lunes, 23 de marzo de 2015

LOS MILITARES APUNTARON A PENETRAR CAPILARMENTE LA SOCIEDAD PARA REORGANIZARLA EN FORMA TAL QUE QUEDARA GARANTIZADA PARA SIEMPRE UNA META CENTRAL: IMPLANTAR EL ORDEN Y LA AUTORIDAD, AMBOS CALCADOS DE LA VISION RADICALMENTE AUTORITARIA, VERTICAL Y PATERNALISTA QUE NUNCA MAS SERIA SUBVERTIDA (GUILLERMO O`DONNELL)

Algunas características del período inaugurado en marzo de 1976 ya han sido señaladas y analizadas. Una, su fenomenal represividad, no sólo en términos de la cantidad de horrores que infligía sino también por su carácter terrorista y clandestino. Otra, el sentido político, e históricamente vengativo contra la Argentina "plebeya-populista e inmigrante" de las últimas décadas, que tuvo la política económica y social de esos años. 

Estas son, por cierto,características cruciales de lo que hizo y se intentó desde ese régimen. Hay, por lo menos,una tercera que me parece no menos importante. Pero, tal vez porque transcurrió en planos menos espectaculares que los anteriores, ha merecido menos atención. Esta es el sistemático, continuado y profundo intento de penetrar capilarmente en la sociedad para también allí, en todos los contextos a que la larga mano de ese gobierno alcanzaba, implantar el ORDEN y la AUTORIDAD; ambos calcados de la visión radicalmente autoritaria,vertical y paternalista con que el propio gobierno -y el régimen que se intentó implantar en sus momentos más triunfales- se concebía a sí mismo. 

Este intento, no menos que la particular destructividad de la política económica, es lo que acerca la Argentina a Chile y Uruguay contemporáneos, y lo que distingue nuestro pasado cercano con autoritarismos mas mitigados, como el de Brasil post-1964 e incluso Argentina 1966-1972. La perversa combinación entre lo que pasó antes de marzo de 1976 y la furiosa paranoia de los entonces ganadores, llevó al diagnóstico de que era todo el "cuerpo social", aún en sus "tejidos" mas microscópicos, que había sido "infectado" por la subversión (sospecho que pocas veces en la historia la extrema derecha ha machacado tanto como durante esos años con sus típicas metáforas organicistas). El "caos", la "subversión" y la "disolución de la autoridad" no sólo habían ocurrido en los grandes escenarios de la política y en las acciones de las organizaciones guerrilleras; esa enfermedad también existía, y desde allí había alimentado aquellos "síntomas" más visibles, en casi cada rincón de la sociedad. De ese diagnóstico nació un pathos microscópico, apuntado a penetrar capilarmente la sociedad para "reorganizarla" en forma tal que quedara garantizada, para siempre, una meta central: que nunca más sería subvertida la AUTORIDAD de aquéllos que, a imagen y semejanza de los grandes mandones del régimen, tenían en cada microcontexto.
Según esta visión, el derecho y la obligación de MANDAR. Si desde el aparato estatal se nos despojó de nuestra condición de ciudadanos y se nos quiso reducir, por los mecanismos del mercado, a lacondición de obedientes y despolitizadas hormigas, en los contextos del cotidiano -el de las relaciones sociales y los patrones de autoridad que tejen la vida diaria- se intentó llevar acabo una similar obra de sometimiento e infantilización: los que tenían "derecho a mandar", mandando despóticamente en la escuela, el lugar de trabajo, la familia y la calle; los que "debían obedecer", obedeciendo mansa y calladamente, uniformados en la aceptación de que aun el mando mas despótico estaba hecho, igual que el del Estado, para bien de los que así obedecían -porque si no era así, no se podría separar el trigo de los mansos de la cizaña de los subversivos y porque, además, había quedado fehacientemente demostrado que la insolencia de los "inferiores" sólo llevaba al caos.

Esta visión de la autoridad no podía ser más vertical, autoritaria y negadora de la autonomía de los que pretendió someter ni, a pesar del tono paternalista con que revestía sus argumentos, podía ocultar la inmensa violencia -no sólo física- en que se sustentaba. Así casi perdimos el derecho de caminar por la calle si no vestíamos el uniforme civil -pelo corto, saco, corbata, colores apagados- que los mandones -militares y civiles- consideraban adecuado. Así pasó a ser altamente aconsejable no ser diferente ni dar opiniones poco convencionales aún sobre los temas aparentemente más triviales. 

