sábado, 30 de diciembre de 2017

En el principio no había un nombre excepto para los sobrevivientes, para ellos se había tratado de la destrucción, un paradígma íntimo buscando descifrar ese secreto llamado "Auschwitz"

En el principio no había un nombre excepto para los sobrevivientes, para ellos se había tratado de la" hurbn" (la destrucción); a partir de 1948, se generalizaron la palabra y el concepto “ genocidio”; en las décadas de 1970 y 1980, “holocausto” (“sacrificio por el fuego”) y, debatiendo con esta palabra, shoá (catástrofe). Así, Annette Wieviorka recorre las maneras de nombrar lo indecible, desplegando los acentos de los estudios sobre la Shoá en el capítulo inicial que llama “Comprender, testimoniar, escribir”. Y es un buen comienzo para introducir este libro que propone revisar las nuevas contribuciones sobre el tema", sintetiza Patricia Funes en el prólogo a "Nuevas perspectivas sobre la Shoá ",  compilado por Jablonka y Wieviorka y publicado por  la Universidad Nacional de Quilmes.

Una producción que se pregunta por el cómo y el por qué, por la vida cotidiana en los guetos, por las oscuras burocracias locales y las no menos oscuras complicidades y responsabilidades de aquellos que asintieron o participaron (por acción u omisión) en el exterminio. Trabajos que analizan las tensiones, complementariedades y diálogos entre memoria e historia. También, abordan los arraigos documentales y los caminos metodológicos de las investigaciones: los testimonios, los archivos de los perpetradores y de las víctimas, la reconstrucción cuantitativa y la biografía, la monumentalidad de los 17 millones de documentos del Archivo de Bad Arolsen y el paradigma indiciario, íntimo, de unos abuelos que no se conocieron, en la búsqueda por descifrar “ese secreto llamado Auschwitz”.

En el primer ensayo Wieviorka señala los momentos y las formas que describió la toma de conciencia colectiva sobre la Shoá desde el proceso a Eichmann hasta el denominado “boom de la memoria” hacia las décadas de 1980 y 1990 y sus giros en este siglo, acompañando ese tránsito no lineal con los temas y los énfasis de su estudio, dominantemente en la historiografía francesa, de franceses (nacidos o nacionalizados como tales), o sobre la Francia de Vichy.

La escritura de la historia está en sí misma transida de temporalidades. Wieviorka lo señala y explica. Por ejemplo: el desfasado y por mucho tiempo paralelo estudio de la solución final y el de las víctimas, que surgió contemporáneamente a los hechos y que tardó varias décadas en instalarse en la academia. En la estela de las obras pioneras de Léon Poliakov y Raul Hilberg sobre la solución final, se desarrollaron en Francia las indagaciones acerca de la responsabilidad y los mecanismos del Estado francés en la implementación de las políticas antisemitas que llevaron a la Shoá. Estudios deudores del Centro de Documentación Judía Contemporánea, con nuevas preguntas ancladas en la anteriores y otras surgidas al compás de las algo reticentes políticas de apertura de los archivos oficiales hasta finales de la década de 1990. 

Los primeros historiadores de las víctimas lo fueron en primera persona en los guetos y campos de concentración. Aquellos que dejaron voluntaria y laboriosamente –en el límite de su existencia amenazada–, huellas, vestigios, rastros para testimoniar el horror. Wieviorka concentra esas experiencias en la obra del activista, intelectual e historiador de la cultura popular yiddish en los años veinte, Emanuel Ringelblum. Revisa su tenaz y excepcional creación de una célula clandestina (Oneg Shabbat), destinada a la recolección de entrevistas, escritos, fotografías, resabios materiales cotidianos de la vida en el gueto de Varsovia para escribir su historia hasta que la deportación a Treblinka impuso la perentoriedad de salvar y esconder, aún a riesgo de sus vidas, ese material, fragmentariamente encontrado al fin de la guerra. Desde los relatos de testigos del juicio a Eichmann se desarrolló a finales de la década de 1970 la era de los grandes testimonios. Wiewiorka (incluyendo la importancia de esas voces en sus investigaciones) recorre el valor histórico y ético de la recuperación de testimonios, las publicaciones y su difusión en distintos países de Europa. La autora reflexiona acerca del canon y las jerarquías de esas dos historias paralelas: la primera, aparecía “digna de los estudios superiores”, ya que tenía por objeto el estudio de la “máquina de muerte” (agregaríamos también el estatalismo que anegaba la disciplina histórica tradicional); la segunda, la de las víctimas, con su inequí- voca marca comunitaria, sensible, y con el mandato indeleble de no olvidar, que apenas si era considerada “Historia”. Wieviorka encuentra en la obra de tres décadas de Saul Friedlander la convergencia virtuosa entre ambas maneras de reconstruir y pensar el pasado de la Shoá, que marcaron una profunda renovación de temas, de conceptos, incluso de maneras de escribir la Historia. 

En su obra La Alemania nazi y los judíos 1998-2008 acuña el concepto de “antisemitismo redentor”, ese antisemitismo que, desde un código cultural preexistente, se deslizó hacia una política de exterminio. Y para explicarlo apela al análisis del engranaje sistemático de las muertes masivas y a la vida en los guetos y campos de exterminio, a las vivencias y experiencias de las víctimas, recomponiendo así las piezas de un rompecabezas que aspira a una historia integral, despojada de colocaciones jerárquicas, explicativa y comprensiva, de una excepcional escritura, obra maestra que según la autora marcó profundamente la historiografía posterior. Una historiografía deudora de la segunda y de la tercera generación, heredera a la vez que más emancipada del peso y los pesares de las precedentes, que sin embargo puso el acento en la orfandad y las ausencias. Una generación cultural y biológica que además contaba con la apertura y desclasificación de archivos, con las posibilidades tecnológicas de su acceso a distancia y del posible contacto con aquellas “voces que nos vienen del pasado”. Investigaciones que recuperan una individuación en nombre propio sobre el friso de las investigaciones generales. “De esta manera, y tal como lo había reivindicado Friedlander, el historiador ya no teme sumergirse en la historia familiar y asumir, desde ese marco de intelección, la impronta de su subjetividad.” La historia había golpeado a las familias, “creando un masa de huérfanos sin consuelo que ahora empezaban a buscar a sus padres y abuelos” de quienes no tenían ningún recuerdo y de quienes habían quedado pocos o ningún retazo.

Fuente :Nuevas perspectivas sobre la Shoá, Jablonka I. Wieviorka, A. 1a ed. - Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2017.http://www.unq.edu.ar/advf/documentos/59ea4a9e5062b.pdf

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