domingo, 27 de febrero de 2022

La inolvidable chilena de Francescoli ante Polonia en un final épico.

Informe Gabriel Fabrykant Un 8 de Febrero de 1986 por un torneo de verano en Mar del Plata (Argentina), se enfrentaron River Plate y la selección polaca. Si, raro, un club versus una selección. De vez en cuando se da. River venía primero en la Primera División 1985/1986. El conjunto riverplatense dirigido por Héctor Veira aprovechaba una fecha donde quedaba libre en el torneo, del que luego un mes después fue campeón. El partido, más allá del resultado, tendría un gol que sería festejado por todos los amantes del fútbol más allá de las camisetas . El seleccionado polaco, de buena imagen en los Mundiales 1974, 1978 y 1982 y ya clasificado para México 1986. De 1982 quedaban en Polonia: Młynarczyk, Kazimierski (arqueros), Żmuda, Wójcicki, Majewski (defensas), Matysik, Smolarek, Buncol, Boniek (medios), Pałasz -delantero- y Piechniczek – técnico-. En el Estadio José María Minella, un amistoso llamado Copa de Oro, los de Núñez y los polacos ponían lo mejor que tenían a disposición. Los argentinos con camiseta tradicional y los polacos con casaca roja con vivos blancos. Las cabeceras casi repletas de gente. RIVER: Pumpido; Jorge Gordillo (luego Jorge Villazán), Jorge Borelli, Ruggeri y Ariel Montenegro; Héctor Enrique, Gallego y Roque Alfaro (luego Ramón Centurión); Norberto Alonso; Amuchástegui (luego Carlos Carabina) y Francescoli. El técnico, Veira. POLONIA: Kazimierski (luego Wandzk); Pawlac, Wójcicki, Matysik y Przybys (luego Zgutczynski); Buncol, Urban, Tarasewicz; Baran, Dziekanowski y Okonski (luego Walezczyk). El técnico, Antoni Piechniczek. El árbitro Abel Gnecco. El conjunto argentino lo ganaba 1-0 con un gol de Alonso promediando el primer tiempo. El segundo tiempo tuvo 8 goles y fue bastante vertiginoso. Dziekanowski a los 4 del ST con un tiro libre de derecha empataba. A los 8 minutos una pared entre Alfaro y Francescoli terminó con el uruguayo tocando sutilmente de derecha ante la salida de Wandzk para el 2 a 1 de River. Dziekanowski a los 10 minutos anotaba de penal su doblete y ponía el 2-2. A los 23 minutos centro de Buncol desde la derecha, Pumpido que da rebote, Zgutczynski que toma el mismo y le da un pase-gol a Wójcicki que no tiene más que empujarla. Polonia arriba 3 a 2. A los 28 minutos una salida fallida de Pumpido y Buncol desde fuera del área con una emboquillada sellaba el 4 a 2. Los de River, atónitos, dos goles abajo faltando 17 minutos más el descuento. Pero River en ese momento era sensación. Era puntero de su liga y empezaba a demostrarlo. A los 32 se iba expulsado Zgutczynski en el conjunto del viejo continente. A los 2 minutos veía la roja Borelli en River. Centurión arrancando desde la mitad de la cancha avanzó sin que nadie lo siguiera, Francescoli la recibió en su pie derecho, pero luego la cambió a su zurda y con la misma le dio fuerte y la clavó para el 4 a 3. Esperanza millonaria. A los 44 del ST, córner desde la izquierda para River hecho por Villazán, centro, el arquero que sale e intenta agarrar el balón, pero Centurión de cabeza ponía las cosas cuatro tantos para cada uno. Faltaba algo , a los 46 minutos del ST, un gol que quedará en la memoria de los riverplatenses por siempre por el contexto del partido y por su forma. Un centro largo de derecha a izquierda que conectó Ruggeri con un cabezazo en forma de pase, y Enzo, si Francescoli la paro con su pecho y conectar con una chilena con su pie derecho para el 5-4 y para su propio triplete. Golazo épico. Increíble remontada del conjunto argentino. Final inesperado. River perdía 4 a 2 y lo ganó 5 a 4. Partidazo para nunca olvidar. Luego Polonia en México 1986 se quedaría afuera en Primera Ronda. River por su parte ganaría en 1986 el campeonato argentino de Primera División 1985/1986, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental Un año inolvidable para el millonario de Núñez sin ninguna duda. Como decía Dante Panzeri: “El fútbol es la dinámica de lo impensado”. . Un 8 de Febrero de 1986 por un torneo de verano en Mar del Plata (Argentina), se enfrentaron River Plate y la selección polaca. Si, raro, un club versus una selección. De vez en cuando se da. River venía primero en la Primera División 1985/1986. El conjunto riverplatense dirigido por Héctor Veira aprovechaba una fecha donde quedaba libre en el torneo, del que luego un mes después fue campeón. El partido, más allá del resultado, tendría un gol que sería festejado por todos los amantes del fútbol más allá de las camisetas . El seleccionado polaco, de buena imagen en los Mundiales 1974, 1978 y 1982 y ya clasificado para México 1986. De 1982 quedaban en Polonia: Młynarczyk, Kazimierski (arqueros), Żmuda, Wójcicki, Majewski (defensas), Matysik, Smolarek, Buncol, Boniek (medios), Pałasz -delantero- y Piechniczek – técnico-. En el Estadio José María Minella, un amistoso llamado Copa de Oro, los de Núñez y los polacos ponían lo mejor que tenían a disposición. Los argentinos con camiseta tradicional y los polacos con casaca roja con vivos blancos. Las cabeceras casi repletas de gente. RIVER: Pumpido; Jorge Gordillo (luego Jorge Villazán), Jorge Borelli, Ruggeri y Ariel Montenegro; Héctor Enrique, Gallego y Roque Alfaro (luego Ramón Centurión); Norberto Alonso; Amuchástegui (luego Carlos Carabina) y Francescoli. El técnico, Veira. POLONIA: Kazimierski (luego Wandzk); Pawlac, Wójcicki, Matysik y Przybys (luego Zgutczynski); Buncol, Urban, Tarasewicz; Baran, Dziekanowski y Okonski (luego Walezczyk). El técnico, Antoni Piechniczek. El árbitro Abel Gnecco. El conjunto argentino lo ganaba 1-0 con un gol de Alonso promediando el primer tiempo. El segundo tiempo tuvo 8 goles y fue bastante vertiginoso. Dziekanowski a los 4 del ST con un tiro libre de derecha empataba. A los 8 minutos una pared entre Alfaro y Francescoli terminó con el uruguayo tocando sutilmente de derecha ante la salida de Wandzk para el 2 a 1 de River. Dziekanowski a los 10 minutos anotaba de penal su doblete y ponía el 2-2. A los 23 minutos centro de Buncol desde la derecha, Pumpido que da rebote, Zgutczynski que toma el mismo y le da un pase-gol a Wójcicki que no tiene más que empujarla. Polonia arriba 3 a 2. A los 28 minutos una salida fallida de Pumpido y Buncol desde fuera del área con una emboquillada sellaba el 4 a 2. Los de River, atónitos, dos goles abajo faltando 17 minutos más el descuento. Pero River en ese momento era sensación. Era puntero de su liga y empezaba a demostrarlo. A los 32 se iba expulsado Zgutczynski en el conjunto del viejo continente. A los 2 minutos veía la roja Borelli en River. Centurión arrancando desde la mitad de la cancha avanzó sin que nadie lo siguiera, Francescoli la recibió en su pie derecho, pero luego la cambió a su zurda y con la misma le dio fuerte y la clavó para el 4 a 3. Esperanza millonaria. A los 44 del ST, córner desde la izquierda para River hecho por Villazán, centro, el arquero que sale e intenta agarrar el balón, pero Centurión de cabeza ponía las cosas cuatro tantos para cada uno. Faltaba algo , a los 46 minutos del ST, un gol que quedará en la memoria de los riverplatenses por siempre por el contexto del partido y por su forma. Un centro largo de derecha a izquierda que conectó Ruggeri con un cabezazo en forma de pase, y Enzo, si Francescoli la paro con su pecho y conectar con una chilena con su pie derecho para el 5-4 y para su propio triplete. Golazo épico. Increíble remontada del conjunto argentino. Final inesperado. River perdía 4 a 2 y lo ganó 5 a 4. Partidazo para nunca olvidar. Luego Polonia en México 1986 se quedaría afuera en Primera Ronda. River por su parte ganaría en 1986 el campeonato argentino de Primera División 1985/1986, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental Un año inolvidable para el millonario de Núñez sin ninguna duda. Como decía Dante Panzeri: “El fútbol es la dinámica de lo impensado”.

