lunes, 28 de abril de 2025
Quedò inaugurada la 49 Feria del Libro
La ciudad es testigo de una nueva edición de la Feria del Libro, el evento que todos los años festeja la literatura y reúne a la industria editorial internacional. Esta edición cuenta con una programación repleta de presentaciones de libros, charlas con escritores y actividades culturales para todas las edades. En el predio de La Rural, la Feria se encuentra abierta al público hasta el 12 de mayo. Los horarios son de lunes a viernes de 14:00 a 22:00; sábados, domingos y feriados del 1 y 2 de mayo de 13:00 a 22:00.
ue
En nombre de los escritores fue convocado a hablar, Juan Sasturain, publicamos un extracto del discurso pronunciado
Pareciera que se viene un tren de frente.
Salvedad uno: preliminares, pormenores de esta presencia personal
En principio, en nombre del buen gusto y la decencia intelectual -si existen y se reconocen aún- corresponde agradecerle a la Fundación El Libro, organizadora de esta hermosa feria que uno tanto quiere y frecuenta desde hace casi medio siglo, por haberlo
designado hace ocho meses –casi un parto prematuro-, para dar a luz y sombra este alevoso discurso inaugural.
Fue el consecuente Alejandro Vaccaro –entonces presidente de la entidad, y hoy miembro de la comisión directiva- el que se sentó frente a uno cierto lejano mediodía de primavera en una de las mesas que dan a la Avenida de Mayo de la Confitería London - tan cara a Cortázar y a sus entrañables personajes de Los premios- y fue él quien se autocalificó como vocero de una decisión que, como solía –dijo-, había sido de conjunto,
colectiva. No necesariamente unánime. Y uno agradeció como ahora y dijo que sí, que era un orgullo y sería un honor. Y cuando, semanas después, en el auditorio Jorge Luis Borges de una Biblioteca Nacional bella, ancha y ahora un poco ajena, vestida una vez
más para la ocasión, el eficaz y querido -acá también saludablemente presente- Ezequiel Martínez, hizo pública esta designación con los consabidos fundamentos que uno suele sospechar contaminados de sinceras demostraciones de afecto, entonces –digo- uno no estuvo ahí, pero se enteró por los diarios que –confiesa, asqueado- ya no suele leer. Ni la tele ni las redes cuentan como medios, por un supuesto de salud. Y uno después no quiso
ni supo hablar con nadie pública ni privadamente del asunto. Hasta hoy.
Así, acá está uno, ocasionalmente arriba como habitualmente abajo cuando acá estuvieron –sin irnos muy lejos, nada más que unos últimos años- los amigos Piñeiro, Saccomanno, Kohan o Heker. Y uno se siente orgulloso y un poquito intimidado de calzar
en el sitio y la circunstancia –lo mismo pero parecido, como diría el gran Leónidas Lamborghini- en que uno fueron esos otros. Y uno adhirió entonces y adhiere ahora al decir diverso pero coincidente al fin de esos otros, firma al pie de lo dicho que aplaudió en
su momento.
Pero toda esta vuelta para aclarar –como se ve- que uno no siente ni se atreve ni pretende representar ni mucho menos aspiró a ser la voz de algún colectivo que raramente lo elegiría para que lo fuera. Son las circunstancias, la ocasión, que le dicen.
Algo que a uno le cae bien y justo, pues uno es más ocasional que esencial, más llevado que situado.
Un amigo, el benemérito Héctor Chimirri, decía que siempre uno tenía que tener un traje. ¿Para qué, Gordo? Para asumir. Pilcha para asumir. ¿Asumir qué? No importaba.
Uno tiene un saco, éste, que está en todas las fotos de los últimos diez o quince años de entreveros culturales, si a uno se le concede el derecho al barbarismo.
En las Crónicas del Ángel Gris se sostiene que el hombre prudente se tira sabiamente a menos.
Salvedad dos: el sujeto hablante, parlante presente.
