Tampoco se pudo en 2006, 2008 y 2011, peleas, egos y mala suerte ( a la que mucho se ayudó) se concatenaron para que la ensaladera no sea parte de las vitrinas de la Asociación Argentina de Tenis ( AAT). Del Potro, un capitán sabio como Daniel Orsanic y unos laderos confiables como le dieron a Argentina su primera Copa Davis
En 2016 , finalmente la suerte se revirtió y Argentina ganó la maldita Davis, con un jugador sobresaliente como Juan Martín del Potro ,campeón del US Open, una y otra vez sufrió lesiones , una y otra vez volvió y hasta se dio el lujo de traer una medalla de plata de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.Delbonis, Pella y Mayer, capitaneados por Daniel Orsanic, fueron los responsables que la competición comenzada en 1900, engalane las vitrinas de la AAT en Buenos Aires.
Si bien hay una importante cantidad de periodistas especializados en tenis, Gonzalo Bonadeo, es quizá el más reconocido por ser un "todo terreno" y comentar con precisión varios deportes, más aún cuando de los Juegos Olímpicos se trata, pero en esta oportunidad vuelca su sapiencia para narrar su Pasión por la Davis ( Sudamericana), allí cuenta desde adentro los pormenores deportivos y extradeportivos de una competencia que siempre tuvo en vilo a los argentinos.
Desde fines de los 70, cuando el tenis pasó a formar parte de nuestro lenguaje común; los recuerdos más agridulces de las Davis de su juventud y sus primeras coberturas, hasta la difícil década del 90, la época dorada de La Legión, las tres finales perdidas en seis años y un viaje pleno de detalles por la ansiada consagración de 2016, culminando con el inmediato descenso, el regreso a Primera y su opinión sobre el nuevo formato del torneo, un hito en la historia de esta copa. Un relato histórico -por el que desfilan los nombres de todos sus protagonistas, de Vilas y Clerc a Nalbandian y Del Potro- pero a la vez íntimo y sin pelos en la lengua, que lleva el sello inconfundible de Bonadeo, uno de los periodistas deportivos con más credibilidad de la Argentina.
La final de 2016,Bonadeo la describe así :"Quizás el mayor tributo al tan mentado trabajo en equipo de 2016 fue que haya sido Federico Delbonis el elegido para jugar el encuentro más trascendente de la historia del tenis argentino. El mismo que se hizo cargo ante Fognini en Pesaro; el que no jugó ni un partido en Glasgow, donde el peso de honrar el enorme triunfo de Del Potro ante Murray recayera, primero, en Pella y, luego, en Mayer; el grandote de Azul al que le tocó debutar en Sunrise, soportando una derrota peligrosa que nos dejaba a un paso de la B pese a que jugó muy bien en una especialidad como el dobles y una cancha como la de cemento que no son sus predilectas; el mismo que, a esta altura del asunto, uno debe reconocer como un formidable jugador de Davis. Es cierto que su historial marca apenas 5 victorias sobre 9 partidos, pero así como tres de esas derrotas fueron en condiciones bien adversas —Cilic en Croacia y los dos singles en Bruselas—, sus victorias dejaron en claro su capacidad para absorber la presión y abstraerse de lo que está en juego para desarrollar con las menores interferencias posibles su plan de juego.
Así lo hizo contra Bellucci en Tecnópolis cuando definió la serie del famoso Mayer-Sousa. ¿A quién no le hubiera pesado tener que honrar el esfuerzo hecho por Leo el día anterior? Nada diferente sucedió en el mismo predio, pero bajo techo, cuando dio vuelta el partido ante Viktor Troicki, quien lo había llevado de las pestañas con el 6-2 y 6-2 inicial. Evidentemente, más allá de sus vaivenes en el circuito, de sus mejores y de sus peores, Federico es uno de esos tenistas llamados a hacer cosas diferentes cuando se trata de jugar la Davis. Sólo el entorno ya le daba un mensaje claro a la hora de salir a la cancha: mientras los más de 4000 argentinos no paraban en su euforia, gran parte del público local se había ido del estadio.
Era como si le estuvieran avisando a Karlovic que su esfuerzo no valía la pena, que sentían que la ilusión se había muerto de la mano de Cilic. Dudo mucho de que Delbonis se haya enterado de algo de esto. Durante la transmisión previa del partido y, sobre todo, en la de los momentos sensibles, fui hasta cansador en la idea de que la clave para el argentino era concentrarse en jugar contra el rival y no contra la circunstancia. Otra vez, el asunto del deporte individual. Así como en el fútbol, el rugby, el hockey o el básquet hay gente a tu alrededor que puede cubrir tus errores o contenerte en tus nervios, aquí todo pasa por uno.