domingo, 20 de febrero de 2022

Día Internacional de la mujer, Golda Meir: luchadora y protectora de su pueblo

Golda Meir fue la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra del joven estado de Israel. Mujer luchadora y tenaz, trabajó toda su vida por la defensa de su pueblo y la creación de un estado judío. Sus pasos la llevaron a dirigir el destino de Israel. Pero su fallida actuación en la fatídica guerra de Yom Kippur, empañó el trabajo de toda una vida de lucha.  A pesar de ello, su tesón y fortaleza de carácter siguen permaneciendo en la memoria de los israelíes como su eterno cigarrillo., Golda Mabovitch nació en Kiev, entonces perteneciente al Imperio Ruso, el 3 de mayo de 1898. Golda era la séptima de ocho hijos de una familia tradicionalista judía que vivía en una amenazante pobreza. Además de la pobreza, la familia Mabovitch tuvo que sufrir la creciente oleada de antisemitismo que se empezaba a extender por Europa.Ante esta situación, su padre emigró a los Estados Unidos en 1903 dejando en Kiev a su mujer y a sus tres hijas. Recién  tiempo den 1906, toda la familia se reuniría en Milwaukee, Wisconsin, donde pudieron vivir alejados de la pobreza y las persecuciones. En 1921, Golda y su prometido Meir Meyerson decidieron emigrar a Palestina, entonces colonia británica. . La pareja vivió cuatro años en el kibutz Merjavia, donde pasó unos años felices cuidando la tierra de la comunidad judía. Su marido la  presionó a Golda para irse a vivir  a Jerusalén y hacia  allí partieron. En la capital israelí   tuvieron a sus dos hijos. La pobreza parecía perseguir a la pareja que vivió años de escasez y penurias. La mala situación económica hizo mella en la relación. A pesar de que Golda y Meir nunca se divorciaron oficialmente, terminaron sus vidas separados. En 1928, Golda aceptó el cargo de directora de la rama femenina del Histadrut, el movimiento laborista judío de Palestina, y se trasladó con sus hijos a vivir a Tel Aviv. Una de las principales tareas de su nuevo cargo consistió en viajar a los Estados Unidos para recaudar fondos para la causa judía. De vuelta a Palestina, Golda ascendió a delegada del Partido Laborista.   Cuando en 1946 la Segunda Guerra Mundial había terminado y la situación en la colonia inglesa de Palestina se hacía insostenible, tuvo lugar el llamado Sábado Negro. Ante la presión judía en defensa de la independencia, Inglaterra respondió con el arresto masivo de los principales líderes sionistas. El vacío de poder fue ocupado al momento por Golda, quien se convirtió en jefa del departamento de Estado del comité central de la Agencia Judía, la Sojnut. En su nuevo cargo, Golda protagonizó las negociaciones con Inglaterra para conseguir un plan de Partición de Palestina. El 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas proclamaban la creación en Palestina de un estado árabe separado de otro judío. Palestina se había liberado de la colonización inglesa, pero empezaría una lucha interminable por el control territorial entre árabes y judíos. Golda Meyerson fue una de los 25 firmantes del acta oficial de creación del estado de Israel, firmada el 14 de mayo de 1948. Los siguientes años, Golda los pasó viajando por Estados Unidos y Rusia, donde ejerció como primera embajadora de Israel, para recaudar fondos para la inminente guerra con el estado árabe de Palestina. En 1949, el partido Laborista la eligió como candidata a la primera legislatura del primer parlamento israelí, el Knesset. Al mismo tiempo fue elegida ministra de Trabajo y Seguridad Social. Siete años después, cambió la cartera por la de Asuntos Exteriores. En febrero de 1969, con la muerte del primer ministro Levi Eshkol, la encumbró, para sorpresa de la propia Golda Meir, como candidata a primera ministra. Las elecciones posteriores ratificaron su candidatura. El 17 de marzo de 1969 Golda Meir se convertía en el cuarto primer ministro del estado de Israel, siendo la primera mujer en ocupar el cargo, que mantendría hasta 1974. Fue una muy buena representante de su joven estado en el resto del mundo defendiendo la causa sionista. Su trabajo dio a Golda una imagen de luchadora y protectora de su pueblo, quien la llamaba cariñosamente la madre judía. En 1973 estalló la Guerra de Yom Kipur, en medio del día más sagrado para el pueblo judío, cuando Egipto y Siria lanzaron por sorpresa una ofensiva militar contra Israel.Israel consiguió hacer frente a la alianza de países árabes pero las negociaciones de paz posteriores dejaron a los judíos en una situación de inferioridad. Los países árabes supieron jugar muy bien la baza del petróleo para imponer sus condiciones.Los resultados negativos de la guerra llevaron a una campaña de desprestigio contra su primera ministra acusada de no haber previsto el ataque árabe y no haber conseguido una paz favorable para Israel. A pesar de todo, Golda Meir volvió a ganar las elecciones de 1974. Sin embargo, aun con el recuerdo de su mala gestión en la guerra, la primera ministra decidió actuar en consecuencia. El 11 de abril de aquel mismo año, Golda Meir presentaba su dimisión y se retiraba a vivir al kibutz Revivim.En Revivim, Golda Meir vivió los últimos años de su vida. El 8 de diciembre de 1978, un cáncer terminó con su vida. Fue enterrada en el panteón de los Grandes de la Patria en el Monte Herzl de Jerusalén. Ferrer Valero Sandra ( 2011) Prinera Ministra Israelí, Golda Mier ( 1898-1978). Mujeres en la Historia, España.

