En " tiempos rojos", el historiador Hernán Camarero revisa la dinámica del proceso iniciado en Petrogrado y su impacto en el país gobernado por Yrigoyen.
Tiempos rojos aporta una reconstrucción detallada y novedosa, y también aborda la simpatía que la Revolución concitó en el mundo intelectual y cultural, donde incluso un joven Jorge Luis Borges mostró entusiasmo por la gesta maximalista.
Hace cien años, a mediados de marzo de 1917, la ciudad de Buenos Aires se preparaba para el fin de un verano convulso. En los barrios quedaban atrás los ecos de las picarescas murgas de Carnaval, y la actividad laboral y educativa estaba en plena reactivación. Los grandes diarios ofrecían el balance de los cinco meses transcurridos desde la asunción del nuevo gobierno, presidido por Hipólito Yrigoyen.
Tiempos rojos aporta una reconstrucción detallada y novedosa, y también aborda la simpatía que la Revolución concitó en el mundo intelectual y cultural, donde incluso un joven Jorge Luis Borges mostró entusiasmo por la gesta maximalista.
Hace cien años, a mediados de marzo de 1917, la ciudad de Buenos Aires se preparaba para el fin de un verano convulso. En los barrios quedaban atrás los ecos de las picarescas murgas de Carnaval, y la actividad laboral y educativa estaba en plena reactivación. Los grandes diarios ofrecían el balance de los cinco meses transcurridos desde la asunción del nuevo gobierno, presidido por Hipólito Yrigoyen.
La Argentina estaba fraguando un cambio político de cierta envergadura: el líder de la Unión Cívica Radical, una particular y masiva fuerza partidaria que pretendía asumir la gestión del Estado perfilándose como una suerte de alternativa burguesa democrática y de base popular, había puesto fin a tres décadas de régimen conservador. El nuevo presidente buscaba ampliar las bases de sustento de su administración con el diseño de un estilo diferente de gestión, de carácter más “plebeyo” y paternalista, cercano a los sectores medios y tratando de vincularse con la clase obrera. El mundo agroexportador, base de la estructura económica del país, crujía desde 1913, tras el impacto de los conflictos armados que anticiparon la Primera Guerra Mundial y afectaron el funcionamiento del sistema capitalista internacional. Una profunda recesión se había extendido a partir de entonces en el que era presentado aún como el promisorio país del trigo y de la carne.
Como en muchos otros países, en la Argentina se comprendió con rapidez la importancia de los hechos que los diarios difundieron. Prácticamente todos los órganos de prensa editados en Buenos Aires y otras grandes ciudades del país el 16 de marzo de 1917 (3 de marzo según el calendario ruso) dedicaron sus tapas o algunas de sus principales páginas interiores a cubrir el inicio de la Revolución rusa. La Nación tituló: “Estallido de una revolución en el imperio de los zares”. Informaba que la revuelta estaba liderada por “elementos parlamentarios”, quienes desde la asamblea nacional (Duma) estaban constituyendo un nuevo gobierno, en manos de los políticos liberal-conservadores liderados por Mijaíl Rodzianko. Mostraba su júbilo por el cambio, pues lo evaluaba consistente con un rechazo de las fuerzas germanófilas y con un compromiso ahora más firme de Rusia en la guerra, en alianza con Francia e Inglaterra. El periódico fundado por Bartolomé Mitre cerraba su análisis de la jornada: “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”.
Otro importante diario de la capital argentina vinculado al poder económico, La Prensa, informaba ese mismo día bajo el gran título “Movimiento revolucionario en Rusia”. De la cobertura de este medio surgía la imagen de una monarquía ya muy dificultada para organizar una sucesión pactada, aunque también se evaluaba la posibilidad de la regencia del gran duque Mijaíl. Si bien señalaba con agrado que los elementos “reaccionarios y germanófilos” habían sido derrotados, advertía: “Las informaciones de origen aliado insisten en el carácter antialemán del movimiento y en la actitud belicosa de sus jefes, mientras las noticias que vienen de Alemania parecen indicar que la revolución fue determinada principalmente por el problema de la alimentación”.
Ese mismo día, desde un espacio diferente, el diario del Partido Socialista, La Vanguardia, de gran influencia entre trabajadores y sectores populares, comenzó a informar a sus lectores. “La revolución rusa” fue el título que acompañó de allí en más varias tapas del periódico o algunas de sus principales páginas: “Ayer llegaron tal vez las informaciones más altamente significativas de esta terrible hecatombe europea. La revolución rusa, dirigida contra los oligarcas de Petrograd, no es más que un caso del principio democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en todas las capas sociales de todas las naciones”. Los socialistas identificaban el origen de la revuelta en el intento autocrático de clausurar la Asamblea, la cual había optado por poner fin a los “vejámenes” y “desplantes” del emperador.
Le Courrier de la Plata, el tradicional e importante diario de la colectividad francesa publicado en la ciudad porteña, informó a sus lectores en el mismo sentido, saludando la revolución de la libertad en la tierra de los zares, pero sumamente interesado en destacar que los nuevos gobernantes habían prometido que Rusia cumpliría con la alianza militar y seguiría combatiendo a Alemania.
Ni los argentinos que recibieron las noticias y en su mayoría aprobaron esos primeros acontecimientos, ni los protagonistas en Rusia, imaginaron entonces lo que sucedería a lo largo de ese azaroso y agitado año. El zarismo fue reemplazado por el Gobierno Provisional de las clases dominantes, en el que pronto se destacó la figura de Alexander Kérenski. Fue el primer ministro de un régimen que nunca se estabilizó: no consolidó una república democrática a través de una asamblea constituyente, ni sacó a Rusia de la guerra que seguía desangrándola, ni avanzó en la redistribución de la tierra tal como anhelaban las masas campesinas, ni concedió el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos por la autocracia, ni otorgó las mejoras que le reclamaba la combativa clase obrera. Y todo ello a pesar del respaldo más o menos abierto que recibió de amplios sectores de las izquierdas moderadas.
Primero de modo gradual, luego de manera más pronunciada, Rusia fue ingresando en una inédita situación de doble poder, ante la emergencia de un polo de organización social y política alternativa, representado por los sóviets, consejos de delegados de trabajadores, soldados y campesinos. A ello se agregó otro dato crucial: la existencia de la fracción socialdemócrata de los bolcheviques (también conocidos como “maximalistas”), liderada por Vladímir Ilich Uliánov, apodado Lenin, quien conformó un partido orientado a profundizar la revolución, en declarada perspectiva hacia un horizonte socialista, a la vez que planteó el inmediato fin de la guerra y el retiro de Rusia de la misma. Y propició la toma insurreccional del poder por el proletariado, primer paso de un proceso diseñado en escala internacional sobre los escombros y las penurias que la guerra dejaba en Europa.
Como en muchos otros países, en la Argentina se comprendió con rapidez la importancia de los hechos que los diarios difundieron. Prácticamente todos los órganos de prensa editados en Buenos Aires y otras grandes ciudades del país el 16 de marzo de 1917 (3 de marzo según el calendario ruso) dedicaron sus tapas o algunas de sus principales páginas interiores a cubrir el inicio de la Revolución rusa. La Nación tituló: “Estallido de una revolución en el imperio de los zares”. Informaba que la revuelta estaba liderada por “elementos parlamentarios”, quienes desde la asamblea nacional (Duma) estaban constituyendo un nuevo gobierno, en manos de los políticos liberal-conservadores liderados por Mijaíl Rodzianko. Mostraba su júbilo por el cambio, pues lo evaluaba consistente con un rechazo de las fuerzas germanófilas y con un compromiso ahora más firme de Rusia en la guerra, en alianza con Francia e Inglaterra. El periódico fundado por Bartolomé Mitre cerraba su análisis de la jornada: “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”.
Otro importante diario de la capital argentina vinculado al poder económico, La Prensa, informaba ese mismo día bajo el gran título “Movimiento revolucionario en Rusia”. De la cobertura de este medio surgía la imagen de una monarquía ya muy dificultada para organizar una sucesión pactada, aunque también se evaluaba la posibilidad de la regencia del gran duque Mijaíl. Si bien señalaba con agrado que los elementos “reaccionarios y germanófilos” habían sido derrotados, advertía: “Las informaciones de origen aliado insisten en el carácter antialemán del movimiento y en la actitud belicosa de sus jefes, mientras las noticias que vienen de Alemania parecen indicar que la revolución fue determinada principalmente por el problema de la alimentación”.
Ese mismo día, desde un espacio diferente, el diario del Partido Socialista, La Vanguardia, de gran influencia entre trabajadores y sectores populares, comenzó a informar a sus lectores. “La revolución rusa” fue el título que acompañó de allí en más varias tapas del periódico o algunas de sus principales páginas: “Ayer llegaron tal vez las informaciones más altamente significativas de esta terrible hecatombe europea. La revolución rusa, dirigida contra los oligarcas de Petrograd, no es más que un caso del principio democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en todas las capas sociales de todas las naciones”. Los socialistas identificaban el origen de la revuelta en el intento autocrático de clausurar la Asamblea, la cual había optado por poner fin a los “vejámenes” y “desplantes” del emperador.
Le Courrier de la Plata, el tradicional e importante diario de la colectividad francesa publicado en la ciudad porteña, informó a sus lectores en el mismo sentido, saludando la revolución de la libertad en la tierra de los zares, pero sumamente interesado en destacar que los nuevos gobernantes habían prometido que Rusia cumpliría con la alianza militar y seguiría combatiendo a Alemania.
Ni los argentinos que recibieron las noticias y en su mayoría aprobaron esos primeros acontecimientos, ni los protagonistas en Rusia, imaginaron entonces lo que sucedería a lo largo de ese azaroso y agitado año. El zarismo fue reemplazado por el Gobierno Provisional de las clases dominantes, en el que pronto se destacó la figura de Alexander Kérenski. Fue el primer ministro de un régimen que nunca se estabilizó: no consolidó una república democrática a través de una asamblea constituyente, ni sacó a Rusia de la guerra que seguía desangrándola, ni avanzó en la redistribución de la tierra tal como anhelaban las masas campesinas, ni concedió el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos por la autocracia, ni otorgó las mejoras que le reclamaba la combativa clase obrera. Y todo ello a pesar del respaldo más o menos abierto que recibió de amplios sectores de las izquierdas moderadas.
Primero de modo gradual, luego de manera más pronunciada, Rusia fue ingresando en una inédita situación de doble poder, ante la emergencia de un polo de organización social y política alternativa, representado por los sóviets, consejos de delegados de trabajadores, soldados y campesinos. A ello se agregó otro dato crucial: la existencia de la fracción socialdemócrata de los bolcheviques (también conocidos como “maximalistas”), liderada por Vladímir Ilich Uliánov, apodado Lenin, quien conformó un partido orientado a profundizar la revolución, en declarada perspectiva hacia un horizonte socialista, a la vez que planteó el inmediato fin de la guerra y el retiro de Rusia de la misma. Y propició la toma insurreccional del poder por el proletariado, primer paso de un proceso diseñado en escala internacional sobre los escombros y las penurias que la guerra dejaba en Europa.
Los hechos se precipitaron a partir del 24 de octubre, cuando miles de “guardias rojos”, soldados y marineros, bajo el control del Comité Militar Revolucionario conformado por el Sóviet de Petrogrado (dirigido por León Trotsky), lograron ingresar al Palacio de Invierno y derrocaron al gobierno de Kérenski. El poder había quedado en manos de los sóviets bajo la hegemonía de los bolcheviques. La mayor revolución social y política del siglo XX entró en una nueva fase, declarando su deseo consciente de ensayar la primera transición al socialismo.
La cobertura de los diarios en Buenos Aires cambió drásticamente su enfoque. Desapareció el anterior consenso favorable a lo ocurrido. Inicialmente, los relatos quedaron ganados por la ansiedad, la confusión y las informaciones contradictorias, pero con el correr de los días la Revolución de Octubre fue manifestándose en las páginas de la prensa dominante como una suerte de hecho aberrante, un golpe de Estado subversivo y proalemán. En La Nación fue aflorando el desprecio hacia los insurrectos: “Los maximalistas no son sino los socialistas ultras, los internacionalistas, que persiguen dos propósitos: en lo interno, dar al país una organización social marxista; en lo externo, resucitar la Internacional para imponer sus doctrinas al mundo, después de hacer la paz en forma concorde con esas doctrinas”. La Prensa hablaba de los “bolshevikis” que se habían levantado en armas contra el gobierno y titulaba: “Un golpe de Estado en Rusia”. Al igual que La Nación, inicialmente creyó que todo acabaría pronto, revelando fantasiosas ofensivas de centenares de miles de soldados dirigidos por Kérenski, listo a recuperar el poder: “El fracaso definitivo del movimiento de los ‘bolshevikis’ es sólo una cuestión de días, y tal vez de horas”. El diario El Pueblo, vocero del tradicionalismo católico, que alcanzaba tiradas masivas en aquellos años en Buenos Aires, ya el viernes 9 afirmaba: “La anarquía es hoy quien gobierna, o para mejor decir, quien desgobierna en Rusia. La ‘santa revolución libertadora’ va siendo una ironía sangrienta. Mírese el mundo en el espejo de Rusia. El socialismo hecho gobierno ha servido allá para entregar a Rusia vencida y anarquizada a merced de la nación con la que estaba en guerra. Idéntico fracaso obtendrá en todas partes”. También la prensa de las colectividades editada en la ciudad porteña registró con preocupación los eventos rusos. Para los diarios franceses se trataba de una pésima noticia, toda vez que los bolcheviques anunciaban el retiro del país de la guerra. Le Courrier de la Plata indicaba su repulsa al levantamiento de los “exaltados socialistas”, una facción sectaria y “contraria al sentido primitivo mismo de la revolución”. Le Journal Français, que comenzó a editarse el 15 de noviembre también en Buenos Aires, hacía una denuncia aún más radical que el otro periódico sobre la conquista del poder por parte de los maximalistas.