Por definición lingüística –con Jakobson, De Saussure a mano- el que habla es la primera persona, el ubicuo yo. Sin embargo, también el que habla es uno. Son pronombres: personal o indeterminado, según la vieja clasificación. Al que habla hoy acá le gusta ese sujeto genérico y personal a la vez. Porque hay una diferencia entre decir yo o decir uno, que no es sólo de matiz. Uno es una tercera, pero personal. Es un uso nuestro no exclusivo para nada pero sí muy argentino. La clave la reveló sin querer un amigo cubano muy gracioso hace casi cuarenta años.
Anécdota cubana: “Juanito, canta el tango número uno” pidió Alberto Molina – escritor cubano, actor de telenovelas, morocho de bigotitos- en un ruidoso viaje en micro, parte de un encuentro de escritores de policial a fines de los ochenta. Y ahí, cuando uno
entendió a qué se refería este amigo, arrancó con la melodía de Mores: “Uno busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias...”
Y la letra de Discépolo. Ese uno es el sujeto de la enunciación discepoliana. Habla de sí pero va más allá, la pérdida de la fe y la esperanza, es decir, la posibilidad de entregar el corazón (a un amor, a una causa justa), es resultado de la experiencia de uno,
por lo que retoma -sin violencia de sentido- el yo personal en el estribillo: “Si yo tuviera el corazón, el corazón que di...” Es decir: “Si uno tuviera el corazón, el corazón que dio...”.
Es una reflexión existencial que pretende hacerse válida, encarnable, reconocible para el que oye, ese otro uno que está escuchando.
Eso es Discépolo. Lo personal y lo colectivo son indisolubles. Por eso uno siente, con el corazón que aún tiene, que –como ha explicitado con humor y corrosión el noxidable Rudy hace un tiempo- estos son tiempos discepolianos. Un cambalache. Un
cambalache. Tal cual.
Pero el caso más rico y revelador del uso de ese uno es lo que hace Calé – Alejandro del Prado autor de los dibujos y los textos de esa obra maestra del humorismo argentino que es Buenos Aires en camiseta (que a uno le quedó pendiente de edición en la serie Papel de Kiosco en la editorial de la Biblioteca Nacional)- en la que el empleo del sujeto uno no es ocasional sino sistemático. Uno ha escrito sobre eso. Existencialismo costumbrista de barrio, de vereda, de café y de club, con tango y fóbal. La película, el corto de Martín Schorr de los sesenta es ejemplar. Una secuencia, por ejemplo: uno se va a sacar una foto y se imagina así (dibujo); la foto es así (dibujo) pero uno se ve así
(dibujo). Ese uno se corre del ejemplo personal y busca la solidaridad identitaria con el
otro, el común sentimiento del lector / espectador.
La bellísima Serenata para la tierra de uno, de María Elena Walsh, en otro registro, expresa exactamente eso. En cambio, el de Uno y el universo, el primer libro del preocupado maestro Ernesto Sábato, del 45, es un sujeto único dando respuestas y juicios sobre lo otro, el resto: la historia, la filosofía, la ciencia; mientras el de Seiscientos millones y uno, de Bernardo Kordon, sobre el viaje a China del 58 es, al contrario, un uno
tratando de entender empáticamente desde su pequeñez la realidad compleja de una totalidad abrumadora.
Quedamos entonces en que el que habla es uno.
Salvedad tres: el sujeto recipiente o todos los que están
El plural de ese uno es alternativo: puede ser el yo de un nosotros o el de todos o algunos o muchos o todas esas cosas a la vez, porque tiene que ver con la otra pata de la comunicación: el receptor. A quién se dirige uno.
Este uno se dirige a todos. Los estimados congéneres de la Lange, hoy público en general y espectadores ocasionales, incluyen –borroneados, entreverados- a los genéricos argentinos / compañeros / correligionarios / camaradas / compatriotas / ciudadanos / ocasionales porteños / hombres y mujeres de la patria / trabajadores / hermanos / amigos y todas las variables de la cofradía según uso y costumbre histórica
de cada uno. Uno, en cambio, no se dirige a estos todos presentes en tanto clientes / socios / cómplices / copropietarios / usuarios / modernos cabanos / inversores / seguidores de pantalla / apostadores / trolls y todas las variables de la enfermedad utilitaria.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario