jueves, 25 de marzo de 2021

Perseguidos por Mussolini: tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948

Tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948 “de Eleonora María Smolensky y Vera Viegevani Jarach De reciente edición por parte de EDUVIM, la editorial de la Universidad de Villa María (Eduvim) es libro es insólito por su estructura. Las autoras recogieron, con un largo y paciente esfuerzo, tantos testimonios. Tantas voces para relataruna historia, la de los judíos italianos emigrados a la Argentina entre 1938 y 1948: la gran mayoría, antes de la guerra o en seguida después de su inicio, huyendo de la persecución racial; algunos apenas terminada la guerra, en búsqueda de una nueva patria, luego de haberse salvado milagrosamente de los campos de exterminio nazi. Existen cientos de análisis sobre la inmigración judeo-alemana y de Europa OrientaL hacia la Argentina luego de la Shoá, pero a más de 70 años de culminada la guerra, sobre los judíos perseguidos por Musssolini, son escasos. Por tal motivo es un libro es insólito por su estructura. Las autoras recogieron, con un largo y paciente esfuerzo, tantos testimonios. Tantas voces para relatar una historia, la de los judíos italianos emigrados a la Argentina entre 1938 y 1948: la gran mayoría, antes de la guerra o en seguida después de su inicio, huyendo de la persecución racial; algunos apenas terminada la guerra, en búsqueda de una nueva patria, luego de haberse salavado milagrosamente de los campos de exterminio nazi. En el cuadro de la inmensa tragedia del judaísmo europeo esta es, bien entendido, solo una pequeña historia. Creo poder decir que los acontecimientos que aquí se relatan se refieren a un pequeño grupo de judíos afortunados, particularmente afortunados: habiendo sido parte de aquel grupo, siempre tuve conciencia de ello. Nuestro núcleo familiar emigró de Italia a la Argentina en junio de 1942 (cumplí 16 años poco después de desembarcar en Buenos Aires), después de dos años de guerra, cuando ya se percibían los primeros indicios de la crisis del fascismo. De hecho, poco antes de nuestra partida, un colega boloñés de mi padre –abogado modenés judío y antifascista , también judío y antifascista (el abogado Jacchia, comandan te del cln1 de Bolonia durante la Resistencia y, como tal, arrestado. En la posguerra constituyó el núcleo del nuevo gobierno republicano y ultimado) le transmitió una discreta “avance” de Dino Grandi, quien deseaba “restablecer los contactos” con algunos representantes del viejo antifascismo emiliano. En julio del 43 nos dimos cuenta de que ese gesto del jefe del fascismo boloñés revelaba, con un año de anticiicipación, que pensaba someter a Mussolini al juicio del Gran Consejo que provocaría su caída. Debo decir, también, que cuando partimos no sabíamos nada de los campos de exterminio. Mi padre sabía solamente, a través de un cliente que tenía relaciones con Alemania y con los “ser vicios” italianos, que en Alemania estaba emergiendo una situación extremadamente peligrosa, más allá de cuanto se pudiera imaginar y de cuanto nosotros imagináramos. Así, nos contamos entre los últimos judíos italianos emigrados legalmente antes de la caída del fascismo (apenas un año después, muchos parientes y amigos se salvaron huyendo clandestinamente a Suiza) y antes de que se instaurara en Italia la férrea ley nazi y, en Italia del Norte, la República Social Italiana, que llevaron a la deportación en los campos de exterminio y a la muerte en las cámaras de gas a entre siete y ocho mil judíos italianos, cerca de la quinta parte del total. En efecto, fuimos judíos afortunados, como aquellos que antes de nosotros ya habían llegado a la Argentina, muchos ya en 1939, pocos meses después de la promulgación de las primeras leyes raciales, des pués de haber obtenido visas argentinas, en muchos casos corrompien do con dinero u objetos de valor a los cónsules de la Argentina en Italia. En nuestro caso, ya categóricamente excluida la posibilidad de obtener visas en Italia, la corrupción tuvo lugar en Buenos Aires, donde nos había precedido un miembro de la familia, y a un nivel mucho más alto. Hasta llegó a emitirse un decreto del Consejo de Ministros auto rizando nuestro ingreso: en él se afirmaba que este permiso extraordinario había sido concedido, nada menos, a pedido de Su Santidad Pío xii, a través del Arzobispo de La Plata, Cardenal Copello. Al menos en 2 Presidente de la Camera dei Fasci e delle Corporazioni y promotor del juicio a Mussolini.15 cuanto atañe a Su Santidad pienso que, en realidad, no estaba enterado de nada. Pero poco nos importaba: la inmensidad del precio pagado se justificaba por la inmensidad del peligro que habíamos evitado. La historia que aquí se cuenta es, por lo tanto, un episodio marginal de la gran tragedia del judaísmo europeo de nuestro tiempo. Las voces aquí escuchadas cuentan más bien una historia muy especial, una historia judía, italiana y argentina que ilumina de manera singular los tres lados de este triángulo. Resulta así un retrato complejo, muy pintoresco y por momentos también divertido, de un grupo social compuesto casi enteramente por miembros de una burguesía acomodada. Compren día, sobre todo, intelectuales y comerciantes, profesionales e industria les: una muestra representativa del judaísmo italiano de la época que definiría único, aunque encontremos imágenes de aquel mundo en los libros de memorias de judíos italianos aparecidos en Italia en los últi mos años. Sociológicamente, esta muestra resulta inigualable por su complejidad y mucho más fiel al retrato completo que el episodio individual mejor narrado. No resulta fácil ordenar los diversos hilos de la narración que se entrecruzan a través de los testimonios recogidos. Surge así, una muestra variada y compleja del judaísmo italiano, conformado mayormente, como ya dije, por aquella burguesía culta y rica (para completar el cuadro del mundo judío de entonces faltaría la imagen del judaísmo popular del antiguo ghetto de Roma). Algunos entrevistados eran judíos observantes, la mayoría no lo era. Algunos se consideran “relativa mente religiosos” más por costumbre que por convicción; otros dicen provenir de una familia judía pero “históricamente atea”. Casi todos afirman, sin embargo, que a pesar del escaso respeto por las prácticas religiosas (hecho que algunos deploraban), se consideran orgullosa y decididamente judíos aunque encuentren difícil explicar la esencia de su judaísmo, fragmentado, por otra parte, en cien individualidadess diferentes. Se percibían diferentes de otros judíos, comenzando por aquellos encontrados en la Argentina, ya fueran asquenazi o sefarditas. Eran judíos italianos y muchos reconocían con particular orgullo la antigua presencia de su familia en Italia. Judíos declarados y orgullosos de serlo, entonces, pero también italianos declarados y orgullosos de serlo. Y más conscientes aun de su doble identidad en la Argentina, donde por su aspecto, apellidos y costumbres no aparecían como judíos sino simplemente como italianos ante el promedio de los argentinos, acostumbrados a identificar a los judíos con los “rusos”. Como judíos eran tan poco reconocibles como para ser aceptados, en algunos casos, en entidades deportivas que re chazaban a judíos: cuando se dieron cuenta, renunciaron indignados antes de ser expulsados. Nostálgicos todos de Italia, de sus elegantes departamentos milaneses, de sus hermosas casas sobre el Canal Grande o de sus palacios florentinos del Renacimiento; nostálgicos de las vacaciones en San Martino di Castrozza o Viareggio; nostálgicos y orgullosos de sus cátedras universitarias o de los altos cargos militares perdidos con las leyes raciales. Para todos ellos la persecución había sido una sorpresa candente. La Italia en que habían creído y que por generaciones habían considerado su patria, los había traicionado y el recuerdo de aquella traición seguía siendo la causa de un profundo dolor. Llama la atención que casi ninguno sintiera resentimiento hacia los italianos y que no pocos de ellos, terminada la guerra, regresaron a Italia: nos habíamos ido a causa del fascismo antisemita, muchos regresamos sin dudar a la Italia democrática (mi padre se las ingenió para regresar a Módena el 2 de junio del 46 y, antes aun de ir a casa, se detuvo en la sede electoral para depositar su voto en aquellas elecciones libres que había soñado durante veinte años). La identidad italiana era también compleja, modulada según cadencias regionales: uno de ellos se define “primero