La Vanguardia, por su parte, también caracterizó lo ocurrido en Rusia durante esos días como una asonada o golpe de Estado de los bolcheviques. Los socialistas despertaron expectativas de que los “agitadores Lenine y Trotsky” fueran expulsados del poder por parte de Kérenski y el general Kornílov. Diez días después de la toma del Palacio de Invierno, el diario del PS se solazaba: “La población parece retirar su confianza a Lenin y a Trotsky [...] la demostración de autoridad de los ‘bolsheviki’ disminuyó en forma considerable”.
El eco de la revolución fue muy distinto en los ámbitos obreros y populares, así como en la vanguardia cultural e intelectual. La perspectiva abierta en octubre de 1917 fue reivindicada por la fracción de los internacionalistas que estaban escindiéndose del PS para conformar un nuevo partido de pretensiones revolucionarias. Comenzaron a abrazar la causa de los sóviets desde su periódico La Internacional, y en enero de 1918, en el manifiesto de conformación del Partido Socialista Internacional (PSI), lo expresaron con claridad. Con el tiempo, esta nueva corriente encontró en la Revolución rusa la matriz donde afincar su identidad, su programa y sus formas de organización. La Rusia que abatía el poder de la opresión también generó una espontánea adhesión en las filas del anarquismo. Durante los primeros años, antes de comenzar a oponerse más marcadamente a las medidas de los bolcheviques, parte de los agrupamientos libertarios locales y sus periódicos siguieron con simpatía ciertos aspectos del curso general de la revolución, con distintos grados y énfasis. También entre los sindicalistas revolucionarios surgieron posiciones a favor del proceso soviético.
En el siguiente lustro, tras la formación del Consejo de Comisarios del Pueblo que asumió la dirección de la “dictadura del proletariado”, la Revolución emprendió la construcción del régimen soviético. Durante un puñado de años se adoptó un conjunto de medidas que implicaron una transformación global y radical: en todos los niveles de la economía, la sociedad y la política; en cuanto a las relaciones exteriores y el principio de autodeterminación de los pueblos; en el universo de los derechos civiles, sociales y de la mujer; en la educación, la cultura y el arte, con la explosión de una creatividad única de las vanguardias; en las prácticas de sociabilidad y en la familia; en la relación entre los sexos y hasta en el sexo mismo. Todo ello ocurrió en el contexto de una feroz guerra civil entre diferentes bandos, que incluyó la invasión de varios otros ejércitos de países y potencias imperiales. En todos los sentidos posibles, Rusia dejó de ser la misma. Y ello se proyectó al mundo, pues los bolcheviques concibieron su revolución como un capítulo dentro de una transición al socialismo de escala planetaria: de allí la importancia que le otorgaron a la fundación, en 1919, de la Internacional Comunista (IC) o III Internacional, también conocida como Komintern (abreviatura en ruso de Kommunistícheskiy Internatsional). Durante sus primeros años, esta entidad se convirtió en una de las experiencias de coordinación y articulación de fuerzas políticas a nivel transnacional más ambiciosas de la historia moderna.