Así, también, fue anatema en las instituciones educativas preguntar, dudar y hasta reunirse por parte de los que sólo tenían que aprender pasivamente, y en muchos lugares de trabajo (incluso, por supuesto, pero no sólo en las fábricas), entre esa coacción y la del creciente desempleo, fue perseguido todo lo que no fuera, igual que en los otros contextos, la obediencia del sometido. Incluso en la familia: en parte porque, como argumentaré abajo, ese pathos autoritario encontró ecos importantes, en parte porque muchos padres sintieron que "retomando el mando" para garantizar la despolitización de sus hijos los salvarían del destino de tantos otros jóvenes.
...."disimulamos frente a esa enorme presión para que pareciéramos infantes obedientes, uniformados y callados, dispuestos a dejar a los que "sabían" (en la economía y en la administración terrorista de la violencia y también en la calle y en tantos microcontextos) ocuparse de lo que, a la larga, iba a ser el bien de todos y que tenía que comenzar por colocar todo "en su lugar'', desde la mujer en la casa y los ex-ciudadanos trabajando afuera, hasta militares y cadavéricos oligarcas mandando.

 El problema -y a esto apunta mi argumento- fue que la presión para aceptar tamaña infantilización fuera tan enorme. Pero no bastaba, no hubiera bastado jamás, con los militares o los funcionarios de ese gobierno; ni aún con su
fenomenal pathos autoritario éstos hubieran llegado a controlar tan capilar, prolija ydetalladamente tantos comportamientos. Para que eso ocurriera hubo una sociedad que se¡ patrulló a sí misma: más precisamente, hubo numerosas personas -no se cuántas, pero con seguridad no fueron pocas- que, sin necesidad "oficial" alguna, simplemente porque lo querían, porque les parecía bien, porque aceptaban la propuesta de orden que el régimen victoriosamente- les proponía como única alternativa a la constantemente evocada imagen del "caos" pre-1976, se ocuparon activa y celosamente, de ejercer su propio pathos autoritario. Fueron kapos a los que, asumiendo los valores de su (negado) agresor, no pocas veces los vimos yendo más allá de lo que ese muy autoritario régimen demandaba.

No es fácil ni simpático plantear esta cuestión, pero me parece que la cuestión de la democracia -en la Argentina, como en todo caso pasado y futuro donde semejantes atrocidades han sido cometidas- también pasa por el doloroso momento d reconocer que no hubo sólo un gobierno brutalmente despótico, sino también una sociedad que durante esos años fue mucho mas autoritaria y represiva que nunca -y que no fueron pocos los que determinaron que así fuera-. Igual que con los muertos y los desaparecidos, estos microhorrores sólo pueden ser ignorados pagando el precio -individual y colectivo- de todanegación: no poder mirarnos en el espejo de lo que somos y, por lo tanto, fugarnos de la posibilidad, dolorosa pero creativa, de reformular identidades y valores que eviten la repetición de nuestros lados mas destructivos.
...Tal vez sea exageración, pero sería aún mas exagerado -y mucho peor- que, proyectando todo hacia ese régimen maldito, nos excusáramos de mirar, y tratar de entender, lo que sucedió en la sociedad argentina. Durante esos años se me presentaba recurrentemente una metáforaque creo sigue siendo válida: que la implantación de aquél despiadado autoritarismo en la política soltaba los lobos en la sociedad; no era sólo lo que el gobierno expresamente
incitaba sino también -más útil y poderosamente- el "permiso" que daba para que no pocos ejercieran sus mini-despotismos frente a trabajadores, estudiantes y toda otra clase de "subordinados" incluso transeúntes e hijos, para no hablar de lo que mas tarde, siguiendo una lógica terrible, se mostró que podía hacerse con soldados. 

Los que no quisimos -o no pudimos- ejercer ese tipo de poder aprendimos, por la elocuencia brutal de la inversión, lo que significaba la ausencia de un contexto general razonablemente democrático: quedar a merced de los lobos porque no teníamos ningún derecho, y si alguno teóricamente nos quedaba, no teníamos ante quién recurrir para hacerlo valer. A partir de eso, y del pathos mandón y omnipotente que exudaba el régimen, nuestra sociedad, puntuada por kapos ensus contextos y por el patrullaje de comportamientos que muchos "voluntarios" hicieron en los lugares públicos, se sometió al despotismo estatal, algunos asumiéndolo como propio...."

Sobre el autor:
Guillermo O´Donnell (Buenos Aires, 1936 - 2011) Abogado y politólogo argentino. Dirigió el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) en la Argentina. En los´70 comenzó a estudiar las características del Estado autoritario, reflejándose sus ideas en dos importantes libros: Modernización y autoritarismo y El Estado burocrático autoritario. Luego de 1983 se abocó a la investigación de la democracia en América Latina, desarrollando el concepto de democracia delegativa. 
Se destacan en esta época Democracia macro y micro, Transiciones desde un gobierno autoritario y Pobreza y desigualdad en América Latina.

Fuente: O`Donnell, Guillermo ( 2012) :"Democracia en la Argentina: micro y macro" en  Colección Socialismo y Democracia socialista. Primera edición, 2012

Editado por Juventud Partido Socialista (Mar del Plata)



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