Una macana, un bajón anímico o una distracción en el tenis no la compensa nadie más que uno mismo, ¿cómo lograr que Delbonis pensara, exclusivamente, en cuánto mejor tenista era que Karlovic y no en que ganar ese partido lo metía definitivamente dentro de la historia de ese deporte que comenzó a practicar de chiquito en la escuela del profe Nacho Bardón? Justamente, porque los de afuera jamás sabremos lo que sienten los de adentro y porque todavía nos faltaban asignaturas por aprender del mentado trabajo en equipo, Federico tardó 2 horas y 8 minutos en sentir el miedo a la circunstancia.
En ese momento, estando match-point arriba, por primera vez en el partido cometió un error casi de torpeza. Fue uno de los apenas 17 errores no forzados que cometió. “No puedo mentirles. En ese momento, me di cuenta de lo que estaba pasando. Y me cagué”, confesó post partido. Por lo demás, el 6-3, 6-4 y 6-2 con el que liquidó el asunto sólo tuvo un aspecto cuestionable: le quitó épica y misterio a una saga increíble. Repasando los números globales de 2016, surge otra paradoja, otra enseñanza más para quienes, entre ansiosos y bocones, no paramos de conjeturar en las previas. Desde la serie con los italianos en Pesaro, incluyendo Glasgow y Zagreb, el de Delbonis ante Karlovic fue el único punto que el equipo argentino ganó en tres sets. El más importante, el que más hubiera justificado nervios, dudas y hasta una derrota, fue el de más fácil resolución. Claramente fue obra de Delbonis, pero en esa imagen de individuo ensimismado, inalterable y como ausente que se veía cada vez que Federico se sentaba en la silla al lado de Orsanic, siempre dio la impresión de que había un gran grupo de laburo que lo rodeaba impidiendo que nada lo sacara de foco. En estos tiempos de viralizaciones, clicks y redes sociales es frecuente ver a relatores, sobre todo de fútbol, que se filman a sí mismos gritando goles.
Si es posible llorar durante el relato, mejor aún: más likes. Por cierto, no podría negar haber sido partícipe de alguno de esos videos, pero mi coartada es que no los grabo yo. Ni siquiera fue idea mía sino de mis compañeros y amigos de la ya mencionada Banda de la Garrocha —así nos autodenominamos quienes formamos el equipo “olímpico” de TyC Sports— esto de grabar algún relato onda Peque Pareto ganando la dorada en Río, o Cachito Vigil abrazándose con Jaite en el estudio luego de cada gol de Las Leonas o Los Leones. También admito que en más de una ocasión se me cruzó la posibilidad de pensar algún cliché distintivo para cerrar un momento especial, pero en ese instante no me sale más que lo que sale, que no es ortodoxo ni ocurrente.
A veces, ni siquiera se entiende. Algo así fue el alarido con el que acompañé el match-point de Delbonis. Algo que, no por vergonzante, deja de darme algo de vanidad satisfecha. Porque así como insisto en que nuestra tarea no es relatar triunfos —eso queda para norteamericanos o chinos— sino contar lo que sucede y ayudar a que al televidente le importe lo que está viendo, tampoco me negaría el placer de quedar pegado oralmente a la memoria colectiva de semejante momento. Lo demás es todo eso que pasó como una película muda de los años 20, en cámara rápida y casi como una caricatura. El festejo del equipo, las notas, el reto de Carmela porque me puse a llorar recordando a mi viejo fallecido poco antes —“cómo no entenderte, pero disfrutá de este momento”—, el abrazo y la foto con el equipo multinacional con el que trabajamos, la vuelta al hotel y la subida a la habitación en un ascensor que se quedó atorado por la superpoblación de hinchas que se quisieron meter acompañando a Leo Mayer. También, los líos para comer algo cuando, pasadas la euforia y la medianoche, la emoción había dejado paso a un hambre feroz. Nada que una caminata de diez cuadras con mi esposa y nuestra entrañable amiga Marian Morea hasta un McDonald’s no resolviese. Nada que un McDonald’s con la cocina abierta pero el servicio de mesa cerrado no complicase. Por eso, si tuviera que resumir mi paseo por Zagreb, diría que me llevé dos experiencias hermosas. Haber atestiguado la primera Copa Davis ganada por la Argentina. Y haber hecho un Automac… a pie.
Bonadeo, Gonzalo.Pasión por la Davis, luces y sombras de la copa que siempre obsesionó a los argentinos, Sudamericana, Buenos Aires, 2019
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