Los autores se preguntan sobre el destino del periodismo en tiempos de Internet, Twitter y un universo nuevo de noticias de acceso y consumo veloces, pero dudosas, y en el que la opinión le gana lugar a la información. Dignos discípulos de una raza de periodistas en vías desaparición, para reconstruir cómo vivieron este oficio las últimas generaciones predigitales -hace tan solo dos, tres, cuatro décadas-, Bernárdez y Di Vito van a las fuentes,
En las páginas de El fin del periodismo ( Sudamericana) recuerdan cómo empezaron, cómo era una redacción cuando aún se podía fumar en interiores, y cómo era investigar una noticia sin Google para reconstruir un mundo en vías de extinción: el de las redacciones de algunos de los diarios y las revistas más importantes de la Argentina, con experiencias fundamentales de la radio y la televisión. El resultado es un retrato del periodismo de investigación que supimos tener... antes de Twitter y Google.
Entrevistan a personajes enormes como Ernesto Cherquis Bialo, Jorge Fernández Díaz, Beto Casella, Any Ventura, Gerardo Rozin Teresita Ferrari , Carlos Ulanovsky, Enrique Vázquez , Fernando Cerolini , Rubén Oliva , Cecilia Absatz y Fernando González, los autores reconstruyen un mundo en vías de extinción: el de las redacciones de algunos de los diarios y las revistas más importantes de la Argentina, con experiencias fundamentales de la radio y la televisión. El resultado es un retrato del periodismo de investigación que supimos tener... antes de Twitter y Google.
Hubo una época en que el periodismo podía ser un arte. En las redacciones las volutas del humo de los cigarrillos danzaban al ritmo sincopado de las teclas y los carretes de las máquinas de escribir. Allí convivían los protagonistas del asunto: el director, escondido en su despacho y loco como un plumero, como se decía antes. El jefe de redacción, igual de loco que el director pero que no tenía oficina sino que estaba en la trinchera, al frente de todo, en medio de la redacción. Los cronistas, los columnistas con firma —es decir, las estrellas que daban lustre a la publicación— y los cadetes trabajaban contrarreloj para tener todo listo a la hora del cierre; entonces se mandaba el material a la imprenta y el cronómetro volvía a cero. Algunos fueron míticos, otros murieron sin pena ni gloria. Algunos formaron parte de redacciones exitosas (¿qué es el éxito?) y produjeron publicaciones que semanalmente vendían cientos de miles de ejemplares (¡ah!, eso era el éxito). Esas redacciones ya no existen, tampoco esas ventas. El periodismo cambió. Hoy la norma es la brevedad, bajo el imperio de internet; lo que antes se usaba como epígrafe, hoy es una nota. No sabemos si es mejor o peor, simplemente es.
Los protagonistas de este libro tienen sus recuerdos a mano; muchos piensan que esos recuerdos son inútiles y que volver al pasado no sirve. Pero las historias están ahí. Historias de notas, de coberturas, de viajes, de personajes, historias de vida. Del entramado de estas historias surge una palabra en desuso: primicia. Las historias de estos protagonistas se alimentan de guardias eternas en la puerta de un departamento o de una clínica; de parejas destruidas; de hígados entregados al altar de las fondas baratas y la comida al paso. Los protagonistas de este libro cuentan con un anecdotario que huele a ficción pero no lo es, son sus hojas de vidas.
Para algunos el periodismo ya no existe. Además de perderse la forma y las empresas que los empleaban, el periodista se volvió descartable. Ahora es un replicante de otros medios a partir de un chisme, un rumor y hasta de una mentira. La licuadora de la inmediatez suprimió en buena medida el chequeo de la información y la consulta a las fuentes que antes eran tres y hoy puede ser un tuit. Aquella norma que exigía que una nota debía responder cinco cuestiones básicas —qué, cómo, cuándo, dónde, por qué— ha sido arrasada. Las firmas están devaluadas. Acaso el único periodista independiente sea el desocupado, nos dijeron una vez, en medio de la toma de una redacción, entre la ironía y la crudeza.
Este libro se propuso reunir a un conjunto de periodistas que atravesaron en su vida profesional aquellas redacciones donde pasaban cosas todo el tiempo —y a las que el cronista volvía de la calle con la nota lista para ser escrita— y llegaron a las actuales. Llenas de gente con la mirada perdida en las pantallas de las computadoras y ya no en la calle, que es donde pasan las cosas. Para nosotros son la «vieja guardia». Son los que desparraman sus recuerdos y sus vivencias sobre la mesa, café por medio. Son los que vuelven a sonreírse con la bohemia de entonces porque sospechan que nunca volverá a ser lo mismo. Son la generación del faso prendido y el vaso de whisky siempre en la mano. Ellos nos contarán cómo era hacer periodismo sin internet, cómo era aquello de viajar al lugar de los hechos y luego contarlo en una revista, en un diario o en una radio. Nos contarán sus encuentros con celebridades, con asesinos, con presidentes, con deportistas, con músicos y con personajes que duraron en la consideración pública apenas un par de días, apariciones fulminantes y efímeras. Mediáticos hubo siempre, pero no se los llamaba así. La vieja guardia nos contará cómo era hacer periodismo en años oscuros y difíciles en serio, entre atentados, censuras y prohibiciones. Algunos son admirados, otros no tanto, pero todos han vivido su tiempo intensamente. Como el médico, el periodista nunca deja de serlo. Su espíritu inquieto, su inconformismo, no admite lugar para otra pasión en su forma de vivir. Por eso nuestros entrevistados son una referencia obligada entre el pasado y el presente. El resultado de estos encuentros es una crónica extensa y repleta de historias que merecen ser contadas.
Inevitablemente aparece en estos testimonios la tensión entre política y periodismo, en particular la electricidad que se vivió durante los doce años de gobierno del kirchnerismo. Tratando de entender esa crispación que algunos consideran única en la historia argentina, nos topamos con alguna explicación acerca del asunto. Lo primero que hay que decir es que el enfrentamiento, la negación del otro, la lucha facciosa, es un rasgo constituyente de nuestro ser nacional. La Primera Junta de Gobierno que tuvimos, la que surgió del movimiento del 25 de mayo de 1810, encerraba en su conformación la semilla de la disgregación. Mariano Moreno, periodista, fue la primera víctima del asunto, y para que nos quedara para siempre la duda acerca de lo sucedido, su cuerpo fue arrojado al agua en medio del viaje que lo llevaba a una misión diplomática en Europa. Su primo, el vocero de la aquella revolución, Juan José Castelli, terminó preso y con un cáncer de lengua que lo consumió.}
Fuente:
Bernárdez , J y di Vito , L:"#ElFinDelPeriodismo" (Historias de un oficio perdido o cómo eran las redacciones antes de internet), Sudamericana, Buenos Aires, 2017
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