triestino, después italiano y después, judío”. Otro explica que en su familia todos conocían al menos cuatro o cinco idiomas pero en casa hablaban triestino. Aunque no me detenga en todos los temas de esta sinfonía a muchas voces, quiero señalar los pintorescos relatos de las travesías atlánticas, 17 a veces dramáticas como la del barco inglés (que llevaba a bordo personajes como Ortega y Gasset, el gran médico Voronoff y el rey de los armamentos, Fritz Mandel), perseguido en el Atlántico por el acorazado de bolsillo alemán Graf von Spee. Otros recuerdan que en los grandes barcos vestían de “smoking” blanco por la noche y participaban en los bailes y fiestas con el alma llena de incertidumbre acerca de lo que les aguardaba en el nuevo país. Una parte bastante grande de estos recuerdos atañe, obviamente, a la Argentina: una Argentina vista por algunos como la nueva patria, y por otros, los menos, como una sociedad curiosamente ajena. Casi todos, al comienzo, se sentían partícipes de una “emigración atípica”, para algunos una “emigración castigo”. No iban en busca de una mejor tierra y mejor trabajo sino de un refugio temporáneo para una permanencia que según muchos, al inicio, no debía durar demasiado. La impresión inicial de este “país de las maravillas” fue, sin embargo, muy grande: todos quedaron impactados por su riqueza, por la abundancia y el desperdicio de los alimentos, por la vastedad de los espacios natu rales, por la dimensión de metrópolis de Buenos Aires, más grande que cualquier gran ciudad italiana. Otras cosas los impactaron: la inesperada profundidad cultural, la mayor libertad de las mujeres, la mayor simplicidad y libertad de modos y costumbres, en fin, la “americanitud” de la Argentina. Y los sorprendió percibir, en algunos ambientes, un antisemitismo latente que nunca habían encontrado en Italia. La mayoría terminó definitivamente conquistada. La Argentina se constituyó así en la nueva patria sin que la antigua cayera en el olvido. (Yo “me sentí argentino” por primera vez en la cárcel de Villa Devoto, donde había sido encerrado junto con miles de estudiantes a causa de nuestro antiperonismo. En su argentinización tuvo gran peso la identidad de Buenos Aires, “coqueta y retozona, neurótica inconsciente, zalamera y risueña, trasnochada y rayada”, dirá el tango escrito por uno de ellos, “pobre ciudad toda gris, maquillada de rosa y carmín, disfrazada de Londres, Madrid y París… quiero estar en vos, morirme en mi rincón, Buenos Aires”.18 Aun para aquellos, y son casi todos, que recuerdan los años de Argentina como años no solo afortunados sino muy hermosos y felices (hasta que algunos fueron golpeados mortalmente por la locura de este siglo horrible que alcanzó también a la Argentina con la tragedia de los “desaparecidos”), el trauma de la emigración siguió pesando largo tiempo. “Yo siento –dice uno de estos judíos ítalo-argentinos– que la iniciación es una cosa eterna, que la separación es una cosa eterna, o sea, eterna hasta que vive uno. Y que, realmente, es un trauma tan grande que creo que tiñe todos los actos de la vida”. Una historia judía, entonces, una historia italiana, una historia argentina. De cualquier manera, una historia “diferente”, cualquiera sea el punto de referencia que se quiera elegir: Italia, Argentina, judaísmo. Judíos, pero diferentes; italianos, pero diferentes; argentinos, pero diferentes. Una historia diferente de personas diferentes de todos los otros y también entre sí. Una historia, podríamos decir también, de burgueses judíos cosmopolitas que siguen siendo, después de todo, un tipo humano ilustre y difundido aun hoy en el mundo, de Trieste a París, de Londres a Nueva York y aun a Tel Aviv: personajes desagradables para los “fundamentalistas” de cualquier índole pero que reclaman el derecho de ser ellos mismos, en toda su complejidad. No creo que podamos extraer otra moraleja más allá de la mutua reivindicación que surge de sus relatos y de sus vidas del derecho a ser exactamente eso: diferentes. Arrigo Levi 12 de noviembre de 1997 Eleonora María Smolensky y Vera Viegevani Jarach :"Tantas voces, una a historia: italianos judíos en la Argentina 1938-1948 ", Eduvim, Vila Marpia ( Córdoba, Argentina, 2018)

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