domingo, 6 de febrero de 2022

Día Internacional de la Mujer: El derrotero de Julieta Lanteri en la lucha por los derechos políticos de las mujeres sigue inspirando a las nuevas generaciones ( Araceli Bellotta, 2021)

Nacida en Italia, se recibió de médica después de muchos obstáculos. Organizó el primer Congreso Femenino Internacional, fundó el Partido Feminista Nacional y fue la primera sufragista. Su derrotero en la lucha por los derechos políticos de las mujeres sigue inspirando a las nuevas generaciones. El 26 de noviembre de 1911, una mujer votó por primera vez en las elecciones de renovación del Concejo Deliberante de la Capital Federal y se adelantó cuarenta años al ejercicio de este derecho para las mujeres argentinas, que sufragaron por primera vez en elecciones nacionales en noviembre de 1951. Fue la doctora Julieta Lanteri Renshaw, una pionera del feminismo nacional que dejó una huella imborrable en la lucha por los derechos femeninos. Julieta Lanteri había nacido en Cuneo, Italia, el 22 de marzo de 1873. A los seis años llegó a la Argentina junto con su familia, que se instaló en la ciudad de Buenos Aires, en la casa que su padre, Antonio Lanteri, había heredado de su primera esposa, en la avenida Santa Fe entre Cerrito y Libertad. Durante cinco años vivieron en la Capital Federal, hasta que en 1884 se mudaron a La Plata, ciudad recientemente fundada como capital de la provincia de Buenos Aires Julieta Lanteri quería ser médica y, por los diarios, se había enterado de las penurias que sufrió Cecilia Grierson cuando intentó ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Le habían dicho que no podían recibirla como alumna regular hasta que aprobara los cursos de latín que en la Escuela Normal, donde asistían las mujeres, no se dictaban. Sólo se impartían en el Nacional, donde ellas por tradición tenían vedado el ingreso. Por esta razón, en 1894, cuando Julieta ya tenía 21 años, rindió como alumna libre los tres primeros años en el Colegio Nacional de La Plata, al que ingresó como regular en ese mismo año. Al siguiente, cursó el quinto año y se recibió con 7,52 puntos de promedio.En 1896, solicitó el ingreso a la Facultad de Medicina de la UBA y un año después aprobó el curso preparatorio e inició su carrera. En 1904, pidió practicar obstetricia en la Escuela de Parteras como alumna interna. Fue aceptada, pero sin ninguna remuneración. Para entonces, otras mujeres habían emprendido la lucha por el ingreso a la Universidad y también por el ejercicio de sus profesiones. En este punto hay que recordar que, en esa época, las mujeres eran consideradas por el Código Civil como “incapaces y menores”. No tenían derechos civiles. De la tutela de los padres pasaban a la de los maridos cuando contraían matrimonio y eso significaba que necesitaban el permiso de ellos para la mayoría de las decisiones que tomaban en sus vidas. No les fue fácil ejercer sus profesiones una vez recibidas. Por esta razón, en 1904, se agruparon en la Asociación Universitarias Argentinas, para compartir sus dificultades y ayudarse unas a otras una vez que obtenían el título universitario. Allí se reunieron, además de Julieta, Cecilia Grierson, la primera médica recibida en el país; Sara Justo, pionera en la Odontología; Elvira y Ernestina López, egresadas de la Facultad de Filosofía y Letras, y Elvira Rawson de Dellepiane, la segunda graduada de Medicina. Las contadoras públicas, por ejemplo, tuvieron que soportar un fallo del procurador general de la Nación, el doctor Escobar, quien sostuvo que aunque consideraba “digna de alabanza a la mujer que por medio del estudio perseverante domina las limitaciones impuestas por su propia naturaleza y se entrega al trabajo que honra y eleva”, las aspirantes a contador público debían justificar la ciudadanía en ejercicio de la potestad política. Y agregó: “No siendo considerados ciudadanos sino los varones adultos de dieciocho años en adelante, lo expuesto basta para demostrar que la prescripción legal citada impide que la mujer opte al título de contador público y juzga innecesario entrar en otros razonamientos”. A las médicas se les sumaba la complicación de que sólo podían atender a otras mujeres. ¿Qué hombre iba a permitir que una dama, que no fuera su esposa o su amante, lo viera desnudo y mucho menos que tocara su cuerpo?. El 11 de abril de 1907, a los 34 años, Julieta Lanteri aprobó su tesis doctoral bajo el título “Contribución al estudio del deciduoma maligno”, con la calificación de 8 puntos, y recibió el grado de doctor en Medicina y Cirugía. Su diploma contó con el aval de profesores como Luis Agote, Gregorio Aráoz Alfaro, Telémaco Susini, Carlos Malbrán, Enrique Bazterrica, José Penna, José María Ramos Mejía, Pedro Lagleyze, Ángel Gallardo, Ángel Centeno y Miguel Puiggari, s próceres de la medicina argentina que dan nombre hoy a los principales hospitales y clínicas del país. De esta manera, Julieta se convirtió en la sexta médica graduada en el país y en la primera italiana en alcanzar un título universitario en la Argentina. Pese a semejante logro, tenía en claro que no sería fácil ejercer la medicina. Por eso, procuró un nombramiento en la Asistencia Pública de Buenos Aires, en el área en que se administraba la vacuna contra la viruela, tarea que no le interesaba a ningún médico varón porque era tan insignificante que solían abastecerla con los alumnos más avanzados. A pesar de sus excelentes calificaciones y su especial interés por las enfermedades neurológicas, se resignó a comenzar su carrera con un trabajo ingrato. Ella mismo lo describió en el periódico La Semana Médica: “Muerde el freno el pueblo criollo para ir a vacunarse, para recibir gratis el homenaje de la ciencia; patea y vocifera e insulta a la infeliz mujer, al generoso joven, que por un miserable sueldo trabajan seis horas consecutivas al día, pobres practicantes de vacuna, que esperan nerviosos y sumisos que el niño deje de llorar y que la madre tienda el brazo al lancetazo rabioso”. En 1909, fue Julieta Lanteri quien propuso en la Asociación de Universitarias Argentinas la organización de un Congreso Femenino Internacional para las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo, que se llevarían a cabo el año siguiente. La idea fue aceptada y ella fue designada secretaria general del encuentro. Fijaron como fecha del 18 al 23 de mayo de 1910, y establecieron sus bases y programa. Formaron comités de propaganda en las provincias, en América y en Europa, que debían ocuparse de promoverlo, no sólo para la asistencia sino también para el envío de las ponencias que se presentarían en las secciones de Sociología, Derecho, Educación, Ciencias, Letras y Artes e Industrias. Y en aquellos históricos festejos hubo dos congresos femeninos. Uno, el oficial y patriarcal; el otro, internacional y feminista. En el primero, organizado por el Consejo Nacional de Mujeres, mostraron en una exposición las labores femeninas que se realizaban en el país y sostuvieron en la inauguración que no reclamarían el derecho al voto porque eso era cuestión exclusiva de los hombres cultos y morales, y porque “la acción de este Congreso es pacificadora, educadora y controladora”. En el otro, el que había propuesto Julieta Lanteri, declararon que “la mujer argentina tiene el derecho de reclamar un sitio honroso para sus educacionistas, sus redactoras de periódicos, sus médicas, sus artistas y para sus trabajadoras, que en el