Los periodistas Héctor Ruiz Nuñez y María Seoane publicaron
en 1986 "La noche de los lápices". "Fue mucho más
que una investigación, bucearon en los recuerdos de familiares y amigos, en los
cuadernos y papeles personales de cada una de las víctimas para desentrañar sus
sueños y expectativas truncas, y los superpusieron al retrato de una Argentina
paralizada por el terror y el autoritarismo", reseñaron en 2011 cuando vio
la luz la versión digital.
El libro testimoniaba uno de los actos persecutorios perpetrados durante la ùltima dictadura militar cuando estudiantes secundarios fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Entre ellos estaban: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Emilce Moler.Durante su secuestro, los jóvenes fueron sometidos a torturas y vejámenes en distintos centros clandestinos, entre ellos el Pozo de Arana, el Pozo de Banfield, la Brigada de Investigaciones de Quilmes y la Brigada de Avellaneda. Seis de ellos continúan desaparecidos (Francisco, María Claudia, Claudio, Horacio Daniel y María Clara) y sólo cuatro pudieron sobrevivir, Pablo Díaz, Gustavo Calotti, Emilce Moler y Patricia Miranda.
Los estudiantes habían sido "marcados" por su militancia política y estar entre quienes reclamaron durante la primavera de 1975 por el beneficio del Boleto Estudiantil Secundario, logro obtenido durante el gobierno de Isabel Peròn y que el régimen militar de la provincia fue quitando de a poco
Al resumir el recorrido en esos 25 años, señalaron que, desde su aparición, el libro se convirtió en un clásico instantáneo -traducido al alemán, italiano, portugués, llevado
El libro testimoniaba uno de los actos persecutorios perpetrados durante la ùltima dictadura militar cuando estudiantes secundarios fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Entre ellos estaban: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Emilce Moler.Durante su secuestro, los jóvenes fueron sometidos a torturas y vejámenes en distintos centros clandestinos, entre ellos el Pozo de Arana, el Pozo de Banfield, la Brigada de Investigaciones de Quilmes y la Brigada de Avellaneda. Seis de ellos continúan desaparecidos (Francisco, María Claudia, Claudio, Horacio Daniel y María Clara) y sólo cuatro pudieron sobrevivir, Pablo Díaz, Gustavo Calotti, Emilce Moler y Patricia Miranda.
Los estudiantes habían sido "marcados" por su militancia política y estar entre quienes reclamaron durante la primavera de 1975 por el beneficio del Boleto Estudiantil Secundario, logro obtenido durante el gobierno de Isabel Peròn y que el régimen militar de la provincia fue quitando de a poco
Al resumir el recorrido en esos 25 años, señalaron que, desde su aparición, el libro se convirtió en un clásico instantáneo -traducido al alemán, italiano, portugués, llevado
al cine por Héctor Olivera-, no solo por exponer
aspectos fundamentales de la historia política de nuestros adolescentes, sino
por su contribución a la toma de conciencia, en adultos y
jóvenes por igual, de la defensa de libertad y la condena a toda forma de
autoritarismo.
En el prólogo a la edición de 1992, Héctor Ruiz Nuñez y María Seoane escribieron : Aún hoy, podemos recordar a los estudiantes secundarios que nos acompañaron en la búsqueda de la verdad, la alegría por el advenimiento de la democracia, la mordaza ferrosa de los organismos de seguridad, las definiciones y balbuceos de la Justicia, el movimiento zigzagueante de la memoria histórica en la conciencia de los argentinos.
En el prólogo a la edición de 1992, Héctor Ruiz Nuñez y María Seoane escribieron : Aún hoy, podemos recordar a los estudiantes secundarios que nos acompañaron en la búsqueda de la verdad, la alegría por el advenimiento de la democracia, la mordaza ferrosa de los organismos de seguridad, las definiciones y balbuceos de la Justicia, el movimiento zigzagueante de la memoria histórica en la conciencia de los argentinos.
Aún
hoy, recordamos la impotencia por desconocer el destino final de los chicos
secuestrados el 16 de setiembre de 1976 en el operativo ordenado por el general
Ramón Camps, pero también nuestras esperanzas: que la impunidad jurídica sería
reparada por la justicia porosa de la condena social; que mientras existiera un
joven que deseara un mundo más solidario y justo, ninguno de los adolescentes
secuestrado en la Noche de los Lápices desaparecería para siempre.
