A través de las obras de Miguel León-Portilla, Edmundo O’Gorman y Federico Navarrete podemos vislumbrar paradigmas historiográficos que difieren de las miradas eurocéntricas, tradicionales y convencionalistas.
Esto llevó a que en 1492 el navegante genovés Cristóbal Colón partiera de Europa con tres barcos y una tripulación conformada por cerca de un centenar de hombres en busca de la India. Este viaje se realizó con la inversión económica de Isabel de Castilla, algunos integrantes de la nobleza, comerciantes y magnates.
De esta manera, el 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón llegó a lo que hoy conocemos como América al encontrarse con las Antillas y desembarcar en la isla de Guanahaní, misma que bautizó con el nombre de San Salvador (posteriormente arribó a los actuales territorios de Santo Domingo y Cuba).
Este episodio de la historia es comúnmente conocido como el “descubrimiento de América”, así se ha enseñado en las escuelas de Hispanoamérica durante décadas. Incluso hacia el siglo XX la fecha comenzó a institucionalizarse convirtiéndose en un intento de reivindicación que enaltecía los valores nacionalistas y exponía una especie de orgullo centrado en el mestizaje, a la vez que suponía que el origen de la magnanimidad y civilidad nacional se encontraba en la raíz europea u occidental que daba cabida a ese mestizaje.
El Día del Descubrimiento y la Raza, el Día de la Raza y la Hispanidad, el Día de la Raza y el Día de la Fiesta Nacional son algunos nombres con los que comenzó a conmemorarse de manera oficial esta fecha en España, Colombia, Costa Rica, Argentina, México y otros países de habla hispana.
No obstante, el término “descubrimiento de América” ha sido puesto en cuestión por múltiples investigadores e historiadores que encuentran en la denominación una grave problemática, pues reduce, simplifica o invisibiliza la complejidad de las relaciones sociales y de poder que surgieron con la venida de los españoles conquistadores; al mismo tiempo que suprime la validez y existencia de una historia, un territorio y una civilización previas a su llegada.
“Los indígenas del continente que habían permanecido desconocidos para los europeos, sólo entran en escena cuando ocurre que ‘son descubiertos’, ‘son conquistados’, ‘son cristianizados’ y son ‘colonizados’”, señala el recién fallecido Miguel León-Portilla en su texto Encuentro de dos mundos, presentado en 1992 en la Conferencia Internacional: Reescribiendo la Historia, que tuvo lugar en Baja California.
Además, agrega: “El desconocimiento y desdén de no pocos de los europeos respecto de las trayectorias culturales de los pueblos nativos del Nuevo Mundo se vio luego acompañado de su desinterés por la historia de las colonias que allí se implantaron y de las naciones que más tarde alcanzaron la independencia”.
En este texto, Miguel León-Portilla señala algunos posicionamientos encontrados en la “historia universal” y en las posturas de algunos filósofos con respecto a los habitantes del “Nuevo Mundo”, en ellas se encuentran visiones que califican a los indígenas como “primitivos”, “casi animales” e “incapacitados”. Ante estos argumentos, León-Portilla alerta sobre un sesgo en la forma en la que se construye el conocimiento sobre el continente americano (exceptuando Estados Unidos) y sobre lo que se ha denominado “descubrimiento de América”.
En Visión de los vencidos (1959), Miguel León-Portilla incluye una expresión que ofrece una perspectiva que invita a la reflexión sobre la forma en la que se narra y se explica este momento de la historia. Se trata del término “encuentro de dos mundos”.
A través de él León-Portilla pone de manifiesto que a raíz de la llegada de los españoles a lo que hoy nombramos América se dio cabida a un proceso que tuvo como resultado “la fusión de pueblos y culturas”, así como “intercambios de todas clases”; precisamente, por medio de la idea del “encuentro de dos mundos” se adopta una postura que toma en cuenta a todos los participantes de dicho proceso: tanto a los pobladores indígenas como a los africanos llevados a estas tierras y a los conquistadores españoles.
Asimismo, León-Portilla puntualiza que otro sentido se halla en dicha expresión, pues “encuentro” también hace alusión o guarda relación con el “contra” y tiene como significado “choque”, “enfrentamiento” y “lucha”, lo cual hace referencia a la invasión, sometimiento, explotación y asesinato de indígenas, así como la resistencia de dichos pobladores.
El tlamatini no fue el único historiador en evidenciar la perspectiva unilateral que guarda la idea del “descubrimiento de América”.