laboratorio, en el taller o en el seno de las asociaciones filantrópicas hacen obra fundamentalmente feminista, mal que pese a algunas oírse así calificadas, porque entendemos que trabajan por levantar el nivel material y moral de su sexo, y eso y no otra cosa es el feminismo”. En este Congreso Internacional, Julieta además sorprendió con una ponencia sobre la prostitución, en tiempos en que Buenos Aires estaba considerada como “el burdel de Sudamérica” por la cantidad de mujeres inmigrantes que eran traídas al país engañadas por diversas redes de trata y luego esclavizadas en los burdeles. Por primera vez, el feminismo local abordaba el tema e iniciaba el largo debate que todavía continúa. Al concluir, formuló “un voto de amor y de profunda simpatía por las mujeres que en este momento de la vida humana no están en el sendero de la razón y del deber, pues no las considero responsables de su extravío sino las víctimas de la falta de previsión y de amor que muestran las leyes y las costumbres, creadas por la preponderancia del pensamiento masculino en la orientación de los destinos del pueblo”. Durante esas jornadas de 1910, las feministas argentinas abordaron también la cuestión de los derechos civiles y la igualdad con los varones, el divorcio absoluto, el abuso del alcohol y el reconocimiento de la paternidad de los hijos. Finalizado el Congreso, el 6 de junio de 1910, Julieta Lanteri contrajo matrimonio con Alberto Renshaw. También en esta ocasión, optaba por un camino extraño para las mujeres de su condición. El joven, de nacionalidad estadounidense, era catorce años menor que ella y además era un ignoto. Sus compañeras de militancia feminista estaban casadas con hombres mayores y de apellidos notables. Cuando le preguntaban su adscripción política, Julieta Lanteri se declaraba librepensadora y con esa orientación también actuó a la hora de casarse. No le salió bien: un año después ya estaba separada. En agosto de 1910, la Comisión de Enseñanza de la Facultad de Medicina le denegó su pedido de adscripción a la cátedra de Enfermedades Mentales con el argumento de que era italiana. Fue entonces que Julieta inició el trámite para obtener la ciudadanía argentina, que le fue otorgada un año después. Pese a que obtuvo sus papeles, no fue admitida en la cátedra, pero se le abrió un camino que a ninguna mujer se le había ocurrido hasta entonces. Con la carta de ciudadanía en la mano, y apelando a que el documento decía que debían reconocerle “todas las prerrogativas que le corresponden” como “ciudadano argentino”, se presentó para inscribirse en el padrón municipal. Esgrimió la Ley 5.098, del 29 de julio de 1907, que disponía que se renovara el padrón de la Capital Federal cada cuatro años, y que en su artículo séptimo establecía que “las comisiones empadronadoras inscribirán en el registro a los ciudadanos mayores de edad que sepan leer y escribir, que se presenten personalmente a solicitar la inscripción y que hayan pagado en el año impuestos municipales por valor de cien pesos como mínimo o contribución directa, o patente comercial o industrial por igual suma, o ejerzan alguna profesión liberal dentro de municipio y se hallen domiciliados en él desde un año antes de la inscripción”. Ella cumplía con todos los requisitos y logró su boleta de inscripción con el número 80 del padrón municipal correspondiente a la Sección Segunda, mesa número 1. El 23 de noviembre de 1911, se presentó en el atrio de la iglesia de San Juan, ante la mirada atónita de los varones que formaban fila para votar. Luego de emitir su voto, el presidente de la mesa, el doctor e historiador Adolfo Saldías, le manifestó su satisfacción por haber firmado la boleta de la primera sufragista latinoamericana, que votó en Buenos Aires cuatro décadas antes que el resto de las mujeres argentinas. Saldías exageró, o no sabía que en la provincia de San Juan las mujeres votaban en elecciones municipales desde la década de 1860. Pero en Buenos Aires, ninguna mujer había sufragado hasta Julieta. No pudo repetir la experiencia a nivel nacional, porque en las siguientes elecciones regía la Ley Sáenz Peña, del voto secreto y obligatorio. Cuando quiso inscribirse, le dijeron que los padrones se confeccionaban a partir de los listados del servicio militar obligatorio, que las mujeres no hacían, y aunque fue hasta un cuartel de Palermo para pedir la posibilidad de cumplir con esa obligación, no la dejaron. Entonces se le ocurrió otra idea. La ley decía que las mujeres no podían votar, pero nada refería al hecho de ser elegidas. Apelando al principio constitucional que sostiene que nadie puede ser privado de lo que la ley no prohíbe, convocó a un grupo de compañeras y seguidoras y anunció que para las elecciones nacionales de 1919, se presentaría como candidata a diputada nacional por la ciudad de Buenos Aires con una nueva agrupación: el Partido Feminista Nacional. Así se constituyó el nuevo partido, con Julieta Lanteri como secretaria general, Petronila O’Donnell de Joseph como tesorera y, como vocales, Haydeé Joseph O’Donnell, María Luisa Boggio, María Franconi de Bado, Sara Soto y Lara Benatti. Su proclamación oficial se realizó en el Salón Augusteo, en la calle Sarmiento 1367, en un acto colmado por un público mayoritariamente femenino, pero con una asistencia considerable de varones que sorprendió a las mismas organizadoras. La única oradora fue Julieta, que inició su discurso diciendo que su candidatura “es una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber, una afirmación de mi independencia que satisface mi espíritu y no se somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del cual estoy orgullosa y para el cual quiero luchar”. Después dijo que se iba a referir a “los puntos que son singulares y pertenecen al programa femenino de la plataforma electoral”. Y comenzó con la propuesta del reconocimiento de la madre como funcionaria de Estado. Sostuvo que debían ser remuneradas por el Estado y lo hizo en tiempos en que regía la Ley 5.291, aprobada en 1907, que decía que las obreras podían dejar de concurrir a las fábricas hasta los treinta días subsiguientes al parto. No existía ninguna licencia previa ni retribución alguna. Apeló al ejemplo de Francia, donde el Estado pagaba a las madres por cada hijo que daban a luz, “sin exceptuar a las madres pudientes”. También se refirió a otros puntos, como la protección del niño huérfano, la abolición de la venta y fabricación de bebidas alcohólicas y la derogación de la prostitución reglamentada. Respecto de la legislación laboral, propuso un horario máximo de seis horas para las mujeres; ampliación de la reglamentación del trabajo de la mujer y el niño; jubilación y pensión para todo empleado y obrero; pensiones para la vejez y el todavía vigente “salario igual en tareas equivalentes para los dos sexos”. En educación y justicia, se comprometió a propiciar la educación mixta de artes y oficios agrícolas y del hogar, colonias para niños débiles, ciegos y sordos; el reemplazo de los reformatorios por colonias para niños díscolos y delincuentes; la anulación de las cárceles de mujeres por la implantación de institutos de trabajos industriales, y la abolición de la pena de muerte, que entonces regía en el país. También incluyó el sufragio universal para los dos sexos, y la igualdad civil para los hijos legítimos y los conceptuados no legítimos, derecho que fue incluido por el gobierno de Juan Domingo