró ‘fútbol-adicto’ y que en cada Campeonato
Mundial colocaba en la puerta de su casa un rótulo con la frase ‘cerrado
por fútbol’, para dedicase por entero a disfrutar de los partidos–,
también escribió: “Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de
vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el
disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las
tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de
la libertad.”
¡Libertad,
libertad!, al pronunciar y repetir esa palabra se me ocurre pensar que por ahí
viene todo ese asunto de la entusiasta dedicación al fútbol: de la
sensación de libertad que viven sus amantes durante la celebración de esa “gran
misa pagana, que tan distintos lenguajes es capaz de hablar y tan universales
pasiones puede desatar”. Porque, en el estadio… “Flamean las banderas, suenan
las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpentinas y el papel
picado: la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En
este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus
divinidades… Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos.”
Me
valgo de las anteriores palabras de Eduardo Galeano para introducir, aunque sea
brevemente, el importante tema de la conformación de masas. Me parece que
ese asunto fue muy bien explicado por Sigmund Freud en: Psicología
de las masas y análisis del yo(Obras Completas, tomo III, Madrid,
1981), donde expone que las masas festivas generalmente provocan en sus
participantes un estado de regresión que asemeja a la
horda primitiva. En palabras de Freud:
“La
psicología de dichas masas, según nos es conocida por las descripciones
repetidamente mencionadas –la desaparición de la personalidad individual
consciente, la orientación de los pensamientos y los sentimientos en un mismo
sentido, el predominio de la afectividad y de la vida psíquica inconsciente, la
tendencia a la realización inmediata de las intenciones que puedan surgir–,
toda esta psicología, repetimos, corresponde a un estado de regresión a una
actividad anímica primitiva, tal y como la atribuiríamos a la horda
prehistórica.”
Resumiendo
las ideas desarrolladas por este autor: pese a todas las restricciones y
privaciones que la sociedad le impone al Yo, gracias a la institución de las
fiestas se abren espacios periódicos en que los excesos y la violación de
las prohibiciones se permiten. Esto resulta fundamental para entender la
alegría que provocan dichas celebraciones: “Las saturnales de los romanos
y nuestro moderno carnaval coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de
los primitivos, durante las cuales se entregan los individuos a orgías en las
que violan los mandamientos más sagrados.”
Luego
de estudiar a fondo: Psicología de las masas y
análisis del yo, me resultó más sencillo detectar lo que tienen en
común todas las fiestas, incluyendo las deportivas. Así que ya imaginarás la
renovada complicidad de mi sonrisa cuando leí que para Galeano: “el gol es el
orgasmo del fútbol” y mientras disfrutaba, hasta el fondo, con los entusiastas
relatos de los de los goles más gloriosos. Citaré algunos que son buena muestra
de intensidad literaria.
Inicio
evocando el placer que sentí mientras gozaba la narración del llamado: ‘gol
olímpico’, que sucede en un saque de esquina, cuando la pelota entra al arco
sin que nadie la toque. Otro gol espectacular, que tuvo lugar en el Mundial de
1950 en un partido entre Brasil y Yugoslavia, fue el ‘gol bis’, que ejecutó
Tomás Soares da Silva, mejor conocido como Zizinho. Así de intenso lo
narra Galeano:
“Este
señor de la gracia del fútbol había convertido un gol de limpia manera y el
juez lo había anulado injustamente. Entonces él lo repitió igualito, paso a
paso. Zizinho entró al área por el mismo lugar, esquivó al mismo defensa
yugoslavo con la misma delicadeza, escapando por la izquierda como había hecho
antes, y clavó la pelota exactamente en el mismo ángulo. Después la pateó con
furia, varias veces, contra la red. El árbitro comprendió que Zizinho era capaz
de repetir aquel gol diez veces más, y no tuvo más remedio que aceptarlo.”