Poco antes que el autor de Visión de los vencidos hablara de un “encuentro de dos mundos”, Edmundo O'Gorman analizaba la cuestión del descubrimiento bajo una mirada poco convencional (quizás opuesta a la de León-Portilla) y que, según en las propias palabras del historiador, “sembró el caos” en la academia mexicana, pues puso en cuestión las interpretaciones históricas tradicionales del arribo de Colón a América.
Para O’Gorman, América simplemente no pudo haber sido descubierta, porque América no existía. Este postulado se encuentra en el libro La invención de América (1958); en este texto O´Gorman argumenta que América no fue descubierta, sino que fue inventada, por lo que para el historiador es preciso reconstruir la historia, no del descubrimiento de América, sino de la idea de que América fue descubierta.
“El problema fundamental de la historia americana estriba en explicar satisfactoriamente la aparición de América en el seno de la Cultura Occidental, porque esa cuestión involucra, ni más ni menos, la manera en que se conciba el ser de América y el sentido que ha de concederse a su historia. Ahora bien, todos sabemos que la respuesta tradicional consiste en afirmar que América se hizo patente a resultas de su descubrimiento, idea que ha sido aceptada como algo de suyo evidente y constituye, hoy por hoy, uno de los dogmas de la historiografía universal”, señala O’Gorman en su libro.
También añade: “Cuando se nos asegura que Colón descubrió a América no se trata de un hecho, sino meramente de la interpretación de un hecho. Pero si esto es así, será necesario admitir que nada impide, salvo la pereza o la rutina, que se ponga en duda la validez de esa manera peculiar de entender lo que hizo Colón en aquella memorable fecha, puesto que, en definitiva, no es sino una manera, entre otras posibles, de entenderlo”.
O’Gorman asegura que con esta nueva perspectiva América podrá ser entendida no como un ente que se postula a posteriori e inalterable, sino como el resultado de un proceso histórico que implicó el “apoderamiento de aquellas tierras por Europa, para realizar en aquellas tierras su cultura”. Y bajo esta nueva luz, los acontecimientos posteriores a la “invención de América” (la conquista, la colonización y la independencia) podrán ser analizados de otra manera y adquirir una nueva significación.
Finalmente, de manera más reciente, el historiador Federico Navarrete ha ofrecido diversos elementos para entender bajo otro lente aquello que de manera incuestionable se denomina “descubrimiento de América”.
En 2016, el autor de La Conquista de México (2008) y México Racista (2017) presentó un artículo titulado Las historias de América y las historias del mundo: una propuesta de cosmohistoria, en él Navarrete apunta que la llegada de América y de sus habitantes a la historia universal (la historia de Europa) se hizo con la imagen tradicional del desembarco de Cristóbal Colón en lo que hoy conocemos como Las Bahamas.
Según el autor, ese momento, narrado por el propio Colón, dio los elementos clave que le proporcionaron forma a la visión de los europeos sobre este “nuevo continente” y que dieron paso al establecimiento de relaciones de dominación colonial. Es a través de la idea del descubrimiento que la dominación se impone, pues para Navarrete la idea del descubrimiento entraña la subordinación de América frente a Europa, y convierte a la primera en una extensión del segundo.
“La facilidad con que el ‘descubridor’ comenzó a disponer del territorio y las vidas de los americanos es inseparable de la idea misma de descubrimiento. Para los europeos las tierras que hallaran (…) y también sus habitantes, eran desconocidos y eso significaba que estaban disponibles para hacer con ellos su voluntad”, señala Navarrete.
Además, comenta: “La idea de que los europeos ‘descubrieron’ América implica privilegiar la mirada de los recién llegados sobre el punto de vista de las personas que ya habitaban en el continente. Conlleva también privilegiar el conocimiento, la geografía y la historia occidentales, sobre los conocimientos y las concepciones que los indígenas americanos tenían del espacio y del tiempo y de sus propias tierras. Desde esta perspectiva, un territorio sólo es ‘descubierto’ cuando es incorporado a los mapas europeos, cuando recibe un nombre europeo, cuando forma parte del conocimiento europeo del mundo”.
A través de las obras y aportes de Miguel León-Portilla, Edmundo O’Gorman y Federico Navarrete podemos vislumbrar paradigmas historiográficos que difieren de las miradas eurocéntricas, tradicionales y convencionalistas en las que la historia se cuenta unilateralmente, es decir, por medio de una sola y absoluta voz. De esta manera, la historia es menos rígida y más sujeta a reinterpretaciones y análisis que vislumbren nuevas formas de entender nuestro devenir.
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