Perón en la Constitución de 1949, luego derogada por el gobierno de facto que lo derrocó en 1955, y que recién fue consagrado por el gobierno de Raúl Alfonsín luego del regreso a la democracia en 1983. La ciudad de Buenos Aires amaneció empapelada con un afiche con el rostro de Julieta Lanteri y la leyenda: “En el Congreso una banca me espera, llevadme a ella”. Sabía que no lograría esa banca, pero de esa manera agitaba la opinión pública sobre la necesidad de otorgar el derecho al voto para las mujeres. El 18 de marzo de 1919, en la Plaza de Flores, realizó un acto callejero, el primero que una mujer protagonizaba en el país y en el que reunió a unas dos mil personas. Contó, además, con un comité independiente, un comité popular y una agrupación de jóvenes de La Boca, otra de Barracas, dos comités femeninos, La Unión Feminista Nacional de la doctora Alicia Moreau, la Asociación Pro Derechos de la Mujer de Elvira Rawson de Dellepiane y quince locales repartidos en distintos puntos de la ciudad. En esas elecciones de 1919, ganaron los socialistas con 56 mil votos, seguidos por la Unión Cívica Radical con 54 mil. Julieta obtuvo 1.730 sufragios, todos de varones, y entre ellos el del escritor Manuel Gálvez, que en su libro Recuerdos de la vida literaria sostuvo que “como no quería votar por los conservadores ni por los radicales”, lo hizo por “la intrépida doctora Lanteri”.Repitió su hazaña, siempre como candidata a diputada nacional, en las elecciones de 1922, 1924, 1926 y 1930, y en algunas llegó a superar los tres mil votos. Después del golpe de Estado de 1930, con el general José Félix Uriburu, el nacionalismo autoritario irrumpió en la vida nacional y otra vez regresó el fraude en los actos electorales. La UCR fue proscripta y la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras y Coronel Díaz, donde Leopoldo Lugones (hijo) estrenó la picana eléctrica para conseguir confesiones, se llenó de radicales, socialistas, sindicalistas, anarquistas y comunistas. Alfredo Palacios, Mario Bravo, el general Enrique Mosconi, Nicolás Repetto, Américo Ghioldi y Enrique Dickman fueron algunos de los dirigentes alojados en sus sótanos. El mismo presidente constitucional Hipólito Yrigoyen fue encarcelado en la isla Martín García. La Legión Cívica Argentina, una organización paramilitar creada por el mismo Uriburu, se sumó a la cruzada de “recuperar los valores nacionales” y de perseguir a todos los que atentaban en contra de la patria y la familia con ideologías foráneas que nada tenían que ver con la argentinidad. Las feministas no quedaron al margen de la persecución. Si bien la doctora Julieta Lanteri no abandonó su militancia, no eran tiempos de reclamar el voto para las mujeres. Estaba tapada de deudas que devenían de los procesos judiciales que debió enfrentar cada vez que quiso avanzar en el ejercicio de sus derechos y el del resto de las mujeres, además del sostenimiento de sus campañas políticas. Se recluyó en su consultorio de Sarmiento 848, donde se dedicó al tratamiento de la calvicie. El 20 de febrero de 1932, tras elecciones fraudulentas, asumió la presidencia el general Agustín P. Justo. En cuanto Uriburu abandonó el gobierno, los diarios comenzaron a denunciar las arbitrariedades de la dictadura. El socialista Alfredo Palacios encabezó un movimiento que se propuso llevar a los torturadores hasta los tribunales. La respuesta de las huestes de Uriburu no tardó en llegar. El mismo día de la asunción de Justo, atacaron a Palacios, que debió refugiarse en una librería de Viamonte y Callao. En Morón, asesinaron al dirigente radical Valentín Vergara. En La Plata, dispersaron una manifestación a balazos. Julieta Lanteri decidió desempolvar el Partido Feminista Nacional para volver a la lucha y para eso necesitaba dinero. El 22 de febrero de 1932, firmó un pagaré a favor de Filomena Corrade por 710 pesos moneda nacional. Al día siguiente volvería a convocar a las afiliadas. Pero no la dejaron. El 23 de febrero de 1932, a las tres de la tarde, un auto particular que nunca se pudo identificar la atropelló en Diagonal Norte y Suipacha y le fracturó el cráneo. Los diarios informaron lo ocurrido y todos coincidieron en calificar el hecho como un accidente. Una sola voz se atrevió a sembrar la duda y fue la de Adelia Di Carlo, periodista y compañera de militancia feminista, quien en su necrológica en Caras y Caretas aseguró que Julieta Lanteri hacía tiempo que temía un ataque. Fueron infructuosos los esfuerzos por encontrar el expediente de la causa abierta luego del “accidente”, y el libro de actas donde la policía asentó el hecho, justo en la página que corresponde al supuesto accidente, aparece como si se le hubiese derramado un vaso de agua sobre la escritura. La doctora Julieta Lanteri resistió un día y medio y falleció en la mañana del 25 de febrero de 1932. Faltaba un mes para que cumpliera 59 años, de los cuales más de la mitad los había invertido en bregar por los derechos de las mujeres argentinas. Durante muchos años permaneció olvidada, pero hoy su nombre es una bandera de esa lucha que aún continúa. Fuente: Bellotta, Araceli ( 2021).,Julieta Lanteri, pionera del voto, Caras y Caretas, Buenos Aires, Argentina

martes, 1 de febrero de 2022

Osvaldo Soriano: romance intelectual con la pelota

Romance intelectual con la pelota "El goleador es siempre el mejor poeta del año", escribió Pier Paolo Pasolini, en la cumbre del romance entre la literatura y el fútbol. Camus había dicho que el fútbol le enseñó todo lo que sabía y el desprecio de los intelectuales por esa pasión se había superado cuando estalló una nueva polémica: ya no fútbol vs. cultura, o civilización vs. barbarie, sino literatura versus oportunismo editorial y venta. Además, cómo el fútbol devora la cultura general. Por Hernán Brienza Jorge Luis Borges fue el encargado de marcar la divisoria de aguas. Con lapidaria ironía, reformuló el "civilización y barbarie" sarmientino y sentenció en más de una entrevista periodística que el fútbol era "una cosa estúpida de ingleses... Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". La frase hendía el cuchillo en el corazón de la patria futbolera y convocaba al escándalo. Pero más allá de la humorada —"una forma perversa de razonamiento; un cinismo que invalida todas las letras del mundo: Así, el Quijote no es otra cosa que un conjunto de letras negras sobre papel blanco", como lo definiría para Ñ Alejandro Dolina— el anatema borgeano selló la relación entre quienes practicaban el deporte de la literatura y los habilidosos en el arte del fútbol. Durante décadas —salvo excepciones— ambos mundos sucedieron en dimensiones paralelas. En forma esquemática podría resumirse de la siguiente manera: los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. La división también se experimentaba entre lectores e hinchas en una remake del divorcio original entre pueblo e ilustración aventado por Domingo Faustino Sarmiento. Pero la segunda mitad del siglo XX sería testigo de una plebeyización de la literatura —el periodismo fue gran artífice de este proceso— y decenas de literatos se volcarían a una producción mestiza gracias a la cual el fútbol ya no quedaría en "orsai" literario. Finalmente, a mediados de los noventa, la pelota ganó la batalla y hoy —a horas del mundial de Alemania— se asiste a lo que algunos denominan la futbolización del universo y de la que no puede escapar ni siquiera el apocado e íntimo mundo