En la delgada película del tiempo transcurrido en
nuestra historia sin fin, han quedado impresos, sin embargo, numerosos
acontecimientos. Lo que era esperanza, fue certeza. Lo que era temor, fue
realidad. Seis meses después de terminar este libro, entre gallos y a
medianoche fue sancionada la ley de Punto Final. Un año más tarde, la de
Obediencia Debida. Los miembros de las fuerzas de seguridad y civiles
responsables de los hechos aquí narrados fueron sucesivamente desprocesados, y
algunos procesados y condenados.
Sus nombres figuraron en todas las listas de
acusados del juicio a las juntas militares y en el informe de la Conadep. Los
delitos que se les imputaron no fueron sólo la elaboración y ejecución de
"un plan criminal", el detalle de esta sentencia genérica incluía la
terrible certeza de que no sólo habían exterminado a miles de opositores
adultos sino también a más de 232 adolescentes entre 13 y 18 años, en la noche
y niebla (NN) de la represión ilegal iniciada el 24 de marzo de 1976.
No repetiremos los nombres de los criminales
porque alimentamos la utopía de que sus acciones se perderán en la noche de los
tiempos, mientras aquéllo que quisieron matar vivirá en otros cuerpos.
Es sabido por todos los ciudadanos que ninguno de
los indultados ha podido eludir la condena pública cuando intentaban vivir como
si nada hubiera ocurrido. Fueron bíblicamente castigados, aunque no eran
piedras sino palabras las arrojadas, cuando tramitaban sus registros de
conductor (Emilio Massera), cuando trotaban en los bosques de Palermo (Jorge
Videla), cuando tomaban café en una confitería de Palermo (Ramón Camps), cuando
eran descubiertos conduciendo su auto (Luis Vides), cuando peinaban su perro
pastor inglés con la ternura de un padre en una plaza de la ciudad (Miguel
Etchecolatz). El veredicto de la sociedad los declaró culpables y construyó
cárceles invisibles pero invulnerables. Los motivos de este repudio cívico no
parecen radicar en un deseo atávico de venganza: sí en las ansias de justicia
plena, en la necesidad de escuchar una sola palabra de arrepentimiento, jamás
pronunciada por los indultados, que consolidara la esperanza de que nunca más
la lógica de los fusiles mutilará y segará la vida de los argentinos.
Muchas veces en estos años, sentimos el impulso de
continuar investigando sobre el destino final de los chicos desaparecidos.
Nunca dejamos de preguntar a funcionarios del gobierno, a familiares, a
miembros de las entidades humanitarias, a los científicos del Equipo Argentino
de Antropología Forense si sabían algo más sobre ellos. La respuesta era: nada.
Nada. Ningún cuerpo, ni una sola tumba. La nada que confirmaba el asesinato.
Sin embargo, hubo una puerta entornada en esa
búsqueda: un testimonio decisivo nos permitió probar lo que la Justicia,
entonces, no pudo probar por la sola declaración de Pablo Díaz. Uno de los
autores de este libro mantuvo una prolongada conversación con Emilce Moler, una
de las adolescentes secuestradas en la noche del 16 de setiembre de 1976, reaparecida
algunos meses más tarde y que por decisión personal no había prestado aún
declaración ante la Conadep ni ante la Cámara Federal que juzgó a las juntas
militares.
La entrevista con ella se realizó un día de
setiembre de 1986, en la sala de estar de un hotel en Mar del Plata, y se
extendió desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. El compromiso
de quien escuchaba respetuosamente los secretos celosamente guardados durante
una década fue no reproducir jamás los detalles revelados. Sólo podemos afirmar
que el conmovedor testimonio de Emilce Moler refrendó, lo sucedido en los
primeros días del secuestro de los adolescentes alojados en el campo
clandestino de detención Arana, División Cuatrerismo de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, incluida su tortura. El 5 de agosto de 1986, Emilce
y su padre, el comisario inspector Moler, declararon finalmente por exhorto
ante la justicia, brindando un testimonio decisivo para el conocimiento de todo
lo sucedido durante aquellos días trágicos.
