En el libro le escribe una carta, una descarga de emociones donde logró de alguna manera plasmar sus sentimientos hacia Juan Gálvez: “Al fin pudo conocerlo y hacer justicia”, asegura.
Hola, viejo:
Quiero aprovechar esta
oportunidad para contarte algunas cosas que pasaron en estos años que no te
veo.
Cuando te fuiste, mamá
prefirió que nos mudáramos para estar más cerca de la familia Olaechea.
Compramos una casa inmensa en Adrogué, tan grande era esa propiedad que probábamos
autos en el fondo, hasta un cartódromo armamos.
Los primeros años
fueron difíciles para todos, nadie estaba preparado para que no estés
resolviendo problemas, pero, a pesar de todo, nuestra vida se rehízo y salimos
adelante.
Los años de colegio
transitaron con la normal rebeldía de dos hermanos que sentían, como vos y
Oscar, la misma pasión por los autos plantadas en sus genes.
Con Juancito solo
esperábamos que la vida nos diera la oportunidad de subirnos a un auto de
carrera. Ya sé que vos preferías otra cosa para nosotros, pero a veces la
voluntad no alcanza.
Esa misma pasión que rodeaba
todo tu entorno lo llevó a Raúl Cottet, luego de recuperarse de tu partida, a
intentar retomar las carreras, pero ahora en tu butaca, como piloto.
Tratábamos de colarnos
en todas las carreras y, a partir de estos viajes, empezamos a sentirnos más
cerca de la historia del turismo de carretera. La pasión comenzó a ingresar en nuestro
cuerpo. La gente se emocionaba al conocernos. Vivimos muchas carreras de ruta y
comenzamos a sentir la misma sensación de aquel público que enmarcaba tus
caminos. Mamá, que ya no sabía cómo impedir que su auto desapareciera durante
las siestas, decidió, como último recurso, comprar una cadena con candado, para
inmovilizarlo por el paragolpes a un árbol. Una tarde que se acortó su siesta,
descubrió nuestro secreto. Enorme fue su sorpresa cuando vio que en el árbol solo
había un paragolpes encadenado.
Para manejar un auto
de carrera teníamos que aprender mucho, pues sabíamos que el camino no iba a
ser fácil. Todas las preguntas de la gente, sorprendida al conocer nuestra ascendencia,
inquirían sobre nuestro futuro en el TC.
Quiero contarte que
hoy sigo trabajando sobre tu recuerdo. Ya son más de 54 años que no estás con
nosotros y no he dejado de insistir en que vos merecés mucho más. De todos modos,
hoy el autódromo se llama "Oscar y Juan Gálvez", un acto de verdadera
justicia.
Por mi amistad con
Hugo Mazzacane, actual presidente, suelo visitar la ACTC, aquella que, junto a
un grupo de pilotos, fundaste y hoy sigue funcionando en ese lugar.
Es realmente
emocionante ver sobre la pared de la calle un enorme cartel en el que puede
leerse "Edificio Juan Gálvez".
Sé que faltan cosas,
te entiendo, también reconozco que por tu proverbial humildad jamás reclamarías
nada, pero, créeme, pronto se hará justicia.
Tu legendario turismo
de carretera ya no es el mismo, no hay más carreras de ruta ni grandes premios,
tampoco copilotos. La categoría está muy lejos de sus orígenes, todo ha
cambiado y las competencias se han adaptado al nuevo siglo.
Si pudieras manejar un
auto de la actualidad, seguramente te sorprenderías, y mucho. Sin embargo, las
velocidades finales no se han modificado notoriamente, como te imaginás, son
casi las mismas que las tuyas. Lo que no cambió es el público, el fervor y la
pasión que ustedes plantaron por aquellos tiempos no ha dejado de proliferar.
Bueno, papá, solo
quise alegrarte un poco con algunas poquitas anécdotas. Quiero contarte que
todos estamos bien, aunque jamás dejamos de extrañarte, tal vez ahora más que
nunca. Tus nietos crecen bajo la firme mirada de Silvia, mi señora. Matías es
el menor y, como no podía ser de otra forma, el mayor se llama Juan como el abuelo. Verás que esta es
la tercera generación de hermanos Gálvez.
Estoy seguro de que
vos también estarás bien, rodeado de muchos de tus viejos amigos y parientes.
Te imagino con más tiempo para disfrutar, con tu alegría de siempre, relatando
tantas anécdotas que supiste cosechar, y a tus adversarios, atentos, tratando
de conocer tus secretos.
Termino esta carta
despidiéndome con un beso enorme, con el convencimiento absoluto de que volveremos
a estar juntos para seguir esta charla.
Hasta siempre, papá.
Fuente: Gálvez, Ricardo "Juan Gálvez. El campeón eterno", Galerna, Buenos Aires, 2018
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