También
aparece aquel gol increíble, pero cierto, que fue disparado por el arquero
brasileño Haílton Corrêa de Arruda, más conocido como Manga, a quien Galeano
observó, en vivo, en aquel estadio donde pateó la bola desde su portería y
realizó un gol de arco a arco, sin intermediarios. ¿Imaginás la intensidad del
momento?…¡yo también!
Otro
gol que además de excepcional resultó muy divertido, sucedió en 1938, en la
semifinal entre Italia y Brasil. Fue un penal que cobró Giuseppe Meazza, quien
era considerado como el gran artillero de los penales del equipo
italiano. Le paso el balón literario a Galeano:
“Meazza
tomó impulso, y en el preciso momento en que iba a asestar el golpe, se le cayó
el pantalón. El público quedó estupefacto y el árbitro casi se tragó el pito.
Pero Meazza, sin detenerse, atrapó el pantalón de un manotazo y venció al
arquero desarmado por la risa. Ese fue el gol que lanzó a Italia a la final del
campeonato.”
Ese
gol, que despierta alegres carcajadas, me recuerda que para Galeano existieron
tiempos mejores en la historia del fútbol: cuando aún tenía esa
magia del juego que se juega porque sí; y se anotaban goles en medio de
malabares que provocaban la risa de los aficionados. Como los que hacía Manuel
Francisco dos Santos –mundialmente conocido como Garrincha, que significa: pajarito
inútil y feo–, de quien los médicos nunca creyeron que sería
deportista: “…este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomielitis,
burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las
dos piernas torcidas para el mismo lado.” A pesar de todo, Manuel
Francisco dos Santos fue el mejor de los punteros en el Mundial de 1958 y en el
de 1962 fue el mejor jugador. De él comenta Galeano:
“Pero
a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue más: él fue el hombre que
dio más alegría en toda la historia del fútbol. Cuando él estaba allí, el campo
de juego era un picadero de circo: la pelota, un bicho amaestrado, el partido,
una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño
defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de la
risa a la gente: él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se
escondía, él se escapaba, ella corría. En el camino los rivales se chocaban
entre sí, se enredaban las piernas, se mareaban, caían sentados…”
Imagino
el intenso júbilo que experimentó Galeano a lo largo de su vida. Primero como
gosozo espectador de los memorables Campeonatos Mundiales. Luego, mientras
escribía, disfrutando el poder de la intensidad mientras expresaba con palabras
el placer de los momentos más orgásmicos en la historia del fútbol. Pero
también comprendo y comparto la indignación que sintió ese amante del fútbol
cuando fue testigo de las irracionalidades y fanáticas intolerancias que,
desgraciadamente, también se agitan en esos Campeonatos. Precisamente porque
Galeano tenía claro el panorama de las luces y sombras que se mezclan en el
fútbol, ante la pregunta de si toda esta locura no será digna de mejores
causas, responde:
“¿Un negocio
vulgar y silvestre? ¿Una fábrica de trucos manejada por sus dueños? Yo soy de
los que creen que el fútbol puede ser eso, pero es también mucho más que eso,
como fiesta de los ojos que lo miran y como alegría del cuerpo que lo juega. Un
periodista preguntó a la teóloga alemana Dorothee Sölle: –¿Cómo explicaría
usted a un niño qué es la felicidad?. –No se lo explicaría –respondió–, Le
daría una pelota para que jugara. El fútbol profesional hace todo lo posible
por castrar esa energía de felicidad, pero ella sobrevive a pesar de todos los
pesares. Y por eso es que el fútbol no puede dejar de ser asombroso. Como dice
mi amigo Ángel Ruocco, eso es lo mejor que tiene: su porfiada capacidad de
sorpresa. Por más que los tecnócratas lo programen hasta el mínimo detalle, por
mucho que los poderosos lo manipulen, el fútbol continúa queriendo ser el arte
de lo imprevisto. Donde menos se espera salta lo imposible, el enano propina
una lección al gigante y un negro esmirriado y chueco deja bobo al atleta esculpido
en Grecia.”
Rodríguez Gonzalo, N El poder de la intensidad, El
País, Costa Rica, 2 de Marzo de 2017
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