La cobertura de los diarios en Buenos Aires cambió drásticamente su enfoque. Desapareció el anterior consenso favorable a lo ocurrido. Inicialmente, los relatos quedaron ganados por la ansiedad, la confusión y las informaciones contradictorias, pero con el correr de los días la Revolución de Octubre fue manifestándose en las páginas de la prensa dominante como una suerte de hecho aberrante, un golpe de Estado subversivo y proalemán. En La Nación fue aflorando el desprecio hacia los insurrectos: “Los maximalistas no son sino los socialistas ultras, los internacionalistas, que persiguen dos propósitos: en lo interno, dar al país una organización social marxista; en lo externo, resucitar la Internacional para imponer sus doctrinas al mundo, después de hacer la paz en forma concorde con esas doctrinas”. La Prensa hablaba de los “bolshevikis” que se habían levantado en armas contra el gobierno y titulaba: “Un golpe de Estado en Rusia”. Al igual que La Nación, inicialmente creyó que todo acabaría pronto, revelando fantasiosas ofensivas de centenares de miles de soldados dirigidos por Kérenski, listo a recuperar el poder: “El fracaso definitivo del movimiento de los ‘bolshevikis’ es sólo una cuestión de días, y tal vez de horas”. El diario El Pueblo, vocero del tradicionalismo católico, que alcanzaba tiradas masivas en aquellos años en Buenos Aires, ya el viernes 9 afirmaba: “La anarquía es hoy quien gobierna, o para mejor decir, quien desgobierna en Rusia. La ‘santa revolución libertadora’ va siendo una ironía sangrienta. Mírese el mundo en el espejo de Rusia. El socialismo hecho gobierno ha servido allá para entregar a Rusia vencida y anarquizada a merced de la nación con la que estaba en guerra. Idéntico fracaso obtendrá en todas partes”. También la prensa de las colectividades editada en la ciudad porteña registró con preocupación los eventos rusos. Para los diarios franceses se trataba de una pésima noticia, toda vez que los bolcheviques anunciaban el retiro del país de la guerra. Le Courrier de la Plata indicaba su repulsa al levantamiento de los “exaltados socialistas”, una facción sectaria y “contraria al sentido primitivo mismo de la revolución”. Le Journal Français, que comenzó a editarse el 15 de noviembre también en Buenos Aires, hacía una denuncia aún más radical que el otro periódico sobre la conquista del poder por parte de los maximalistas.
La Vanguardia, por su parte, también caracterizó lo ocurrido en Rusia durante esos días como una asonada o golpe de Estado de los bolcheviques. Los socialistas despertaron expectativas de que los “agitadores Lenine y Trotsky” fueran expulsados del poder por parte de Kérenski y el general Kornílov. Diez días después de la toma del Palacio de Invierno, el diario del PS se solazaba: “La población parece retirar su confianza a Lenin y a Trotsky [...] la demostración de autoridad de los ‘bolsheviki’ disminuyó en forma considerable”.
El eco de la revolución fue muy distinto en los ámbitos obreros y populares, así como en la vanguardia cultural e intelectual. La perspectiva abierta en octubre de 1917 fue reivindicada por la fracción de los internacionalistas que estaban escindiéndose del PS para conformar un nuevo partido de pretensiones revolucionarias. Comenzaron a abrazar la causa de los sóviets desde su periódico La Internacional, y en enero de 1918, en el manifiesto de conformación del Partido Socialista Internacional (PSI), lo expresaron con claridad. Con el tiempo, esta nueva corriente encontró en la Revolución rusa la matriz donde afincar su identidad, su programa y sus formas de organización. La Rusia que abatía el poder de la opresión también generó una espontánea adhesión en las filas del anarquismo. Durante los primeros años, antes de comenzar a oponerse más marcadamente a las medidas de los bolcheviques, parte de los agrupamientos libertarios locales y sus periódicos siguieron con simpatía ciertos aspectos del curso general de la revolución, con distintos grados y énfasis. También entre los sindicalistas revolucionarios surgieron posiciones a favor del proceso soviético.
En el siguiente lustro, tras la formación del Consejo de Comisarios del Pueblo que asumió la dirección de la “dictadura del proletariado”, la Revolución emprendió la construcción del régimen soviético. Durante un puñado de años se adoptó un conjunto de medidas que implicaron una transformación global y radical: en todos los niveles de la economía, la sociedad y la política; en cuanto a las relaciones exteriores y el principio de autodeterminación de los pueblos; en el universo de los derechos civiles, sociales y de la mujer; en la educación, la cultura y el arte, con la explosión de una creatividad única de las vanguardias; en las prácticas de sociabilidad y en la familia; en la relación entre los sexos y hasta en el sexo mismo. Todo ello ocurrió en el contexto de una feroz guerra civil entre diferentes bandos, que incluyó la invasión de varios otros ejércitos de países y potencias imperiales. En todos los sentidos posibles, Rusia dejó de ser la misma. Y ello se proyectó al mundo, pues los bolcheviques concibieron su revolución como un capítulo dentro de una transición al socialismo de escala planetaria: de allí la importancia que le otorgaron a la fundación, en 1919, de la Internacional Comunista (IC) o III Internacional, también conocida como Komintern (abreviatura en ruso de Kommunistícheskiy Internatsional). Durante sus primeros años, esta entidad se convirtió en una de las experiencias de coordinación y articulación de fuerzas políticas a nivel transnacional más ambiciosas de la historia moderna.
http://www.megustaleer.com.ar/libro/tiempos-rojos/AR27612/fragmento/
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