de las letras. La mala relación entre fútbol y literatura se inició en 1880 cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Y prácticamente desde esa fecha el desencuentro se hizo sostenido. Sin embargo, el recorrido de una buena biblioteca demostrará que no faltaron las gratas excepciones: en los años 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron "Penúltimo poema del fútbol" y Horacio Quiroga publicó "Suicidio en la cancha", un cuento sobre el caso real de un jugador de Nacional que se pegó un tiró en el círculo central de la cancha. De aquellos tiempos es el primer relato totalmente ficcional sobre fútbol en el Río de la Plata: la novela del francés Henri de Montherlant Los once ante la puerta dorada. En 1923, nada menos que en su meláncolico libro Crepusculario, Pablo Neruda escribió el poema "Los jugadores", y 12 años después, "Colección nocturna", incluido en Residencia en la tierra. Durante el primer medio siglo hubo escasos coqueteos de la literatura con el fútbol —una aguafuerte de Roberto Arlt sobre el Seleccionado Nacional y poco más—; quien entró a saco lleno en el tema fue el uruguayo Mario Benedetti con su ya célebre cuento "Puntero izquierdo", escrito en 1955, y publicado en el libro Montevideanos. El llamado boom de la literatura latinoamericana se acercó al mundo del fútbol, no sólo desde la escritura sino también desde las tribunas. Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien". Y el salvoconducto del futuro Premio Nobel dio resultados. Aunque, en realidad, ya por aquella época había salido del placard un gran número de escritores que se reconocían como hinchas de fútbol: el poeta gaditano Rafael Alberti —quien escribió "Oda a Platko", dedicada al arquero húngaro del Barcelona—, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Rubem Fonseca, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Rivadaneyro y Alfredo Bryce Echenique. Pero la literatura no sólo ha dado hinchas al mundo: también se ha enriquecido de ellos. Albert Camus, por ejemplo, aprendió cuando era arquero en Argelia que "la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". A la pelota se le debe, entonces, El mito de Sísifo, Los justos y La peste. A partir de los años 60 y 70 la lista de escritores que se animaron a escribir sobre fútbol se acrecentó considerablemente: el poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema al puntero Garrincha, el español Camilo José Cela, sus Once cuentos de fútbol, el mexicano Juan Villoro, un texto sobre el maracanazo —el día que Uruguay le ganó a Brasil la Copa del Mundo en el estadio Maracaná— titulado El hombre que murió dos veces, Humberto Constantini, su relato "Inside izquierdo", y Leopoldo Marechal, elige la tribuna de un River-Boca para lanzar la batalla del protagonista de Megafón o la guerra. Mientras tanto, en Europa, el austríaco Peter Handke ponía la piedra basal con su novela La angustia del arquero frente al tiro penal —que poco habla de fútbol, es verdad— pero tiene una de las definiciones más bellas de ese instante crucial en un partido. Los años ochenta marcaron el fin de la separación entre el fútbol y las letras en la Argentina. Y eso ocurrió de la mano del periodismo gráfico: Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain se convirtieron en la delantera implacable que se abocaba a escribir sin tapujos ni complejos sobre fútbol, primero desde las crónicas de prensa y el humor y, finalmente, desde la literatura. Clásicos de esta etapa son los cuentos publicados en El mundo ha vivido equivocado, en el que el escritor rosarino incluyó los inolvidables relatos sobre fútbol como "Lo que se dice de un ídolo", "Memorias de un wing derecho", y "¡Qué lástima, Cattamarancio!". Osvaldo Soriano, por su parte, reunió en su libro Rebeldes, soñadores y fugitivos los memorables relatos como "El penal más largo del mundo" y "Maradona sí, Galtieri no". Y completa el trío de mosqueteros Juan Sasturain con la publicación de El día del arquero, que incluye el cuento "La poesía del chanfle al segundo palo". Al mismo tiempo, Alejandro Dolina coqueteaba con el fútbol desde sus Crónicas del Angel Gris que incluían "Apuntes de fútbol en Flores", una toma de posición respecto del tema: "En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios", sentencia la primera frase del cuento. Pero si bien se produjo la irrupción del fútbol como componente de lo popular en el espectro de las letras, la relación seguía siendo distante. La crítica de la revista Babel al libro de Soriano fue lapidaria: "No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente", como recuerda Sergio Olguín, autor del libro El equipo de los sueños, una novela que entrecruza la adolescencia en un barrio del sur del Gran Buenos Aires con la literatura griálica, el fútbol y la figura de Maradona. "Siempre hubo una negación temática en la literatura argentina, huyó de lo popular, que muchos autores entienden como populismo. El fútbol fue siempre marginado por la crítica pero no por los lectores. Estados Unidos no tuvo este problema. Paul Auster y Don DeLillio escribieron sobre béisbol y no escandalizaron a nadie", asegura el autor de Lanús. Casualmente, Olguín viajará a Alemania mientras se juegue el Mundial, invitado por la editorial Suhrkamp para representar a la literatura argentina en los debates sobre fútbol y literatura que se realizarán en las ciudades sede del torneo. Respecto de este desencuentro, Martín Caparrós, autor de Boquita, explicó a Ñ que "el anatema de Borges está relacionado con esa idea de los años setenta de que el fútbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos a los que les pone, por delante de la lucha de clases, la lucha de cuadros. Esta posición se sintetiza perfectamente en Juan José Sebreli". En lo que podría caracterizarse con cierto sarcasmo como "sociología del centro al segundo palo" —la frase pertenece al presidente de River Plate, José María Aguilar— Sebreli sostuvo que "el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder, amén de que la picardía de vencer al adversario basada en la trampa, la mentira, el disimulo, la zancadilla, tan alabada por todos los apologistas del fútbol como una forma de inteligencia natural y espontánea, no es sino una característica de la personalidad autoritaria". Sus libros Fútbol y masas y La era del fútbol le valieron al sociólogo la humorada de Sasturain, quien desde una reseña bibliográfica le espetó: "Sebreli, vos andá al arco". Liliana Heker dice: "No hay un desdén de la literatura hacia el fútbol, no se puede generalizar; Borges no deja de ser Borges incluso cuando desdeña al fútbol. Pero muchos escritores son hinchas apasionados, no hay un rechazo particular en el gremio. Yo tengo una relación apasionada desde muy chica. Para la literatura es un campo interminable, ya que el deporte pone en juego conflictos muy interesantes", dice Heker, autora del cuento "La música de los domingos". Claro que, desde los noventa, la relación entre fútbol y literatura se conjugó en un maridaje tan extraño y sospechoso como su anterior desencuentro. En un proceso de globalización del negocio del fútbol, la literatura acompañó ese devenir y también el mercado editorial. Hoy no se trata tanto de un acercamiento del arte a los sectores populares sino lisa y llanamente —con excepciones— de una operación de mercado. Primero fue el realismo político, luego la novela histórica y la literatura new age y