Al escuchar ese testimonio, pensamos que,
simultáneamente al tiempo del dolor, se gestaba un tiempo nuevo, vital,
definitivo en la historia de los más jóvenes, que seguían leyendo las aventuras
de Sandokán, que continuaban escuchando las canciones de Charly García, pero en
un país distinto al que habitaron los chicos que los habían precedido. Y,
efectivamente, los adolescentes que se iniciaron en la edad de la razón con el
renacimiento de la democracia, crecieron más libres al poder comprender muchas
de las causas de los enfrentamientos y las pasiones sociales y políticas de los
años setenta.
Si en el período comprendido entre 1973 y 1976
había ocurrido el bautismo político de los estudiantes secundarios en el seno
de una sociedad turbulenta y atormentada por la violencia y las proscripciones,
fue sólo a partir de 1984 cuando su organización gremial se extendió
masivamente en paz como un derecho democrático adquirido. El 12 de noviembre de
1984 fundaron la Federación de Estudiantes Secundarios (FES) con la participación
de 450 delegados, representantes de 77 centros de estudiantes de la Capital
Federal y de más de 100.000 estudiantes.
Pero fue durante 1986 cuando lograron la mayor
presencia en actos, marchas, reuniones y en la constitución de su propia
memoria histórica. El testimonio de Pablo Díaz, sobreviviente de la Noche de
los Lápices, escuchado en los lugares más recónditos del país y del mundo; la
aparición de las siete ediciones de este libro, traducido al italiano, alemán y
portugués, y la difusión de la película dirigida por Héctor Olivera, vista por
3 millones de argentinos, que el 26 de setiembre de 1988 alcanzó en Canal 9
49,7 puntos de rating, uno de los más altos en la televisión nacional, luego
del conseguido por las imágenes del viaje de los hombres a la Luna, y de la
final de un mundial de fútbol, potenciaron la actividad de los adolescentes, y
el aprendizaje de los adultos. Ya nunca más los padres dejarían solos a sus
hijos en el reclamo de sus derechos civiles y políticos, como ocurrió amargamente
en los años setenta. Las movilizaciones en defensa de la escuela pública
durante 1992 han sido un ejemplo elocuente, entre otros, de este aprendizaje.
Tal vez porque los adolescentes intuyeron que
estaban fundando su propia historia, tal vez porque eran la herida más abierta
de una sociedad que emergía de una larga pesadilla, o porque sabían que muchos
de sus sueños habían quedado truncos, se asumieron de inmediato como herederos
naturales de las banderas estudiantiles y del compromiso social de los chicos
secuestrados aquel 16 de setiembre de 1976. El reclamo por el boleto
estudiantil gratuito se extendió a todo el país. El Congreso Nacional y
numerosos parlamentos provinciales legislaron sobre su aplicación. En la
mayoría de los centros de estudiantes de los colegios secundarios florecieron
agrupaciones bautizadas "16 de setiembre", en homenaje a los chicos
desaparecidos en La Plata y, al mismo tiempo, como una nueva identidad unitaria
de los adolescentes que exigía, siempre, un país más justo en el que valiera la
pena crecer y soñar.
Y es esa herencia vital en los ideales inquietos y
conmovedores de nuestros jóvenes lo que engarza a los militantes secundarios
desaparecidos en los años setenta en la cadena memoriosa de las generaciones
venideras; la misma herencia que seguramente impulsó a los estudiantes del
colegio Otto Krause a crear en 1987 una consigna que se propagó veloz como la
luz: "Vano intento el de la noche, los lápices
siguen escribiendo".
La misma cadena memoriosa que inspiró en 1991 a los estudiantes del colegio Nicolás Avellaneda para escribir en un mural el epílogo trascendente de esta historia: "Los lápices eran de colores".
La misma cadena memoriosa que inspiró en 1991 a los estudiantes del colegio Nicolás Avellaneda para escribir en un mural el epílogo trascendente de esta historia: "Los lápices eran de colores".
Prólogo a la edición de 1992
http://www.elortiba.org/lapices.html#María_Seoane_y_Héctor_Ruiz_Núñez
Terrorismo de Estado: La Noche de los Làpices
http://educacionymemoria.educ.ar/primaria/6/terrorismo-de-estado/la-noche-de-los-lapices/
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