martes, 28 de enero de 2020

ATENTADO A LA EMBAJADA DE ISRAEL: “ NO HUBO SIQUIERA INTENCIÓN DE REPARAR LOS DAÑOS, LOS AGRESORES NO FUERON DETENIDOS, LA CAUSA CONTINÚA , Y SIN DARSE POR CERRADA, NO TIENE AVANCES SIGNIFICATIVOS (Por ITZJAKL SHEFI, EXEMBAJADOR DE ISRAEL, 2017)

  Itzjak Shefi, era el embajador israelí ante la Argentina, el día que explotó la embajada de Israel, con su estadía en Argentina  terminaba su carrera como diplomático  activo, sin embargo el atentado lo marcó , se lo etiqueta como  “embajador del atentado”, un atentado que casi ha pasado al olvido de la memoria argentina ( ya para la justicia, y su Corte Suprema,  que nunca levantó un dedo para investigar la explosión de una sede diplomática extranjera ,  importando poco  los 29 muertos, la falta de previsión que hubo y que sirviera  como antecedente de la masacre de la AMIA en 1994 así como un eslabón adicional de la corrupción menemista.

  
  Escribía Shefi rememorando el 17 de Marzo de 1992, cuando todo era un caos y se tejían falsas hipótesis ( que se mantienen como mantra hasta el  día de hoy).
Han pasado más de  25 años desde que un brutal atentado - cometido por manos
criminales – provocara la voladura de la Embajada dejando como resultado, 22 víctimas y más de 200 heridos.
  Algunos dirán que son solo números, simples estadísticas. Pero no para
nosotros. No para nosotros como hombres de buena voluntad.
  No para nosotros que no estábamos en ningún frente de batalla, sino
que veníamos a cumplir una labor. No para nosotros, que vimos como
caía, como si fuese un castillo de naipes, un palacete. No para
nosotros que recorrimos, una y otra vez, hospitales acompañando, en el
duelo, a los familiares. No para nosotros que intentamos volver a
construir lo destruido y seguir, como si el destino nos obligase, a
hacer memoria y justicia. No para nosotros que conocimos sus muros y
sus historias, sus visitas ilustres, desde Primeros Ministros a un
Presidente, desde científicos a hombres de las artes.
  25 años de sueños rotos, de familias destruidas, de hijos sin padres, y de padres sin hijos. De la ruptura de la cadena natural, en donde los más jóvenes acompañarían, hasta el final, a los más viejos. Cada uno de las victimas dejo una familia enlutada. Rachel y yo,
compartimos ese dolor, porque cada caído forma parte de nuestra
familia.
  Quiero acá, 25 años después, dejar constancia que, la mayoría de los
sobrevivientes, se reincorporaron al trabajo, cumpliendo – con marcas
en las caras, en los cuerpos y en los corazones – su labor con
dedicación y entrega. A ellos, por siempre, nuestro profundo
agradecimiento.
  Llegue a la Argentina en 1989 como embajador. La tarea era continuar
la labor desarrollada por mis antecesores. Sería nuestra última misión, antes de volver a casa, de manera definitiva.
  Los objetivos eran claros: fortalecer los lazos de amistad, estimular el dialogo entre dos pueblos y ahondar la alianza entre los Judíos de Israel y sus hermanos de la diáspora.
  Nada de esto hubiera sido posible sin la entrega de mis colaboradores, en especial aquellos que hoy recordamos.
  

Fuimos recibidos por la hospitalidad de su gente. Contamos con la
ayuda de los miembros del gobierno, Gobernadores, Intendentes, el
mundo de la cultura a través de sus mejores representantes, conocimos
y gozamos de vínculos estrechos con los medios de comunicación y de
una comunidad Judía entregada que veía a Israel como una prolongación
de sus añoranzas e historia. La sociedad Argentina fue, para la pareja
Shefi, un ejemplo de imitar: abierta, acogedora, interesada y curiosa.
 

Pero, de un día al otro, nuestro mundo cambio. Nos despertamos del
sueño de manera violenta. Fue doloroso escuchar las falsedades con que
se intentaba convencer, a la opinión pública, que se trataba de una “implosión” causada por el ficticio arsenal, almacenado en el subsuelo del edificio. Y que el policía, a cargo de la custodia del ingreso a la Embajada, había dejado su lugar para acompañarme a una entrevista, 10 minutos antes del atentado.


  Desde ese momento tuve plena conciencia, sin ser investigador profesional, que hubo complicidad de elementos locales con los terroristas foráneos y que manos ocultas intentaban cubrirse echando la culpa a las víctimas. En todos estos 25 años no hubo, siquiera intención de reparar los daños. Los agresores no fueron detenidos. La
causa continúa y, sin darse por cerrada, no tiene avances significativos.


  Es ahora el momento en que me pregunto:¿Cómo se puede legitimar la
impunidad, mientras las heridas permanecen abiertas, a pesar que se
empeñan en cerrarlas por la fuerza del olvido?.
  ¿Por qué que se hizo tan poco por llegar a la verdad, impartir justicia y reparar lo acontecido?. ¿Cuánto tiempo más debemos esperar?. ¿Hasta cuando los culpables gozaran de protección y las victimas seguirán siendo burladas?.
Cubrir a los involucrados equivale a negar la enfermedad de la sociedad. Es como un cuerpo gangrenado al que se resiste amputar la parte enferma. No se deben tapar las evidencias, y nuestro clamor debería ser el de todos los que quieran un presente y un futuro mejor.
  Con mis 89 años, no creo alcanzar a ver a los ejecutores y sus cómplices de la masacre juzgados y condenados.Pero nuestra obligación es tomar conciencia que, sin memoria, no habrá justicia. Debemos recordar y transferir este legado a los que nos siguen. Solo
por un motivo: MANTENER VIVA LA INJUSTICIA.

Fuente:

Comunidades, Periódico Judío Independiente, Abril 2017
Número 617



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