actualmente el fútbol. "Es posible que se trate de una moda relativa —admite Olguín— pero la buena literatura no depende del tema que uno elija sino de una buena prosa, la construcción de personajes y una trama. La literatura futbolera es un gran negocio y alimenta al mercado pero seguramente pasará de moda". Quien anda a los rezongos contra la nueva moda de la literatura futbolística es, sorpresivamente, un hombre que gusta practicar ese deporte y que a mediados de la década del ochenta escribió sobre el tema. Arrepentido, según sus propias palabras, de haber escrito sobre esos tópicos por haber transitado el paño sensiblero y el cliché, Dolina protesta porque "en esta relación de maridaje pierde la literatura. En los últimos años se produjo una futbolización del universo, una invasión del área del pensamiento en la que se utilizan una cantera de metáforas banales tomadas del juego, en el periodismo y en la literatura. Un género no se basa en una temática, porque lo que ocurre es que nace un género acrisolado —salvo en el caso de los buenos escritores— que consiste simplemente en exaltar los estados de ánimo de quiénes ven fútbol o quienes lo juegan. La metáfora más recurrida se relaciona con la guerra y la pasión, como padecimiento, pero esos escritos suelen dejar una melancólica sensación de que se trata de sentimientos construidos. Se busca una épica que trascienda largamente una vida con ausencia de emociones. Existe cierta demagogia en la literatura que exalta la pasión deportiva, una necesidad de contacto popular. Esta demagogia consiste en el hecho de que en ese encuentro entre el gran arte y lo popular, no asciende lo popular sino que desciende el gran arte. La operación consiste en que si el pueblo no lee a Flaubert, que lean a Coelho. El fútbol es un hecho interesante cultural y antropológicamente pero no es el gran arte. Es un tema, pero no se puede convertir en una superstición, porque se transforma en una patología literaria. Resulta conveniente no entregarse a la tentación y, en todo caso, si hay que imitar a Gardel hay que hacerlo no en la pronunciación de la eme como ere sino en su afinación". Ante el torrente de publicaciones que anegó la industria cultural en los últimos años, una pregunta se hace evidente: ¿es obligatorio escribir sobre fútbol? Mempo Giardinelli cree que no. "Entre fútbol y literatura existe la misma relación que entre cocina y poesía, o filosofía y novela, o automovilismo e historia. No creo que haya nada esquemático, simplemente sucede que para mí la literatura es la vida por escrito. Y entonces puedo escribir lo que se me antoja. Nunca escribí sobre fútbol. Soy un narrador, y he escrito un par de cuentos de tema futbolero porque me pareció que podían ser narraciones eficaces. Mi relación con este deporte es como la de cualquier argentino: pasional, intensa, en lo posible festiva, pero no intelectual. Lo cual no impide que en determinado momento uno reflexione críticamente sobre las pasiones, intensidades, violencias y taras argentinas", dice el autor del clásico cuento "El hincha", escrito a principios de los ochenta. Ideas similares profesa Pablo Ramos: "En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy romántica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común. La literatura debe incluirlo todo, porque cada cosa contiene su propia literatura. El fútbol es danza y es cuerda floja cuando se lo juega como Riquelme, o cuando un pibe como el Tuna Agüero, cansado de jugar en la Villa Corina (la misma de mi novela El origen de la tristeza, de ahí es él) se enfrenta a los grandes con 17 años y les pinta la cara. Lo patean, se levanta y les vuelve a pintar la cara. Y el fútbol es horrible cuando viene un Mundial y nos olvidamos del desempleo, de la contaminación de San Juan con cianuro... Cuando es olvido es un veneno, es el opio de los pueblos", sostiene el autor del cuento "Celeste y roja", en el que el protagonista muere envuelto en la bandera de Arsenal de Sarandi. Caparrós aporta un elemento original a esta controversia: "La literatura no tiene ninguna obligatoriedad respecto del fútbol. Existe una relación larga y fecunda de cierta narrativa desde hace 50 años. Hasta la televisión, había un 95 por ciento de aficionados deportivos que lo hacían desde el relato escrito o radial. Lo que constituye al fútbol en un hecho narrativo en sí mismo. Ahora el fútbol se ve, entonces, es muy complicado hacer un metarrelato, porque se trata de un relato en sí mismo. A mí el género de la literatura futbolística no me atrajo para desarrollarlo porque frente al relato del fútbol, lo demás es un metarrelato menor". Amagando entre el consumismo snob, la demagogia pop-fashion (condensada en los palcos de la Bombonera) y cierta autenticidad popular que transitan algunas experiencias literarias, la narrativa futbolera estalló en los últimos 15 años. En Europa, el ejemplo más claro es la novela Fiebre en las gradas, del británico Nick Hornby, en la que relata su vida como hincha. Por estas costas, poco después de que el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribiera Fútbol a sol y a sombra, la industria cultural parece haber encontrado una veta redituable: así, se sucedieron los libros de los ex futbolistas Jorge Valdano y Angel Cappa, y los libros periodísticos, émulos del Fútbol: dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri. En el 2003 se produjo una nueva operación de acercamiento que consistió en la campaña "Cuando leés ganás siempre" y que consistió en la distribución gratuita de 50 mil cuentos todos los domingos. La última buena nueva fue el nacimiento de Ediciones al Arco, un legítimo emprendimiento para encausar la publicación de la literatura deportiva. Ni siquiera la poesía pudo quedarse afuera del fenómeno. Washington Cucurto ha utilizado como materia prima para sus obras el imaginario popular para homenajear a Enzo Francescoli o Diego Maradona y en su poema Entre hombres, dice: "El fútbol es un deporte de hombres dulces / el fútbol es un deporte de hombres que se quieren con locura". Fabián Casas, por su parte, escribió Cancha rayada, en el que describe el regreso de un estadio luego de una derrota. Consultado sobre qué lugar tiene el fútbol en su obra, Casas respondió: "Ser hincha de San Lorenzo tiñó mi personalidad. En términos heideggerianos soy-un-ser-para-la-Copa-Libertadores". Amalgamados, los dos géneros del arte caminan, finalmente, tomados de la mano. Quedan en el tintero algunas frases elegidas que definen con belleza irrefutable la belleza del fútbol. Javier Marías dijo que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia" y el intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como "el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que "tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo". Por último, el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte que remite a los juegos circenses de la Roma antigua: "El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribbliar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño". Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del "Diez" a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini. Ilustración: El Tomi (Télam) PUBLICIDAD Carta de Osvaldo Soriano a Eduardo Galeano Querido Eduardo: Te cuento que el otro día estuve en el supermercado "Carrefour", donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: "Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca". Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: "Fue el gol más rápido de la historia". Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: "Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevila se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo". Y ahí nomás Sanfilippo me señala la fila de frascos de mayonesa y grita: "¡Acá la puso!". La gente nos mira, azorada. "La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?" -me señala el estante de abajo, y de golpe como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados-: "La dejé picar y ¡plum!". Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo. El penal más largo en el mundo Por Osvaldo Soriano El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras. Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo. El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria. A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos. Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros. Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos. Futbolista y escritor Por Néstor López En el sur profundo, Patagonia y alrededores, las canchas de fútbol son pedregosas, grises y muy ventosas, las marcas no se hacen con cal sino con una zanja poco profunda. Allí se hizo jugador de fútbol Osvaldo Soriano. Jugaba de centrofóbal, con el 9 en la espalda y el oportunismo a flor de piel para meterse en el área contraria. Nunca pudo emular a sus ídolos, esos héroes vestidos de azul y rojo que la voz brillante de Fioravanti acercaba gracias a la radio. El Loco Dobal, Toscano Rendo, el Bambino Veira y el Manco Casa eran los mejores futbolistas del mundo para la imaginación y el corazón azulgrana de Soriano. Recién a los 20 años, ese 9 rubio y morrudo, cansado de tragar tierra patagónica, se dio cuenta de que su futuro no estaba en las canchas de fútbol. Y se dedicó a escribir. Y se transformó en uno de los mejores escritores argentinos del siglo XX. Pero el fútbol siempre corrió por su sangre hasta llegar al papel. En toda su obra como novelista, cuentista y periodista, Soriano mezcló realidad con ficción de tal forma que se transformó en su sello propio, su estilo para contar, su forma de llegar a ser masivo. Y quizás por eso fue ninguneado por los académicos de las letras, así como alguna vez intentaron ignorar a Roberto Arlt y ahora no reconocen como corresponde a Eduardo Sacheri. Allá perdido en los estantes de una librería cualquiera, donde cuesta llegar, se puede encontrar un libro entrañable, maravilloso de Osvaldo Soriano. Se llama Arqueros, ilusionistas y goleadores. Es una recopilación de todo (en realidad gran parte) de lo que escribió referido al fútbol. Hay ficción y realidad. Pero cuesta encontrar el límite, porque en una misma edición conviven Butch Cassidy, el Míster Peregrino Fernández y Obdulio Varela. Hay cuentos, notas que escribió para Página 12 y parte de la cobertura del Mundial 86 que realizó para Il Manifesto, de Roma. Aparece Maradona y, como no podía ser de otra manera, es posible disfrutar una vez más de El penal más largo del mundo. En esas páginas en las que algunos perdedores épicos son más queribles que varios ganadores tristes, Soriano junta sus dos amores, pinta su vida, recuerda su juventud, entrega su mirada del mundo y cita a Camus para expresar que "en una cancha de fútbol se juegan todos los dramas humanos" 21/10/12 Tiempo Argentino Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaban en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a1. En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón. El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los arboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos. El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción. Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí. Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblovecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero. Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo: -Constante los tira a la derecha. -Siempre -dijo el presidente del club. -Pero él sabe que yo sé. -Entonces estamos jodidos. -Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato. -Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa. -No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir. -El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio. 90 minutos. Relatos de fútbol Empezó el partido. Arde el fuego de la pasión entre todos los hinchas. Esa pasión que inflama sus corazones con el mismo entusiasmo que al pibe que va con el padre por primera vez a la cancha, a conocer en persona al equipo que será dueño de su amor por el resto de su vida. Este libro homenajea esa pasión con cuentos sobre padres e hijos, hinchas, relatores y jugadores de ayer, que dejaban la piel en el césped más allá de los premios y los sueldos, se peinaban con gomina por respeto y se bancaban todos los guadañazos, descosiendo los hilos gruesos de las pelotas de tiento y salían a la cancha aún con fiebre o resaca, haciendo de su profesión un culto al amor por la camiseta. Para ustedes, fieles amantes del deporte más popular, son estas historias. Fuente: Programa Libros y Casas, Clic para descargar. El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado. -¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería. -No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó. -Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano. -Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y silbó al perro para volver a su casa. El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio. -Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media. A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista. El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile. -¿Y yo cómo sé? -dijo él. -¿Cómo sabés qué? -Si me tengo que tirar para ese lado. La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas. -En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella. ¿Y si no lo atajo? -preguntó él. Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo. El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta. El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar. A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato. Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna. Se cumplieron 25 años del fallecimiento de Osvaldo Soriano, que supo aunar el periodista, con el intelectual y el fanático del fútbol, tres aristas que supo combinar en su faz profesional en contra del desprecio de muchos intelectuales que veían con malos ojos la intromisión del fútbol, hecho que ya habían concretado Cortazar, hemingway y varios otros en el mundo. En este texto , Brienza defiende a Soriano y lo muestra con su espiritu futbolero. En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración. Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el asombrado, pero el arbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba “¡no vale, no vale!”. La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita. Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco. Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía. El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita. Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino del hermano del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado. -Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí. Fuente: Brienza, H. "Romance intelectual con la pelotaW", El Ortiba, s/f